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Cada noche contigo por Korosensei86

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Notas del capitulo:

Tras haberse encontrado con Hortensia y sus fantásticas amigas, Pau y Soo Jin deciden explorar juntos el mundo de los sueños... ¿Eso es una cita? 

Siento una ligera molestia en la planta del pie. La suela rígida de mis zapatos se adapta mal al empedrado clásico de la avenida por la que vamos caminando. Supongo que podría haber pensado en otro tipo de calzado, pero tuve que elegir aún cuando no sabía que podía pedir cualquier cosa.

Pese a ello, me siento reconfortado por la calidez de la mano pequeña y suave que se entrelaza con la mía. Hace un rato que Soo Jin y yo no hemos intercambiado palabra, desde el preciso momento en el que me atreví a cogerle de la mano. Casi me sorprende que no me la haya retirado al instante, recitando una retahíla de protestas y grititos de exasperación, remarcando por enésima vez mi falta de sentido común y la más esencial inteligencia. Tal vez, y esto es lo que me da más miedo, esté demasiado enfadado como para gritarme. ¿He sido demasiado atrevido al entrarle de estas maneras? Eso sería por lo menos gracioso teniendo en cuenta lo que hemos estado haciendo hasta ahora. De hecho, no sé si estaré pecando de gallito al pensar esto, pero creo que a Jin le gustan algunas de las iniciativas que he tomado en el pasado. ¿Demasiado egoísta? Es cierto que a veces soy demasiado impulsivo. Puedo llegar a hacer daño a la gente por hacer las cosas sin pensar. Preferiría cortarme el brazo antes de hacerle daño a Jin, y sin embargo le he cogido de la mano sin preguntarle nada.

Quizá sería buena idea pedirle perdón, ¿o acaso lo verá como una prueba de mi falta de madurez o mi debilidad? La verdad es que nunca tengo muy claro en qué estará pensando, especialmente a lo tocante a mí. Esa señora amiga de mi abuela tenía razón, no se han dicho las palabras adecuadas.

Mientras tanto, Jin camina a mi lado observando curioso el paisaje urbano pero plagado de fragante vegetación que nos rodea, con movimientos rápidos de sus ojos negros, rasgados y certeros, brillantes como una daga de obsidiana. Las luces de esta eterna tarde de domingo se entremezclan con el fulgor crepuscular de sus rectos y abundantes cabellos.
En esta especia de plaza Mii, en este espectáculo sacado de un videojuego de Nintendo, plagado de torres de marfil, edificios de variopintos colores, de tenderetes propios de un mercadillo medieval y cuidados jardines palaciegos, él sigue siendo la obra de arquitectura más sobrecogedora que pueda admirar. Trago saliva, carraspeo y me lanzo yo solo a una conversación que no sé si podré llevar a buen puerto.

—Es un sitio muy bonito, ¿verdad? —grazno despejando todas las posibles dudas sobre mi imbecilidad.

—La verdad es que lo es. Los edificios son realmente agradables, muy pintoresco —observa él—. Me cuesta identificar su estilo. Es como una ciudad que se hubiera creado en diversas etapas y con diferentes gustos y puntos de vista. Muy ecléctico.

Por un segundo se me pasa por la cabeza fingir saber de qué demonios está hablando, pero soy incapaz.

—A mí me recuerda a la Plaza Mii de la Nintendo —admito.

Entonces, Soo Jin me agasaja con el mayor espectáculo que pudiera presenciar en este mundo de ensueño. Su boquita se ensancha levantando sus mejillas, esas compactas dunas, suaves y doradas como la piel de un melocotón maduro. En ellas, como diminutos valles efímeros horadados en la carne, aparecen sus suntuosos hoyuelos. Su deliciosa sonrisa da paso a un cristalina carcajada.

—Es verdad —reconoce él—. Es una buena descripción. Es como dijo tu abuela, todos los usuarios se reúnen aquí.

Yo me quedo boquiabierto por unos segundos, cegado por el fulgor tenebroso aunque incandescente de sus ojos de medialuna. Esta es la forma que se les queda cuando sus tiernos pero abundantes pómulos suben en un pobre intento de tapar su brillo tenebroso pero incandescente. Puedo ver cómo una alegría momentánea en forma de destello se escapa por la exquisita ranura de sus párpados.

¿Alguna vez una simple sonrisa había sido tan perfecta? En este preciso instante, su rostro irradia tanta felicidad que no parece el mismo. Es como si una mariposa desplegara sus alas por primera vez tras salir del capullo. Esas alas siempre estuvieran ahí, programadas en su ADN, pero solo ahora se muestran al mundo con toda su belleza intacta. La sonrisa de Soo Jin siempre nueva y hermosa, no importa las veces que la vea, casi siempre de mí. Y sin embargo, las amigas de mi abuela insisten en que a Jin le pasa algo. ¿Será por eso que le veo más a menudo con el ceño fruncido? No tenía ni idea. Mejor dicho, no lo había notado para nada. ¡Sé tan poco de él! Mi diablillo travieso, mi precioso ángel caído.

Los escondes tan bien
Pero aparecen cuando sonríes
¿De dónde vienen?
No mientas, eres un ángel
¿Qué eres?

Sus labios vuelven a retorcerse con ironía.

—Pau, ¿estás bien? —me pregunta entre risas entrecortadas— Pareces ido.

—Disculpa, es que todo esto todavía me resulta un poco extraño —me excuso—. Quiero decir, sé que nos lo han explicado, pero no termino de pillar qué es exactamente este sitio. Se supone que estamos los dos durmiendo en nuestras camas y nuestra mente está aquí. ¿Cómo es posible?

—Te entiendo —confiesa él—. Hay muchas cosas aquí que desafían la lógica, como el mero hecho de que tú y yo nos hayamos conocido.

Al decir esto, el rostro de Soo Jin se gira completamente hacia mí. Hay una amabilidad implícita en la forma en la que me habla, como si realmente se alegrara por ello. Las comisuras se elevan solo un poco y los tímidos hoyuelos vuelven a asomarse.

Pero tú, esa sonrisa es tan cruel
Cruel, no debería haber visto tus mejillas
Tu, en realidad, lo que es realmente peligroso
Solo tú los tienes

—Sí, ¿verdad? —insisto yo, procurando alargar la conversación— Para empezar, si tú estás en Corea y yo en Barcelona, ¿cómo podemos coincidir? No tiene sentido.

Soo Jin se encoge de brazos y gira sus ojos hacia arriba en un gesto escéptico.

—A saber —resopla—, seguro que nos sueltan algún pseudo científico de física cuántica sobre la relatividad del tiempo o algo así.

—Y, sin embargo, estamos aquí —observo yo.

—Sí —suspira Soo Jin—, frente a todo pronóstico.

Empiezo a notar las manos sudorosas. Si Soo Jin se da cuenta, me muero. Literalmente. Aquí mismo. En mitad del sueño. Como en una peli de Freddy Krueger. Le suelto la mano tan de golpe que él se da cuenta y me mira sorprendido. Este es el momento que aprovecho para disculparme.

—Perdona, no he debido tomarte de la mano sin permiso. Hace un rato me has dicho que no sabías si era bueno y yo he hecho lo que me dado la gana.

Me restriego discretamente las palmas en el vaquero. Los ojos de Soo Jin han vuelto a agrandarse por puro desconcierto. Su boquita empequeñece hasta convertirse en un precioso capullito de rosa rojo y esquivo. Se tuerce un poco a la derecha, y entonces su mirada se escabulle entre los parterres salvajes que nos flanquean.

—No, no te preocupes —murmura—. No has hecho nada malo. Es más, me ha parecido muy...dulce. Algunas veces, me gustan esos arrebatos tuyos.

