Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Cada noche contigo por Korosensei86

[Reviews - 53]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Un roce amargo. Es el raspado de la hierba en mi mejilla. La brisa me acuna levemente con una ligera insistencia que se cuela entre mis pestañas y me fuerza a abrir los párpados. Una vez despejado el velo de carne, mis pupilas se inundan de color. El mundo está saturado de luz. Rodeándome como un enemigo astuto y orgulloso, el verde clorofílico que tintenea vivaracho con cada rayo de sol. Me incorporo lentamente, desperezándome como un animal viejo y enorme, para toparme con otra inmensidad, la del horizonte azul que se cierne sobre mi cabeza, eterno, inmenso e imperturbable como un sabio tranquilo. Incluso el marrón del gran y viejo árbol que nos resguarda como un abuelo complaciente dibuja una amplia paleta de matices en su rugoso marrón oscuro. Una pequeña, casi insignificante punzada en mi espina dorsal me anuncia que ya estoy de pie. Ahora la hierba me causa cosquillas en la planta de los pies. Ahora la brisa masajea mis mejillas. Inhalo el aire puro y salvaje que me envuelve de este lugar que parece más vivo y enérgico que mi triste universo de hormigón. Me siento yo. El viento me trae un gemido quejumbroso que reconozco enseguida. Es él. Es Pau.

Con un condicionamiento casi vergonzoso, como de animal entrenado, me giro de inmediato para comprobar mis sospechas. El vigoroso cuerpo de Pau está a unos metros de mí, tumbado sobre la hierba. Sus músculos, poderosos y aguerridos, intentan iniciar el movimiento con pequeñas contracciones. Cuando intenta ponerse de cuclillas, sus rizos castaños, caen sobre su amplia frente captando la esencia de un haz de luz, refulgiendo. De un color similar al tronco del árbol, ambos son oscuros pero vibrantes.
Entonces, él también levanta la mirada y en vez de mirar al cielo, me mira a mí. Mi pecho vuelve a hincharse, pero está vez no solo con aire. Ha vuelto.

Me apresuro a reunirme con él, enredándome y arrancando algunos matojos de hierba en mi trote. Los músculos de mi cara se estiran en una incipiente sonrisa. Mi corazón se desboca como una música impertinente que se ha salido del compás planeado. ¿Cómo puede ser que una sola noche de espera y soledad haya calado tanto en mi mí? Sin él, me sentía como un niño dejado a la intemperie bajo una lluvia escasa pero insistente que va calando en su cuerpecillo indefenso. ¿Cómo puede ser que sin él mi cuerpo se sienta calado e inerte? La palma de mi mano arde por adecuarse a la forma angulosa y consistente de su pómulo.

Pero hay algo extraño. Su rápido y fuerte brazo me detiene en mi carrera, justo antes de poder invadir su espacio personal. La mirada somnolienta se ha crispado, tornándose atemorizada. No entiendo. Sus ojos se mueven raudos como escáneres, distribuyendo su pormenorizado análisis por todo mi cuerpo. Aún sin comprender, bajo la mirada. La electricidad que desprenden sus ávidas pupilas sobre mi pecho, me hace sentir una amable invasión que caldea mis ánimos. Su voz sale imponente y abrasadora de la garganta, como un alud de lava.

—¿Jin? —pregunta con esa expresión de idiota redomado que tanto le he visto esgrimir ya—. ¿Eres tú, verdad? Quiero decir... Eres tú de verdad...¿Verdad?

No puedo evitar soltar una bocanada de alivio, pero mi indignación sigue pesando más. ¿Es esto lo que merezco después de una noche de abandono y soledad? Aprovechando que él ha reducido la fuerza con la aprisionaba mi antebrazo, lo retiro con un movimiento iracundo de látigo. La voz me quema como el hielo cuando sale de mi garganta.

—¿Qué preguntas es esa? ¡Pues claro que soy yo! ¿Quién creías que podía ser si no?

La cara de Pau se descompone en una adorable mezcla de arrepentimiento, vergüenza y desconcierto. Esa sola reacción me bastaría para perdonarle todo, pero hay algo tan divertido y encantador en ella que no puedo evitar el impulso de fingirme enfadado aunque solo sea por un ratito más.

—No, yo... Es que verás... —tartamudea torpemente—. Es que ayer, me encontré con un monstruo. Un monstruo que se parecía a ti.

—¿Ah? —protesto yo.— ¿Un monstruo, dices? ¿Tan horrible soy que podrías confundirme con un monstruo? ¿Eso es lo que piensas realmente?

La desesperación de Pau por salir del embrollo en que se ha metido es tan cómica como tierna. Su rostro es un poema descalabrado.

—¿Qué? ¡NO! El... el monstruo se disfrazó de ti. Eso es lo que quiero decir.
No puedo evitar arrugar la nariz de pura extrañeza. Lo cierto es que no tengo ni idea de dónde estuvo Pau aquella noche en la que mi voz no le alcanzaba y nos separaba la bruma.

—Ya veo —observo yo—. Así que eres incapaz de diferenciarme de una copia barata...¡Qué interesante! Teniendo en cuenta lo poco que te fijas en mí, tal vez debería despertarme y dejar de molestarte.

Empiezo a girar mi cadera para darle la espalda y apartarme un poco de él, pero algo tira de mí con fuerza. Pau me rodea por completo con sus brazos. Mi espalda encuentra un cálido consuelo en su rocoso y cálido pecho. Con la columna vertebral noto las pulsaciones rítmicas de su corazón. El mío pulsa furioso por salírseme corriendo por la boca. Doblo una pierna detrás para evitar caer por el peso extra, para evitar que él note que me están temblando.

—¡No! —susurra en mis oídos, provocándome otro estremecimiento involuntario—. No te vayas. Te he echado de menos. Ayer te oía llamarme, te oía llorar y no podía hacer nada por alcanzarte. Si te vas ahora, creo que me volveré loco.

Trago saliva. ¿Cómo pueden sus palabras tan sencillas y tan sinceras colvusionarme así? Con el brazo que tengo aún levantado, empujo un poco para pedirle que nos separemos.
Él obedece a regañadientes. Cuando vuelvo a tenerle de frente, me agasaja con la más conmovedora carita de perrito arrepentido que he visto en mi vida. Mi mano cumple su anhelo y se engarza con sus mejillas.

—¿Me oíste? —pregunto en un aleteo de voz.

