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Amor y otras obsesiones por Syarehn

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Notas del capitulo:

Agradecimientos especiales a Kyohaku Neshii por ser mi beta en esta locura.

Género: Canon-Divergence, romántico.
Advertencias: Lemon (largo y sin sentido).
Resumen: La Corte sólo parece hablar de una cosa: Robb Stark tiene una amante. Y las conclusiones de Tyrion no dejan de rondar la cabeza de Jaime.

RUMORES

 

 

—¿Escuchaste lo que se dice de tu hermano?

 

La voz arrogante de Joffrey le confirmó a Jaime que verse forzado a escuchar las tonterías de Robert no era lo peor que podría ocurrirle como miembro de la Guardia Real. Ser niñera de un mocoso altanero y malcriado sí.

 

—No, mi Príncipe —contestó Sansa dócilmente, caminando al lado de Joffrey mientras él los miraba lleno de hastío a una distancia prudente.

 

—Dicen que tiene una amante, justo aquí, en King’s Landing —continuó Joffrey—. Dicen que sale por las noches a verla. Seguramente se trata de una ramera cualquiera.

 

—Son sólo rumores, Majestad —se apresuró a contestar—. Mi hermano sería incapaz…

 

—¿De follarse a una puta? ¿Por qué? ¿Acaso no puede?

 

Sansa apretó los labios tratando de ocultar su molestia, aunque no llegó a lograrlo del todo.

 

—Robb es el Lord de Winterfell ahora que mi padre se encuentra aquí y no deshonraría ese título tomando una amante.

 

Jaime sonrió, admirado con la respuesta firme pero educada de la chica, sin embargo, Joffrey soltó una carcajada estridente.

 

—¿Deshonrar su título, dices? —se burló—. Tu padre engendró un bastardo y tu preciado hermano no debe ser diferente.

 

Sansa no discutió más y Jaime entendió que no era por falta de argumentos, sino porque discutir con Joffrey era una pérdida de tiempo y esfuerzo. No obstante, mientras caminaba de forma monótona tras ellos, se dijo que Joffrey tenía algo de razón, aunque éste ni siquiera lo supiera, pues incluso el más honorable de los hombres encontraba al menos una vez en la vida algo a lo que no podía resistirse.

 

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—No es común verte pensativo —dijo Cersei, deteniéndose a su lado mientras Robert caminaba varios metros al frente con Ned Stark.

 

—Joffrey se casará en una semana así que tu amado esposo estará más eufórico que nunca —le recordó—. Y para mi desgracia lo que dicen es cierto: el Rey defeca, la Mano limpia y la Guardia Real se deshace del excremento —ironizó.

 

—Ya deberías estar acostumbrado —concluyó ella, con una sonrisa sarcástica entre sus finos labios—. Y ya que mencionas a los Stark, ¿no te parece que la llegada del joven Lord del norte ha dado mucho de qué hablar? —Jaime la miró atento, dejando que su silencio diera pauta a que su hermana continuara—. ¿No lo sabes? Robb Stark tiene una amante —reveló, notando de inmediato el cambió en las facciones del rubio—. Las marcas en su cuello son evidentes a pesar de su empeño por ocultarlas y las sirvientas no creen que pase las noches en su cama. Aun así, ni Littlefinger ni Varys han logrado descubrir a dónde va.

 

—A un burdel, ¿a dónde más?

 

—En verdad eres el Lannister más estúpido —se mofó. Jaime frunció el ceño—. Si visitara un burdel todos sabríamos la identidad de la zorra a quien se está follando, de modo que no es una prostituta —explicó, como si fuera lo más obvio—. Debe tratarse de una chiquilla perteneciente a una casa menor o alguien de la servidumbre.

 

—¿Y qué importa? ¿Planeas chantajearlo cuando sepas con quién se enredó?—espetó Jaime. Su tono sonó demasiado seco sin proponérselo, haciendo a Cersei mirarlo intrigada, aunque lo dejó pasar.

 

—Tal vez —dijo desinteresada—. En realidad es su meticulosa cautela lo que despierta mi curiosidad —admitió, pero como respuesta sólo recibió un «mm» llenó de fastidio. Cersei afiló la mirada—. Si no te conociera y su aversión mutua no fuera tan evidente, diría que la situación te molesta.