Soo Jin se acaricia la nuca, mientras un ligero rubor escapa de sus pómulos maduros. ¿Soy yo o este mundo se ha vuelto todavía más luminoso?

—¿Entonces puedo hacer lo que me da la gana que a ti siempre te gustará?— bromeo yo.

De pronto, el ceño de Jin se congestiona como un nube de tormenta. He aquí su famoso mohín de fastidio. Sus carrillos se inflan graciosamente como globos iracundos.

—He dicho “Algunas veces” —recalca él— Deberías aprender a pensar antes de hablar. Decir estupideces durante el sexo no es gracioso, solo arruinas el momento.

Si una sola cosa conozco de Soo Jin, esa es su insistencia en hacerse el duro. No engaña a nadie. Y esta para comérselo con esa carita de enfado falso.

—Bueno, creo que el producto final satisfizo las necesidades del cliente —le recuerdo con tonito.

La cara de Soo Jin pasa por varias fases. Primero aparece una erupción de candor en su piel, que se evapora pronto para dar paso a una expresión arrugada que no sabe definirse a sí misma y que culmina con ese as bajo la manga, la especialidad de la casa, un golpe bajo: su sonrisa plagada de hoyuelos.

Esos hoyuelos son ilegales
No, son peligrosos, oh yes
Así que te llamo chico ilegal
Tu existencia es criminal

—¡Oh, para ya! —me pide, dándome un leve puñetazo en el costado— No te creas tan especial. Después de todo, soy yo casi siempre el que lo decide todo.

—Exactamente. Lo que tú digas —río yo.

Entonces, la mano de Soo Jin aparece justo bajo mi nariz. Él está vuelto, la forma en la que los músculos de su espalda se tensan me da una pista sobre el color que debe de tener su rostro ahora mismo.

—Si es importante para ti, yo también puedo pedírtelo —explica.

No sé muy bien cómo me siento al oír esa demanda disimulada. Insisto en que el mar neuronal de ese precioso ser que tengo en frente me resulta un maravilloso misterio, así que no, no me lo esperaba. Siento como toda mi fortaleza interior se derrumba, enjuagando mis ganas de hacerme el duro y el guay, de impresionarle, de construir una persona distinta a la que soy delante de él. Mi actuación de chico de instituto deportista, popular y potencialmente hetero se va por el sumidero. Estoy rendido ante esta sencilla y pura manifestación de vulnerabilidad. Me esfuerzo en que Jin no me vea tambalear, que no sepa hasta que punto hace flaquear mi determinación. Respiro hondo y vuelvo a hacerme el gracioso para intentar salvar la situación. Patético.

—Sus deseos son órdenes —repito, como si no supiese ya que el chiste de tanto repetirlo ha perdido su gracia.

Él se limita a recibir pacientemente mi mano, sonreír de una manera tan desgarradoramente amable que me hace querer de gritar de pura felicidad y escabullirme en las profundidades de mi ser al mismo tiempo, y volver a quedarse callado. Amo la forma retorcida y sutil que tiene este chico de matarme dulcemente. Porque si es lo que quiere, lo está consiguiendo. Él y sus benditos hoyuelos.

¿Fue un error de un ángel?
¿O fue un beso profundo?
Esos hoyuelos son ilegales
Pero los quiero de todos modos, de todos modos, de todos modos

La extraña luz de un sol ficticio patina sobre las ondas acuáticas. Hemos llegado a un riachuelo, atravesado por un puente recubierto de trozos de cerámica verdosa. En el primer vistazo, me da la impresión de estar dirigiéndome a visitar al Mago de Oz. En el siguiente, me da por pensar que Guadí, a quien conozco a duras penas y por el mero hecho de haber creado parte de mi ciudad, ha debido de pasar por aquí. Despidiéndonos de esta orilla, árboles de flores violáceas colgantes nos acarician con sus mejores galas. Así, conforme nos acercamos al puente, puedo observar una nueva extensión de torres nacaradas como sacadas de El Señor de los Anillos, plazas plagadas de vida y vegetación propia de un planeta imaginado por un genio loco y temprano de la ciencia-ficción. Soo Jin se adelanta para apoyarse en el pilón. Cierra los ojos al sentir la suave brisa que nos abanica constante y amorosamente y esta mece con delicadeza las sedosas hebras de su pelo. Exhala tranquilo admirando la belleza extraña y diversa del paisaje, como si cada centilitro de dióxido de carbono expulsado fuera una obra de arte lentamente trabajada en su diminuta caja torácica. Sé que suena absurdo, estúpido y hasta cursi, pero creo que nunca he visto a nadie respirar como él. Él no es normal, es algo especial. Es en momentos como estos en los que estoy dispuesto a creer que Soo Jin no es real, que es demasiado bueno para ello, que tal vez sea un sueño, una invención mía. Pero, entonces, recuerdo que yo nunca tuve suficiente imaginación para idear a un ser como él, y se me pasa.

Porque no los tengo
Porque solo tú los tienes
Es por eso que es tan difícil
Quiero morir en ellos
Quiero ahogarme en ellos
Eres mi lago

Al notar mi vigilante silencio, Soo Jin se gira confuso, todavía con su tierna sonrisa transformando su rostro. Se me queda mirando.


—¿Qué? —pregunto.

—Eso me gustaría saber —ríe—. Te has quedado embobado de pronto. Como sigas así, voy a empezar a creer que es por mí.

La saliva se seca en mi garganta. Como el idiota torpe que soy, solo puedo boquear. Por su parte, Soo Jin apaga la luz de su sonrisa y contrae el ceño con evidente preocupación. Las palabras de aquella señora martillean mis neuronas. No se han dicho las palabras adecuadas. Este podría ser un buen momento para pronunciarlas. Podría serlo, si tuviera el valor. Ahora, sin embargo, me toca descubrir que bajo mi coraza de tiarrón morenazo y deportista solo hay un niño cobarde. Bajo la mirada incómodo.

—¿Pau? —pregunta Soo Jin casi en susurros—. Perdona, si te he hecho sentir incómodo, yo no pretendía...

—No te preocupes —le interrumpo yo abruptamente, incapaz de soportar sus palabras—. Bueno, ¿qué quieres hacer? ¿Seguimos explorando o quieres volver ya?

Soo Jin se gira hacia el horizonte, tratando de inspirarse en él para tomar una resolución.

—Esto es muy hermoso. ¡Y también muy raro! Ahora que lo miro bien, puede que no sea tan descabellado que las almas de todas las personas se hayan unido para crearlo —reflexiona él antes de volver a girarse y ladear levemente la cabeza—. ¿Sabes qué? Creo que es hora de que te deje decidir algo a ti. Después de todo, “a veces” aciertas. ¿Y bien? ¿Qué quieres hacer?

Resuello profundamente, mientras sigo contemplando el camino lleno de posibilidades que se abre ante nosotros. No estoy cansado, al contrario, y la llamada a la aventura resuena demasiado fuerte en mi pecho, acrecentada seguramente por mis ganas de huir de mi propio y auto confesado ridículo.

—Todavía nos queda mucho por ver. Podríamos seguir un poco más, si no estás demasiado cansado —respondo.

A Soo Jin, mi condescendencia casi le causa risa.

—¡Por favor! ¿De verdad me consideras tan delicado? —me pregunta sarcástico cuando se coloca otra vez a mi lado—. ¿Sabes? Tu abuela parece muy simpática.

Un escalofrío recorre de pronto mi cuerpo. Es el mal augurio de un miedo infantil a punto de cumplirse.

—Joder, espero que no le dé por decirle a mis padres que soy gay —escupo histérico.

Soo Jin me mira con una expresión de ponzoñosa compasión que me cala hasta los huesos.

—¿Sería tan malo? —me interroga serio—. Yo no sé cómo es en España, pero me dio la impresión de que tu abuela te apoyaba.