Él asiente.

—Te he echado de menos— admite.

Ya no puedo hacerme el duro con él. Sus tonterías y su llaneza derriban siempre mis defensas por mucho que haya creído reforzarlas. Él siempre aparece con una impertinente impaciencia e insistencia recobradas. Coloco mis manos sobre su sólida nuca para abrazarlo, mientras noto como su cuerpo se tensa por la sorpresa.

—Yo también te he echado de menos—. confieso.

Él me mira con sus enormes y preciosos ojos avellanas a punto de salirse de las cuencas.


—¿En serio? —balbucea—. ¿No estás enfadado?

—No, tontito —le respondo. Y sin embargo, reblandecido como me encuentro, una marea de ideas maliciosas siguen arremolinándose en mi mente. Con mis dedos nerviosos dibujo un corazón en su pecho. Su piel se levanta bajo mi tacto—. Aunque se me están ocurriendo un par de ideas muy interesantes. Ya sabes... En el caso de que sentirías la necesidad de compensarme.

Allí está otra vez. Esa tonta sonrisa libidinosa que parece a punto de salírsele de las comisuras. No me sorprende, pero sí lo hace cuando con la delicadeza de tiempos que él desconoce, se atreve a tomarme la mano para besarla. Mis mejillas se encienden, furiosas como un fuego rociado con gasolina.

—Sus deseos son órdenes para mí —bromea guiñándome un ojo atrevido—. Dime, ¿en qué habías pensado exactamente?

Su vista no se aleja de mí ni por un instante. Es mi perro de caza, obediente y concentrado, y yo soy presa y amo al mismo tiempo. Me muerdo los labios de pura anticipación. Con la mano señaló el amplio y resistente tronco. La lengua se me vuelve arenosa como el viento en el desierto aún antes de que puede enlazar mis ideas con palabras.

—Pues, creo que deberíamos utilizar más el entorno... —sugiero con timidez renovada. El peso de sus ojos hambrientos es demasiado como para que pueda resistirme a él.


Él se va acercando a mi con el paso lento pero elegante de un gran felino.

—¿Cómo exactamente? —pregunta.

Mis pestañas aletean nerviosas, conforme su presencia comienza a aprisionar dulcemente la mía.

—Bueno, ¿te importaría levantarme? Me parece que podría ser muy ...divertido.

Me permito al fin levantar el rostro y acompaño mi demanda con la sonrisa más atrevida y sensual que se me ocurre poner. A él se le está cayendo la baba como a un idiota y eso incrementa mi excitación. Puedo tener algo de control sobre él. Atrapado entre su cuerpo y el duro y áspero tronco, mis piernas se separan para hacerle espacio. Su innegable inflamación presiona mi estómago como la navaja de un asaltador. Él me acaricia el pelo ligeramente. Pasea sus dedos grandes y largos de alfarero por la línea de mi rostro hasta la barbilla, que levanta hasta forzar el contacto visual.

—Me encantaría —susurra. Y todo mi ser se agita como una gelatina.

Me besa. Sus labios gruesos, endulzados y lubricados con saliva, separan los míos. Vamos pugnando el uno contra el otro hasta que yo me doy por vencido y me abro completamente a él. Su lengua me invade la boca hasta casi no dejarme ni un rincón para respirar. Bailarina, decide que lleva a la mía y la engarza en un tango dominante e impetuoso. Me sofoca. Me ahoga con su lujuria. Hay un placer doloroso y punzante que se yergue como un punzón pétreo en el centro mismo de mi ser. Cuando nos esperamos, la respiración vuelve a mí en forma de gemido. Él me observa con un destello presuntuoso en el verde diluido y casi oculto de sus ojos. Esgrime una sonrisilla estúpida de autosatisfacción.

Y me besa. Esta vez es un ligero besito aéreo, breve pero delicioso, en el cenit de mis labios. Y me besa, sus labios ruedan por mi cuello y mi clavícula hasta mis pezones. Los mordisquea como moras silvestres que quisiera hacer explotar en su boca. Los devora como si ese insignificante trozo mío de carne casi inservible fuera el manjar más exquisito que pudieran servirle. Con cada bocado, esta ridícula parte de mí satura mi cerebro de suntuosos gritos de auxilio.

Separo aún más mis piernas, colocando una de ellas detrás de sus caderas. Sin dejar su presente ocupación, él me la acaricia como si quisiera lijarla con su sola mano. Sin darnos cuenta, empezamos nuestras caderas ya llevan un buen rato bamboleándose, buscándose la una a la otra como dos imanes destinados a atraerse. Hasta que en uno de sus empujones, él tira demasiado de mi pierna y nuestros dos pujantes ardores se encuentran entre sí. Ambos jadeamos y temblamos por el choque. Es un enredo que no queremos deshacer. Insistimos en él. Él desliza sus grandiosas manos hasta mi cadera y yo me amarro a su cuello de animal salvaje y poderoso. Su magnífico sudor terroso me alcanza y termina de embriagarme. Él es todo lo que ocupa mi mente y eso es perfecto. Mordisqueo sus bulbosos labios mientras sus manos como tizones derriten mis nalgas. Las separan, haciéndolas crepitar como madera seca. Hay un placer sórdido pero fascinante en la forma que tiene que abrir mi cuerpo, de ampliarlo todos sus límites a su conveniencia. Y a él, le fascinan mis nalgas. Se entretiene amasándolas como un panadero amasa su pan. Las palpa y las estira con avidez. Entonces, cuela sus dedos furtivos por el travieso espacio que las separa y yo me tenso como una manguera recorrida por un impetuoso y súbito flujo de agua. Mi delicada entrada se rinde ante él, no sin antes obligarme a soltar un pequeño grito de placer. Me estremezco hasta ocultar el rostro en su robusto hombro. Se avecinan buenos tiempos. Dentro de poco, él me colmará como nadie nunca antes de él. La impaciencia me consume. Mientras tanto, él me besa el rabillo del ojo, temeroso tal vez de hacerme daño, me mece hacia él como si temiera perder el magnetismo mágico que nos ata ahora, va horadándome poco a poco, habilitando mi carne sumisa para él.

—¿No te hago daño? —pregunta por fin en el espacio entre dos besos.

Niego con un gruñido.

—Estoy bien. Puedo aguantarlo —afirmo con el poco orgullo del que soy capaz a estas alturas.

