Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El Pozo por Nayen Lemunantu

[Reviews - 8]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

XIII

 

Kazunari aun no terminaba de creer todo lo que estaba pasando. No podía creer lo que él mismo había hecho. Se había declarado. Se había declarado a Himuro. ¿De dónde había sacado las agallas? Había sentido tanto terror como adrenalina en ese momento. Aceptar que estaba enamorado de Himuro significaba quedar expuesto, era como entregarse voluntariamente a que lo despellejen vivo.

Ahora iban en su auto a quién sabe dónde y como ya no le quedaban uñas que morderse para controlar los nervios, sacó el paquete de cigarros que escondía en su mochila. Ni siquiera se molestó en abrir la ventanilla, prendió el cigarrillo con dedos nerviosos y sintió como la nicotina le relajaba los músculos después de la primera calada.

—Deja eso —ordenó Himuro, mirándolo con reproche. Kasunari no le hizo el más mínimo caso y siguió fumando como chimenea.

Cuando empezó su relación con los cigarros, no lo hacía por gusto, no por gusto en el sabor, al menos, sino por gusto en la estética. Se dio cuenta rápido que lo ayudaba a cultivar esa fama de chico rebelde que se estaba ganando y la mirada de admiración de los chicos la verlo hacer las cosas prohibidas le encantaba. Le encantaba tanto, que siguió jugando el papel sin importar en qué travesuras se metiera. Como fuera, nunca había hecho algo realmente malo. Su rebeldía sólo era una pantalla de humo, una máscara.

—No hagas eso —volvió a ordenar Himuro, pero esta vez le quitó el cigarrillo de la boca y lo tiró por la ventanilla—. No voy a sermonearte, Kazunari, después de todo no soy tu papá ni pretendo serlo, pero sí voy a decirte que por experiencia propia entiendo las cosas que haces. Entiendo que te guste jugar a ser el rebelde, después de todo, es divertido. Pero ten cuidado de no perderte en el camino.

—¿De qué hablas?

Kazunari lo miró descolocado un par de segundos, el rápido giro de los acontecimientos lo había descolocado. Se suponía que todavía estaban en la fase de enamoramiento, pero ahí estaba Himuro, sermoneándolo cual hermano mayor… ¿de qué mierda iba todo eso? Soltó un suspiro hondo, después de todo, era lo que él mismo se había buscado por andar enredado con un vejete. Volvió a abrir la mochila y sacó otra vez el paquete de cigarros.

—En mi adolescencia, cuando vivía en Los Ángeles, tuve mis malos momentos —dijo Himuro de pronto, con la mirada levemente perdida en los recuerdos—. Me junté con la gente equivocada, me dejé llevar por el grupo, y terminé haciendo cosas de las que me arrepiento… Y no quiero que tú pases por nada de eso, así que piensa un poco antes de cometer imprudencias, por favor. Y no vuelvas a fumar en mi auto. —Esto último lo ordenó con voz más seria de lo usual, fulminándolo con la mirada.

Kazunari quedó con la mano suspendida en el aire, con un cigarrillo a medio sacar. Soltó un suspiro y volvió a guardar la cajetilla en su mochila. Entrecerró los ojos mientras miraba por la ventanilla.

—Dices que no quieres sermonearme, pero estás peor que mi viejo. —Soltó una risa por la nariz, irónica—. Como sea… ¿De qué cosas te arrepientes?

—Digamos que indirectamente estuve envuelto en la muerte de alguien.

A Kazunari casi se la cayó la mandíbula de la impresión. Giró el cuello tan rápido en dirección a Himuro, que casi pudo oír como se le desarticulaban las vertebras una a una. Por unos segundos creyó que Himuro le tomaba el pelo, pero al verlo, notó que sus ojos grises tenían un brillo que no había visto nunca. Sin que tuviera necesidad de seguir interrogándolo, Himuro continuó:

—Yo estaba metido en una pandilla. Una noche hubo un tiroteo y uno de nuestros compañeros resultó baleado. Murió antes de que llegáramos al hospital. Nos conocíamos de chicos, era como un hermano para mí. —Himuro se llevó una mano al cuello por instinto y acarició un grueso anillo de plata que colgaba de una cadena—. Como tú y Kotaro.