—¿Cuándo? ¿Antes o después de molerme a zapatillazos?

La risa de Soo Jin estalla en mil pedazos de luz, como un prisma que inunda todos los rincones de color.

—¡Después, tonto! —contesta—. Verás, acabo de conocerla, pero creo no sería un problema para ella. Le da igual. No, mejor dicho, lo ha aceptado. De no ser así, no me habría presentado a tus amigas. Créeme, si mi padre hubiese estado en el lugar de tu abuela, si nos hubiese visto hacer— el cuerpecillo bellamente diminuto de Soo Jin se agita como un edificio a punto de venirse abajo—. Hacer eso... A ti te la habría cortado en trocitos muy pequeños y a mí me habría internado en el psiquiátrico más oscuro y alejado de Seúl que hubiese encontrado.

Hay algo helado y punzante instalado en la mirada de Soo Jin. No acierto a discernir muy bien qué es, pero no me gusta.

—¿De verdad tu padre es así? —pregunto sin poder ocultar mi horror.

Soo Jin vuelve a adelantarse, encorvado, como si quisiera esconder sus expresiones.

—No es solo él. En Corea, la familia lo es todo. Si no puedes darles nietos a tus padres... seras una carga para la sociedad...¡Ah y una escoria fracasada! —explica él con una naturalidad gélida.

—¿Me lo estás diciendo en serio? Quiero decir, estamos en el siglo XXI... ¡Se supone que la gente debería tener derecho a decidir cómo vivir su vida! —protesto yo, apresurando el paso para que Soo Jin no me deje atrás.

—Bueno, siempre puedes hacerlo —comenta Soo Jin con una tintura de ironía salpicando sus cuerdas vocales—. Si no temes quedarte aislado y ser juzgado por todo el mundo, claro.

Soo Jin aprieta más el paso, huyendo de mis preguntas.

—Si es por estar con la persona que amo —rujo yo—, ¡Sería capaz de aguantarlo!

—¡Buena suerte con eso! —se burla él— En Corea, ser apartado es peor que estar muerto.

La última frase de Soo Jin suena como enormes carámbanos rompiéndose y cayendo sobre él. Me apresuro a ponerle la mano en el hombro y volverlo hacia mí, asiéndole de la ropa. Cuando lo tengo delante, tengo que normalizar mi respiración antes de pronunciar palabra.

—¡Jin! ¿Él... lo... sabe? ...¿Tu padre lo sabe?

La falta de vida en sus ojos de pescado congelado resulta perturbadora. Es como estar cara a cara con un abismo de oscuridad indescifrable. La forma en la que sus labios se tensan para forzar una sonrisa puntiagudo y dolorosa me aterroriza, pero no tanto como la frialdad quemante con la que aparta mi brazo.

—No le gustó enterarse —admite—, aunque bueno, al menos tuve la suerte de que fue después de salir del ejército. No quiero ni pensar qué hubiera pasado de haber sido atrapado por las redadas contra los homosexuales.

Me cabeza de alcornoque hierve con el exceso de información.

—¿Redadas contra homosexuales?

—Sí —continua él, volviendo a darme la espalda—. Damos mala imagen al ejército de Corea del Sur. Cometemos actos vergonzosos que merman la correcta moral de las tropas.

—¿Qué dices? —le interpelo yo cada más escandalizado—. Espera un momento, ¿has ido al ejército? ¿Eres soldado?

—No, tonto —ríe él—. Hice el servicio militar. Todos los hombres jóvenes coreanos tienen que estar al menos veintiún meses en el ejército.

—¿En serio? ¿Y eso? En España hace por lo menos dos décadas que ya no hay que hacer la mili.

—¿Te suena Kim Jong Un? ¿Corea del Norte? —se burla él— Mi país vive bajo una constante amenaza. No puede permitirse el lujo de tener una población que no sabe defenderse a sí misma en caso de invasión.

Y Soo Jin vuelve a huir de mi, avanzando hasta el otro lado del puente. Yo, sin poder darme por vencido, echo a correr hasta amarrarlo del brazo.

—¡Joder, Jin! —le grito—. ¡Para de una vez! No soy gilipollas, ¿vale? Hay un huevo de cosas que no sé, ni de ti, de tu familia, ni de tu país. ¡Por eso pregunto! ¿De acuerdo? Deja de tratarme como si yo tuviera la culpa y de alejarte de mí.

Hay una vulnerabilidad tangible en la forma en la que Soo Jin entorna sus desorbitados ojos y entrabre su boca sonrosada. Es como un crack a punto de oírse. Él vuelve a apartar la mirada, con una mezcla de incomodidad y tristeza esbozada en su hundida barbilla.

—No quería insinuar que fueras tonto —confiesa él.

Me doy cuenta de que estoy apretando el brazo de Soo Jin con demasiada desesperación. Aflojo la presión sin terminar de soltarle, temiendo que vuelva a apartarse de mí.

—No, perdóname tú —le pido—. Todo lo que cuentas suena muy duro. No tendría que haberte interrogado como si fuera la puñetera CIA.

—Tienes razón en que la estaba tomando contigo y no es justo —tercia Soo Jin, mientras arrastra alguna piedrecilla perdida con los pies—. Además, la CIA hubiera sido más sutil.

Los dos volvemos a reír. Esta vez los hoyuelos vuelven a aparecer. ¡Si Jin supiera lo fácil que resulta distinguir cuándo está sonriendo con sinceridad, quizá se empeñaría menos en fingir!

—¿Cómo es en España? —pregunta de pronto.

—¿Cómo? —digo yo confundido.

—¿Cómo sería ser gay en España? —insiste él— Vamos, tengo curiosidad.

—Bueno, depende.

—Eso no es muy concreto —me acusa él certeramente.

—Ya, bueno. Depende de la persona con la que te topes. Por ejemplo, en mi país los gays se pueden casar. Se le llama unión civil.

—¡Vaya, como Estados Unidos! —comenta Soo Jin, ya caminando a mi lado.

—Perdona, guapo —presumo yo—, pero en España los gays se empezaron a casar casi diez años antes que en Estados Unidos.

—¡Qué suerte! ¿Y entonces cuál es la pega?

—Pues que hay gente que sigue pensando que los gays son unos enfermos, sobre todo la gente muy religiosa. Que si es antinatural, que si es pecado... Y bueno, hay quien les pega palizas o les hace bulling en los institutos.

—¿Tus padres serían así? —prosigue Soo Jin.

—¿La verdad? No lo sé. Mi madre es un poco hippie, ¿sabes? Muy “vive y deja vivir”. Creo que no le importaría. Y a mi padre, bueno, puede que le sorprendiera un poco.

—Decías que tenías una hermana —recuerda Jin—. ¿Cómo es? Yo soy hijo único y me das un poco de envidia.

—¡Puff! ¡No te pierdes nada! —respondo yo—. Es una empollona, doña perfecta y una friki total. Está obsesionada con Corea. Seguro que si te conociera, no te dejaría en paz. Se pega el día escribiendo chorradas en Internet, yendo a clubs de frikis de lo asiático y aprendiendo coreografías de sus adoraaaaaaaaaadooooooos BTS.

—¡BTS! —reconoce Soo Jin— Sé a quienes te refieres. Mi hermana está loca por ellos también.

—¿Pero no decías que eras hijo único? —le corrijo yo.

—No, en Corea, hermana también se llama a las chicas algo más mayores a las que tienes aprecio. Mi hermana mayor, mi Ha Neul-noona, es hija de unos amigos de mis padres. Hemos sido amigos desde pequeños y siempre ha estado a mi lado. Ella es genial, fuerte y valiente. No le importa decir lo que piensa pero también puede ser muy femenina y maternal a veces. De hecho, tiene muchos pretendientes porque es muy guapa —Soo Jin permanece pensativo durante un instante—. Creo que tú también le caerías bien.

