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El Pozo por Nayen Lemunantu

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TERCERA PARTE

 

 

La Luz

 

 IX

 

Recién estaba iniciando el primer receso de la tarde cuando Kazunari tuvo que prácticamente correr hacia el baño. Los casi dos litros de jugo que le había robado a Miyaji le estaban pasando la cuenta. Por primera vez desde que lo había conocido, se replanteó la conveniencia de seguir con sus bromas; sobre todo las que implicaban tomarse dos litros de un aquereso jugo de piña que ni siquiera le gustaba.

Entró al baño a la carrera y se encerró en uno de los cubículos. No usó los urinarios, porque nunca le había agrado la idea de ser observado mientras meaba. Igual, a esa hora no había nadie en los baños del tercer piso, pero la fuerza de la costumbre fue la que lo hizo usar el cubículo.

Se abrió el cinturón y el cierre con dedos torpes por la urgencia; apenas podía esperar un segundo más, y cuando por fin pudo mear en paz, la sensación de relajo le recorrió el cuerpo en una placentera y lenta ola de calor. Aún no había terminado de mear cuando sintió el chirrido de la puerta al abrirse y el portazo que le siguió después de un par de segundos. Por la cantidad de pasos que se oían contra el suelo de linóleo negro y blanco, supo que eran varios.

—Creo que hay alguien en el baño —dijo una voz masculina que no pudo reconocer.

—Da igual. —Esta segunda voz, más grave, algo desganada, la reconoció al instante: era Nijimura—. Dame lo de siempre.

—Como quieras. Son noventa y seis yenes.

Kazunari dejó de mear al instante, y prestó toda su atención a la conversación que había afuera. No sabía si de verdad ya se le habían pasado las ganas de seguir meando, o si era sólo por la curiosidad. Como fuera, no prestó más atención a su cuerpo, se terminó de subir los pantalones y apegó la oreja a la frágil pared de la puerta. Parecían estar haciendo alguna especie de transacción.

—Ya sabes las indicaciones —dijo la primera voz—. Con una quedas prendido. Con dos te vuelves loco. ¡Pero tío, si tomas tres, te mueres!

—Ya lo sabemos, idiota —dijo una tercera voz, por el timbre grave y nasal, supuso que se trataba de Haizaki—. No es la primera vez que compramos. ¡¿Qué te crees?! ¡Nos ves cara de novatos!

—Yo sólo decía —replicó el otro—. No quiero que se me muera ningún cliente.

—Danos las pastillas —ordenó Nijimura.

Se oyó un intercambio de cosas, como de papeles arrugados y el conteo de muchos billetes. Luego de unos minutos, una risa suave resonó por las paredes lisas del baño.

—Un placer hacer negocios contigo, Nijimura-kun —dijo el primer sujeto—. Nos vemos.

Kazunari se enderezó en su sitio y esperó a que el portazo le confirmara que el traficante más célebre del colegio se había ido. Nunca se le había pasado por la cabeza que Nijimura pudiera estarle comprando droga a él, pero para empezar, había muchas cosas que Nijimura había hecho en el último tiempo y que jamás se esperó de él. Esto, después de todo, era sólo la guinda de la torta.

Salió del cubículo sin hacer contacto visual con los otros dos y caminó tranquilo hasta los lavamanos.

—Insecto —saludó Haizaki con toda la sutileza que lo caracterizaba.

—Haizaki, tú siempre tan encantador —respondió Kazunari mordaz. No estaba entre sus planes dejarse humillar, ni siquiera frente al sujeto que le había partido la cara—. Eres todo un caballero, de esos que ya no quedan.

—¿Qué haces aquí?

—¿Tu qué crees, genio? Mear.

—No quieras pasarte de listo conmigo.

—¿Cuánto alcanzaste a escuchar? —Esta vez, fue Nijimura quien interrumpió la arremetida rabiosa de Haizaki. Miraba fijo a Kazunari, con una expresión terriblemente seria.

—Todo —respondió tranquilo—. Estaba en el baño antes de que ustedes llegaran.

Nijimura soltó un suspiro y por primera vez desde que Kazunari salió del cubículo, desvió la mirada de él.

—A decir verdad, esto es sorprendente. —Kazunari terminó de enjuagarse las manos y miró a Nijimura a través del espejo—. Nunca creí que fueras un colado que se abastece del dealer particular de la escuela, Nijimura. Supongo que es gracias a las malas juntas. —Se dio la vuelta y le lanzó una mirada distante a Haizaki—. ¡¿Quién iba a pensarlo?! Al final mi vieja tenía razón, las malas juntas hacen cosas terribles.

