RAILWAY
(Venganza II)
“Como soldados heridos necesitando sanar; es tiempo de ser honestos, esta vez estoy suplicando. Por favor no pienses demasiado en ello pues no quise decirlo.”
I’d come for you de Nickelback
El tren comenzó su marcha cinco minutos antes de las siete, justo como su boleto indicaba. El lujoso vagón estaba ocupado por él, una familia de cinco y una pareja con un gato blanco, el cual no tardó en gruñirle a Grey Wind al pasar a su lado. Robb observó asombrado como su enorme can ignoraba al felino, prefiriendo acomodarse con la cabeza sobre sus patas delanteras.
—También lo extrañas, ¿no es cierto? —dijo con un hilo de voz, irónico y apagado. Grey Wind emitió un lloriqueó bajo en respuesta. Robb suspiró mientras acariciaba su peluda cabeza gris.
Habían pasado casi dos semanas desde la aprehensión de Tywin. El juicio iniciaría en dos días y Jon se había encargado de que el jurado estuviese conformado por hombres honorables como Jeor Mormont y Barristan Selmy. El juez sería el imparcial Aemon Targaryen, por lo que no había forma en que fallaran a favor de Lannister con todas las pruebas que poseían. Sus padres por fin tendrían justicia después de años, y en teoría, eso debería bastar para que se sintiera satisfecho, sin embargo, su venganza le parecía tan vacía...
Cada día lejos de Jaime, cada kilómetro que ponía de por medio, se sentía como una tortuosa e insoportable eternidad. Más de una vez Jon le advirtió que su "perfecta estrategia" no haría más que traerle más dolor del que ya estaba padeciendo, pero él había sido lo suficientemente arrogante para ignorar a su hermano.
«Esto no es lo que nuestro padre desearía que hicieras». Le había dicho Jon la noche anterior a iniciar su plan.
«Pero mi madre sí.» Contestó, mirando la urna con las cenizas.
Jon no dijo más, pues sabía que para Robb nada de lo que dijera podía competir con el dolor que le provocaba escuchar a Sansa llorando inconsolable en la habitación de sus padres, o mirar a Arya dormir aferrada al abrigo favorito de su padre. Nada le partía más el alma que ver a Bran postrado en una cama sabiendo que no volvería a levantarse y nada lograba hacerle contener las lágrimas cada vez que Rickon se aferraba a su pierna preguntando por enésima vez cuándo regresarían sus padres.
La decisión no era difícil y Jaime había se había puesto en bandeja de plata con aquel juego del cazador y la presa.
Pero el tiempo juntos tuvo sus efectos.
Convivir con él y ser parte de su mundo habían sido un arma de doble filo, pues jamás esperó que lo que había en Jaime Lannister terminara por robarle el corazón. El mundo podría decir que Jaime era un idiota arrogante, un bastardo sin escrúpulos, pero lo que él encontró fue a un hombre dispuesto a lo que fuera por la seguridad de las personas que amaba. Su familia era su prioridad, por encima de todo y todos, por encima incluso de sí mismo. ¿Y acaso él no estaba haciendo lo mismo? ¿No estaba también lastimando a otros en nombre de su propia familia?
¿No eran iguales entonces?
Más de una vez se dijo que no, porque él jamás lastimaría a un niño. No obstante, la vida es más que un lienzo raso teñido en blanco y negro, así como Jaime era mucho más que el hijo de un traficante.
Contra todo pronóstico, el rubio era calidez y entrega, pasión y deliciosa posesividad. Era increíblemente generoso y protector. Lo hacía sentir seguro pese a que deseaba odiarlo y estar alerta, hasta que de pronto se encontró a sí mismo deseando un poco más de él, de su contacto. ¿Y es que cómo no ceder ante los brazos que apaciguaban sus luchas internas? ¿Cómo no perderse en sus ojos cuando lo miraban así, como si fuera lo único valioso del universo? ¿Cómo no sentirse especial con detalles que nadie esperaría de un hombre como Jaime, que lo cuidaba hasta del viento y lo celaba incluso de Jon? ¿Cómo no dejarse llevar por el calor de su cuerpo cuando lo abrazaba y le prometía que estaría ahí para él?
Jaime era apoyo incondicional, sin preguntas ni prejuicios.
El rubio no había reparado en entregarle cada parte de su ser y él no pudo evitar hacer lo mismo por mucho que intentó resistirse. Sus murallas cedieron poco a poco, sin que lo notara, y para cuando se dio cuenta era muy tarde; se había enamorado de lo que había detrás de aquella sonrisa irónica y esos intensos ojos verdes.
Sí, enamorarse fue la falla en su plan perfecto, un accidente. Un jodido y maravilloso accidente del cual sólo quedaban recuerdos, pedazos rotos que jamás podrían igualarse a la sensación de tenerlo a su lado.