—Yo no quiero que estés bien. Quiero que te guste. —replica Pau con esa rudeza infantil tan suya—. Te he echado mucho de menos. Quiero que sea especial.

Valiéndose de la vulnerabilidad en la que acaba de sumergirme, inserta el tercer dedo. Mi interior lo recibe con un clamoroso y torrencial sollozo.

—¿Quieres que pare? —me pregunta como si tal cosa, como si no se diera cuenta de lo malvado que está siendo con mi cuerpo.

Yo niego con la cabeza, barriendo su cuello con mi flequillo enredado y encrespado.

—No —siseo—. Yo también te he echado mucho de menos.

Tanto que ya no aguanto más. Me separo de él lo suficiente como para poder mirarlo a la cara y lo desafío, incluso desde la bajeza de mi humillante desesperación.

—Hazlo ya —ruego—. Me voy a volver loco de esperar.

Él esboza una sonrisa depredadora, como un lobo que, a punto de lanzarse sobre su presa, anuncia sus intenciones mostrando sus colmillos. Su piel morena se estira por ello, cubierta de sudor salado y fragante, congestionada de sangre carmesí. Es mi adorable e impetuosa bestia domesticada.

—Como desees —concede al fin.

Asienta sus manos en mis caderas. Mis pies se marean en el aire de puro vértigo cuando se sienten separados del suelo. El vuelo es tan breve que a penas me da tiempo a anclarme mis piernas a su espalda y abrazar su cabeza con mis asustadizos brazos. Mis dedos sienten el cosquilleo de sus gruesas ondas oscuras.

—Joder, eres como una pluma —comenta él sin reparar en sus inocente impertinencia—. ¿De verdad tienes espacio para órganos en ese cuerpecillo?

De pronto, todas las veces en que la gente me ha recriminado que estaba demasiado delgado se unen entre sí y vienen a golpearme como una maza: desde las amigas de mi madre, señoras desconocidas por la calle, compañeros de dojang o profesores de gimnasia. Mis piernas le pegan una coz en el costado a Pau que le deja un momento sin aire y casi nos hacen caer a ambos. Por fortuna se repone pronto. Tiene buenos reflejos.

—¡Oye! —se queja él— ¿A qué ha venido eso?

Sé que soy un imbécil y un gruñón, que tal vez lo he estropeado todo, pero aun así, no puedo quitarme la mueca de disgusto de la cara.

—Siento ser un enclenque —escupo.— No todos podemos tener un cuerpazo musculado como el tuyo.

Entonces, él simplemente se ríe.

—Eres una monada cuando te enfadas.

¿Disculpa? ¿He escuchado bien? ¿Cómo se atreve? Me encantaría pegarle una patada en la boca para borrarle esa arrogante sonrisilla de machote de la cara, pero me limito a fulminarle con la mirada. No quiero caerme junto con él. Él se da cuenta de mi enfado y parece algo turbado unos instantes pero entonces vuelve a sonreír, esta vez mucho más dulcemente.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que eres precioso para que me creas?

Ahora soy yo el que se queda sin aire. Estoy tan rojo que las mejillas me queman. Esto no es justo, no lo es. Sin poder lidiar con toda la contradicción dentro de mí, vuelvo a ocultar mi rostro en el profundo valle de sus hombros. Él me acaricia la espalda.

—¿Quieres hacerlo todavía? —me susurra.

—Cállate de una vez y hazlo —ordeno—. En serio, cállate. Siempre lo arruinas todo por hablar.

—Muy bien —ríe él.

Entonces y sin previo aviso, él me inclina hasta apoyarme en el tronco. Aprovecha el ángulo para deslizarse entre mis nalgas y en un suspiro, empieza a presionar contra ellas. El mero contacto me enloquece y más aún cuando me levanta para poder ensartarme con comodidad. Mis uñas se clavan en su espalda cuando él se va abriendo paso. Mis entrañas se dilatan a su paso, como quien le abre la puerta a un viejo conocido. Su carne y la suya se abrazan amistosamente. Mi interior lo nota pulsar, vibrar dentro de mí, luchar por adentrarse dentro de mí. En poco tiempo las paredes de mi ser se rinden ante su empuje, y del roce de ambos se desprende una chispa nueva e imperecedera, una vieja canción recordada por los dos. Sus caderas empiezan a seguir los pasos de la coreografía señalada, guiando las mías. Él ruge con cada embestida,mientras mi voz se forzada a interpretar un acompañamiento plagado de gimoteos y llanto arrancado a la fuerza del placer. Él está dentro de mí, tan profundamente, tan vigorosamente como ningún hombre había estado jamás. Nos hemos ensamblado a la perfección y ahora estoy balanceándome sobre él como un artista circense. Él es mi red de seguridad, él me sostiene con sus dedos anclados a mis muslos. En este torbellino de lascivia, solo en él confío, él es mi tabla de salvación. Entonces, él se afana en presionar como un perturbado obsesivo ese frágil botón de mi interior que tan bien conoce y mi mente se ilumina como una espectáculo de fuegos artificiales. Mi cuerpo se aprieta para soportar el maremoto de espasmos que siguen al éxtasis luminoso y al final, los dos nos desparramamos uno en el otro. Jadeamos como dementes, todavía sin separarnos, todavía sin entender que ya ha todo ha terminado.

En ese momento, en el que la escasa visión que tengo por encima del hombro de Pau se va aclarando, percibo una sombra extraña que se nos acerca poco a poco. A juzgar por las formas redondeadas y chatas parece una mujer bastante mayor, que aun conserva la juventud en su contundente andar. Lleva una bata de colores chillones. Así, bajo un rayo de luz de aquellos que consiguen vencer el follaje del gran árbol, distingo su cabello rizadísimo y de color ceniza. No es hasta que está demasiado cerca cuando me percato de que nos está atravesando con una mirada iracunda, andando medio descalza con una de sus chancletas en la mano. No me da tiempo a reaccionar a tiempo y esta última termina impactando en la cabeza de Pau. Los dos caemos al suelo como un par de sandías mal colocadas en el supermercado.

La señora no espera a que nos recuperemos para empezar con su aluvión de recriminaciones.

—¿Pero ej que no óh da verrrgüenssa? - chilla ella, con los brazos apostados en su cadera en forma de taza. - Aquí fohnicando delante de todo el mundo, como un pah de animalé salvajé y dehcontrolaó...