—¿Ah sí? —interrogo yo bajo la presión de mi ego acrecentado.

—Sí. Ya le he hablado de ti —dispara Soo Jin de pronto.

—¿Y qué piensa? —me apresuro en querer saber.

—Le parece bien. Me apoya mucho. Por si fuera poco, da la casualidad de que ha empezado a aprender español, así que supongo que no le importaría practicar contigo.

—Eso mola —digo yo—. Parece que tienes una amiga que te quiere mucho. Eso es importante.

De pronto, el semblante de Soo Jin vuelve a nublarse.

—Antes tenía también un amigo de la edad de mi noona, mi hermano mayor, mi hyung, pero ahora que sabe qué tipo de persona soy, le cuesta mirarme a la cara.

La manera en como la voz de Soo Jin se escurre al decir esto, delatando la profundidad de su herida, hace que mi respiración se acelere y mi sangre se inunde de rabia. ¿Quién sería capaz de rechazar a alguien como Jin solo por lo que opine la gente? No conozco a ese capullo y ya tengo ganas de partirle la puta cara. Sin embargo, por el comportamiento de Jin, parece que le sigue teniendo aprecia a ese mamón. La saliva se me amontona en la garganta como si tuviera una espina clavada.

—¿Estabas muy unido a ese tío? —pregunto a mi pesar. Me sorprende lo tosca que me suena la voz fuera de mi cabeza.

—Sí —suspira Soo Jin—. Fue mi primer amor. Cuando éramos niños, yo estaba todo el rato con mi Noona y con él, incluso fuimos a los mismos colegios e institutos. Todos los adultos hacían bromas y apuestas acerca de si Noona se casaría conmigo o con Yoon Jun Seok, pero lo cierto es que yo siempre me fijé en él— Soo Jin se abraza el antebrazo izquierdo, como si quisiera protegerse de sus propios sentimientos—. Nunca le dije nada al respecto. Temía perderle, pero creo que al final dio igual cuánto me haya esforzado en ocultarlo.

 

Juro que lo intento. Procuro no vomitar todo el amasijo de ácidos celos que me están desintegrando las entrañas. Esta toxicidad que siento es demasiada y termino desparramándola en palabras.

—¡Menudo gilipollas! —bramo.

Como es de esperar, Soo Jin me dirige una mirada de asco y furia.

—¡Ey! —se queja— ¿Cómo te atreves a hablar así de él? ¡No lo conoces! Es buena persona, un chico amable, responsable y maduro. Si vuelves a insultarle, tendré que...

—¡Una buena persona no te habría hecho daño! —rujo—. Yo no te habría hecho daño, jamás —termino murmurando.

Soo Jin me mira con desconcierto para después volver a bajar la mirada. Respiro hondo y me limito a apoyar la mano en el hombro de Jin, en un intento por manifestar mi apoyo. Aún de medio lado, puedo ver como un hoyuelo salvaje apareció.

Porque tú, cuando sonríes, me mareo
Cierto, ¿tendrás cuidado?
Tú, en realidad, lo que es realmente peligroso
Solo tú los tienes

Soo Jin levanta su preciosa cabecita de pronto.

—¿Entonces porqué tienes tanto miedo? —pregunta de pronto.

Quito la mano de pronto, como si me la hubieran electrocutado. Intento disimular.

—¿Miedo a qué? —me hago el sueco.

—A que tu abuela le diga a tu familia que eres gay —me recuerda Jin—. No tiene mucho sentido, si todos son tan tolerantes y te aprecian. ¿O es que no has encontrado aún esa persona amada por la que lucharías hasta el final?

Puto Soo Jin. Justo cuando crees que es un angelito dulce e inocente, vuelve a metértelas dobladas. Mi travieso y astuto diablillo no deja títere con cabeza. Me rasco mi caótica cabellera en busca de una respuesta convincente pero solo se me ocurre decir la verdad. Y eso es lo que suelto, mientras Soo Jin y yo nos adentramos en otra arboleda. Esta vez parece otoño. Fogosas hojas de arce levitan a nuestro alrededor.

—Si he de ser sincero, no es por mi familia en sí —confieso—. Es por el resto. Verás, yo ya soy el raro por ser charnego. No quiero añadir otra etiqueta a la lista.

Soo Jin vuelve a arrugar su preciosa y redondita naricilla.

—¿Charnego? ¿Qué significa eso?

—Es lo que eres cuando tus padres no son totalmente catalanes —le explico yo— Hay algunos CAPULLOS— me esfuerzo en enfatizar la palabra con toda la ira que soy capaz de reunir—, a los que les molesta que no sea de pura cepa.

—¿Hablas del Independentismo en Cataluña? —intenta confirmar Jin—. He leído un poco sobre el tema... Entonces, tus padres no son catalanes.

—Mi madre sí. Hablo catalán con ella y todo, pero mi padre y mi yaya Hortensia son andaluces, del sur de España. Se ve que hay gente que le molesta que mi padre se haya venido a estudiar y currar a Cataluña. Lo que pasa es que le va de puta madre y les da envidia.

—Pero hay muchos hijos de inmigrantes andaluces viviendo actualmente en Cataluña. No me parece muy racional fijarse en esas cosas —dictamina Soo Jin.

—No lo es —escupo yo—. A ver, en Barcelona donde todo el mundo es de un sitio distinto no pasa tanto, pero me tuvo que tocar a mí. ¡Y todo porque desde parvulitos tuve que compartir clase con el desgraciado de Oriol Berdaguer! Desde que éramos unos malditos críos ha estado tocándome las narices con el tema de mi familia. Casi consigue que me hagan bulling en el colegio, el muy cabrón.

—Pero no lo consiguió, ¿verdad? —intuye Soo Jin.

—No —confirmo yo, orgulloso—, y todo gracias a mi mejor amigo Jaume.

—¿Así que tu también tienes un amigo? —comenta Soo Jin.

—¡Es el puto amo! ¡Un crack! ¡Es súper listo y siempre saca buenas notas! Es un poco bocazas a veces, sobre todo con las tías, pero es muy legal y sincero. Siempre que tienes un mal día, consigue animarte. Es el mejor.

Soo Jin se ruboriza casi tanto como las hojas que nos acorralan en su caída.

—¿Y...bueno...nunca has sentido... ha habido algo...? —intenta preguntar.

—¿Con el Jaume? ¡Qué dices! —me escandalizo yo—. ¡Pero si le gustan más las chicas que a un tonto un lápiz! Además, que no es mi tipo. Nunca lo vería de esa forma. Es mi colega y punto.

—Perdona si he sido indiscreto —se disculpa tímidamente Jin.

Yo me acerco a él, y en un despiste le vuelvo a tomar de las manos.

—Ey, no te des mal —le reconforto—. No estoy enfadado contigo ni nada. Solo me he sorprendido.

—De acuerdo —concede él—. ¿Entonces puedo hacerte otra pregunta?

—Claro. ¡Dispara!

—¿Qué piensas de todo ese asunto de separarse de España?

Otra puñetazo en la cara de Soo Jin. En serio, este niño es como una caja sorpresa con un guante de boxeo dentro. Menos mal que se sentía mal por ser indiscreto. De pronto, me vuelve a picar la nuca.

—Es una cuestión un poco delicada —me preparo.

—Entiendo —afirma Soo Jin, quien no deja de mirarme, aguardando mi respuesta.

—A ver, sinceramente —empieza a hablar—, me da la impresión de que pase lo que pase, estoy jodido.

—¿A qué te refieres?

