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El Pozo por Nayen Lemunantu

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VI


 


Salió de la academia dando un portazo. Tuvo que escabullirse cual ladrón por la puerta trasera; una pequeña y metálica, que chirriaba con cada movimiento. Ahora tenía que jugar el rol de fugitivo gracias a Himuro. ¡Era el colmo! Realmente odiaba a ese sujeto.


No se molestó en mirar hacia atrás, sólo se puso bien la mochila, asegurada en ambos hombros, antes de echarse a correr calle abajo. En cierta forma, tenía miedo de dar la vuelta y encontrarse de frente con la mirada fría e imperturbable de Himuro. No quería reconocerlo, pero el tipo le ponía los pelos de punta.


Corrió todo lo que sus pulmones atrofiados por los cigarrillos se lo permitieron. Cuando se detuvo por el cansancio, varias cuadras más abajo, estaba jadeante y tenía la camiseta pegada al cuerpo. Habría seguido corriendo, lo que fuera con tal de mantenerse alejado de Himuro, pero sus pulmones no le permitieron dar un paso más; esa era la primera vez que consideraba la posibilidad de dejar de fumar.


Se desvió un par de calles a la izquierda, estaba cerca de la parada de un autobús que lo llevaría directo a su casa, y su condición física actual no le permitía darse el lujo de ir caminando.


Iba tan concentrado en mantenerse respirando, que no se dio cuenta de lo que había a su alrededor hasta que oyó una conocida voz grave y pausada teñida por el desgano. Ahí se detuvo en seco para buscar con la mirada esa silueta alta y masculina que habría reconocido en cualquier parte. Y lo encontró acompañado de quien más temía: Shogo Haizaki.


Nijimura estaba en medio de una cancha callejera de básquetbol, llevaba un balón bajo el brazo derecho y miraba con expresión severa a su acompañante, desparramado sobre una de las bancas de madera. La vista le hizo alzar una ceja; Kazunari ni siquiera sabía que su novio jugaba básquetbol.


Era obvio que una discusión se estaba llevando a cabo. La mirada de reproche de Nijimura y la actitud rebelde de Haizaki lo decían todo. Sin embargo, aunque era evidente que había un conflicto entre ambos, la química que se desprendía de sus miradas era capaz de electrificar el aire.


«¿Qué mierda significa esto? —Pensó. Su rostro dibujó de manera automática una mueca de disgusto—. ¿Este par de idiotas realmente creen que se pueden reír de mí en mi cara?»


Endureció la mirada y se encaminó a la cancha con paso seguro. Si iba a dar la pelea, lo iba a hacer con la frente en alto. Nadie pisoteaba el orgullo de Kazunari Takao.


—Nijimura… —dijo parándose entre ambos. Ninguno de los dos lo vio venir—. ¿Qué haces tú con un insecto como este? —La mirada mordaz que le lanzó a Haizaki le fue devuelta por el desprecio más puro.


Su pregunta no tuvo respuesta. Lo único que obtuvo de Nijimura fue un alzamiento de cejas y que el desgano de su mirada desapareciera por una milésima de segundos.


—No hagas como si no me oyeras, Nijimura.


—Te escuchó —respondió Haizaki—. Es sólo que decidió ignorarte. 


—Oh, disculpa. —Kazunari se giró y le habló directo a Nijimura—. No me había dado cuenta que habías dado empleo a esta miserable criatura como tu portavoz —comentó con ironía evidente—. Siempre has sido un alma tan caritativa…


Como respuesta no obtuvo más que una mirada gélida; un gesto de advertencia. Tal vez estaba tentando a su suerte, Nijimura era un tipo de cuidado. Desafiarlo así era una grosería, lo sabía, pero Kazunari Takao no le tenía miedo a nada, es más, lo retó con una sonrisa ladina.


—Takao —dijo Nijimura. Su voz se oía cansada—, ¿qué es lo que quieres?


—Creo que lo mínimo que merezco es una explicación. Después de todo lo que ha habido entre nosotros, ¿de verdad eres capaz de hacerme esto? ¿Es que acaso yo no significo nada para ti?


—Creí que este asunto ya había quedado más que claro. —Nijimura lo miró sin el menor signo de culpa o remordimiento—. Mis asuntos con Shogo no tienen nada que ver con lo que tengo contigo. Lo mejor que puedes hacer es irte a casa, Takao.


—De hecho, los hijitos de mami deberían estar en sus camas desde hace rato. —Haizaki seguía semi-recostado en el banco, su pierna derecha colgada del descansabrazos en un gesto desordenado—. Deberías apurarte antes de que tu mamita venga a buscarte en persona.


Eso ya había sido suficiente. Había tratado de ignorar la presencia de Haizaki, pero ahora le era imposible. Explotó.


—¿Por qué no te callas de una vez? ¡Maldito marginado!


Haizaki se puso de pie de un salto, sus movimientos fueron tan rápidos como los de un resorte. Kazunari retrocedió dos pasos de manera instintiva, pero al ser consciente de ello, volvió a hacerle frente. A él nada le resultaba demasiado intimidante.


—Ándate con cuidado, hijito de mami —dijo Haizaki casi a los gritos—. Mira que si no te callas y te largas de una vez, voy a terminar partiéndote la cara.


—¿Crees que le voy a tener miedo a un matonero de cuarta como tú? —continuó sin una pizca de duda o miedo—. Ya conoces ese dicho, perro que ladra no muerde.


No alcanzó a reaccionar, sólo vio el puño de Haizaki acercarse a su rostro y darle de lleno. El golpe fue sordo, brutal, le llenó la boca de sangre al instante. Cuando volvió a abrir los ojos, se dio cuenta que estaba en el suelo.