—¡Qué manera de hacer el idiota la tuya! —Haizaki soltó una carcajada—. Además, se te nota lo arrastrado a kilómetros… Esta escena es porque estás celoso, ¿verdad?

—¡Vaya! La verdad es que ustedes dos quedan la mar de bien; son el uno para el otro —Kazunari les lanzó una mirada de superioridad, pero terminó de hablarle sólo a Nijimura—. Así que quédate con este esperpento que ahora tienes por novio. A mí me tiene sin cuidado lo que hagas, incluyendo ser un maldito drogadicto.

—No es lo que crees, Takao.

—Ahórrate las explicaciones. No me importa, ya te lo dije

—Esto no es para mí —dijo Nijimura mostrando una bolsa de papel marrón con una cantidad considerable de cajas de medicamentos. Había varios que Kazunari sabía que servían contra la depresión; se los había visto a su madre con frecuencia luego del divorcio—. Bueno, no todos al menos.

—¡No le debes ninguna explicación, Nijimura! —gritó Haizaki chasqueando los labios de disgusto—. Menos a un insecto como éste.

—Yo sólo consumo los energizantes —continuó Nijimura como si no hubiera oído las aprensiones de su compañero—. Se me ha hecho difícil últimamente con la escuela, el trabajo de medio tiempo y el hospital.

—¿Trabajo? ¿Hospital? —Kazunari lo miró descolocado—. ¿De qué estás hablando?

—Mi padre está enfermo —dijo Nijimura con sequedad, no se transparentaba ningún sentimiento a través de su declaración—. Hace más de un mes que está hospitalizado. Luego de eso, tuve que buscarme un trabajo de medio tiempo. —Soltó un suspiro largo y se sentó en uno de los lavamanos—. La mayoría de estos medicamentos son para él —dijo levantando la bolsa de papel—. Si los consigues así son más baratos que en el mercado.

—¡¿Por qué no me habías dicho nada?! —gritó Kazunari, encarándolo incrédulo—. ¿Por qué se lo dijiste a él y no a mí? —preguntó indicando con un gesto despectivo a Haizaki, quien lo miraba apático, recostado contra la puerta—. ¿Cómo es que él se ganó tu confianza por sobre mí?

—La madre de Shogo es médico —explicó Nijimura impasible—. Se dio la casualidad que ella atendió a mi padre, por eso Shogo y yo nos volvimos a reencontrar.

—Entonces… ¿no hay nada más entre ustedes?

—Shogo es un gran amigo, ha sido un apoyo para mí en esta situación; las cosas han sido difíciles últimamente —reconoció Nijimura. Haizaki bufó, incómodo con este tipo de declaraciones—. Pero no hay nada más entre nosotros.

—Pero esa vez en el baño… ¡Aquí mismo! —gritó Kazunari, descolocado—. Ustedes estaban…

—Shogo estaba guardando una de las cajas de medicamentos en mi bolsillo. Yo no la quería aceptar, no me gusta deberle favores a nadie.

—Bueno, ya hicimos todo el drama telenovelesco que le gusta a este insecto —dijo Haizaki cruzándose de brazos—. Debemos irnos.

—Espera —le dijo Nijimura—, necesito dejar una última cosa en claro. Que yo no tenga nada con Shogo, no significa que ésta sea una especie de declaración de amor hacia ti. —Nijimura se puso de pie y guardó la bolsa con medicamentos en su mochila. Ni siquiera se dignó a mirarlo a la cara—. En estos momentos sólo tengo cabeza para pensar en mi padre. No puedo comprometerme con ninguna otra persona.

Kazunari parpadeó sorprendido. Probablemente esa era la conversación más sincera que hubiera tenido nunca con Nijimura.

—Descuida —le dijo, calmado—, lo que hubo entre tú y yo es historia vieja y sin importancia.

—Es un adiós entonces…

—Espero que tu padre mejore —dijo con tacto, Nijimura sólo sonrió en agradecimiento antes de darse la vuelta y salir.

—Espero que no abras la bocota con respecto a este negocio —advirtió Haizaki antes de seguir los pasos de Nijimura—. Si lo haces, te arrepentirás.

—¡No soy ningún soplón!

—Bien, estamos en paz entonces.

—Claro, cretino… 

 


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