Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Cada noche contigo por Korosensei86

[Reviews - 53]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Soo Jin y Pau se reencuentran en sueños. Ambos tienen muchas cosas que decirse... ¿podrán hacerlo? 

Hay un siseo familiar en el viento. La luz que se escapa de entre las hojas como el agua por los agujeros de un colador acaricia traviesa mi rostro. Me despierto con la certeza intuida de estar bajo las ramas de aquel conocido árbol. De pronto, una idea sacude mi cerebro como una corriente eléctrica, la súbita llegada de una notificación de recuerdo. ¡Pau! Debe de estar aquí, tengo que hablar con él. Mis músculos adormecidos protestan cuando los fuerzo a incorporarme.

—¿Soo Jin? — oigo musitar—. Has venido...

El tono grueso pero dulce de esa voz aterciopelada, como crema de chocolate sobre la cubertura de un pastel me sobrecoge con algunas notas melancólicas. Cuando me doy la vuelta para encontrarme con él, la sonrisa de Pau parece a punto de quebrarse de desesperada emoción.

—¿Pensaba que no vendrías? —le pregunto conforme me voy acercando a él.

Pau se mesa los desordenados cabellos y baja la mirada, avergonzado como un perrito pillado en una travesura. Casi puedo sentir su suspiro materializarse ante mí.

—Yo... —empieza a explicar—, creí que igual no te apetecía volver porque la última vez, yo... metí la pata y...

De un paso rápido llego hasta él y le agarro la mano con la que está a punto de taparse los ojos.

—No has metido la pata —le aclaro yo, sorprendiéndome por el sonido aflautado y dulce que ha creado mi propia voz.

Él me devuelve una sonrisa precavida, tierna en su indefensión, para después volver a apartar ese par de ojos redondos y cálidos de mí.

—Yo no quería que te sintieras incómodo- confiesa.

—No has hecho nada malo —insisto yo—. Soy yo el que debe disculparse por haberme ido así.

Pau se aferra a mis hombros con sus fuertes manos, como si yo fuera un tesoro que se le escurre entre las manos.

—¡No! ¡Yo no quería decir algo así de esa manera! —exclama cada vez más ofuscado.

—Lo sé —reitero—. No tienes que darme explicaciones.

—¡Pero quiero que sepas que lo decía era cierto!

Sus palabras me impactan como un rayo descargándose por todo mi cuerpo. Me quedo paralizado durante un segundo. Luego el calor eléctrico se va evaporando poco a poco, dejando como único resquicio una sensación de cálido hormigueo en la piel. ¿Cómo puede ser una sola persona tan torpe y adorable al mismo tiempo?

—¿Ah sí? —farfullo yo.

El rostro de Pau se congestiona con una extraña mezcla de pudor y determinación.

—Yo... voy a demostrarte que voy en serio, para que así puedas entender la profundidad de mis sentimientos —declara con una solemnidad tan repentina que parece cómica.

Yo me dedico a reprimir una carcajada y a acariciar el rostro enrojecido de Pau.

—Tonto, escucha cuando te hablan —le riño—. Te estoy diciendo que no pasa nada. No tienes que hacer nada. Todo está bien.

Pau me devuelve otra de sus interrogantes miradas de perro grande y tonto.

—Yo fui el que se asustó y se largó —explico otra vez—. Soy el que debe disculparse.

—Yo no quiero asustarte, Soo Jin —admite él con la fragilidad de un niño—. No quiero que te sientas mal por nada de lo que yo haga. Tú me gustas mucho. Muchísimo.

Yo le abrazo y entierro mi cabeza en su amplio pecho. Respiro la masculinidad que exhalan sus poros. Pero él solo es un niño.

—¿Y qué puedo hacer yo con todos estos sentimientos? —susurro yo.

Cuando alzo el rostro para observarlo, el rubor inunda el rostro moreno y cincelado de Pau. Sus ojos bañados en vetas verdes se entornan nerviosos, y una dubitativa mano sobrevuela mi coronilla sin atreverse a tocarla. Sonrío, y cuando quiero darme cuenta, lo estoy besando.