—¿Abuela Hortensia? —pregunta incrédulo Pau con un hilo de voz, alzando los brazos en un vano intento de defenderse de los chancletazos.

Yo me los quedo mirando mientras ruego que el suelo se abra bajo mis pies.

—¿Cómo? ¿Que es ….? ¿ES TU ABUELA?

La señora se gira hacia mi, intentando destruirme con su visión láser.

—Mira, pó lo menoh el niño ni ehtá sordo ni é tonto... Argo es argo...- concede ella antes de volver a centrarse en su nieto-. Bueno, ¿qué? ¿No me vá a presentá a tu “amiguito”?

—¿En serio quieres que-que os presente? —tartamudea Pau.

—¡Pué claro! ¡Se va a pensá la criatura que somó unó asilvehtraó!

Yo, sinceramente no sé qué pensar. No sé si quiero pensar algo.

Tras un sonoro trago de saliva, Pau me mira como un perro apelado y procede a la surreal presentación.

—Soo Jin, esta es mi abuela Hortensia. Yaya Hortensia, este es Soo Jin.

—¿Su qué? —intenta pronunciar la señora arrugando la nariz—. Hijo, ¿no te podrían haber puesto Paco?

—Yaya, que es coreano —intenta explicar Pau.

—Ah, puéh mira, una alegría que se llevará tu hermana —concluye ella.— ¿No ó vais a levatá y a vestí?

Al parecer, Pau tiene una hermana pero no entiendo porque esta debería alegrarse. Espero que en algún momento me lo expliquen.

—Pero, yaya, que no tenemos ropa —precisa Pau todavía avergonzado y superado por lo bizarro de la situación.

—No, si al finá habrá que ponerte gafah como a tu hermana. ¿Y eso qué éh?

Pau y yo dirigimos nuestra mirada al punto que la anciana está señalando para toparnos para nuestra sorpresa, con dos montones de prendas perfectamente dobladas.


—Bueno, iró vihtiendo, que yo me vuelvo con mí amigá. Éhtamoh en esa cafetería de enfrente. A vé si cuando vení, pareceí un poco máh... rehpetablé.

—¿Cafetería de enfrente? —me pregunto en voz alta mientras me incorporo para buscar la ropa.

Entonces, doy un buen vistazo a mi alrededor. De pronto, el paisaje bucólico que parece infinito ya no lo es tanto. Al otro lado puedo vislumbrar complicadas y hermosas construcciones, sacadas de algún idílico pueblecito europeo de montaña. Reparo demasiado tarde en la vergonzosa verdad. Nuestro nidito de amor no era más que parte de una arboleda en mitad de una amplia plaza pública, y yo me quiero morir.

Tomo la ropa en mis manos y la desdoblo. Delante mío, colgando de mis manos, se encuentra mi sudadera favorita, aquella gris con franjas negras y capucha. Mis dedos palpan la tela en un intento de creerme lo que tengo delante. Por mucho que mi razón me grite lo contrario, el tacto del algodón y el poliéster es inconfundible. Mi conjunto también se compone de los mismos pantalones pitillos que solía llevar a la universidad, los más cómodos que he tenido, unas preciosas deportivas negras, blancas y grises a juego con mi ropa y una gorra que mi madre nunca quiso comprarme. No sé quién ha decido que llevara esta ropa pero le agradezco el buen gusto. Me dispongo a vestirme, pero para ello, por algún tipo de pudor recobrado, prefiero ocultarme tras el árbol.

Recojo la ropa y me dirijo a cambiarme de sitio y entonces los noto caerse. Me giro para entrever su brillo plateado entre la hierba y los recojo también, sin saber todavía muy bien qué son. En cuanto los tengo en la palma de la mano, todo se vuelve demasiado obvio, pero mi sorpresa sigue siendo enorme. Son pendientes. Pero yo no tengo agujeros. Aunque un simple análisis basta para ver que son de quita y pon. ¿Por qué tengo pendientes de quita y pon en un sueño? ¿A caso alguien sabe que siempre quise llevarlos, por mucho, o tal vez sobre todo, porque mi padre aborrecía a los jóvenes que los llevaban? Inmediatamente, hay un burbujeo en mi corazón, una suerte de entusiasmo infantil en la mañana de Navidad. Un desconocido mágico me ha hecho un regalo.

Finalmente, cumplo mi deseo de lograr una intimidad ficticia tras el árbol, pese a lo cual no puedo evitar el impulso de observar a Pau de cuando en cuando. Él lleva un pantalón ajustado, cinturón, deportivas y una elegante camisa a cuadros que le entalla su cuerpo fornido y masculino, como si esta fuera a estallar con un movimiento demasiado brusco. Veo que tiene un frasco. Parece gomina.... Un momento... ¿Qué va a hacerse en pelo?

—¿Qué crees que le vas a hace a tu pelo? —le grito, al salir de mi escondrijo.

—¡Ah, estabas ahí! Me preguntaba dónde te habías metido —. Pau hace una pausa para observarme de arriba a abajo con una mirada libidinosa —. Vaya, nunca pensé que diría algo así, pero estás tremendo así vestido.

Me silba y yo me siento encoger un poco.

—¿Qué hacías detrás del árbol?

—Vestirme. ¿No lo ves?

—Pues claro, lo que no sé es porqué. Te he visto desnudo un montón de veces. ¿Te da corte que te vea desnudo o qué?

Mi cara vuelve arder en contra de mi voluntad.

—¿Qué te importa? —refunfuño—. El caso es que no has respondido a mi pregunta.
Iba a peinarme si no es mucho pedir.

—¿Con gomina? Te vas a destrozar el pelo.

No sé cómo de pronto hablo con tanta libertad acerca de mis opiniones. Debe de ser este sitio, debe de ser Pau.

—Pues es la única forma que tengo de que me quedé bien el pelo hacia atrás. Como lo tengo rizado hace lo que quiere.

Me acerco a él y cojo el otro extremo del frasco para intentar quitárselo.

—Deja eso —le ordeno.

—¿Por qué? —se queja Pau, algo molesto.

—¡Porque me encanta tu pelo! —le confieso enfadado—. Da igual que digas que no te queda bien.

—Tú no lo entiendes porque lo tienes liso y puedes llevar cualquier peinado pero yo tengo que luchar contra estos cabronazos—. protesta señalando sus preciosos rizos.

