Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El Pozo por Nayen Lemunantu

[Reviews - 8]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

VII


 


Habían pasado casi dos semanas desde el altercado con Haizaki.


Aunque se habían vuelto a ver las caras en el colegio, ninguno de los dos hizo nada por continuar con la pelea. Kazunari quería olvidar el asunto; la desilusión que sentía era demasiada como para seguir escarbando en esa herida. Pero era extraño que Haizaki —con la fama de delincuente que lo precedía— hubiera optado por dejar las cosas como estaban; Kazunari estaba convencido que había sido Nijimura el que intervino ahí.


No sabía si eso debía amargarlo o alegrarlo. Últimamente todo lo referente a sus sentimientos era un caos total.


Ahora sabía que Nijimura conocía a Haizaki desde la Secundaria, donde ambos habían pertenecido al mismo equipo de baloncesto. Se decía que la química entre ambos había surgido desde el primer momento en que se vieron, pero que las vueltas de la vida los habían separado, haciendo que cada uno de ellos asistiera a una Preparatoria diferente. Al parecer la familia de Haizaki se había ido a vivir a otra Prefectura. No había sido sino hasta ese año, que ambos habían vuelto a verse las caras, otra vez bajo el techo de un mismo colegio.


A Nijimura no le había importado el hecho de estar enredado con alguien más. No se detuvo a pensar en cuanto tuvo otra vez a Haizaki frente a sus ojos. Así era el verdadero amor… 


Y no se hablaba de otra cosa en el colegio: Nijimura, el rebelde que nunca se había dejado atrapar, había caído en las redes del amor por causa del nuevo chico; todo un problemático. Con razón dicen que el amor es como un rayo que no se sabe dónde caerá hasta que sucede, sólo había que preguntarle a Shuzo Nijimura, por si las dudas.


Toda esa mierda se la había contado Kotaro, que últimamente había empezado a jugar a los detectives. No era que a él le importara lo que pasaba con ese par de cretinos… O al menos eso era lo que había vociferado un día en medio del casino, cuando un par de chicas del salón contiguo lo habían querido usar como tema de burla general. ¡Todos en ese colegio eran unos imbéciles y cretinos! Les encantaba hacer leña del árbol caído.


Pero Kazunari era la clase de persona que sabe salir bien parado de cualquier situación. No era ningún problema para él defenderse a punta de comentarios ácidos y filosos. Si no se iba a librar de ser el blanco de las habladurías de los pasillos del colegio, al menos se encargó de dejar bien en claro que Nijimura no significaba nada para él. Es más, se aseguró de hacer correr el rumor de que era él mismo quien decidió romper con Nijimura y no al revés. Hasta el día de hoy, nadie se había molestado en desmentir sus palabras.


Aunque eso no era una mentira del todo. Estaba encabronado, eso no habría podido negarlo aunque quisiera, pero no estaba triste, y lo que era peor, no había derramado ni una sola lágrima. No estaba seguro si se había vuelto tan buen mentiroso que ahora él mismos se había convencido de sus palabras, o si realmente no sentía absolutamente nada por Nijimura. ¿Se había estado engañando a sí mismo creyendo que lo quería? ¿Había confundido el sentimiento de triunfo de atraparlo con cariño? Y si todo eso era verdad, ¿significaba que él nunca se había enamorado?


Ya no tenía nada claro. En esos momentos, su cabeza era un caos infernal.


Otro que había cambiado su actitud en un segundo, era Himuro. Pasó de acosarlo a diario, a mostrarle una indiferencia total.


Aún no lograba comprender del todo el juego de ese sujeto. ¿Qué era lo que quería de él?


Sabía que enrollarse con un tipo mayor no era ningún juego, pero esa noche en el pub, cuando conoció a Himuro, estuvo dispuesto a jugar con fuego; en ese momento sentía que no tenía nada que perder. Nunca había estado entre sus planes tener que volver a verle la cara de nuevo. Ese tipo de cosas no sucedía cuando uno decidía tener sexo casual.


Todo era gracias a su eterna mala suerte. ¡Maldito karma! Debía estarle cobrando los pecados de por lo menos tres vidas pasadas.


No sólo había vuelto a ver de frente al sujeto con que vivió una noche de desfogue digna de un pasaje directo al infierno, sino que además, éste resultó ser nada más ni nada menos que su profesor de danza. Ahora debía verle la cara —por estricta obligación— dos horas al día de lunes a viernes.