 

Jaime rodó los ojos sin replicar nada, sin embargo, la simple imagen mental del heredero de Winterfell yaciendo con una chica le amargaba la mañana.

 

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Se acercó al balcón al escuchar el sonido de espadas chocando y al asomarse al jardín se encontró  a Jory Cassel entrenando con el chico del que toda la corte parecía estar hablando. Jaime se quedó unos momentos mirándolo, estudiado la forma en que se desplazaba blandiendo la espada y se dijo que aunque Robb Stark no era el mejor espadachín tampoco lo hacía mal. Un mejor oponente seguro le ayudaría.

 

Sonrió sin que fuese consciente de ello, notando su mirada de concentración y su respiración agitada, detallando sin reparos su rostro hasta llegar a las veladas marcas purpureas en la base de su cuello. Cersei tenía razón: trataba en vano de ocultarlas.

 

—¿Sabes qué es lo divertido de los chismes? —La voz de Tyrion lo devolvió a la realidad.

 

—¿Qué? —preguntó, sin dejar de mirar la danza de espadas.

 

—Que por milagro de los Siete todos parecen saber algo. Todos afirman recordar palabras o acciones de los involucrados que antes no tenían sentido pero que de la nada comienzan a encajar —explicó—. Lo curioso con el caso Stark es que nadie sabe nada.

 

—Quizá sí es sólo un rumor —sugirió Jaime, desinteresado. Tyrion negó con la cabeza.

 

—Yo tampoco creería que el primogénito de nuestro distinguido y siempre recto Lord Mano se conseguiría una amante justo frente a las narices de su estoico padre.

 

Jaime rió sin poder evitarlo.

 

—Pareces demasiado seguro de que es verdad.

 

—¡Porque lo es! Y no habló de las marcas que bien podrían pasar como moretones de un entrenamiento, sino de su sonrisa de idiota enamorado. —Jaime se giró en automático hacia Tyrion—. ¿Qué nadie nota nada aquí? —ironizó—. Los jodidos Stark no van por ahí enlodando su preciado honor sólo por sexo —afirmó, y por primera vez no pudo descifrar lo que Jaime estaba pensando así que se mantuvo atento, tratando de leer sus expresiones—. Viene a la Capital cada que tiene la excusa; está frecuentándola. No se trata de una amante ocasional. La ama. Quizá hasta la convierta en la próxima Dama de Winterfell.

 

—Y seguramente Lady Catelyn aceptará gustosa que su primogénito despose a una prostituta. —Tyrion enarcó una ceja. Había algo en el tono irónico de Jaime que lo desconcertaba, algo a lo que no podía encontrarle la emoción principal pero que sonaba a incomodidad, a burla y definitivamente a molestia.

 

—A menos que no se trate de una.

 

Jaime lo miró a los ojos, suspicaz.

 

—Sabes quién es, ¿no es cierto? Por eso suenas tan convencido.

 

—Sé que no es una puta.

 

—Lo sabes —confirmó, sonando apremiante—. Dilo ya, te mueres por hacerlo.

 

—Y al parecer tú te mueres porque lo diga —dijo Tyrion con una sonrisa presuntuosa, sabiendo que tenía la total atención de su hermano—. Se trata de una plebeya, una curandera. Según sé, viene de Volantis. Bronn lo ha visto salir de su pequeña casa en el Lecho de Pulgas pero Stark ha sido lo suficientemente astuto para no llamar la atención a pesar de acudir durante el día. —Tyrion notó la irritación ardiendo en los ojos de su hermano así como sus manos apretando de más el borde del balcón sin que el mismo Jaime fuese consciente de ello—. Bronn dice que la chica tiene su encanto. ¿Quieres saber cómo se llama?

 

—¿Por qué habría de interesarme?

 

—No lo sé, eres tú quien parece un marido celoso. —Jaime lo miró con una mezcla de indignación y enojo que sólo ensancharon la sonrisa de Tyrion—. Pero no voy a cuestionarte todavía —habló antes de que Jaime pudiera argumentar algo y comenzó a andar de vuelta al interior, deteniéndose al cabo de varios pasos—. Por cierto, su nombre es Talisa Meagyr.

