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El Pozo por Nayen Lemunantu

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VIII


 


No había pasado ni medio segundo desde que Nijimura cerrara la puerta de su casa, cuando ya se estaban besando. Entre ellos siempre había sido así, directo, sin preámbulos ni previas hipócritas. Los dos sabían lo que querían y eran de las personas que no tienen escrúpulos para conseguirlo.


Ninguno de los dos se andaba con juegos de pendejos.


Kazunari ladeó la cabeza y abrió más la boca, dejándose explorar. La boca de Nijimura sabía a una mezcla rara entre goma de mascar de menta, pomada para labios y un sutil, pero sin duda detectable, sabor a medicamentos.


—¿Estás tomando pastillas? —le preguntó separándose un poco. Tenía el ceño arrugado en un mohín de desagrado y se saboreó el paladar antes de hablar otra vez—. Sabes raro.


—No arruines el momento, Takao.


—¿Acaso estás colado? ¿Te drogaste usando antidepresivos o algo así? Sé de un sujeto en el colegio que vende los antidepresivos de su vieja alcohólica, al parecer le va muy bien. ¡Ha sido un negocio redondo!


—Son sólo pastillas para el resfrío. Siento desilusionarte —respondió Nijimura con tono cortante. No parecía interesado en conversar—. ¿Continuamos? —Recortó la distancia que los separaba y lo sostuvo de la barbilla, uniendo sus bocas en un beso demandante.


Nijimura siempre había tenido una forma muy especial de besar; suave y delicado, pero firme. Era un sujeto muy seguro de lo que hacía, Kazunari siempre había amado eso de él, así que se dejó llevar y no volvió a hacer más preguntas. Disfrutó de la tibieza del contacto, del calor que empezó a sentir en el pecho, de la textura porosa de la lengua de Nijimura en contraste perpetuo con la suavidad de sus labios.


«—Es tan diferente besar al tipo que de verdad te gusta —pensó—. Mi Nijimura es tan distinto a ese arrogante de Himuro-san… ¡Ah, no puedo creer que esté pensando en ese sujeto en un momento como éste!»


—Nijimura… Tócame más —pidió modulando a penas, con la lengua del otro dentro de su boca. Necesitaba excitarse, sólo así dejaría de pensar en Himuro—. Tócame como tú sabes hacerlo.


—Cómo quieras… —le respondió. Kazunari pudo sentir cómo su boca se estiraba en una sonrisa encima de sus labios.


Nijimura bajó ambas manos, rozando firme con ellas los costados de su cuerpo hasta sostenerlo de la cintura. No tardó en colar las manos por debajo del blazer y en sacarle la camisa del pantalón. Pronto, era la calidez de sus manos la que le recorría la piel desnuda de la espalda, causándole un delicioso ardor al bajar marcándole la piel con las uñas.


Bajó las manos hasta su trasero y lo alzó en vilo. Kazunari no tardó en abrazarse a él con las piernas y los brazos; sabía hacia donde lo conduciría ahora. Nijimura se despegó de su boca al tiempo que se encaminaba a su pieza, no tenía ningún problema en hacerlo, el cuerpo de Kazunari era tan ligero… Lo besó en el cuello un par de veces, hasta que llegaron a los pies de su cama, donde lo dejó caer sin ningún tipo de cuidado.


Kazunari quedó inmóvil, esperando hundido entre las cobijas que amortiguaron su caída, expectante de los movimientos del otro. Por lo general Nijimura seguía una misma rutina, una rutina que sabía que a él le encantaba. Siguió de pie a los pies de la cama, mirándolo fijo. Sus ojos oscuros, que la mayor parte del tiempo mostraban un desgano total, ahora tenían una extraña vivacidad, encendidos por sus pasiones más bajas. Se mordió el labio inferior mientras deshacía el nudo de su corbata y se desabotonaba la camisa, hasta dejarla caer al suelo.


Dejó que la mirada de Kazunari le recorriera el torso desnudo. La pasión se reflejaba en el caoba claro de sus ojos, dándole una inusual tonalidad anaranjada.


—¡Dios! He extrañado tanto esto… —dijo Kazunari con la vista fija en los fuertes músculos abdominales de Nijimura. Se sentó sobre la cama, ansioso, y en un par de segundos se quitó el blazer y la corbata—. Extrañaba tanto sentirte así…


Nijimura le sonrió suave, luego, se dejó caer de rodillas en la cama y se arrastró entre sus piernas abiertas; le había dejado más que el camino libre, le había dejado una invitación a seguir. Uno a uno, le abrió los botones de la camisa hasta recorrer con las palmas de la mano su torso. Bajó la boca hasta chupar mínimo una de sus tetillas, endureciéndola al instante.