Tal vez las cosas habrían resultado medianamente fáciles si Himuro hubiera fingido que no lo conocía. Pero eso —el muy falso, hipócrita, perverso, degenerado— lo hacía sólo cuando estaban en público, porque cada vez que tenía oportunidad de meterle mano, lo hacía sin dudar. ¡Era un pervertido de lo peor! Pero claro, todo ese acoso era sólo un juego para Himuro. Nunca lo había tomado en serio.


Y a pesar de todo, debía reconocer que esa actitud distante lo había descolocado. Le había hecho sentir un pinchazo en el pecho que no había sentido nunca antes, como una extraña sensación de vacío que no había podido llenar ni cuando se comió su almuerzo más el de Kotaro y Miyaji juntos. 


No estaba dispuesto a admitirlo, pero hasta se podía decir que extrañaba el acoso constante de Himuro. Y aunque todas las fibras de su cuerpo le gritaban que tenía que alejarse de él, había algo que lo volvía tentador, casi irresistible, como si una fuerza magnética lo atrajera hacia él.


Ahora, Himuro era la única razón por la que seguía asistiendo a esas dichosas clases de baile. Y no pensaba quedarse de brazos cruzados viendo como todo se iba a la mierda.


Ya la había cagado con Himuro cuando le pidió que se alejara de él, lo sabía, había metido la pata hasta el fondo. Pero él era un ferviente creyente de las segundas oportunidades. No sabía aceptar un no por respuesta. Desde niño le habían dicho que era demasiado testarudo, aunque él nunca lo había visto como un defecto. Después de todo, expresaba su tenacidad, ¿no? Demostraba que él no se dejaba vencer con facilidad y que luchaba por lo que quería. Así que esa tarde pensaba solucionar todo de una vez.


—¡Esto es todo por hoy! —dijo Himuro soltando un suspiro. La clase de esa tarde había sido agotadora—. Vayan a los camarines y luego pueden retirarse. Nos vemos mañana.


Se oyeron respiraciones agitadas por todas direcciones. Kazunari siempre se ubicaba en la última fila, así que pudo sentir cómo los demás chicos a su alrededor soltaban pequeños gemidos de cansancio y dolor mientras se encaminaban a la salida de la sala. Él no se movió. Esperó a que todos los demás salieran para acercarse a Himuro.


Estaba cerca de la pared de espejos, elongando la pierna derecha con la vista fija en el suelo. No se había dado cuenta de su presencia. La soltura y elegancia de sus movimientos lo congeló, se sentía como hipnotizado, no hacía más que mirar como idiota lo larga que se veía su pierna estirada y lo poderosa que se veía la otra, demarcando toda su musculatura. Sintió que la boca se le secó en un par de segundos.


—¿Se te ofrece algo, Kazunari? —Al parecer Himuro estaba absolutamente consciente de él.


—N-no… yo… —carraspeó. Cuando volvió a hablar, había recuperado la seguridad—. Me preguntaba si tenías tiempo para hablar.


—Te estoy escuchando. —Levantó el rostro y lo miró directo a los ojos. Había algo que siempre lo perturbaba en su mirada: demasiada serenidad.


—N-no, yo… ¡No me refería a eso! —Soltó un suspiro y miró en derredor, mordiéndose los labios. ¿Por qué estaba tan nervioso?—. Lo que quise decir, Himuro-san, es que me gustaría hablar contigo en privado. ¿Aceptarías ir a tomar algo ahora? ¿Un café tal vez?


—Lo siento, tengo planes —dijo mientras se ponía de pie, haciendo notar toda su altura; Himuro le sacaba una diferencia de al menos una cabeza—. Voy a salir con alguien.


¿Alguien? ¿Había oído bien? ¿Tal vez sería su novia? Nunca se le ocurrió que Himuro pudiera tener novia, y pensándolo bien, era lo más lógico. Después de todo, el muy maldito era demasiado guapo.


Cerró los ojos unos segundos, tratando de recuperar la calma. No quería que Himuro notara lo descolocado que se sintió en ese instante, ya había recibido suficientes humillaciones de ese sujeto. ¿Qué era lo que estaba haciendo ahí? ¿Quería aclarar cualquier malentendido? ¡Qué idea tan absurda había sido!


—¿Tu novia, no? Debe ser alguien tan insufrible como tú —dijo con palabras filosas, sonriendo ladino. No podía controlar la rabia que sentía, pero no se la lograba explicar.


—Es Nina.


—¿Nina? ¿Esa zorra?


—Kazunari… ella no es ninguna prostituta —dijo Himuro tratando de detener la sonrisa que se formaba entre sus labios—. Ten cuidado con el vocabulario que usas.