 

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Sus pasos hacían eco en la vieja sala donde Robert había abandonado los cráneos de dragón; esa noche era su turno haciendo la última ronda en las mazmorras pero él estaba lejos de prestar atención a su labor.

 

«Talisa Maegyr.» Gruñó en su mente, maldiciendo a Tyrion por poner ese nombre en su cabeza.

 

—Luces distraído, Matarreyes —dijo una voz a su espalda, y tuvo que admitir que en verdad debía estar muy distraído si no había notado antes la presencia del otro.

 

Jaime se giró, teniendo decenas de respuestas ingeniosas en mente, pero los labios de Robb sobre los suyos fueron más rápidos y él no dudó en recibirlos. Arrojó a un lado la antorcha que llevaba, sujetando al castaño por la cintura justo como había estado deseando hacer el día entero.

 

—Llevas tres días aquí y ya eres el tema central de toda la corte —se burló, desplazando sus labios por el cuello del castaño y deteniéndose en las marcas que él mismo había hecho en noches anteriores—. Todos saben que te acuestas con alguien.

 

Robb rió por la bajo, ladeando el rostro y enredando sus dedos en el cabello rubio

 

—Nunca imaginarían que eres tú.

 

—No, pero tal vez sea tiempo de hacerles saber a quién le perteneces.

 

—Y cuando lo hagas mi padre pondrá tu cabeza en una pica antes de enviarme al Muro —murmuró, con ese tono bajo y deseoso que enloquecía a Jaime.

 

—¿Para que corrompas a los Hermanos de la Guardia Nocturna? No lo creo —dijo divertido, deshaciendo apresuradamente los amarres en la camisa del chico, agradeciendo que el clima de la Capital lo orillara a vestir mucho más ligero—. Tu debilidad por los caballeros juramentados es innegable.

 

—Sólo si usan capas blancas —reconoció Robb, porque sí, le excitaba ver a Jaime enfundado en su galante armadura dorada y saber que su estatus de Guardia Real era una razón más para que lo suyo fuese prohibido. Jaime sonrió presuntuoso, ansiando más del intoxicante roce entre sus cuerpos, pero la molesta armadura le impedía sentir a Robb como quería. Sin embargo, cuando hizo el amago de quitársela, el castaño lo detuvo—. Déjatela —ordenó.

 

Jaime enarcó una ceja.

 

—No puedo follarte teniéndola puesta.

 

—¿Quieres apostar?

 

Las manos de Robb descendieron por debajo de su cintura, donde la armadura estaba compuesta por cota de malla. Los anillos que la conformaban la hacían más maleable que el resto y sólo debía hacerla a un lado, deshacerse del molesto pantalón y tendría acceso a lo que deseaba. Sonrió triunfal cuando sus dedos recorrieron directamente la longitud de su amante, liberándola de su confinamiento y haciendo jadear a Jaime.

 

El resto ocurrió casi por instinto; Jaime empotrándolo contra las portentosas fauces de Balerion. Robb desatando los amarres restantes en su propia ropa, quitándose sólo lo necesario. Jaime tomándolo por ambos muslos, levantándolos y colándose entre ellos. Robb enredando ambas piernas en la cintura del rubio, conteniendo su voz al sentirlo presionando tentativamente contra su entrada.

 

—¿Ansioso? —murmuró Jaime en su oído, aunque él se encontraba en las mismas condiciones.

 

Robb no contestó, simplemente impulsó la cadera hasta hacer que la punta de aquella rígida virilidad se hiciera espacio en su interior, arrancándoles más de un gemido en el proceso. Y Jaime dejó de contenerse, encendido al ver a Robb así; tan excitado como para hacerlo en las sucias mazmorras a sabiendas de que alguien podría bajar, tan desesperado por tenerlo dentro sin preparación alguna. Pero era justamente ese conjunto lo que tenía al chico jadeando contra su hombro. Eso y saber que lo que estaba rozándole la espalda eran los colmillos del dragón más grande que había pisado Westeros aunado al sonido seco y la ruda fricción de la armadura de Jaime tras cada embestida.