—Verás, yo soy catalán por parte de madre, por mucho que les fastidie a muchos. Llevo toda mi vida viviendo en Barcelona y hablo catalán además de castellano. Es mi tierra y todo lo que conozco. Mis amigos viven aquí y todas las mierdas que nos hace Madrid, haciéndonos de menos, robándonos con la corrupción no me gustan. Pero yo también soy español y no creo que pueda dejar de sentirme así. ¿Qué se supone que va a pasar si nos vamos de España? ¿Tendré que ir a ver a mis primos del pueblo con pasaporte? ¿O tendré que mudarme de Cataluña porque no quiero la Independencia? La gente suele decirme que no entiendo a los independentista porque soy charnego, pero ellos tampoco se dan cuenta de que estoy en medio y recibiendo por parte de los dos lados. No es que quiera dejar de hablar catalán con mi madre, pero también quiero hablar castellano con mi padre. ¡Dios, es como cuando eres pequeño y te preguntan si quieres más a mamá o a papá! ¡Es una pregunta trampa!

Soo Jin hunde la mirada en la alfombra de hojas que hacemos crujir con cada paso.

—Sé que no sé mucho de tu país, pero, ¿te puede decir algo al respecto?

—Si crees que tienes algo que aportar para solucionar toda esta mierda, adelante —le animo yo.

En unos segundos cuya rapidez me quita el hipo, Soo Jin me abraza. Entierra su carita de porcelana en mi pecho. El contacto, aún con la molestia de la tela, me congela de inmediato. Este niño me va a volver loco.

—No os separéis —me pide de pronto, como si la decisión dependiera de mí—. No os separéis, porque si lo hacéis, en algún momento vuestros jóvenes tendrán que volver a hacer el servicio militar.

Yo me limito a acariciarle la cabeza, aprovechando para comprobar el tacto exquisito de su flequillo. Respiro conmovido y termino por abrazarlo. Poco después, Soo Jin da muestras de querer separarse. Cuando me mira, su incomodidad está escrita con neones en su cara.

—Lo siento, no quería inmiscuirme ni ser tan dramático —reconoce él.

El bosque otoñal da paso a una plaza de edificios cristalinos que, con sus complicadas y resplandecientes curvas, harían las delicias del más pijo de los elfos.

—No es culpa tuya, es el mundo que está hecho una mierda —me quejo yo.

—Sí —opina Soo Jin—, tal vez por eso la gente tiene que escapar a un sitio como este por la noche.

Soo Jin y yo miramos al cielo violáceo que se extiende sobre nosotros como una cúpula mística. Justo cuando empiezo a cuestionarme si las estrellas que nos cubren son reales o no, una luz rojiza atraviesa el firmamento. Da vueltas inconexas y repentinas como un OVNI conducido por un borracho, hasta que se acerca lo suficiente para que pueda saber lo que es. Casi me muero del susto al comprobar que se trata de un hombre de mediana edad, ataviado con la excéntrica combinación de una capa roja y un traje de oficina. Al notar nuestro estupor, el señor parece ofenderse.

—¿Qué pasa? ¿Es que nunca habéis soñado con volar? —nos interpela levitando en las alturas— ¡Panda de niñatos!

Y tan rápido como llegó, desaparece como si de una mera alucinación se tratara.

—¿Pero qué co..? —empiezo a pronunciar, justo cuando Soo Jin se deshace en carcajadas.

En cuestión de segundos, estamos los dos doblándonos de risa.

—¿Has visto eso? —me pregunta Soo Jin, sin terminar de creérselo.

—¡Un hombre que estaba soñando que volaba a lo Super Man! ¡Me parto! —coincido.

—¡Dios, mi estómago! —se queja Soo Jin— ¡No me he reído así en meses!

Poco a poco la risa se va amansando hasta desaparecer. Solo quedamos Soo Jin y yo, normalizando nuestra respiración, contemplándonos mutuamente con una sonrisilla cómplice. Sin mediar palabra alguna, reanudamos nuestro paseo. Caminamos tan cerca el uno del otro que nuestras palmas no pueden evitar atraerse como imanes, se cruzan, se enredan y vuelven a despegarse en un juego cíclico y repetitivo.

—¿Sabes, Pau? —murmura él— Me ha gustado mucho tener esta conversación contigo.

—A mí también —contesto yo—. De vez en cuando no está mal hablar un poco en vez de tanto follar —. Mi cuerpo se paraliza de temor cuando percibo un mohín cínico de Soo Jin por el rabillo del ojo. Me apresuro a corregirme—. ¡Aunque también me gusta mucho follar contigo! ¡Quiero decir...!

Soo Jin vuelve a soltar otra sonora carcajada sin dejar de presenciar mi turbación.

—¡Te he entendido, tonto! —me aclara él.

Con la elegancia y precisión de un ninja, se acerca a mí hasta poder apoyar su carita en mi hombro izquierdo. Su voz me hace cosquillas en la orejas cuando me susurra al oído.

—Porque a mí también me gusta mucho tener sexo contigo.

Y, como si tal cosa, se aleja de mí para trotar alegremente delante mío, no sin antes girarse un momento para guiñarme el ojo con coquetería y premeditación. La sencilla sensualidad de su gesto vuelve a dejarme plantado en el sitio. Este niño va a volverme loco. Este niño me quiere volver loco. Mis labios ya están temblando de impaciencia.

Esos hoyuelos son ilegales
No, son peligrosos, oh yes
Así que te llamo "chico ilegal"
Tu existencia es criminal

¿Fue un error de un ángel?
¿O fue un beso profundo?
Esos hoyuelos son ilegales
Pero los quiero de todos modos, de todos modos, de todos modos

—¿Cómo es que sabías todas esas cosas sobre Cataluña? —pregunto en un intento de normalizar la situación— ¿Es que te interesa la política y esas cosas?

—Es por un trabajo de la universidad —explica él.

—¿La universidad? ¿Ya vas a la uni? ¡Qué pasada! —me admiro yo.

En cierto modo, no me es difícil entrever en Soo Jin ese aura sofisticada de aquellos que ya están en ese periodo de la vida estudiantil.

—Sí. Estudio Economía y Dirección de Empresas —comenta él, hasta que, de pronto, su frente empieza a arrugarse— ¿Por qué te extraña tanto? ¿Tú no vas a la universidad?

—¡Qué va! —respondo yo entre risas— ¡Si aún voy al instituto!

La cara de Soo Jin va perdiendo su leve color sonrosado y amarillento, como si le hubieran drenado toda la sangre del cuerpo hasta dejarlo seco.

—¡Un momento! ¿Cuántos años tienes? —me pregunta con urgencia y cara de haber visto un fantasma.

—Diecisiete —contesto yo— ¿Por?

—¡OH DIOS MÍO! —grita Soo Jin horrorizado— ¡ME ESTOY ACOSTANDO CON UN MENOR DE EDAD!

Mi orgullo de adolescente que ansía considerarse adulto se ve herido por su repentina revelación.

—A ver, que en abril cumplo dieciocho —tercio yo—. Tampoco hay que ponerse así.

—¡Soy un pervertido! ¡Un degenerado! —sigue exclamando Soo Jin inverso en el odio hacia sí mismo. Toma aire de pronto—. ¡Espera! ¡La forma de contar la edad es distinta! ¿En qué año naciste?

—En el 2000 —le digo sin entender del todo la razón de su pánico—. ¿Y tú?

—En 1996 —murmura él entre dientes—. Bueno, en Corea tendrías casi diecinueve años. Dios, sigues siendo un maldito colegial. Ahora entiendo porque eres algo infantil en ocasiones. ¡No eres más que un crío!

—¡Anda, eres del año de mi hermana mayor! —observo yo—. ¡Qué gracia!

—¡No tiene ninguna gracia! —brama Soo Jin fuera de sí— Dios, me estoy mareando.