—¡Ay, perdón! ¿Así que estás saliendo con una mujer con la moral tan distraída como la profesora Nina? —preguntó mordaz—. En realidad no sé por qué me sorprende. Suena a algo que tú harías. Tienes un gusto de lo más decadente.


—¿En serio? Porque mis gustos te incluyen a ti.


—¡No me jodas!


Himuro rio, calmado, sin prisas, como si tuviera todo el tiempo del mundo para burlarse de Kazunari, como si fuera consciente de un secreto que solo él conocía. Levantó la mirada y la fuerza de sus ojos grises lo atravesó, lo hizo sentir transparente. No había nada que pudiera ocultarle a Himuro.


—Reconozco que eres alguien inteligente, Kazunari. La ironía se te da muy bien. Pero debes tener cuidado, tus celos son tan transparentes…


—¡¿Celos?! ¿De ti? Debes tener alguna clase de retraso mental, Himuro-san. —La insolencia en el tono de su voz, hizo sonar ese título como un insulto—. Bueno, supongo que podemos dejar eso del café para otra ocasión. No tenía nada importante que decirte de todas formas.


Himuro no respondió, sólo estiró los labios en una nueva sonrisa.


Esa actitud autosuficiente le ponía los pelos de punta. ¡Cómo lo odiaba en ese momento!


Recogió su botella de agua y salió rumbo a los camarines. Ese día necesitaba una ducha de agua fría con urgencia. Era tanta la mala vibra que irradiaba, que ninguno de sus compañeros osó acercársele esa tarde, aunque por lo general su carácter despreocupado y afable atraía a la gente como un imán. Esa tarde se duchó y se vistió en silencio; un silencio que no había sentido ninguno de los días que llevaba viniendo a la academia. Aunque tampoco pareció darse cuenta. No tenía cabeza para ese tipo de cosas.


Su cabeza sólo la llenaba Tatsuya Himuro.


¡Cuán cretino podía llegar a ser ese sujeto! Que tipo tan falso…


Cuando se volvió a vestir con el uniforme de su colegio, se echó el bolso al hombro y salió como quien lleva el diablo. Caminaba con paso firme, con la mirada fija en frente y el ceño arrugado. Ni siquiera se dio cuenta que había atravesado las puertas de la academiaX sino hasta que oyó su nombre en la boca de alguien más.


—Takao.


Escuchó una voz grave y desganada. Paró en seco y ladeó el cuello. A su derecha, con ambas manos en los bolsillos y apoyado en el pasamanos de la escalera de acceso, se encontraba Shuzo Nijimura, su —hace trece días, veintiún horas, siete minutos y contando— ex oficial.


—¿Qué haces aquí? —preguntó como por inercia—. Más bien, ¿cómo supiste dónde encontrarme?


—Le pregunté a tu amigo Kotaro —dijo mientras despegaba la espalda del pasamano y se le acercaba caminando lento, tranquilo; emanaba un aura de seguridad implacable—. Él me contó que tu vieja te había obligado a tomar clases de baile en este lugar. Creo que mencionó que era una especie de castigo. —Kazunari no pudo detectar ni el más mínimo signo de burla en su voz, muy contrario a lo que habría temido.


Nunca se había esperado esa jugada de Nijimura; ni en sus mejores sueños esperó verlo tomar la iniciativa. ¿Qué significaba eso?


—Bueno, y… ¿Qué quieres? ¿Para qué viniste?


—Te quiero a ti, ¿no es obvio?


«¿Obvio? ¿Me estás jodiendo o qué? —pensó mirándolo de arriba abajo, con una expresión que sólo reflejaba incredulidad—. ¿Acaso me quieres ver la cara de idiota otra vez, bastardo? —Sin embargo, no dejó que se exteriorizaran sus pensamientos. Ocultó su confusión bajo su clásica máscara de ironía.»


—Qué… ¿Tu nuevo juguete no te satisface?


—Mi relación con Shogo no tiene nada que ver con esto.


—¿Me quieres ver la cara? —Esta vez no pudo negar más lo que pensaba; sus labios hablaron antes de que pudiera pensar lo que decía—. Nijimura por favor, no intentes insultar mi inteligencia, porque eso sí que no podré perdonártelo. Además, todo el colegio está enterado de tu trágica historia de amor con el vándalo de Haizaki.


—El colegio no tiene idea de nada. —Nijimura exhaló un fuerte suspiro. Su voz se oía cansada, pero siempre había hablado así, como si estuviera reventado, como si cargara con un gran peso sobre sus hombros—. Además, no sabía que fueras de la clase de personas que prestan oídos a las habladurías de la gente. Tal vez me equivoqué contigo, Takao.