Nunca imaginó lo difícil que era pasar una noche sin aquellos brazos fuertes rodeándolo; había demasiadas sábanas y no entibiaban su piel, demasiado espacio vacío. Qué deprimente era despertar sin su respiración chocando contra su cuello, sin sus besos largos y su risa haciendo eco en el apartamento que poco a poco se había convertido en su hogar. Qué miserable y hueca se sentía su vida sin Jaime Lannister en ella.
Creyó que al final habría cierta satisfacción, cierto alivio al terminar con todo y dejar atrás tanto rencor, sin embargo, se encontró a sí mismo estirando cada segundo con Jaime, preguntándose si en verdad estaba tomando la decisión correcta.
Aun ahora, con el tren dejando París atrás y el cielo mostrándole uno de sus mejores ocasos, Robb sólo podía pensar en él. No había un minuto en que no lo hiciera. A donde sea que mirara, lo que sea que escuchara lo hacía extrañarlo. Todo le recordaba a Jaime ¡Todo! La publicidad con los Rolex que Jaime amaba; el cabernet reposado que le ofrecía la edecán y que el rubio pedía cada que salían a cenar.
Era una tortura.
Acarició distraídamente a Grey Wind diciéndose que quizá habría cambiado algo si Jaime le hubiese dicho la verdad en algún punto de todo ese tiempo en que vivieron juntos. Y en el fondo sabía que Jaime lo intentó, sus miradas intensas y la ansiedad lo delataban. ¡Joder! Robb sabía que más de una vez se quedó con las palabras entrecortadas en la garganta por no reunir el valor necesario y aun así él tampoco tuvo las agallas para sincerarse.
Al final obtuvo lo que había ido a buscar, según él, la balanza por fin se había equilibrado. ¿Qué importaba si él mismo se había desgarrado el corazón en el proceso? Era lo justo. Ése era el precio a pagar por ver satisfechas a sus hermanas, por pretender que había saldado la deuda que el rubio tenía con Bran.
Se mordió los labios y cerró los ojos con fuerza. No creía soportar esa fachada de imperturbable frialdad por mucho tiempo, pues si lastimar al hombre que amaba le estaba destrozando el alma, pretender que no era así iba a acabar con su cordura.
Sintió la velocidad disminuyendo al tiempo que resonaba el silbato del tren; habían llegado a Bruselas. El reloj de la estación marcaba las 20:27. La pareja descendió y una joven sonriente con dos niños tomó asiento a tres filas de él. Robb vio a la familia desplazarse hacia atrás, seguramente al vagón comedor antes de que el tren retomara su marcha.
Habían recorrido apenas unos kilómetros cuando su móvil vibró dentro de su chaqueta. Miró con hastío la pantalla y dejó que se perdiera la llamada, sin embargo no tardó en sonar de nuevo. Gruñó, sabiendo que seguiría insistiendo a menos que lo apagara. Lo dejó timbrar un poco más y tras un suspiro resignado terminó por contestar.
A veces Theon era insoportable.
—No iré a esa cita doble con Jeyne o como sea que se llame —dijo Robb sin siquiera saludar.
—Me alegra escucharlo porque al único sitio al que vendrás es a casa.
Robb se congeló en su sitio, conteniendo el aliento involuntariamente mientras la frágil estabilidad que aparentaba se quebraba como porcelana cayendo.
—Jaime… —Se maldijo al instante por la forma en que sonó su voz; un murmullo lleno de anhelo que respondía únicamente a su necesidad de saber de él, de estar con él.
Escucharlo era como respirar después de haberse resignado a morir ahogado.
—Quiero que vuelvas —ordenó, porque definitivamente no era una petición ni mucho menos una súplica. Jaime sonaba tan altivo y demandante como siempre.
Robb sonrió sin poder evitarlo; ése era el hombre del que se había enamorado, no obstante, su sonrisa fue desmoronándose conforme regresaba a la realidad.
—¿Dónde está Theon? —Se forzó a decir, empleando toda la frialdad que pudo conseguir, tragándose la sensación agridulce que le cerraba la garganta. Al otro lado de la línea Jaime chasqueó la lengua.
—¿Importa?
—No sería la primera vez que lastimas a uno de mis hermanos.
Robb se odió al instante de hablar, consciente de que había sido un golpe bajo, sin embargo, tenía un papel que jugar y debía mantenerse firme. Por sus padres. Por su familia.
La risa petulante de Jaime sólo aumentó su miseria. ¿Hacía cuánto el rubio no tenía necesidad de mostrar esa careta de fanfarronería como defensa? Y ahora lo hacía por su culpa. En respuesta a sus palabras.
