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El Pozo por Nayen Lemunantu

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SEGUNDA PARTE

 

 

 

 

 

La Advertencia

 

 

 

 

 

 V

 

 

 

—¡Por fin es viernes! —exclamó mientras se dejaba caer como peso muerto sobre uno de los sillones del camarín—. Al menos durante el fin de semana, voy a librarme de verle la cara al cabrón de Himuro —murmuró entre dientes, audible sólo para él.

 

—Esta ha sido una semana agotadora —le dijo un chico con el que compartía clase, creía recordar que se llamaba Ryu—. Pero descuida, sólo la primera semana es así de intensa, después te acostumbrarás al ritmo. Se hará más fácil, créeme.

 

—Lo dudo —respondió pensando más en Himuro que en las clases mismas.

 

A decir verdad, tenía que dar su brazo a torcer y reconocer que las clases en sí eran buenas; muy buenas, de hecho, y hasta motivantes. Incluso se le había escapado una risa de diversión pura durante la clase de esa tarde. Pero claro, eso lo negaría hasta la muerte.

 

Lo malo era que Himuro había resultado ser terriblemente serio y estricto con respecto al baile. Cualquiera habría dicho que esas eran cualidades que hablaban de su profesionalismo, pero no Kazunari Takao; Kazunari lo veía como una provocación directa de ese sujeto. Ya era usual que Himuro lo dejara ensayando una hora más como castigo, repitiendo los movimientos equivocados hasta que éstos le salieran a la perfección. De acuerdo a Himuro, bastaba con que los ensayara una vez para que los aprendiera, por lo tanto no había espacio para el error; no admitía equivocaciones durante los ensayos.

 

Kazunari, sin embargo, sospechaba que lo hacía sólo para quedarse una hora extra con él a solas. Era muy extraño que el único castigado todos los días fuera solamente él. Esa tarde, se había esforzado en el ensayo, se había concentrado por completo y no se había equivocado ni una sola vez; Himuro no tenía excusas para castigarlo.

 

—Pero la verdad, Kazunari —volvió a decirle Ryu, sacándolo de sus pensamientos; últimamente siempre pensaba en Himuro—. ¿Te puedo llamar Kazunari, verdad? —Él sonrió leve en asentimiento y Ryu continuó—. Pues tú tienes mucho talento. Sólo llevas una semana aquí, y ya estás al mismo nivel que nosotros. —El chico ya se había cambiado de ropa y estaba listo para marcharse, si se quedaba más tiempo, era sólo para hablarle a él—. Sólo te falta ensayar más y podrías ser verdaderamente genial en el Street Dance. ¡Incluso podrías salir a competencias!

 

—No estoy interesado en ese tipo de idioteces —respondió indiferente—. Sólo hago este curso porque mi vieja me está obligando y no quiero arriesgarme a perder la mesada si la desobedezco.

 

—Qué lástima… Si yo tuviera tu potencial, ganaría cada competencia que se me presentara por delante.

 

—El Street Dance no es de competencias, es de sentimientos. Es un medio para expresarse a uno mismo. —No sabía desde cuando había empezado a pensar así, pero se descubrió hablando de una forma muy parecida a la de Himuro, cosa que le hizo arrugar el ceño de inmediato.

 

—¡Tienes razón! —respondió Ryu riendo—. Oye Kazunari, ¿ya te vas a casa? —Cuando paró de reír, los ojos del chico lo detallaron: arrellanado sobre el sillón sin ducharse aún, con la camiseta húmeda de sudor—. Si quieres, podemos irnos juntos.

 

—¡No! Yo aún tengo que ducharme y cambiarme de ropa —mintió. No tenía pensado ducharse en ese lugar; le daba terror estar en las duchas y que de repente apareciera el depravado de Himuro. Sin embargo, no quería irse con nadie, quería aprovechar su tiempo solo—. Vete tú adelante, nos vemos el lunes.

 

—Claro, nos vemos —respondió el otro mientras recogía su mochila y salía del camarín. Había un dejo de desilusión en su voz, pero lo ocultó muy bien. No que Kazunari se hubiera dado cuenta; no le importaban en lo más mínimo sus compañeros de la academia.

 

Decidió esperar un tiempo prudente, hasta asegurarse de que no se encontraría con nadie que le hiciera conversa en los pasillos de la academia. Cuando salió del camarín, éste ya estaba vacío, al igual que el resto del edificio. Se encaminó a la salida con paso rápido, pero frenó en seco al divisar la espalda de un hombre alto, esbelto y de cabello oscuro justo en el mesón de la recepción; era Himuro. 