—¡No! Yo… —Hubo duda en su voz, pero sólo unos segundos—. Es que no alcanzo a entenderlo… Ya sabes que aprendo lento.


Nijimura sonrió, sus ojos se entrecerraron en una expresión apacible, casi enternecida. Le pasó un brazo por la cintura y lo acercó a su cuerpo, estrechándolo. Bajó el rostro hasta tocar con la punta de la nariz su cabello oscuro, y respiró hondo; Kazunari no podía negar que se sintió estremecer. Se sentía cálido estar entre sus brazos.


—Ven conmigo. —No fue ninguna petición, eso fue una orden.


—Sólo si me aclaras de una buena vez qué mierda está pasando —dijo mientras retrocedía a regañadientes. Volviendo a recuperar su espacio personal y su capacidad de pensamiento coherente—. No pienso seguir siendo el hazmerreir del colegio por tu culpa, Nijimura.


—No hay nada que entender.


—¿Qué…?


—Vamos a mi casa, hoy estoy solo.


Volvió a pasarle un brazo por la cintura, pero esta vez para guiarlo rumbo a la parada de autobús. Kazunari no reaccionó, no terminaba de creer cómo podía caber junta tanta bastardes en una sola persona. ¿Nijimura lo estaba buscando sólo porque quería sexo? No, no podía ser sólo eso. Si fuera sólo sexo, podría haberlo conseguido con Haizaki, ¿no? Si estaba ahí, era porque lo quería a él, a Kazunari Takao. Pero necesitaba una confirmación.


—Espera… Oye… qué… —Lo detuvo, pero cuando sintió los labios de Nijimura sobre los costados de su rostro ya no pudo volver a hablar. Cerró los ojos y se dejó besar. 


—Mis padres se fueron ayer y no se aparecerán en todo el fin de semana —dijo Nijimura, ignorando olímpicamente sus reproches—. Así que tenemos la casa para nosotros dos.


Sintió que su corazón se aceleraba, Nijimura siempre había tenido la habilidad para hacer que se dejara llevar. La forma en que ambos potenciaban sus malas decisiones era peligrosa, era como un espiral hacia la destrucción.


—Vamos.


Nijimura levantó una mano e hizo parar un taxi, se subió al instante. Antes de que Kazunari pudiera subir también, sintió como lo sostenían con firmeza del antebrazo izquierdo. Giró el cuello para ver la mirada dura de Himuro fija en él. ¿Qué estaba haciendo ese sujeto ahí? ¿Que acaso no tenía una cita?


—¿Qué estás haciendo? —dijo Himuro con voz ronca; casi podía decir que se oía molesto. Kazunari nunca lo había escuchado ni visto así; se veía como trastornado—. ¡Te prohíbo que vayas a algún lugar con este mocoso!


—¿Quién es usted y con qué derecho exige algo así? —Nijimura se bajó del taxi con actitud tranquila. Le lanzó una mirada fría a Himuro, sus ojos oscuros eran calculadores—. Le pido por favor que no intervenga en asuntos que no le importan, otra vez. —Al parecer recordaba a la perfección su encuentro en la cancha de básquet el día de la pelea—. ¿Nos vamos, Takao?


—¡No te atrevas! —Hasta él mismo se sorprendió por ese grito; Tatsuya Himuro nunca perdía la compostura—. Te lo prohíbo.


—Tú a mí no me prohíbes nada —respondió Kazunari, saliendo del estado de shock en que se encontraba. Miró con rudeza no disimulada a su profesor—. Además, si mal no recuerdo, tienes una cita con tu novia.


—Kazunari, escucha…


—¡No tengo nada que escuchar! —lo cortó—. Y como le dije una vez, Himuro-san, deje de interferir en mi vida.


—Ten cuidado, Kazunari —dijo Himuro recuperando la calma en un parpadeo. Su voz ahora sonaba fría, controlada en exceso—. De vez en cuando en nuestras vidas, cuando estamos arriesgando demasiado. ¡Arriesgándolo todo por nada! Suenan las campanas de la advertencia. —Kazunari lo miró descolocado. No entendía de qué mierda le estaba hablando—. El problema es que casi siempre estamos sordos debido a nuestros deseos. Nos dejamos llevar por las cosas que queremos conseguir, sin reparar en las señales a nuestro alrededor. Es muy difícil darse cuenta de las advertencias, sino hasta que ya es demasiado tarde. Asegúrate de estar atento.


—¡No sé de qué mierda me estás hablando! Pero te sugiero que me dejes en paz… Estás haciendo el ridículo.


 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).