—Greyjoy no es tu hermano. Y el muy llorón murió antes de que pudiera lastimarlo de verdad. — Robb rodó los ojos. Conocía ese tono; Jaime estaba mintiendo. Seguramente se las había ingeniado para quitarle el móvil a Theon. No debió ser difícil, bastaba con pagarle a una chica y esperar a que estuviese ebrio—. El siguiente puede ser Snow. Ese imbécil con ganas frustradas de follarte siempre ha sido tu favorito, ¿no? Prometo dejarte escuchar sus últimas palabras si eso te hace volver.
Robb sonrió. Ahí estaba el celoso posesivo que al que tanto le gustaba provocar.
—No estoy para juegos, Lannister.
—No solías decir lo mismo cuando te tenía desnudo en mi cama — soltó arrogante. Robb apretó el teléfono un poco más.
—¡Vete al infierno! —espetó con fría molestia, luchando por sonar impasible.
—Es justo donde estoy . Donde nos dejaste a ambos cuando decidiste irte.
—¿Ambos? Tú sólo fuiste un peldaño en la escalera que me llevó a tu padre.
—Necesitas esforzarte más si esperas que te crea. Te conozco, Robb. Tanto como tú a mí.
—¿En serio crees que te permití conocerme?
Jaime rió por lo bajo.
—Conocerte como lo hago es lo que nos tiene al teléfono —alardeó—. Aunque admito que lo hiciste bien al marcharte; por un instante realmente creí cada palabra. ¿Practicabas tu diálogo por la noche antes de ir a dormir? — se burló—. A decir verdad tardé más en encontrarte que en saber que mentías.
—Aún no me encuentras.
Jaime soltó una risa suave y encantadora. Después de todo, para conseguir esa llamada había tenido que llegar al más predecible e insensato de los allegados de Robb: Theon Greyjoy.
—No voy a dejarte ir así de fácil. Eres mío Robb Stark, por encima todo, incluso de nuestras acciones y nuestro pasado.
Robb sonrió con amargura. Sus nudillos estaban blancos por la fuerza con que apretaba el móvil y los ojos le ardían tanto que terminó por cerrarlos. Dolían los recuerdos; los de Jaime y los de sus padres. Dolía no poder vivir con el rubio sin sentirse un traidor y dolía saberse incapaz de vivir sin él. Y en cambio Jaime sonaba demasiado seguro, demasiado firme. No había un resquicio de duda en sus palabras, era él quien estaba perdiendo la fuerza y la resolución para continuar aquella farsa.
—¿Crees que es así de simple? ¿Crees que con sólo regresar contigo todo lo demás se quedará atrás? ¡Jaime, mis padres…!
—Están muertos. Lo sé. Lo siento — se adelantó—. También lamento haber lastimado a Brandon. Hice lo que creí necesario por mi familia así como tú tampoco dudaste en hacerlo por la tuya. Ya les dimos lo que querían, ahora se trata de nosotros. Sólo tú y yo, como siempre debió ser.
Para Robb ese fue el final de su temple, porque sólo deseaba mandar todo al carajo y creerle. Lo único que quería era volver con él y decirle que lo amaba, que aquel sentimiento era mucho más fuerte que el odio que alguna vez sintió, pero no encontró la voz para hacerlo. Seguía teniendo un deber con su familia, con sus hermanos. No podía simplemente abandonarlos y escapar con el rubio como si nada hubiese pasado.
Las manos del castaño temblaron al escucharlo, todo su cuerpo lo hizo, y aún con los ojos cerrados sintió las mejillas húmedas, la sal en los labios; estaba tirando a la basura su última oportunidad de recuperarlo. Estaba siendo un completo idiota.
—Adiós, Jaime.
—¡Maldita sea, Robb! ¡Te necesito de vuelta! ¿¡Cuánto más seguirás con esto!? ¡Cobraste tu deuda, estamos en ceros de nuevo! — Jaime perdió la calma, sonando tan desesperado como estaba —. Estás matándonos.
—Quizá es lo que merecemos.
Robb cortó la llamada antes de arrojar con rabia el móvil al suelo. Se odiaba. ¡Cuánto se odiaba! Odiaba saber que sus hermanas y Bran estarían satisfechos, pero sobre todo, odiaba no poder vivir con las consecuencias de lo que estaba haciendo. Jaime tenía razón, estaba matándolos a ambos.
Dejó caer la cabeza sobre el respaldo, cubrió sus ojos con el antebrazo derecho y escuchó los murmullos de los niños a la distancia, cuchicheando sin recato sobre su actitud. Su madre les ordenó en un perfecto francés que guardaran silencio y al no conseguirlo la oyó diciéndoles que era hora de cenar. Sus tacones resonaron sobre el pasillo seguidos por las pisadas inquietas de los niños. Robb agradeció mentalmente su prudencia al dejarlo solo, ahogándose en su miseria autoinfringida. Sin embargo, en cuanto la puerta se cerró, Grey Wind saltó del asiento y Robb supo que alguien más había entrado al vagón.