Mis labios rozan suavemente los suyos que tiemblan de excitación. Él abraza mi cuerpo para mantenerme de puntillas, para mantener el beso. Él penetra en mi cavidad bucal como una trucha de fuego que se cuela en una cueva demasiado angosta para ella. Sacude mi lengua contra la suya con un ansía sensual que hace que todo el vello del cuerpo se me erice. Ante sus caricias soy una flor que abre los pétalos ante la luz del sol. No es hasta momentos como este cuando recuerdo cuánto lo necesito realmente, cuánto mi cuerpo está hecho para él. Mi corazón se agita como un animalillo inquieto de madriguera bajo mi pecho.

Entonces, sus manos empiezan a deslizarse como anguilas eléctricas por mi espalda, mientras sus impacientes colmillos quieren rascar mi sensible cuello y yo me estremezco tanto que me veo obligado a colar mis piernas entre las suyas. El interruptor que pulso sin pretenderlo nos sacude a ambos con otra potente descarga de placer. Nos detenemos un instante tontamente atemorizados todavía por lo que podemos provocar cuando estamos juntos. Una nube de jadeos residuales aún nos rodea cuando decidimos volver a enlazarnos como un par de serpientes en celo. Ahora la mirada de Pau ya no es temerosa ni apesadumbrada, es ardiente y feroz como un lobo a punto de devorarme. Buen perro.

Sus manos me agarran por detrás sin ninguna vergüenza y yo me muerdo los labios de anticipación. Mis manos se deslizan pegajosas entre sus muslos para palpar la dureza de su juventud irguiéndose desde su pelvis. Pau siempre fue muy entusiasta, en todos los sentidos. Su piel ruge cuando la tenso. Él responde empujando, con sus manos sobre mis nalgas y de espaldas hacia él. Nuestro sudor lubrica nuestros cuerpos enganchados, se mezcla entre sí hasta diluirnos. Hay una urgencia que impera en nosotros dos, un anhelo de fusión que nos comanda a integrarnos el uno con el otro, como si fuéramos un solo ser.


Yo paso mis dedos por la alocada melena de Pau, mientras él lame mi cuello y sacude mis nalgas de un sordo pero efectivo manotazo. Intenta rasgar mi entrada con sus ásperos y potentes dedos. Cantos de sirena emergen de mi descontrolada garganta, y en venganza, incremento el ritmo con que manejo este sensible cincel de piel suyo. Al final, la excitación es demasiada.

Nuestras rodillas flaquean y terminamos enredados en el suave suelo de hierba. Él, con la rapidez de reflejos que lo caracteriza se sube pronto a mi cuerpo, lame mis axilas, mordisquea mi pecho. Yo me abro ante él, como una caja de música. Arqueo la espalda para que nuestro contacto vuelva a ser todo lo íntimo que requiere la situación. Él ruge como una bestia encantada. Refuerza este movimiento, asiendo mis caderas con ambas manos. Bengalas de placer explotan cuando nuestra piel se enturbia. Sin embargo, ocupado en sus acciones, no se ha percatado de mi plan secreto. Engancho sus piernas con las mías y a modo de palanca las utilizo para ponerme yo en el trono. Él suelta una honda exclamación al verse boca arriba en el suelo, pero no esgrime la menor queja. Extiendo mis manos sobre él como si estas fueran las responsables de todas las calculadas y duras estribaciones de su piel, y me voy preparando para ocupar mi asiento favorito justo en el extremo de su pubis. Vuelvo a arquear la espalda para facilitar la entrada y él me acompaña sujetando mis caderas con ambas manos, aproximando a él. Cuando el contacto se afianza, me curvo todavía más para disfrutar del trayecto que su carne efectúa dentro de la mía. No puedo evitar gemir en el momento en que él sacude sus caderas, pugnando por hundirse más y más en mí. Intento conseguir mi revancha acompasando el empujón con un movimiento de espalda.