 

Estaba apoyado con un brazo sobre el mesón y sostenía el peso de su cuerpo sólo en su pierna derecha. Él no alcanzaba a oír lo que decía, pero identificaba con claridad el tono suave y profundo de su voz; la voz de un hombre seguro de sí mismo, completamente consciente del poder que ejercía en los demás. Hablaba con Nina, otra profesora de la academia venida de Estados Unidos; la profesora de Hikari.

 

No podía ver la cara de Himuro, pero sí veía con claridad la sonrisa coqueta de la bailarina y sus dedos juguetones enredados en la bufanda de Himuro. La confianza que había entre ambos saltaba a la vista.

 

Kazunari no se dio cuenta en qué momento lo hizo, pero cuando retomó su camino, ya tenía el ceño arrugado y los labios apretados en una mueca dura. Esa academia estaba llena de hipócritas, pero de todos ellos, Himuro era el tipo más falso que había conocido en toda su vida, y eso que había conocido un montón. Su lista la encabezaba Nijimura, pero estaba considerando darle el primer lugar a su profesor de baile, después de todo, se lo estaba ganando a pulso.

 

Trató de seguir de largo, pero la voz serena de Himuro cuando pasó a su lado, se lo impidió.

 

—Kazunari —saludó—. ¿Ya te vas?

 

—Así es, profesor —respondió deteniéndose para mirar a ambos bailarines por sobre el hombro; su tono condescendiente hizo sonreír a Himuro—. Supongo que hoy no me tengo que quedar castigado.

 

—¿Dejas a tus alumnos castigados, Tatsuya? —preguntó Nina sorprendida—. Te tomas tu trabajo muy en serio.

 

«Así que lo llama por su nombre… Se ve que la confianza que se tienen es mucha —pensó mientras sonreía de lado y miraba sin mirar; no tenía ganas de ver el coqueteo descarado de Himuro—. Y debo reconocer que tiene buen gusto el cabrón. Nina es hermosa, aunque no deja de ser una zorra.»

 

Himuro no alcanzó a contestar, el sonido de una llamada entrante en el celular de Kazunari lo interrumpió.

 

—¡Aló! —respondió con voz cortante. No sabía por qué estaba tan molesto de un momento a otro.

 

Kazunari-nii, ¿ya saliste de tus clases de baile? Tengo que hablar algo importante contigo, es sobre Haizaki.

 

—Nijimura ¡Qué puntual eres! Te dije que saldría a esta hora de mis clases, pero no esperé que fueras tan exacto. ¿Tanto me extrañas?

 

Kazunari esbozó una sonrisa de lado y desvió la mirada al contestar la llamada, parecía desinteresado, pero la verdad es que vigilaba por el rabillo del ojo la reacción de su profesor. Éste se enserió de un momento a otro. Aunque Himuro siempre mostraba ese porte imperturbable, sin perder nunca la compostura, ahora su ceño arrugado y su mirada calculadora, delataban que había perdido la tranquilidad.

 

¿Eh? ¿Kazunari-nii? ¿Por qué me hablas como si fuera Nijimura-san? Soy yo, Kotaro.

 

—¡Por supuesto que yo también te he extrañado muchísimo! Es más, no aguanto las ganas de verte.

 

Kazunari-nii… Por fin ocurrió lo que tanto me temía: se te soltaron los tornillos. Voy a colgar.

 

Kazunari rio bajo y se cubrió la boca con el dorso de la mano, fingió que se había avergonzado. De hecho, fingió tan bien que un rubor imperceptible le tiñó las mejillas. Himuro ahora había perdido toda la indiferencia que lo caracterizaba.

 

—Está bien, nos vemos en el lugar de siempre —susurró despacio, dándose la vuelta, pero sin mirar aún a su profesor—. Hasta luego. ¡Ah, Nijimura! Quiero decirte una última cosa importante… —Esta vez, al hablar, miró a Himuro directo a los ojos—. Te quiero.

 

Dejó que la expectación le diera peso a sus palabras antes de separar el teléfono de su oído y volver a concentrarse en el par de profesores frente a él. Himuro lo miraba con una expresión dura, mientras que Nina estaba sonriente.

 

—No me digas nada —dijo Nina cruzándose de brazos. Tenía la actitud triunfal de un detective que resuelve un caso muy complejo—. Estabas hablando con tu novio.

 

—¿Le resulta escandaloso, profesora? —preguntó con voz inocente; un tono que ocultaba la condescendencia de sus palabras—. Le sorprendería saber la cantidad de personas que se interesan por alguien del mismo sexo.