—Ya veo por qué Ko-chan te cae tan bien.

—Estuve metido en mucha mierda, Kazunari. Drogas, alcohol, peleas, violencia… —Himuro lo miró con sus tristes ojos grises del color del mar en invierno, y lo hizo sentir atravesado—. Al final fue en el baile que encontré un escape y una motivación para salir del agujero.

Kazunari no dijo nada más, pero se dio cuenta de lo que Himuro trataba de decirle, tampoco era tan idiota. Había estado muy cerca de perderse tras esa máscara de rebeldía que él mismo se había inventado. Estuvo apunto de caer en un pozo. Había salvado justo a tiempo. Y acaso, ¿todo había sido gracias a Himuro? Definitivamente ese rollo del amor lo tenía mal, porque sabía que Himuro podía influir en él como nadie antes. Además, estaba seguro de que no era normal sentirse tan nervioso frente a alguien que lo había visto más desnudo que su propia madre. 

Pero antes no había sido como ahora. Antes no había sentido ese hormigueo en las tripas, ni ese sudor helado en las manos, ni el tamborileo acelerado en el pecho, como si le quisiera dar un ataque cardiaco. Ahora quería besar a Himuro, pero no encontraba el valor.

«Deja de ser pendejo, Kazunari —se reprendió mentalmente—. Tatsuya es prácticamente tu novio. Si quieres besarlo, sólo hazlo»

Se sacó el cinturón de seguridad y se sentó de lado, mirando directo a Himuro. Éste, se desconcentró de la ruta y lo miró con curiosidad por cosa de segundos. Pareció adivinar sus intenciones y sonrió, casi burlón.

—¿Qué es lo que intentas hacer? —preguntó con palabras medidas, pero juguetonas. Parecía haber recuperado su fuerza y apartado los fantasmas del pasado—. No te aguantas las ganas de besarme, ¿verdad?

Kazunari resopló y rodó los ojos. Sintió deseos de patearle su preciosa y perfecta cara, pero se controló. Después de todo, el muy maldito tenía razón: se moría por besarle su pulcra boca de labios pálidos, por sentir su aliento que siempre tenía ese característico sabor a menta fresca, por enredar los dedos en su pelo suave y despejarle la frente para poder ver en plenitud sus magníficos ojos grises siempre cambiantes. 

Se hincó sobre el asiento y se dispuso a cruzar la barrera imaginaria del espacio personal. Que Himuro fuera conduciendo por una avenida principal y que el tráfico a esa hora fue un caos, lo tenía sin cuidado.

«Uno, dos, tres: Aquí voy. Lo besaré»

Sentía que el corazón le galopaba dentro del pecho, como queriéndosele salir, su respiración estaba acelerada y su boca seca. Tragó saliva como pudo y se humedeció los labios, sus dedos se estiraron y rozó en una caricia lenta el dorso de la mano de Himuro, aferrada a la palanca de cambios. Un movimiento suave hacia adelante que lo acercó a su lado y el roce mínimo contra sus labios fríos. Apretó su boca contra la de Himuro, cerró los ojos, sintió un sacudón brusco cuando el auto frenó, escuchó el rechinar de los neumáticos y las bocinas de los autos detrás, pero le importó un reverendo comino.

Himuro sonreía mientras lo besaba, podía sentir sus labios estirados, y Kazunari sonrió también. Aceleró el ritmo y fue consciente de cómo se mezclaban sus salivas y de la lengua de Himuro penetrándole la boca. Sentía cómo su aliento le hacía cosquillas en la comisura de la boca, cómo sus manos se aferraban a ambos costados de su cintura, apretando de vez en cuando antes de subir lentamente hasta su nuca y ladearle el rostro. Trató de concentrarse en seguir respirando mientras Himuro le robaba el aliento, pero fue él quien paró y se separó primero.

 —Debemos seguir —dijo mientras ponía primera y reanudaba la marcha.