Las palabras de Pau me irritan, como si este hubiera accionado un mecanismo que llevaba mucho tiempo oculto en mi mente, como una trampa en una película de Indiana Jones.

—¿Perdona? ¿Que puedo hacer lo que me da la gana con mi pelo? ¡No puedo hacer nada! ¡Da igual lo que intente! ¡Cae hacia abajo como si me lo hubieran lamido! ¡Mi peinado lo decido mi pelo, no yo!

Pau pone cara de fastidio. No parece estar preparado para soltar el frasco... ni esta conversación.

—¡Pues seguro que no te despiertas por la mañana como si en sueños hubieras metido los dedos en un enchufe!

—¡¡Tus rizos son perfectos!! ¿Cómo puedes odiarlos? Me encanta pasar la mano entre ellos. ¡¡Tienes el pelo más sexy que he visto!!

De repente, Pau suelta el frasco. Su rostro se deforma con otra de sus sonrisas de perrazo tonto. En ese preciso momento, entiendo hasta qué punto tengo que arrepentirme de mis palabras.

—Así que... el pelo más sexy que has visto jamás, ¿eh? – me chincha.

—Cállate...

—Ya había notado que te gustaba acariarme el pelo... – comenta él todavía burlón.

Le golpeo con el frasco.

—Idiota.

—Lo sé —replica Pau sacándome la lengua.

—Lo que quiero decir es que en mi país muchos chicos y chicas se fríen el pelo para tenerlo como tú, y tú que lo tienes de forma natural te lo destrozas. No es justo.

—Bueno —comenta él—, en mi país muchas chicas se lo fríen para tenerlo como tú. Conozco a mucha gente que mataría por tener el pelo tan suave y tan sedoso como el tuyo. —se acerca y juega con mi flequillo. Yo desvío la mirada, rezando porque no note lo nervioso que me pone tenerle tan cerca —. A mí también me encanta tu pelo. No deberías ocultarlo. Aunque esa gorra es tope chula.

—Tú también estás muy guapo —susurro.

Pau saca pecho y se pone a dar vueltas como si posara.

—¿Verdad? Es mi camisa favorita. Justo ayer la manché de vómito y pensé que tendría que tirarla. ¡Pero aquí está!

—¿De vómito? —pregunto curioso. Ahora soy yo el que ostenta una sonrisa burlona.

—Es una historia de la que prefiero no hablar —se excusa Pau, algo avergonzado. Entonces, se fija en mi puño cerrado —. Por cierto, ¿qué llevas en la mano?

—¡Ah! ¿Esto? —pregunto mostrando el interior de la palma—. Parecen pendientes de clic. Me preguntaba si me ayudarías a ponérmelos... porque no tengo espejo y eso...

—¡Claro! Pendientes, ¡Qué pasote! No te imaginaba llevándolos —comenta Pau, al tiempo que se los entrego—. ¿Dónde quieres que te los ponga?

—No los llevo —explica mientras ladeo la cabeza —. Mi padre me mataría, pero la verdad es que no me importaría. Ponme uno en el lóbulo y otro aquí arriba.

—Vale. Ya está —anuncia Pau, antes de volver a examinarme detenidamente —. Vaya...
Me toco la oreja.

—¿Me quedan mal? —pregunto temeroso.

—Te quedan genial. Eres tan mono que ese pequeño toque de malote te viene como anillo al dedo. ¡Estás muy guapo!

La convicción con la que habla me conmueve, precisamente por lo cual, no puede evitar seguir con la cabeza gacha y la oreja tapada.

—Tendríamos que ir a ver a tu abuela —le recuerdo.

—Sí, tienes razón. Vamos —concuerda él.

De esta forma, empezamos a atravesar la zona del parque que conocemos en busca de la mencionado cafetería. Más allá del terreno que siempre hasta ahora habíamos visto, hay una preciosa fuente que emana cristalinos y refrescantes chorros de agua. También hay bancos ornamentados con piedras de colores, más árboles, edificios bajos de tejas rojizas, azules y verdosas con viviendas y tiendas de todo tipo. Y personas. Todas ellas se muestras amigables y felices entre sí. Me recuerda a un paisaje sacado de un alegre videojuego RPG japonés, tan idílico que es difícil de creer, en una eterna y bella tarde primavera que inventa a salir y pasear. Por si esto fuera poco, Pau sonríe a mi lado como si lo hermoso de la vida no fuera a terminar, como si este caminar fuera a extenderse en el tiempo.

—¿Deberíamos tomarnos de la mano? —me atrevo a preguntar.

Pau se para en seco y vacila por unos instantes.

—No sé —admite—. ¿Quieres cogerme de la mano?

—No lo sé —confieso con timidez.

—Bueno, cuando lo sepas, puedes hacerlo —me dice él, todavía en la retaguardia. Entonces, avanza hacia mi y me susurra al oído—. Por cierto, con esos pantalones tu culito prieto se ve todavía más suculento.

Mi cabeza está a punto de arder por enésima vez esta noche. No me explico de dónde saca el descaro para soltar esas barbaridades.

—Vas a tener que mantener tu boca cerrada si no quieres que tu abuela te la vea partida – le advierto.

—Últimamente me lo dicen mucho —tercia Pau—. Aunque no te oí quejarte cuando te manoseaba en el árbol.

—¡Idiota! —escupo yo.

Él ríe.

—Lo dicho: eres una monada cuando te enfadas.

Tal y como había dicho, la abuela de Pau está sentada en la terraza. Está tomando té y un trozo de tarta Red Velvet, acompañada de otras dos ancianas.

—¡Hola, yaya! ¿Qué tal estás?

La abuela de Pau se levanta para recibir a su nieto con exagerados gestos de afectos en una voz demasiado alta y estridente para mi gusto.

—¡Ay, mi niño! ¡¡Pero qué guapo que ehtá! —tras lo cual lo abraza como si pretendiera asfixiarlo y le planta dos sonoros besos en cada mejilla —. Ven, ven a sentarte, que os presento. ¡Y tú también! —dice refiriéndose a mí — ¡Tú, shiquillo! ¡Ven acá pa' cá!