 

—¿Esto era lo que buscabas cuando bajaste aquí? —La voz del rubio sonó rasposa y llena de deseo, deleitándose a cada centímetro que avanzaba dentro y fuera de sus estrechas paredes.

 

Robb sonrió, mordiendo su cuello en respuesta. No obstante, un sonido lejano llamó su atención.

 

—Espera —murmuró, saliendo repentinamente de la bruma de placer en que se hallaba—. Jaime, espera… —insistió—. Alguien…

 

Los labios de Jaime no lo dejaron terminar pero sus movimientos se tornaron lánguidos y profundos, casi silenciosos, haciéndole saber que él también había escuchado algo.

 

No pasó ni un minuto cuando el sonido tomó la forma de risas femeninas acompañadas por una voz más grave y pastosa que Jaime reconoció de inmediato como la de Tyrion. Tyrion ebrio. Pero lejos de preocuparse por ser descubierto, su mente lo abofeteó con lo que su hermano le había dicho esa tarde: «Se trata de una plebeya, una curandera […]. Bronn lo ha visto salir de su pequeña casa en el Lecho de Pulgas.»

 

¿Cómo pudo olvidarlo si había pasado horas maldiciendo a la curandera desconocida? E irremediablemente sus celos se vieron reflejados en la forma casi frenética con la que retomó sus movimientos. Robb soltó un gemido gutural por la sorpresa, mirándolo confuso y buscando los labios de Jaime para acallar sus gemidos, sin embargo, el rubio lo detuvo a pesar de que las voces se escuchaban próximas; debían estar cruzando los pasillos aledaños hacia las escaleras del fondo.

 

—¿Quién es Talisa Maegyr? —preguntó, con más molestia de que deseaba mostrar.

 

Robb contuvo el aliento unos momentos; si abría la boca no serían palabras lo que emitiría.

 

—¿Eso importa? —musitó desafiante pese a su voz agitada. Jaime gruñó.

 

—¿Quién mierda es Talisa y por qué Bronn te ha visto salir de su casa? —repitió, rozando su entrada con su índice sin dejar de penetrarlo, amenazando con hacerlo entrar también.

 

Robb recargó la cabeza contra los dientes del dragón mientras ahogaba un gemido desesperado, no sólo a causa de la hipersensibilidad en la zona, también porque sólo imaginar que de verdad lo haría le calentaba la sangre.

 

—¿Enviaste… a tu mercenario a seguirme? —preguntó con dificultad, tratando de no entrecortar las palabras y sonar menos desesperado de lo que estaba, pero Jaime tenía el control y el simple vaivén de su cadera lo obligaba a cerrar los ojos y morderse los labios.

 

Las risas seguían acercándose peligrosamente.

 

—No me hagas repetir la pregunta, Stark.

 

—Y tú no me digas que estás celoso —se burló entre trabajosos suspiros, obligándose a convertir sus necesitados gemidos en jadeos mudos.

 

El rubio se quedó quieto un instante dentro del cálido interior de Robb al escuchar los pasos a unos cuantos metros, y cuando se detuvieron Jaime estuvo seguro de que estaban en la entrada.

 

—Y ahí… —hipó Tyrion al otro lado de la pesada puerta—. Ahí están los dragones —afirmó arrastrando la voz. Jaime sintió la marejada de adrenalina inundando su sangre y se relamió los labios antes de dejar que su índice acompañara a su miembro dentro de la ocupada entrada del chico—. Tienen que ver esas cosas. —Robb le mordió el cuello con fuerza para no gritar, aferrándose torpemente a uno de los largos colmillos de Balerion mientras su otra mano arrugaba la capa blanca de Jaime—. Pero será en otro momento, ahora quiero… —hipó—. Quiero más vino ¡Y más mujeres!

 

Las risas estruendosas de sus acompañantes opacaron la trabajosa respiración de Robb, que intentaba acoplarse al desvergonzado movimiento del índice de Jaime y a sus suaves embestidas. Las voces comenzaron a alejarse, diluyéndose en la penumbra de los pasillos y Jaime supo que Tyrion no volvería esa noche.