Sólo ahí Kazunari fue consciente de que los bocinazos a sus espaldas no habían parado. Se dio vuelta en su asiento y miró hacia atrás, sonriendo travieso. Cuando se dio vuelta y se sentó correctamente, pudo ver que Himuro también sonreía: suave, tranquilo, de una forma en que no le había visto antes. Kazunari lo miró hipnotizado por un par de segundos; Himuro era demasiado seductor. Oh, mierda… ¿en qué problema se había metido ahora?

—¿Qué rayos vamos a hacer?

—Se me ocurren un par de cosas que me gustaría hacerte, Kazunari. Sobre todo después de ese beso.

—¡No me jodas! Estoy hablando en serio, Himuro-san.

—Llámame Tatsuya, ¿cuántas veces te lo voy a tener que decir?

—¿Te has dado cuenta que esto ni siquiera es legal, Tatsuya? —Pronunció el nombre con mucha calma, deletreando con cuidado cada sílaba, como si las estuviera saboreando—. ¿Tu mente retorcida se había puesto a pensar en aquello?

—Quieres decir, ¿que si había notado que tenemos una diferencia de más de 10 años?, ¿que si había notado que eras un mocoso insolente incapaz de mostrar el mínimo respeto por sus mayores? Pues sí, ya me había dado cuenta.

—Y pareces muy tranquilo al respecto.

—¿Tranquilo? —preguntó Himuro con una sonrisa retorcida—. Lo más perturbador es pensar que yo ya tenía sexo cuando tú recién empezabas a caminar.

—¡Cállate! —gritó Kazunari tapándose los oídos con ambas manos. Quería borrar la imagen mental que se le vino a la cabeza en ese mismo instante—. Tatsuya… ¿Qué vamos a hacer? —preguntó esta vez serio.

—Yo puedo esperarte, Kazunari.

—¡No seas hipócrita! Tú no esperas nada. Además, tampoco quiero que esperes, ¿qué sería lo rico de eso?

—Esperar para hacerlo público —rectificó. Kazunari rondó los ojos y negó con la cabeza mientras sonreía. Eso era tan típico de él.

El auto dio un giro a la izquierda y se estacionó lentamente. Kazunari no lo sabía con certeza, pero intuía que se trataba del departamento de Himuro. Abrió la puerta y se bajó sin despegar la mirada del edificio; no sabía exactamente en qué distrito estaban. Himuro estaba sacando su maleta y pronto estuvo a su lado, cerró el auto con el control a distancia y se encaminó al edificio sin siquiera esperar por él. No era que esperase que o llevara cargado ni nada por el estilo, pero una invitación a seguirlo no estaría mal.

—¡¿Ni siquiera me vas a dar la mano?! —preguntó a la carrera, mientras se le acercaba por detrás.

Himuro soltó una carcajada y lo quedó mirando con el rostro levemente ladeado, era un gesto entre la curiosidad y la duda; como si lo considerara con retraso mental.

—Creí que no querías que nadie se enterara.

Kazunari resopló y los mechones que caían desordenados sobre su frente se movieron al ritmo de sus pasos. Himuro no le había despegado la mirada de encima y terminó lamiéndose los labios.

—Subamos de una vez —ordenó.

Kazunari lo siguió, esta vez en silencio. Su voz se había oído más ronca de lo normal, ¿era eso deseo? Pasaron por la recepción y el par de conserjes saludaron a Himuro con una inclinación de cabeza, él les respondió el gesto con la misma anticuada formalidad y Kazunari no tuvo dudas que se estaba enredando con un viejo.

Subieron al ascensor y aún no terminaban de cerrarse las puertas cuando Himuro dejó caer su maleta y lo arrinconó contra una de las paredes de cristal. Le puso una mano a cada lado de la cabeza y atacó su boca con fiereza, con besos y mordiscos.

—¡Espera! —Kazunari ladeó el rostro y se apartó—. ¿Y las cámaras?

—No hay cámaras en estos ascensores —respondió Himuro con una sonrisa seductora.

Himuro volvió a acorralarlo y esta vez con se conformó sólo con besos. Bajó con ambas manos por su torso y apretó su cintura antes de levantarle la camisa, metió las manos bajo la tela y bajaron hasta perderse dentro de su bóxer; el contacto de sus manos frías contra su piel caliente le provocó un estremecimiento. Para esas alturas la erección de Himuro se presionaba firme contra su cadera. Maldición, él tampoco podía negar la calentura que sentía.