Sacudió la cabeza, tratando de despabilar, ahí se dio cuenta que Njijimura seguía de pie a su izquierda, con una pose tranquila e indiferente; no dijo ni hizo nada por defenderlo.


—Tú te lo buscaste, no vengas a quejarte ahora. —Haizaki reía como histérico.


—Bastardo infeliz… —murmuró apenas, no sabía si los otros lo habían escuchado o no—. ¡Gusano repugnante!


El dolor era insoportable, la nariz le sangraba a chorros, el labio le ardía como los mil infiernos y sentía la tibieza de la sangre bajar por su mentón y cuello hasta empaparle la camiseta. Aun así, se puso de pie para hacerle frente. No pensaba darle el gusto a ese cabrón de verlo derrotado.


—No eres más que un pobre diablo. ¡Los dos lo son! —gritó antes de escupir la sangre que tenía en la boca para que sus palabras se oyeran con claridad—. Pero tú, Haizaki, además eres un imbécil.


—¡Estás jodido! —gritó Haizaki—. Te voy a enviar derechito al hospital, pendejo.


Haizaki se le acercó con paso lento, sus labios se estiraban en una sonrisa perversa y peligrosa. Kazunari sabía cómo iba a seguir la cosa, iba a ser una paliza lapidaria. Él nunca se había peleado en toda su vida, y por el contrario, era obvio que Haizaki era todo un criminal en potencia. Apretó los dientes y se preparó para aguantar lo que se viniera, pero el ruido de pisadas a sus espaldas detuvo la arremetida de Haizaki.


—¿Qué se supone que significa esto?


Kazunari se dio vuelta tan de prisa, que se sintió mareado y tuvo que pestañar varias veces hasta recuperar el equilibrio. Cuando volvió a ver normalmente, vio los ojos serenos, la soltura de los movimientos y el porte elegante y refinado de Tatsuya Himuro. Eso bastó para sentirse más humillado que con el golpe de Haizaki y la indiferencia de Nijimura; si había una persona a la que no quería deberle ningún favor, ese era Himuro.


—¡¿Quién rayos eres tú, viejo?! —Haizaki lo miró de arriba abajo, arrugando el ceño—. Mejor date la vuelta y lárgate por donde viniste.


—Me temo que eso es imposible.


—Déjame darte un consejo —dijo Nijimura haciéndole frente. Era la primera vez que hablaba desde que había empezado la pelea, y lo hizo sólo cuando vio en riesgo a Haizaki; eso no pasó desapercibido para Kazunari—. ¡No te metas en cosas que no te importan!


—Ah, pero esto sí me importa, y no tienes idea cuánto. —El brillo frío y gris de los ojos de Himuro causaba escalofríos.


—¿También quieres que te parta la cara, viejo? —lo retó Haizaki.


—¿Estás seguro que quieres pelear conmigo, chico? —El aura peligrosa que despedía fue suficiente para hacer retroceder a Haizaki—. Sabia decisión. Ahora, por qué no se largan de aquí, si no quieren que termine llamando a la policía. —El tono autoritario, y hasta solemne de su voz, dio esa conversación por terminada.


Nijimura tomó a Haizaki por el brazo y lo sacó de la cancha, no sin antes darse la vuelta un par de veces para mirar hacia atrás por sobre el hombro. Kazunari lo siguió con la mirada todo el tiempo, la consternación le impedía sentir el dolor en la nariz sangrante y en el labio roto. ¡No quería creer que Nijimura fuera así de cretino!


—¿Qué creías que estabas haciendo? ¡Fue una insensatez de tu parte! —La voz de Himuro y el fuerte agarre de su mano en el hombro lo hicieron centrar su atención. Se dio la vuelta lento para encontrarse con una mirada preocupada y un pañuelo de cuello de hilo gris que le limpió la sangre del rostro—. ¿Estás bien? Tal vez deberíamos ir al hospital.


—¿Qué haces tú aquí? —preguntó descolocado. En cuanto se dio cuenta que Himuro seguía limpiándolo, lo apartó de un manotazo y terminó de sacarse la sangre con la manga de su camiseta—. No necesito de ningún maldito profesor.


—No —respondió Himuro con calma—, tú lo que necesitas es una niñera. 


—¡Ya lárgate y déjame en paz de una vez!


Eso era demasiada humillación por un solo día, y él no estaba dispuesto a soportar actos de compasión de quien consideraba un enemigo. Himuro no era alguien de confianza. No sabía a qué estaba jugando exactamente o qué quería de él, pero cada fibra de su cuerpo le gritaba que era peligroso estar a su lado.


—Déjame llevarte a tu casa —insistió Himuro.


—¡Basta! No necesito ni quiero de tu ayuda, entiéndelo de una vez.


—¿Es eso lo que quieres realmente?


—Habría preferido una paliza de parte de Haizaki antes que ser salvado por ti —respondió cortante. Hasta él se sorprendió del todo frío de su voz—. Supongo que eso te da una respuesta.


—Como quieras. No volveré a acercarme a ti si eso es lo que deseas. —Himuro hizo una pausa, en todo momento, no despegó su mirada suave de los ojos de Kazunari—. Pero… ¿Es eso lo que quieres? ¿Estás seguro?


«Ya no hay marcha atrás.»


—¡Por supuesto que estoy seguro! ¿Quién te crees? —dijo, y se arrepintió al instante de sus palabras—. No quiero que te me vuelvas a acercar —pronunció cada palabra muy despacio, con una seguridad absoluta.


«¡Soy un estúpido! No debí haber dicho eso.»


 


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