Atrapado en su propia ansiedad, Soo Jin empieza a dar vueltas con las manos en la cara por el jardín de la plaza regentado por una enorme fuente que emana elegantes chorros de agua. Parece realmente afectado por el descubrimiento de mi edad, y, sin embargo, para mí la suya nunca fue algo tan trascendente. Hubiera querido acostarme con él aunque en vez de veintidós, hubiera tenido cuarenta. A mí solo me importa él. ¿Por qué le afecta tanto unos míseros cuatro años? ¿Y qué va a hacer al respecto? Esa sí es una pregunta cuya respuesta me da miedo desentrañar. Congelado por la incertidumbre, voy hasta él. Le levanto la barbilla con los dedos, forzándole a mirarme a la cara.

—Jin —le llamo—, ¿Es que ya no te gusto por mi edad? ¿Ya no quieres saber nada de mí?


La pregunta parece haber calmado a Soo Jin, quien desvía la mirada avergonzado y chasquea la lengua de frustración. Me acaricia el rostro para que pueda tranquilizarme también.

—No, no es eso —murmura—. Yo no quiero dejar de encontrarme contigo. Es sólo que no me lo esperaba. No aparentas tu edad en absoluto. ¡Argh! —grita— ¡No es justo! ¿Cómo puedes tener ese cuerpo de hombre siendo tan joven?

Una sonrisilla maligna y prepotente se me asoma por la boca. Este es una oportunidad de oro para impresionar a Soo Jin.

—¿De verdad quieres saber mi secreto? —proclamo orgulloso— ¡Practico artes marciales desde pequeño!

El rostro de Soo Jin se ilumina de admiración.

—¿En serio? —replica él— ¡Eso suena súper interesante y varonil!

—¿Verdad que sí? —me regocijo yo.

—¿Y qué arte marcial practicas? —se interesa Soo Jin—. Si se puede preguntar...

—Taekwondo, desde los seis años —respondo—. Así es como desarrollas músculos como los míos.

Soo Jin se muestra cada vez más intrigado e impresionado y a mí me encanta tenerle tan pendiente de mí. Seguro que ahora le gusto tanto que le va a dar igual mi edad. A partir de ahora pensará en mí como en el semental del Taekwondo, eso sin tener en cuenta que se trata de un deporte de su país.

—¿Y eres bueno? ¿Cuál es tu cinturón? —insiste Soo Jin con chispitas en los ojos.

—Soy cinturón rojo —me pavoneo—. Segundo kup. Es un nivel bastante avanzado para que lo entiendas.

—¡Oh! —exclama Soo Jin emocionado— ¡Eso parece propio de gente realmente fuerte! Veamos si...

De repente, algo rápido y potente sacude mis talones, como un guadaña de aire que me hace perder el equilibrio. Doy con mi espalda en el suelo, espabilándome con una súbita ración de dolor. Lo primero que veo al abrir los ojos es el rictus cínico de Soo Jin. Chasquea la lengua con disgusto.

—No, no eres la gran cosa precisamente —dictamina mientras me ofrece su mano para levantarme.

—¿Pero qué...? —empiezo a decir, al tiempo que me masajeo el lugar del cráneo de donde brotará mi chichón.

—¿Qué te creías? —se burla él sin dejar de ayudarme— ¿Pensabas que eras el único del mundo que había aprendido Taekwondo? Yo lo practico desde los cuatro años y soy mayor que tú. Cinturón Negro. Tercer Dan. De seguir en mi club, en un par de meses hubiera sido nombrado Boo Sanbom Nim (Ayudante del profesor).

Debo de haberme quedado con la boca tan abierta que una familia entera de moscas podría vivir ene ella. Vale, es oficial: me siento como un auténtico gilipollas.

—Vaya —murmuro— yo...

—¿Qué? —asume Soo Jin presuntuoso— ¿Pensabas que por ser delgado no podía ser tan fuerte o más que tú? ¡Pues te equivocabas!

—Lo cierto es que estaba pensando que eso explica porqué tienes esas piernas tan largas, fibrosas y bonitas —replico yo—. Están desarrolladas para dar patadas precisas y rápidas como las del Taekwondo. Todo cuadra.

Soo Jin carraspea nervioso por el inesperado piropo.

—Pau —comienza a proponer entre titubeos—, es posible que haya sido un poco duro contigo. ¿Qué te parece si luchamos una ronda? A lo mejor así podemos aprender un poco el uno del otro.

Dicho esto, Soo Jin, vira su estrecha y sensual cadera hasta colocarse en ap sogui (posición hacia delante o de ataque). Sus manos esbozan un olgul makki o bloqueo de la parte alta del tronco. Solo el comprobar como su cuerpo fibroso y enjuto se adapta como un guante a las formas del Taekwondo, como si lo hubieran esculpido para ellas hace que se me erice el bello de todo el cuerpo . Este chico siempre logra sorprenderme: justo cuando creo que no puede ser más sexy consigue superar todas mis expectativas. Joder, esa mirada fiera me está dando escalofríos.

—Me encantaría —afirmo rotundamente, rezando porque Soo Jin no se percate de lo mucho que me está haciendo babear ahora mismo.

—¡Muy bien! —ordena él con firmeza— ¡Prepárate!

—Vale —babeo absorto en su brutal belleza.

—Sambon-nim —se impacienta él—. Te estoy esperando... Te dije que te prepararas.

Y, sí, justo entonces me doy cuenta de que me he vuelto a quedarme mirándole como un idiota, como una polilla a una bombilla. Él disimula una risita y me hace un gesto para incitarme a lo Bruce Lee. Mi garganta está reseca. Nunca pensé que un contrincante me haría derretirme antes de iniciar la lucha. Muy profundo dentro de mi alma, sé que él ya me ha derrotado.

Flexiono mis piernas, apoyando mi peso en la derecha. Giro la cadera para adelantar la izquierda, emulando la postura preparatoria en L o Niunja Yombi Sogui. Doblo mis brazos para darme impulso y me propulso para intentar golpear el hombro de Soo Jin. Intento esgrimir mis piernas con precisión, no quiero dañar su precioso rostro, pero él, lejos de agradecer mi caballerosidad, desvía mi pierna con un bloqueo central. Mis ingles chillan por la tensión a la que son sometidas, pero consigo recuperar el equilibrio apoyándome en la otra pierna. Opto por un puñetazo en el pecho pero él se defiende con una llave, para luego hacerme caer con otro barrido de pies. Me mira otra vez desde sus inexpugnables alturas con esa sonrisa canina de ligero desprecio, preguntándose tal vez si no puede hacerlo mejor. Y no, Soo Jin ni siquiera se ha despeinado. Me está volviendo loco.

Me levanto de un salto, e intento acertarle con una serie reiterada de patadas medias. Él se desvía del rumbo de la mayoría con ligeros pero eficaces giros de caderas y pies, acompañados de bloqueos con su antebrazo.

—Por favor —se burla—. Eres como esos niños que no saben jugar a videojuegos y prueban a darle a todos los botones lo más rápido posible.

Sus palabras son como un enjambre de avispas ruidosas que no paran de picotear mi ya hinchado ego. En algún momento, podré hacerle callar. Cambio a patada alta para sorprenderle, pero él lo ve venir. Me intercepta con un eogol makki o bloqueo de cara. Su otro puño se me clava en el costado hasta casi dejarme sin respiración. Indefenso me veo obligado a retroceder.

—Eres fácil de provocar, ¿eh? Si eres tan emotivo en la lucha, no podrás mantener un enfoque global —me regaña—. ¡Vamos! ¿A qué esperas? ¡Demuéstrame lo que sabes hacer!