 

—Eres un bastardo —le recriminó Robb, pero estaba sonriendo y Jaime arremetió contra su cuerpo con renovadas fuerzas sin que él pudiese hacer algo más que retorcerse.

 

El mayor sonrió de lado. Quería terminar de romper el autocontrol del chico pues una parte de él había deseado que Tyrion abriera la puerta o que Robb no hubiese podido contenerse y su voz anhelante despertara a todo el castillo, dejando que se enteraran que era él quien hacía que el perfecto hijo de Ned Stark abandonara sus deberes en el Norte para saciar su deseo. Que sólo él era capaz de tenerlo así.

 

Sin pensarlo, su dedo medio comenzó a perfilarse también contra aquel apretado orificio, sorprendiéndose cuando sintió a Robb impulsando su cadera hacia él, acompañando los violentos movimientos que Jaime había impuesto.

  

Un resquicio de Robb le decía que un dedo más sería demasiado, pero había otra que le gritaba que eso era justo lo que deseaba, que quería más y que tomaría todo lo que Jaime quisiera darle.

 

Sus jadeos pronto se convirtieron en gemidos largos y agonizantes conforme el segundo dígito se colaba lentamente en su interior mientras él sólo podía cerrar los ojos y apretar sus nudillos contra la tela blanca de la capa y el viejo colmillo de dragón.

 

—No te dejaré terminar hasta que contestes —le amenazó Jaime al sentirlo estremecerse, siendo presa también del exquisito vértigo que antecedía al orgasmo y no supo si fueron sus palabras, sus embestidas o el movimiento de ambos dedos dentro de él, pero algo le arrancó a Robb un delicioso espasmo, haciéndolo arquearse contra el cráneo de Balerion mientras terminaba entre caóticos gemidos sin que pudiera evitarlo.

 

Jaime siguió moviéndose, retrasando su propio orgasmo sólo para disfrutar un poco más del hermoso desastre que era Robb en aquel momento hasta que le fue imposible contenerse más.

 

Sus sonrisas exhaustas y satisfechas se encontraron antes de permitirle a sus labios explorar sin prisas la boca ajena, esperando recuperar el aliento en la respiración del otro mientras Robb le acariciaba distraídamente las mejillas y Jaime la espalda desnuda.

 

—Es una sanadora —murmuró Robb despacio, cuando sus pies por fin tocaron el suelo. Jaime se maldijo porque había olvidado de nuevo el tema—. La conoces, cuidó de Arya cuando se perdió y fue ella quien curó a Theon cuando casi lo matas en las justas del Torneo pasado, ¿recuerdas? —le recriminó divertido, aunque Jaime no se arrepentía ni siquiera un poco—. No me interesa de esa forma, ni yo a ella —le afirmó sonriendo—. Y visitarla es una buena coartada.

 

Jaime soltó una risa ligera mientras negaba con la cabeza, admitiendo que era una buena estrategia por mucho que le desagradara, después de todo, debían guardar las apariencias.

 

—Por su bien espero que tengas razón —sentenció, dando el tema, ahora sí, por olvidado. Robb le dio un beso corto antes de comenzar a acomodar su ropa y Jaime hizo lo mismo hasta que recordó otra de las afirmaciones de su querido hermano—. Tyrion está convencido de que te enamoraste de tu amante —alardeó presuntuoso.

 

Robb enarcó una ceja, mirándolo sin inmutarse.

 

—¿Y tú qué crees? —preguntó, sosteniéndole la mirada sin dejar de atar los amarres de su camisa.

 

Y de pronto Jaime sintió la garganta seca, evidenciando una veta de nerviosismo que no sabía que estaba ahí porque nunca habían hablado de sentimientos, pero el rubio era consciente de que lo que había comenzado como un arranque de pasión se había convertido ya en algo más, y esa tácita certeza lo hizo sonreír.

 

—Que siempre hay algo de cierto en los rumores —afirmó, acortando la distancia entre ambos—. Y quién sabe, quizá tu amante te corresponde.

Notas finales:

Hermoso mundito, gracias por leer. 

¡Hasta el siguiente drabble! 


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