 

—No, para nada, en Estados Unidos esto es aún más común —respondió Nina encogiéndose de hombros—. De hecho, el mismo Himuro es bisexual. Espero que no te moleste que lo haya dicho —preguntó mirando a Himuro, éste sólo sonrió y se encogió de hombros; no parecía darle mayor importancia al tema.

 

«¡Sí que lo conoce bien! Aunque no deja de ser una zorra.»

 

—Yo creo que el amor no tiene sexo —continuó Nina—. Por eso uno puede encontrarlo donde sea… En la esquina, en un amigo muy cercano, hasta en un colega —dijo guiñándole un ojo a Himuro, acercándosele para volver a jugar con las hebras de su bufanda.

 

Kazunari sólo desvió la mirada, hastiado.

 

—Bueno, yo me retiro —dijo en tono seco—. Tengo una cita con mi novio.

 

No alcanzó a dar dos pasos con dirección a la salida, cuando sintió que era sostenido del brazo con fuerza y obligado a girarse hacia atrás. Casi chocó de frente con el pecho de Himuro, pero alcanzó a llevar un paso atrás para mantener las distancias con el cuerpo del mayor. Sin embargo, no pudo librarse de su agarre.

 

—¿A dónde crees que vas? —preguntó Himuro con tono medido pero cortante—. No recuerdo haber dicho que podías irte.

 

—¡Pero no cometí ni un solo error hoy! —protestó. Aún creía que esa actitud se debía a su desempeño como bailarín. ¡Cuán ingenuo podía llegar a ser algunas veces!—. No puedes castigarme.

 

—Esto no es un castigo, pero estás atrasado con respecto a los demás, así que deberás quedarte ensayando horas extras.

 

—¡¿Qué?! Esto es muy injusto.

 

—Tatsuya, no sean tan duro con él —intervino Nina, acercándose a paso lento—. Recuerda que es nuevo.

 

—No te metas con mis alumnos, Nina. —Himuro no permitió que ella diera un paso más, el tono autoritario y hasta gélido de su voz, la dejó estática. En ningún momento apartó la mirada de Kazunari—. Yo no te digo cómo debes tratar a tus alumnos, así que no intentes hacerlo con los míos.

 

No hubo más palabras. Himuro se dio media vuelta y prácticamente lo arrastró hasta el salón de baile que él ocupaba. Kazunari aún estaba demasiado atontado con su actitud como para reaccionar a tiempo, se dejó llevar hasta que el sonido sordo de la puerta al cerrarse hizo las veces de campanada de alerta en su cerebro.

 

—¿Qué quieres? No tengo tiempo para tu acoso de mierda.

 

Se soltó de un manotazo de su agarre y lo encaró. Tenía la boca abierta de impresión, las comisuras del lado derecho alzadas en una mueca entre incrédula y desagradable, el cabello despeinado cayéndole sobre la frente y el ceño apretado. El movimiento descendente de su mirada recorrió el cuerpo de Himuro.

 

—Eres un demente —concluyó luego de su detallado escrutinio.

 

—Ponte a ensayar, que no tengo toda la tarde.

 

—¿No tienes nadie más a quien molestar?

 

Himuro caminó tranquilo hasta la enorme pared de espejos y apoyó la espalda en ellos; no parecía en lo más mínimo afectado por sus palabras. Tenía las manos en los bolsillos y lo miraba impasible; su pose le resultaba enervante.

 

—Imagino que quedaste en una cita con la profesora Nina. —Probó una táctica diferente, comentando relajado—. Pero no te retrases por mí, sólo ve con ella, yo puedo ensayar por mi cuenta.

 

—Deja de perder el tiempo y empieza.

 

—¡Sólo admite que esto lo estás haciendo para que no pueda salir con Nijimura! —le gritó enfadado, luego soltó una risita; su enojo se había transformado en arrogancia—. Te mueres de celos. Se te nota a kilómetros. 

 

—No estoy seguro que tu limitada inteligencia te haya permitido entender mi punto. Empieza a ensayar ahora. ¿Fui lo suficientemente claro? —No hubo respuesta, pero Himuro tampoco esperó por ella. Despegó la espalda de la pared de espejos y se encaminó hasta la salida. ¿Acaso estaba huyendo?—. Te quedas una hora extra empezando desde ahora. Te tomaré el tiempo —dijo antes de abrir la puerta y salir.

 

—¡Eres un desquiciado! —le gritó a la puerta que se cerraba por inercia—. ¡Ya no te aguanto, cabrón! No te trago ni con cien litros de agua…

 

Soltó un bufido y rodó los ojos. Himuro lo había subestimado demasiado si creía que él le iba a hacer caso y se iba a quedar ahí ensayando. El papel del chico obediente no era un rol que supiera jugar; no iba con él.


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