—Has estado aquí todo el viaje, ¿no es cierto? —Su voz sonó cansada y rasposa cuando los pasos se detuvieron frente a él mientras Grey Wind se derretía a lengüetazos frente al recién llegado.
—No habría llegado a Paris a tiempo. Me obligaste a volar hasta Bruselas para alcanzarte —confesó. Robb negó con la cabeza antes de permitirse apartar el antebrazo de sus ojos y mirar al rubio. Jaime apretó los labios al ver sus ojos vidriosos y no pudo ni quiso evitar el impulso de sentarse a su lado y abrazarlo—. Eres un jodido necio —le reprendió.
Su mente era un caos de contradicciones y aun así sus brazos no dudaron en buscar el calor de Jaime. Seguir luchando contra sí mismo era inútil.
—No fuiste con tu padre —murmuró Robb.
—Te elegí a ti —declaró el rubio, apegándolo por completo a su cuerpo—. Hace mucho que te elegí a ti. —Robb lo abrazó aún más fuerte—. Debí decírtelo antes y es por eso que estoy aquí. Lo haremos bien esta vez, no importan las consecuencias. —Robb se apartó confuso, mirándolo a los ojos—. Iremos a ese juicio y terminaremos de una vez con esta estúpida cadena de venganzas.
—Sabes lo que pasará si te presentas en la corte.
Jaime sonrió, demasiado tranquilo para el gusto del castaño, que se había puesto tensó al instante.
—Tú querías justicia y voy a dártela.
—No. No voy a verte preso. —Su mirada era firme pero tan llena de desesperación que Jaime maldijo el día en que decidió seguir las órdenes de su padre—. Mis hermanos esperan en la siguiente estación, pero el tren llegará a Ámsterdam, podrías...
Jaime colocó un dedo sobre sus labios, sonriéndole.
—¿En verdad tú, Robb Stark, estás sugiriéndome escapar? —preguntó incrédulo. Robb desvió la mirada—. No. No serías tú si lo hicieras y no me iré sin ti. —Apartó sus rizos castaños del rostro, mirándolo debatirse entre él y su familia—. No tienes que elegir. Ir a la Corte es lo que tus padres merecen. Lo que Bran merece. Es el único camino para dejar de pelearnos con los remordimientos y las culpas.
Robb apretó los puños. Era cierto, jamás estarían bien si dejaban que las sombras a su alrededor siguieran creciendo, sin embargo, no estaba dispuesto a permitir que Jaime pisara el mismo agujero en el que deseaba que Tywin Lannister pasara sus días.
—Sabes que van a condenarte.
El rubio sólo sonrió de lado al tomarlo por la barbilla.
—Ey, es sólo un juicio. No obtendré nada que no merezca —susurró, restándole importancia—. Además… —añadió acariciando sus labios en un roce que danzaba entre lo casto y lo sensual—, aprovecharemos cada segundo de las visitas conyugales.
Robb bufó indignado, pero era justo la forma en que Jaime solía darle la vuelta a las cosas para ver su mejor lado, lo que hacía que lo amara así; sólo él podía hacerlo olvidar los problemas.
—Encontraré una alternativa —le aseguró Robb, recargando su frente contra la suya. Sus ojos azules mirándolo con total determinación—. Terminaremos con esto y volveremos a casa —prometió, con ese toque de solemnidad que a Jaime le erizaba la piel.
—Bien, pero debes saber algo más... —Robb lo miró serio—. No queda ni una gota de tu botella de whisky.
—¿¡El Single Malt de 100 años!? ¡Creí que no te gustaba el whisky!
—Es tu culpa por marcharte así.
Robb enarcó una ceja y Jaime soltó una carcajada amplía antes de unir sus labios.
En cuanto bajaran del tren la realidad caería de nuevo sobre ellos y tendrían que lidiar con las consecuencias de sus decisiones e incluso las de otros, pero ya habría tiempo para explicaciones y argumentos legales, en ese instante eran sólo ellos dos en aquel vagón. Estar separados ya no era opción, nunca debió serlo. Con eso en mente, Jaime lo aferró contra su cuerpo hasta que el tren se detuvo en la siguiente estación; Amberes.
Bajaron con calma, Grey Wind a su costado. Y Robb no soltó la mano de Jaime ni un segundo, ni siquiera al encontrarse de frente con sus hermanos, quienes esperaban por él en el andén.
“Mientras haya vida en mí, sin importar qué, recuerda que siempre iré por ti.”