Nos sentamos en dos sillas libres que ya nos habían preparado. Son dos sillas metálicas pintadas en colores pastel y con diseños florales en el respaldo. Delante nuestro nos encontramos a otra señora europea con el pelo blanco como un algodón de azúcar nebuloso recogido con horquillas y la cara arrugada decorada con un cuidado aunque recatado maquillaje. Lleva una chaqueta rosa claro, una falda blanca, medias claras y zapatos de tacón negros con detalles en dorado. A su derecha vemos una anciana de color, con el cabello recogido en coloridas trenzas. Porta gafas rojas, llamativos pendientes de aro dorado, un fresco vestido de estampado floral y sandalias.

—Ó presento. Ehta de aquí —señala a la señora europea —, eh la Giselle, eh francesa de Burdeó y ehta de aquí  —refiriéndose a la mujer de raza negra —, eh la Marisha, que vive en Nueva Orleans. Lá dó son muy buená amigá míah de toa la vida. Venga, venga, sentaos y tomad un poco de té con nosotras.

Pau me sirve una taza sin preguntarme si quiero o no, atrapado en seguirle la corriente a su abuela. Yo lo agradezco. Aunque el té inglés que nos han servido es un tanto edulcorado para mí, no tengo quejas ante una invitación.

—¡Oh, querida! ¿Quienes son estos jovencitos tan atractivos que te acompañan? —pregunta la tal Giselle tras degustar un trago de su oloroso té.


—Pué ehte é mi nieto Pau –—anuncia Hortensia orgullosa.


—¿Este es tu famoso nieto? —exclama Marisha con un golpe en la mesa— ¡Oh, Dios mío! ¡Pero,chico! ¿Qué os dan de comer en España? ¡Si ya es todo un hombretón!


—Se parece muchísimo a ti —observa Giselle, limpiándose la comisura de los labios— Tenéis el mismo pelo y la misma mirada.


—¡Uy, uy, uy!  —exclama a su vez Hortensia— ¡Pueh si lo hubierá vihto de shico! ¡Era rubito, rubito como su madre! Lo que pasa ej que se le ha ido quitando con la edá... Sí, señoras, paresía tó un querubín con su pelito de oro y sú ojitó verdé.


—No me imaginaba que fueras tan mono de pequeño —le susurro burlón a Pau, quien se muestra un tanto incómodo con las explicaciones de su abuela.


La jugada me sale mal, la señora francesa de pronto repara en mí.


—¿Y su exótico acompañante? —pregunta curiosa.


—Pué é el shaval que mi nieto se benefisia – suelta la abuela de Pau.


Yo me giro para escupir el té que acabo de beber y no atragantarme del susto. La señora afroamericana se parte de risa.

—¡Hortensia, querida! Me temo que acabamos de asustarlo —observa la francesa irónica.


—¡PERO YAYA! —se horroriza Pau con la cara roja como un tomate.


—¡Pehdona, niño, ej que no me acuerdo de cómo se llama! – se justifica su abuela como si no fuera para tanto.


Yo opto por limpiarme con la servilleta, levantarme y realizar una reverencia a las dos señoras.


—Mi nombre es Lee Soo Jin. Es un placer conocerlas. Por favor, les ruego que me perdonen por cualquier comportamiento poco decoroso que hayan podido observar de mi parte.


Me siento. Las señoras me aplauden sonrientes y Pau me observa como si me hubiera convertido en un alienígena delante suyo.


—¡Míralo, qué educadito! —comenta Marisha—. Me recuerda a mis vecinos, los Wong, son así de respetuosos.


—Me temo que sus vecinos serán de origen chino, si bien yo soy coreano —preciso con diplomacia—. Pese a ello, me alegra que tenga en tan buen concepto a los asiáticos.


—¡Qué joven tan agradable! ¡Una autentica delicia! —exclama Giselle.


—A ver si se le pega argo a mi shaval, que falta le hase —ríe Hortensia, mientras le da un golpecito cariñoso a su nieto con el abanico.


—Yaya, ¡Qué callado te lo tenías! ¡No tenía ni idea de que habías estado en Francia y en Estados Unidos! —dice Pau.


Las señoras se miran entre sí confidentes y empiezan a reírse en voz baja.

—¿Qué pasa? ¿Es que he dicho algo malo?


—Nada, encanto  —ríe Marisha— Sólo que tu abuela no ha salido de España en su vida. ¿Verdad, Hortensia?


—Mu sierto —ríe ella.


—Entonces —inquiero yo—, ¿Cómo es que todas ustedes se conocen? ¿Conocieron ustedes a Hortensia en España?


Las tres señoras empiezan a reírse sin pudor alguno en nuestra cara.

—Querido —me dice Giselle—, reflexiona un poco. ¿Cómo has conocido tú a este muchacho? ¿Has estado alguna vez en España o él en Corea?


—Se han conocido por los sueños... —concluyo estupefacto.


—¡Bingo! —señala Marisha.


—Pero, ¿cómo? —titubeo—. ¿Quiero decir? ¿Es esto real? ¿Cómo pueden conocerse personas de partes distintas del mundo?


—Verás, cielo, déjame que te diga un par de cosas importantes —comienza a hablar Marisha —. Existen los “sueños” y los SUEÑOS.


—No entiendo nada —confirma Pau.


—Lo que creo que quiere decir mi amiga, es que este sitio sí es real —puntualiza Giselle.


—Pero se supone que los sueños son mecanismos de nuestro cerebro para reorganizar la información que recopila durante el día. No deberían incluir viajes a lugares fantásticos ni conocer a gente que es imposible que conozcas. No es muy ...científico—.  contravengo yo, procurando aportar algo de razón a esta extraña conversación.


—¡Científico dice! —ríe Marisha tras exhibir una dramática expresión de escepticismo—  ¡JA!


¿Un momento? ¿Esta señora se está riendo de la ciencia? ¿Qué demonios?
Giselle la para.

—Me parece que estás hablando de lo que Marisha llama sueños con minúscula. Evidentemente, hay sueños así pero no son todos. Querido, ¿has oído hablar de los viajes astrales?


—¿Esas no son una de las movidas de las que habla mamá? —pregunta Pau sorprendido a su abuela.


—Así é. Niño, deberíah aprendé a callarte la boca, abrí bien ló oidó y escushaa tu madre. Que no siempre tiene rasón pero a veses la tiene —le reprende su abuela.


Pau baja la cabeza con una expresión dolorosa de arrepentimiento. Creo que puedo entender lo que ha ocurrido sin que nadie me lo explique.

