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Destinatios without destination por Asamijaki

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Desde hace una semana Kuroo no fue a la escuela.

Cada día antes de irse, Kenma iba a la casa de al lado, pero la madre del otro, sólo le decía que no se sentía bien.

El día del cumpleaños de Kuroo, había sido internado al hospital por sus fuertes dolores de cabeza. Por lo que el castaño sabía, sus oídos no paraban de zumbar. Debía ser insoportable para hacer sucumbir a alguien como su amigo, el cual no lloraba después de una caída o se quejaba al estar enfermo con gripe.

Y Kenma, no pudo verlo hasta ese día. No lo dejaban pasar al hospital al ser sólo un niño, y los padres de este estaban demasiado ocupados con las atenciones a su hijo, que Kozume no podía si quiera encontrar un momento para preguntarles sobre el estado del mayor.

—¿Qué necesitas? —la dulce y maternal voz de una anciana hizo que el niño se sobresaltara. Había entrado a la tienda deportiva por puro impulso. Hace unas semanas, había visto como su compañero quedaba embelesado ante algunas cosas en la vitrina.

Había ahorrado lo suficiente para un nuevo video juego, pero...

—Eso —señaló distraídamente a uno de los objetos en las vitrinas—, ¿Cuánto vale?

El sonido de la caja registradora cerrándose fue lo último que escuchó el niño antes de abandonar la tienda, en sus manos se encontraba una bolsa con el logo de la misma.

Había pensado desde hace un tiempo en utilizar el dinero que había ahorrado en un nuevo juego, en realidad, parte de la secuela de su saga favorita. Aun así, Kuroo lo merecía, si podía hacer algo para hacerle sentir mejor, lo haría.

En esos últimos años, había sido su mejor compañero, incluso le había cuidado cuando caía enfermo, claro, que igual la madre de este ayudaba mucho en ello.

Ese día, la señora de la casa le había mencionado cortamente por la mañana, que el niño mayor se sentía mejor. O bueno, ya no tenía que gritar hasta en las punzadas en su cráneo pararan.

Tocó la puerta de la residencia de la familia Kuroo, y esperó a que abrieran, había ocultado aquella bolsa en su mochila, y con anticipación había cambiado su ropa en casa.

—Oh, Kenma-kun —la mujer había abierto en menos de un toque, con una bolsa en mano, y bien arreglada—. Voy saliendo, ¿Quieres ver a Tetsurou? Ahora está durmiendo, pero puedes pasar si quieres —Kozume asintió, aceptando las peticiones de la mayor—. En el microondas hay waffles, y si vas a estar arriba, ponle seguro a la puerta, ¿Sí? —mencionó algo apresurada, revolviendo gentilmente los cabellos ajenos, para luego desaparecer en la entrada.

Kenma se quitó los zapatos con tranquilidad y le puso el seguro, como la mujer le había dicho.

Subió las escaleras, y efectivamente, el niño azabache se encontraba en cama, con la cabeza entre una almohada, la cual le cubría los extremos, Kenma sabía que esa rara forma de dormir, era la que este adaptaba para sentirse más cómodo.

Dejó su mochila a los pies de la cama de este, y se sentó al lado de sus pertenencias, sacó su vieja y confiable consola del bolsillo más pequeño de su maleta, y bajó el volumen para no interrumpir los sueños del otro.

Ya había esperado una semana para verle, y no le molestaba esperar unas horas más.

Kozume echó un último vistazo a la habitación del otro, no sabía exactamente de qué colores eran las paredes, o los pósters de voleibol y otras series animadas en ellas. La cama, los muebles...

Ni siquiera sabía de qué color eran los ojos de su amigo.

Sabía que su "condición" no era normal. Sabía que era cuestión de encontrar a su persona destinada, para que por fin, todo volviera a la normalidad. Pero esa era su definición de normal. Desde que tenía memoria o antes, su mundo era de esos tonos opacos; no se quejaba, realmente, le daba igual, como todo. 
Aunque, era un situación algo cómica cuando le preguntaban sobre su color favorito.

Incluso tenía problemas por ello, en las calles, cuando paseaba por sí sólo, aprendió que debía estar atento a las acciones de los otros, al cruzar la calle, no sabía de qué color estaba puesto el semáforo.

Igualmente, al comprar cosas, era como ver toda la ropa de la tienda igual.

Al comprar el regalo de Tetsurou, casi compra un par de tenis "verdes fosforescentes", según la señora de la tienda.

Después de un tiempo, el niño gamer, escuchó unos leves murmullos por detrás de sí; cerró la consola y volteó hasta el otro, que se encontraba aún dormido, pero parecía estar removiéndose en sueños.

—Tokyo... —susurró mientras se movía tanto, que había sacado la cabeza de su almohada.

—Kuro. —Lo movió un poco, tratando de sacarlo de aquel sueño.

Tetsurou abrió los ojos de golpe, y Kenma dio un paso hacia atrás.

—¿Kenma? —parpadeó un par de veces, y se restregó los ojos, hacía un tiempo no veía a su mejor amigo, y por un segundo, pensó que era un sueño—. ¿Qué haces aquí?

—Tu mamá me dejó pasar —bajó sus pestañas, paseando su mirar por toda la habitación, exceptuando el rincón donde se encontraba el dueño de la misma. Era una mala costumbre que Kozume tenía a veces—. Hay Waffles en el micro —mencionó algo distraído.

—Oh, genial, supongo —El mayor se incorporó con ayuda de sus codos, sentándose sobre la cama.

Examinó con brevedad al otro, no lucía tan pálido como aquel día. Sabía que se había pasado un buen tiempo con aquellos dolores insoportables, y probablemente, Kenma se había preocupado (a su manera) por él. 
No sabía sí decirle o no.

—¿Cómo ha estado la escuela? —preguntó, saliendo de su cohibición, en un intento de recuperar un ambiente más cómodo para ambos.

—Me han dado unos apuntes para ti —mencionó el chico menor en edad, bajando su mirada, para volverla hasta su mochila.

—Ah, ya veo —murmuró mientras veía al otro hurgar entre sus pertenencias.

Los movimientos de Kozume eran algo vagos y más torpes de lo normal, este sería el momento más oportuno para decirlo, ¿No?

En esos momentos, el tren de pensamientos de Kenma estaba en otro lugar, hoy, y toda esa semana, había recibido una atención horrorosamente innecesaria; por si no fuera poco, sus compañeros le atosigaban con preguntas, de porqué los de quinto grado le buscaban (ellos, preocupados por Tetsurou).

Él no era una persona muy social, pero poco le importaba, porque tenía a Kuroo, y eso era todo lo que necesitaba.

Sí, Kenma a sus 9 años, ya había aceptado el amor, pero no el que el mundo quiso darle, porque ya estaba enamorado de su mejor amigo.

En sí no lo pensó mucho, desde el momento en que Tetsurou hizo que su mundo fuera menos opaco, lo supo. 
Sacó las notas que le habían dado para el otro niño, y rozó con sus dedos la bolsa de la tienda deportiva.

Mordió su labio, y por alguna razón, sintió un suave cosquilleo en la punta de sus dedos.

—Kenma —escuchó la voz del otro a sus espaldas.

— ¿Si? —soltó de una forma floja, mientras sacaba de su mochila aquella bolsa, fuera del campo de visión de Tetsurou gracias al colchón.

Seguramente le gustará.

—Empecé a escuchar la voz de mi Alma Gemela.

 


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