Él vuelve a su postura defensiva e inicia el característico baile de pies, como si todo lo anterior no hubiera sido más que un mero calentamiento para él. Yo rujo de frustración y me lanzo a por él, con el objetivo de golpearlo con una patada frontal, pero, una vez más, él voltea sus caderas y me detiene y aleja con una patada trasera.

—Demasiado obvio —juzga él—. Haces muchos movimientos innecesarios. Te luces tanto que tu enemigo puede leerte fácilmente.

Con la hiel en la boca, arremeto contra él con una patada lateral que aproveche a mi favor la distancia a la que estamos, pero él se me amarra con una patada en gancho hacia el otro lado, de manera que no solo me esquiva, sino que me atrapa. Nuestros cuerpos se han enredado de una manera muy peligrosa. La concentrada fragancia que emana su piel apenas húmeda entumece mis sentidos. Su mirada certera, hermosa pero letal como una punta de flecha termina de condenarme.

—Tienes muy buenos reflejos, lo reconozco —comenta él, con la respiración a penas si un poco agitada—. Seguro que estás acostumbrado a destruir a tus oponentes con golpes rápidos e inesperados. Pura fuerza bruta, pero sin ninguna estrategia.

Entonces, con un movimiento hábil, Soo Jin me golpea la espalda. Yo le empujo para poder liberarme. Contraataco con una patada alta y frontal, pero pronto me siento derrumbar como un castillo de naipes. Vuelvo a caer de espaldas al suelo. No me da tiempo ni a gritar antes de que el puño de Soo Jin me ate a la tierra. La derrota es clara y aplastante. Soo Jin ha dominado el encuentro desde el principio. Con una frialdad pasmosa, se ha limitado a prever mis intenciones y ha actuado solo cuando era necesario para vapulearme sin piedad. Desde el plano contrapicado que disfruto desde el polvoriento suelo de mi fracaso, Soo Jin ha adquirido la belleza extraña y sobrecogedora de los depredadores. Parece una serpiente de relucientes escamas que se arrastra elegante y tranquila hacia su presa para mostrar sus mortíferos colmillos en el instante preciso. Es una hermosa bestia y lejos de inspirarme temor o rabia, me provoca una fiebre cuyo origen no consigo dilucidar. Mi único pensamiento, cuando él vuelve a ofrecerme su ayuda para levantarme, es que muero por que esa fierecilla diabólica me devore.

Cada vez que los veo, mi corazón se vuelve peligroso
Cada vez que los veo, se vuelve más peligroso
Oh baby no hey
Oh baby no hey
Es demasiado peligroso estar en este mundo

—No te sientas mal —me consuela él, ajeno a mi excitación—. Si he de ser justo, no tienes mal nivel. Eres bastante fuerte y rápido, pero demasiado impulsivo. Tienes que aprender a enfocar la mente en... —Ahora que estoy de pie, los afilados y perceptivos ojos de Soo Jin reparan en mi entrepierna. Yo he intentado apretar las piernas mientras me incorporaba, pero no ha sido suficiente como ya disimular mi incómoda situación—. Vaya...

—Yo... Lo siento... —me apresuro a disculparme avergonzado.

Aunque Soo Jin no se muestra molesto, más bien se divierte ante mi reacción. Sus dedos acarician en círculos mi piel.

—No te preocupes —sisea entre susurros seductores—. Es algo natural, supongo.

—Nunca me había pasado luchando —me excuso—. ¡Lo juro! No soy un pervertido...

—No es lo que estaba pensando, Pau —ríe él—. Acaso tú... —se me acerca otra vez al oído—. ¿No te habrás quedado con ganas de más después de esa interrupción, verdad?

—¿Qué? —balbuceo yo.

—¿Te apetece volver a hacerlo? —ronronea él.

—Pe,pe,pero podrían volver a vernos —objeto yo a mi pasar.

Con el brazo izquierdo libre, él acaricia mi bíceps. Me levanta el bello al paso de sus dedos.

—No pasa nada. Hace un rato, me he fijado que hay un par de callejones estrechos por aquí que podrían servirnos de refugio. Nadie se fijara en nosotros. Dime, ¿te apetece? Porque siempre podemos intentar averiguar si por aquí hay un motel, aunque posiblemente despertemos antes de que encontrarlo.

La sangre circula ruidosa y furiosa por las venas de este cuerpo que no sé si es del todo real. Lo único cierto es el brillo lúbrico de los profundos y abisales ojos de Soo Jin. Me siento hipnotizado como la presa de una boca constrictor. Sus pequeños y tentadores labios rojizos se separan lentamente.

—¿Y bien? ¿Qué me dice? —insiste Soo Jin.

—Tío, me encanta cómo piensas —contesto abnegado—. Joder, sí, te seguiré al final del mundo.

—Así me gusta —ríe él—, aunque solo te he propuesto sexo, no que mueras por mí.

¿Es posible que Soo Jin no entienda lo sencillo que es que ambas nociones se entremezclen en mi mente? Ahora mismo, moriría por tocarle una vez más. El toque eléctrico de Soo Jin me quema la mano que este toma sin previo aviso, para conducirme al lugar estrecho y recóndito donde podremos arder juntos. Para terminar de adormecer mi sentido común, me inyecta una sonrisa sensual plagada de traviesos y graciosos hoyuelos. Soy todo suyo.

 

Esos hoyuelos son ilegales
No, son peligrosos, oh yes
Así que te llamo chico ilegal
Tu existencia es criminal

¿Fue un error de un ángel?
¿O fue un beso profundo?
Esos hoyuelos son ilegales
Pero los quiero de todos modos, de todos modos, de todos modos

La espalda de Soo Jin impacta contra el muro de ladrillo, aunque no se queja por el probable dolor. Más bien, se entretiene intentando colar sus manos aventureras por debajo de mi camisa. Suavemente me acaricia la nuca, mientras yo lo cerco con mi cuerpo y le como la boca. Un rugidito surge de esta, cuando nos separamos para respirar. Él cuela mis piernas entre las suyas y nuestras entrepiernas se tocan por debajo del vaquero. Una ligera vibración, un escalofrío nos recorre entonces. Soo Jin se muerde el labio mojado y goloso de pura impaciencia. Coloco mis manos sobre sus caderas, aquellos vórtices mortales que siempre, tanto en la lucha como en el amor, siempre terminan engulléndome. Como un niño pequeño que destroza el papel de regalo, le subo la sudadera. El vientre blanquecino como el mármol de una estatua antigua, con las perturbaciones justas que le otorgan sus discretos abdominales queda expuesto ante mí. Sus pezones sonrosados resaltan como una trampa demasiado obvia como para no caer en ella. Él me mira con la mirada anegada en turbias aguas de lujuria, con sus mejillas de melocotón teñidas de un fogoso carmesí de fruta madura. Sus labios de golosina se entreabren para soltar algunos jadeos involuntarios enjuagados en almibarada saliva.

—Dios... —susurro.

—¿Qué? —pregunta él.

—Creo que desnudarte es lo más sexy que he hecho en toda mi vida—confieso.


La cara ruborizada de Soo Jin parece a punto de reventar.

—¡Idiota! —arremete él.

—Joder —río yo—. ¿Por qué será que cada vez que me insultas me pones más y más cachondo?

—Bueno —tercia él, restregando su naricita contra la mía—, se me ocurre algo que podríamos hacer para solucionar eso.

Y ese momento en el que he bajado la guardia, las manos de Soo Jin se han infiltrado bajo mi ropa, destrozando de paso algunos botones. Trazan misteriosos e indescifrables hechizos de amor en mi sensible piel. Vuelvo a besarle, su lengua le hace el amor en la suya en un húmedo lecho de carne y encía, donde respirar no resulta más que una pérdida de tiempo. Nuestras caderas se aferran la una a la otra, como dos animales marinos en un pulso de fuerza. Soo Jin se separa para sollozar.