—Lo haré, yaya, lo haré —promete Pau, completamente sumiso—. En cuanto pueda pedirle perdón.


—Bueno é saberlo —dictamina Hortensia —, porque no te voy a aguatá má pampliná como la de ayer. ¿Me entiendé?


—Sí, yaya —contesta Pau obediente.


Parece tan desvalido que no puedo evitar apiadarme un poco de él, especialmente cuando recuerdo cómo mi madre tiene que tirar toda la comida que prepara para mí. Le acaricio levemente el muslo con la mano.

—No te preocupes —le consuelo en voz baja —. Yo tampoco soy el mejor de los hijos últimamente.


—Gracias —sonríe Pau.


—Como iba diciendo —continúa Giselle—, algunos de nosotros además de los sueños normales producto de nuestro cerebro, vamos de paseo por la noche. Nuestro alma sale del cuerpo y volamos a lugares, digamos, más elevados.


—Entonces, este lugar es... —intuye Pau.


—¡Lo llaman el Egregor Planetario! —le interrumpe Marisha con un elegante ademán de su dedo índice—. Es el lugar donde todas las almas de la Tierra comparten su información y donde venimos a soñar juntos.


—Pues yo ayer terminé en otro sitio. Era mucho más oscuro y daba mucho miedo. Había monstruos —expone Pau, tras lo cual se vuelve hacia su abuela —. Yaya, tú estabas ahí.


Ella se limita a asentir.


—¿Monstruos, eh? —sopesa Marisha— No se habla más. Tú fuiste a parar al bajo astral.


—Cuando digo que podemos viajar a otros lugares —matiza Giselle—, no me refiero solo a los buenos. Depende de la vibración del alma.


—¡¿Vibración?! ¡Otra de las paranoias de mi madre! —reconoce Pau sorprendido.


—¿Qué te he disho? —insiste Hortensia.


—No entiendo lo que eso quiere decir —le confieso a Giselle mientras le doy otro sorbo a lo que queda de mi té.


—La vibración está en todo, jovencito —me comenta—.  Es lo que ordena los átomos de tu cuerpo. Todos los seres humanos somos como imanes y aparatos de radio en sí mismos.


—Lo siento, pero sigo sin entenderlo —insisto—. ¿Qué tiene eso que ver con el viaje astral?


—Tranquilo —me sonríe ella—, no es fácil entenderlo desde el principio. Recuerdo que a mí también me fue difícil. Supongo que también tengo que hablarte de las dimensiones. En realidad las dimensiones son como diferentes grados de vibración, unas más densas y otras más ligeras. Ahora estamos en una vibración elevada, el alto astral, el cielo. Tu amiguito terminó, para su desgracia, en una dimensión más densa, el bajo astral.

—En otras palabras, el infierno —confirma Manisha.


—¿Y lo que determina a dónde vas es la vibración? —intento comprender yo, antes de que mis neuronas empiecen a hervir—. ¿Pero cómo?


—La vibración en el ser humano depende de tus emociones —concreta Giselle—. Cuando uno es feliz o está alegre su alma canta una canción muy distinta al universo que cuando está enfadado o está triste.


—Es como si tu alma cambiase ella sola de emisora de radio. Si estás triste, pones la emisora triste del universo —ejemplifica Marisha—. Y también es más fácil que te pasen cosas tristes, porque las atraes como un imán. Es la Ley de la Atracción.


—¿La Ley de la Atracción? —Pau vuelve a reconocer esa extraña frase—. Joder, eso es de lo que habló de mamá en esa conferencia que dio.


—¿Tu madre sabe de todo esto? —le pregunto desconcertado a Pau.


—Mi nuera é una eminensia en el tema —presume Hortensia a golpe de abanico.


—Sería muy interesante conocerla —comento sonriente.


—Le caerías genial —me asegura Pau no menos orgulloso.


—Entonces si lo he entendido, ustedes creen que dependiendo del estado de una persona, una puede terminar en un lugar mejor o peor.

—No lo creemos, encanto —se apresura a precisar Marisha —. Es lo que es.


—Y aquí el shiquillo se puso borrasho como una cuba y casi se lo come una bisha muy mala —comenta enervada Hortensia, mirando de soslayo a su nieto.


—Ahora entiendo lo del vómito —me burlo de Pau, mientras este desvía la mirada—. ¿También influye la bebida? —pregunto yo cada vez más obnubilado por el aluvión de información con el que estas señoras me inundan.


Mens sana in corpore sano —cita Giselle enarbolando su cucharilla.


—El alcohol deteriora las defensas del alma y las deja vulnerables ante criaturas que quieran aprovecharse de su energía —afirma Marisha, antes de lamentarse—. ¡Ojalá mi nieto Leroy me hiciera caso cuando se lo digo!


—Eso es el monstruo que me atacó disfrazado de Jin, ¿ verdad? — concluye Pau.


—¿El monstruo del que me hablaste antes? ¿Por eso estabas asustado al principio? —le pregunto inquieto.


—Ajá ¡Qué interesante que lo eligiera a él para atraerte! —comenta Marisha con una expresión altanera.


—Teniendo en cuenta lo que nos contó tu abuela, seguramente sería un ente demoníaco —especificó Giselle con la incomodidad escrita en su rígido rictus —. Ha sido una suerte que hayas podido librarte de algo así... —A continuación, Giselle se fija en mí—. Las enfermedades mentales y la depresión también son problemáticas. Me parece casi un milagro que no hayas terminado tú por esos lares.


Sus palabras me sacuden como un látigo. Además, Pau las ha escuchado. ¿Qué pensará ahora él de mí? Me agarró de la ropa y bajo la cabeza. Quiero meterme en un agujero muy muy pequeño donde nadie más me mire.


—¿Qué queréis decir? —insiste Pau intranquilo— ¿Qué le pasa a Jin?


—Cariño, tal vez sea mejor que te lo diga él  —aconseja Marisha —, Si quiere.


—¿Cómo lo saben? —murmuro a duras penas.


Marisha me acerca su mano sobre la mesa en señal de apoyo.

—Oh, cielo, nosotras podemos notar estas cosas.


—Debes de tener una mente más fuerte de lo que tú mismo sospechas —observa Giselle tras degustar otro pedazo de tarta—. Tu inconsciente podría estar luchando por encontrar una salida a tu situación—. Nos señala a Pau y a mí con la cucharilla recién chupada.— Tal vez tu encuentro con el nieto de Hortensia no haya sido casual, sino fruto de un deseo sincero de tu alma.