El ascensor se detuvo con suavidad y un sonido agudo indicó que las puertas se abrían. Himuro se apartó de su cuerpo en cosa de segundos, dejándolo perdido y necesitado, pero antes de bajar, Kazunari le dijo:

—Tatsuya, es en serio, nadie puede descubrirlo. Si se entera mi vieja, me mata.

—Nadie lo sabrá si aprendes lo que es la discreción.  

 

XIV

 

—Espera... —soltó Himuro en un susurro—. Espera, no tan rico.

Kazunari sonrió de lado y bajó la mirada. Himuro había cerrado los ojos y se mordía el labio inferior, deteniendo todo movimiento de su cuerpo salvo su respiración agitada. La sonrisa de Kazunari se amplió con la vista que tenía. Le encantaba esa sensación de poder, le encantaba el hecho de saber que mientras duraba el sexo, tenía a Himuro completamente sometido a él, suplicando para que lo dejara retener el orgasmo un poco más...

Bajó la cabeza hasta su oído y jadeó suave cuando reanudó el movimiento de sus caderas; era consciente de lo que le provocaba con cada suspiro. Sus movimientos eran suaves, lentos, pausados, como si quisiera capturar el momento y guardarlo en su memoria para siempre. Cada jadeo, cada suspiro, cada aroma, cada caricia, cada sensación... 

Himuro lo sostuvo por el trasero, sus manos de dedos largos se hundían con fuerza en su carne mientras lo presionaba contra él. Kazunari se había sentado a horcajadas sobre su cuerpo después de obligarlo a dejarse caer sentado en el borde de la cama cuando los toqueteos se le hicieron poco para la calentura que le habían provocado. Ahora le mordía el lóbulo de la oreja mientras se frotaba con una lentitud tortuosa, haciendo que el miembro de Himuro le enviara olas de placer con el efímero roce que provocaba contra su próstata. La sensación era exquisita; pronto iba a alcanzar el orgasmo. 

—¡Ka-Kazunari!

Himuro se puso de pie de un movimiento tan repentino que le hizo sentir mareado y luego lo dejó caer de espaldas en la cama sin un ápice de sutileza. Kazunari apenas tuvo tiempo de pensar en lo que ocurría cuando sintió el colchón hundirse debido al peso de Himuro que, sin preámbulos, se hizo espacio entre sus piernas y lo penetró. Fue como sentirse en el cielo otra vez.

Bajó la mirada ahí donde sus cuerpos se unían y se transformaban en uno, subió la mirada y recorrió con los ojos el cuerpo del hombre que era su única debilidad. Detalló cómo se marcaban los abdominales en su cuerpo pálido debido a la fuerza que estaba ejerciendo, sintió toda la piel húmeda por el sudor que caía en gruesas gotas desde su mentón y pecho, y era consciente de que estaba siendo impregnado por el olor del contrario. 

Himuro realmente no tenía piedad. Lo embestía con fuerza, casi con desesperación, sabiendo a la perfección el ángulo en que debía atacar para tenerlo estremeciendo de placer. Debía reconocerlo, esa era una de las mayores ventajas de estar con un hombre mayor, su experiencia en la cama. Kazunari le envolvió las caderas con las piernas y coló la mano entre sus vientres para masajearse el miembro con lentitud, pero Himuro lo apartó de un manotazo y se dedicó a masturbarlo él mismo. ¡Cómo se notaba que le encantaba tener el control de todo!

—¡Tat-tatsuya!

El roce contra su próstata era exquisito, como un cosquilleo que empieza en una zona mínima, apenas perceptible y poco a poco va expandiéndose por todo el cuerpo, como una corriente eléctrica. Kazunari sólo podía desear la siguiente embestida. Hasta que sintió el cuerpo de Himuro poniéndose rígido y sus labios soltando un jadeo sostenido mientras le inundaba las entrañas de aquel líquido caliente y gruñía su nombre enterrando el rostro entre su pelo. Su eyaculación fue el detonante para el clímax; fue como una bola de fuego que creció desde la parte baja de su vientre y subió por su espina hasta erizarle todos los vellos del cuerpo.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).