—¿Qué quieres que haga? —susurro con la voz rezumando deseo.

—Lo que tú quieras —contesta él al borde una asfixia que no le impide juguetear con la hebilla de mi cinturón—. Te dejo elegir.

Entonces, lo tomo por las caderas y lo volteo contra la pared. El movimiento es tan repentino que Soo Jin emite un gritito de sorpresa. Le arranco la sudadera y la gorra de cuajo. Mi pecho desnudo por su descarada invasión y su espalda, estrecha y nacarada, surcada armoniosamente por el valle de su columna se encajan la una contra la otra, separadas exclusivamente por una patina de sudor. Él inconscientemente, alza sus firmes nalgas contra mí, rozándome, incitándome a ir más allá.

—¿Así está bien? —le pregunto al oído antes de corresponder a sus movimientos pélvicos— ¿Te gusta?

—Sí —ronronea roncamente— No te pares, por favor.

Yo le obedezco. Le bajo los pantalones y la ropa anterior hasta las rodillas, le separo las piernas todo lo que puedo, antes de retirarme el calzoncillo. Ese traicionero pedazo de carne mío brota de su prisión de tela, dolorosamente duro, anhelante, como una vara de zahorí, busca el interior de Soo Jin.

Pero antes de poder cumplir con ese dulce objetivo, tenemos deberes que cumplir. Los hombros de Soo Jin pulidos como piedras de río, sonrosadas como pétalos florales por el rubor aparecen como tiernos tentempiés para mi boca. Empiezo por su cuello de grácil ave, mordisqueando la tersa y pálida piel, y poco a poco voy descendiendo beso a beso. Mientras tanto, con una mano busco su apéndice que se yergue tan inflamado y afligido como el mío. Vibra cuando lo acaricio con la palma de mi mano. En respuesta, Soo Jin comienza a bambolear sus hábiles caderas como un barco mecido por un marea antigua y secreta, así que las amarro con mi mano libre. Me interno casi por accidente en el valle de carne que son las nalgas de Soo Jin. El sollozo brota de su tierna garganta como un trueno de una nube borrascosa. Así que, suelto el miembro ya explotado de Soo Jin y aprovecho sus fluidos para lubricar su golosa entrada. A pesar de lo incómodo de la postura, mis dedos son devorados uno a uno por sus entrañas caníbales. Todo esto lo contempla aquella furtiva parte de mi mismo que aguarda impaciente su turno. Mis dedos no dejan de resbalar por la escurridiza cima señalando con las yemas todas la protuberancias. La espalda de Soo Jin se arquea peligrosamente con cada incursión.

—Pau, por favor —susurra sofocadamente—. ¡Hazlo ya! Me vas a volver loco.

Trago saliva y sostengo las desbocadas caderas con mis manos titubeantes y me froto contra Soo Jin hasta que de un movimiento decidido me interno del todo en él. Él brama de placer cuando lo lleno, hasta el punto que tengo que agarrar su cintura para que sus flaqueadas rodillas no lo hagan caer. A partir de aquí se lo dejo todo a mi entrepierna, que golpea el cuerpo de Soo Jin como un herrero golpea un yunque. Poco a poco, su carne me va abrazando y abriendo paso, sumiéndome en un mar de ardor. Me siento fundir dentro de él, en la sagaz búsqueda de su placer. Sus lóbulos de frambuesa quedan de pronto a mi vista, con esa guinda de oro en uno de ellos. Paso mi lengua por este último. Es como saborear un polo de metal y fuego.

—¡No! —gime él— Me haces cosquillas...Mmm.

—Desde que te los vi puestos, pensé en hacerte esto —le advierto—. Y esto también.

Con una fijación vampírica, marco con mis dientes el delicado arco que une su cuello con el hombro izquierdo. Lamo la punción con mi lengua y mis pegajosos labios.

—¡No! ¡Pau, para! ¡No lo hagas! —ruega él.

—¿Por qué no? —me rebelo yo entre chupetones— ¡Estás tan rico, precioso!

¡Ah! Juraría que Soo Jin me aprieta más y más.

—No —se rebela él—. Si lo haces, me dejarás marca. ¡Tendré que volver a llevar cuello alto!

—¿Qué?

Aquella información repentina y tan ilógica me abotarga el cerebro, algo que Soo Jin utiliza para girarse y tirarme del pelo, forzándome a besarle en sus labios vueltos. Así, le muerdo los labios en vez del cuello, conforme vamos chocando, hundiéndonos, encajándonos a cada vez más profundidad el uno en el otro. De pronto, Soo Jin suelta otro poderoso gemido. Me aprieta dentro de sus vibrantes paredes como si pretendiera exprimirme del todo. Mi mente exhausta se queda en blanco cuando me desahogo dentro de él, como blanco es el semen con el que riego su blanca espalda. Entre ruidosas bocanadas de aire, caemos abrazados, apoyándonos uno en el otro. Soo Jin todavía sollozando, emite algunas risitas de puro triunfo. Yo le beso la nuca.

Ilegales
Ilegales
Pero los quiero de todos modos, de todos modos, de todos modos

—Dios —exclamo—, te amo.

De pronto, la espalda de Soo Jin se tensa como si hubiera recibido una descarga eléctrica. No es hasta que veo la expresión de palpable terror de Soo Jin que me doy cuenta de lo que acabo hacer por pura inconsciencia, de lo enormidad de lo que acabo de confesar.

—¿Qué has dicho? —pregunta Soo Jin nervioso.

—Yo, yo... —intento crear una frase coherente pero mi mente se ha atorado como engranajes que no terminan de rotar—. Lo siento, yo, yo...

Soo Jin me separa súbitamente con su brazo. Su flequillo oculta un rostro desencajado.

—No pasa nada —disimula él—. ¿Sabes? Creo que debería ir despertándome ya. Nos vemos. Gracias por el sexo.

—¡No! ¡Espera, Jin!

Intento retenerlo agarrándole del brazo, pero él más rápido y me encuentro intento asir un haz de luz que se evapora entre mis dedos. De pura desesperación, al rato, noto como el escenario en que me encuentro comienza a diluirse ante mis ojos. Caigo inevitablemente en mi cama.
Sabiéndome ya en el mundo real, me dan ganas de arrancarme la piel de la cara de pura rabia contra mí mismo. En lugar de ello, sacudo las sábanas con mis piernas y pago mi pataleta y mi vergüenza con la almohada. A juzgar por la mirada aterrorizada de Soo Jin, que me ronda mis recuerdos como un fantasma, era demasiado pronto. Lo he echado todo a perder.

—ARRRG, JODER, ¡PERO QUÉ GILIPOLLAS QUE SOY! —grito— ¡IMBÉCIL! ¡IDIOTA! ¡SOY RETRASADO!

—COÑO, PAU! —me riñe mi hermana— DEIXA DORMIR A LA GENT QUE ELS DEMAS TENEN SON, JODER! (¡Coño, Pau, deja dormir a la gente que los demás tienen sueño, joder!)

Notas finales:

Antes que nada, siento haber vuelto a actualizar a deshora. Últimamente mi vida es un poco más complicada de lo que había podido pensar. 

 

También me gustaría transmitir que el tema de Cataluña es uno muy complejo y con muchos factores a tener en cuenta, pero como a mí me gusta ver el mundo arder, pues lo retomo para hacer un fic. Why not? XD Igualmente espero no haber ofendido a nadie, pq esto es una historia de ficción y Pau no es un real.

 

Así mismo, me despido deseando que la espera haya valido la pena. Muchas gracias por leer, por comentar y por seguir leyendo este loco fic cuyas actualizaciones son inescrutables. 

Besitos y hasta la próxima. 

 

 


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