Miro a Pau de reojo, quien se muestra tan mareado por todo este tema como yo. En el momento en que nuestras miradas nerviosas se entrecruzan lo recuerdo: “Yo solo quería que alguien me abrazara.”


—Bueno, pasemos a asuntos más mundanos —sugiere Giselle, aproximándose a nosotros con una expresión traviesa—. ¿Entonces vosotros dos sois... pareja?


Afortunadamente, ya me he tragado el té y no me puedo atragantar, pero la garganta se ha secado de pronto. ¿Pareja? ¿Yo y Pau? La verdad es que en el breve tiempo que llevamos juntos hemos llegado más lejos que la mayoría de las parejas que conozco. Pero no somos una pareja normal. Casi se puede decir que hemos empezado por el final, sin mencionar que ambos somos hombres.


—Vamos, no seáis tímidos —nos tranquiliza Marisha—. Mi Rochelle es como vosotros dos. El otro día vino con una muchacha a casa y me dijo: “Abuela, esta es mi novia” Y yo le dije: “Cielo, si tú eres feliz, la abuela también lo es.” —Marisha mueve la mano derecha enérgicamente como si estuviera despachando un asunto trasnochado— Estamos en el siglo XXI y como dijo el expresidente Obama: "El amor es amor"—. Ahora, Marisha vuelve a atacarnos con su insistente dedo índice—. Así que no intentéis engañarnos, que os hemos visto en el parque dándolo todo.


Las tres se ríen sin vergüenza alguna, mientras yo me pregunto cómo estas señoras pueden saber tanto de mí y hasta cuándo van a seguir atormentándome.

—No os preocupéis —nos asegura Giselle—, la mayoría de la gente solo es consciente de sus propias aventuras. Nosotros somos unas veteranas.


—¡Ah, la juventud divino tesoro! —exclama Hortensia abanicándose.


—¿Y bien, señores? —persiste Giselle— ¿Cuál es el veredicto?


Un incómodo silencia se instala en la mesa. Pau y yo nos miramos ansiosos. Coloco mis manos entres mis mulos y se mueve en mi asiento. ¿Qué debería responder? ¿Qué me acuesto con Pau en sueños? Eso ya lo saben. ¿Pero qué significa? ¿Estoy enamorado de él? Es cierto que me gusta, pero , ¿hasta ese nivel? Noona dejó caer que mi atracción hacia Pau podría ir más allá de lo físico. Me siento a gusto a su lado. Pero, aunque fuera así, podría ser que él no sintiera lo mismo. Puede que no deje de decir que soy precioso, pero que lo que haga porque le gusta coquetear y solo me quiera como un amigo “sexual”. Después de todo, no es como si nos hayamos elegido el uno al otro de forma consciente. No nos hemos conocido y hemos decidido quedar. Nosotros terminamos una noche en los brazos del otro antes de poder darnos cuenta. ¿Qué debería decir? Pau tampoco parece saberlo. Sus mejillas se han encendido como brasas, dotando a su rostro masculino de un aire juvenil del todo curioso. Me mira de soslayo, mordiéndose el labio con nerviosismo.


—Oh, Dios Santo —se percata Giselle—. Parece que aún no se han dicho las palabras adecuadas.


—A lo mejor estos chicos necesitarían un poco de tiempo a solas para aclararse las ideas. ¿No creéis, chicas? —sugiere Manisha.


—Me parece una idea encantadora —aprueba Giselle.


—Niño, ¿por qué no te váh con tu shico a dá una vuelta por el lugá y así lo véih? Nosotrah tenemoh que hablah de nuehtrah cosah.


Pau me mira todavía algo acongojado. Se mesa su cabello desordenado.


—¿Qué piensas? ¿Te apetecería?


Sonrío por la ternura que me provoca su súbita timidez. Es como si me estuviera pidiendo una cita. Respiro hondo antes de responder.


—¿Por qué no? Podría estar bien. Solo conocíamos la arboleda y podríamos estar perdiéndonos muchas cosas.


Un brillo cegador surge de los ojos de Pau. Hay un gesto triunfal oculto en él.


—Jin, corasón, ven a dahme a dó besó de despedía —pide la abuela de Pau, quien ya parece haberse aprendido al menos parte de mi nombre.

Yo miro a Pau antes de cumplir la alocada orden.


—En la mejilla —precisa Pau—. Es una costumbre española.

—De acuerdo —asiento, y la abuela de Pau se me lanza encima para abrazarme y plantarme sendos besos taladradores en las mejillas.


—¡Aysh! ¡Pero qué lindo que eré! ¡Venga, fuera de mi vihta! —nos despacha ella.

 

Pau y yo nos despedimos de las ancianas y emprendemos nuestro paseo por las espaciosas y acogedoras avenidas de ensueño. En el preciso instante en que las perdemos de vista, noto una calidez inesperada en la mano derecha. Finalmente, Pau se ha atrevido a cogérmela. Su rostro se contrae con una mezcla de determinación, miedo y pudor.

Es entonces cuando me doy cuenta: Pau es, a su manera, adorable.

Notas finales:

Ante todo, siento el retraso. He tenido una semana más ocupada de lo que pude predecir en un primer momento y he tenido que escribir casi todo el capítulo hoy. 

Por si fuera poco, he tenido problemas informáticos a la hora de editar el capítulo y eso me ha hecho quedarme hasta la 1 de la mañana, hora española. Es que una es cabezona XD (me duele el bracito de estar todo el rato con el ratón)  En fin, ahora me daré una ducha y para la cama, que afortunadamente mañana es sábado. Estoy muy cansada ahora mismo, así que si hay errores, lo siento en el alma.

 

En cuanto al cap, por fin he podido escribir el ansiado reencuentro entre Soo Jin y Pau. A parte de la suculencia, me ha gustado poder explicar algunas cuestiones teóricas o de pseudociencia del mundo en el que están los personajes. Espero que haya quedado más o menos claro, ya que son cosas muy densas que son un poco duras de explicar y entender. Si alguien se perdió con eso, que me lo diga que yo lo aclaro todo con todo mi amor. 

 

A parte de ello, muchas gracias por seguir leyendo esta historia. Espero volver a actualizar la semana que viene lo más puntualmente posible. 

Un abrazo y felices sueños a todos. 

 

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).