—¡Oh, sí! —susurró dejando caer la cabeza hacia atrás, arqueando la espalda en un ángulo tan pronunciado que parecía irreal.


—Esa flexibilidad es nueva… —murmuró Nijimura, alzando una ceja e hincándose en la cama para verlo en completitud—. ¿Lo aprendiste en tus clases de baile?


—¿Eh? —Kazurari abrió los ojos y lo miró descolocado unos segundos, luego respondió—: Supongo que sí. Quiero decir, el entrenamiento diario debe estar dando sus frutos, ¿no?


—A todo esto, Takao. ¿Qué pasa con ese profesor tuyo? —le preguntó entrecerrando los ojos—. Al parecer son muy cercanos.


—¿Himuro-san? ¡Claro que no! —Kazunari respondió casi a los gritos, arrugando el ceño como si esa sola insinuación lo hubiera ofendido—. ¡Yo no soporto a ese sujeto! Es un arrogante, sádico y frívolo… Hasta parece un iceberg con su cara de nada.


—Ya veo…


Nijimura no dijo nada más, pero lo inspeccionó con la mirada unos segundos. Kazunari apenas pudo soportar el peso de su mirada; de pronto se sentía como un bastardo mentiroso, así que se obligó a pensar que lo que acababa de decir no era más que la verdad.


Necesitaba pensar en otra cosa que no fuera Himuro.


Levantó ambas manos y delineó el abdomen de Nijimura, hasta que sus dedos se perdieron en la pretina de su pantalón. Le tocó el miembro por sobre la ropa, sintiendo el bulto caliente y duro que formaba. Hubo un contacto visual mínimo junto a una sonrisa pícara, antes de que usara las dos manos para abrirle el cierre del pantalón.


—¡Uf! Hace calor aquí, ¿no? —comentó como por casualidad, colando la mano dentro del bóxer.


Dejó que sus dedos se perdieran en la humedad de unos vellos rizados y espesos, cuando toda su experiencia sensitiva era dominada por el tacto. Le excitó sentir el calor de la zona más íntima del cuerpo de Nijimura, sentir el olor que emanaba de él. La punzada de placer que le provocó, hizo que una corriente eléctrica se instalara en la punta de su miembro y se desparramara hasta su pecho en una lenta ola de calor.


Pero Kazunari quería más que eso…


Con lentitud, bajó el bóxer de Nijimura y expuso su miembro, erguido, palpitante. Se relamió los labios con la vista fija en él, y sólo alzó la mirada un par de segundos para echar un vistazo a sus ojos oscuros antes de bajar la cabeza otra vez para llevarse el miembro a la boca. Recorrió con la lengua toda la extensión antes de apretar los labios como un anillo en torno al glande, bajando lentamente hasta la base.


—¿Te gusta? —le preguntó dando pequeñas lamidas en la punta.


—Sabes que sí.


Kazunari sonrió y volvió a meterse el miembro de Nijimura a la boca. Estaba resbaloso, así que éste entraba y salía de sus labios apretados con facilidad. Había empezado a masturbarlo, moviendo la mano muy lento cerca de la base, cuando el timbre de un celular los interrumpió.


Nijimura soltó un jadeo y se despegó abruptamente de su boca. Kazunari lo miró descolocado por varios segundos antes de creer lo que estaba haciendo: Nijimura sacó el celular que tenía en el bolsillo trasero de su pantalón, caminó alejándose de la cama, y respondió.


—¿Sí? —Habló fuerte y claro, sin el menor signo de perturbación en su tono—. No, no estoy haciendo nada importante, dime.


Kazunari soltó un jadeo de consternación.


Y así, tal como había dicho Himuro, las campanas de la vida habían estado sonando. Tal vez durante mucho tiempo, pero él había necesitado que tocaran la melodía de Wake me up when september ends para darse cuenta. Y eso que la había escuchado, había tenido suerte.


Se puso de pie y recogió su chaqueta del suelo, se volvió a abrochar los botones de la camisa, recogió su corbata y salió de la pieza.


—Takao, espera. —Oyó la voz controlada de Nijimura hablándole desde el umbral de la puerta, pero no volvió la cabeza. Nijimura era un cretino integral. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?


—¡Espero que duermas bien, tarado! —gritó a todo pulmón antes de dar un portazo que resonó por todo el edificio.


 


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