Me ciño sobre él como si quisiera asfixiarle. Lo quiero dentro, muy dentro de mi. Quiero fundirme en él, que no se sepa dónde empieza él y termino yo. Ahora la piel parece otra frontera que franquear, por lo que quiero es su corazón. Mi montura se afana en llevarme a galope, pero yo, que me enorgullezco de ser un gran jinete, termino determinando el paso, amansando a la feroz criatura que yace bajo mis muslos. Y es así, como impactamos el uno contra el otro. De pronto, algo cambia. Hay una energía poderosa, desconocida que brota de nuestra mera enloquecida fricción, de nuestras entrañas abrasadas. La noto surgir y burbujear en mi interior, pero no se detiene ahí, si no que sube trepando por mi vientre, mi pecho, mi garganta hasta mi frente. Y ahí, explota.

Todo es blanco. Eso es lo que puedo distinguir al principio, la nada más absoluta. Una nada tan quieta y tan sincera en su totalidad que mi primera reacción es sentirme aterrorizado en mi desorientación. Hace unos segundos estaba sobre la erección de Pau, haciendo el amor y ahora estoy solo en este frío universo vacío. ¿Dónde está mi amante? ¿Está bien? ¿Me estará buscando? Entonces, sin que me dé tiempo a apreciar cómo se manifiesta una puerta aparece sobre mí, como si siempre hubiera estado ahí, pero hubiera estado tan enfrascado en mis pensamientos que no la hubiera detectado hasta ahora. Es una puerta normal y corriente, de madera anodina y funcional con un pomo que permita abrirla, pero, por alguna extraña razón, me atrae sobre manera. Hay algo, tal vez el hecho de que es lo único que hay en este estéril espacio, que me hace querer traspasarla como si me fuera la vida en ello. ¿Quién sabe? Puede que Pau me espere al otro lado. Avanzo mi mano hacia el pomo y este mero gesto hace que el interior de la puerta me succione hacia sí con la fuerza de un agujero negro. En el espacio de un instante, cuando me giro para intentar comprender lo que me ocurre, por el rabillo del ojo, la imagen de un Pau aterrado y confuso siendo absorbido por otra puerta me sobrecoge. No nos da tiempo a llamarnos.

Lo primero que siento es el frío relativo de un suelo de parqué bajo mis pies. Frente a mí una ventana que vomita la luz del exterior. A juzgar por el mobiliario, es decir, un amplio sofá, la mesita interior, las estanterías adornadas con fotos y recuerdos turísticos, los jarrones y la enorme televisión creo que estoy en el salón de una casa familiar. Me falta nombrar el detalle principal: hay una niña tumbada de cualquier manera sobre el maltratado sofá, con la atención completamente plasmada en la pantalla. Tendrá unos diez o doce años. Es delgaducha y desgarbada, una impresión que se intensifica por medio de la ropa que ha escogido: un pantalón corto y una amplia camiseta de algodón roja de un corte tal vez demasiado masculino. Esto contrasta con sus adorables gafas de montura rosa colocadas sobre su naricilla respingona repleta de pecas. Su pelo es de un color castaño claro casi rubio oscuro y está cortado a media melena de forma que las puntas se le ondulan a la altura del cuello. Resultaría bonito si no fuera porque lo lleva enmarañado y completamente descuidado como si no hubiera hecho nada con él nada más levantarse. Entonces los ojos marrones casi verdes de la pequeña se agrandan de una forma que se me hace sospechosamente familiar. Cuando abre la boca, sus brackets rosados brillan con el sol de media mañana.

—Pau, que va a començar Bola de Drac Z!! (¡Pau, que va a comenzar Dragon Ball Z!)

La voz aguda de la niña se mezcla con un extraño lenguaje terroso, como si su lengua arrastrara un montón de cemento en la boca, lo que da lugar a una curiosa combinación sonora. Sus palabras, aun así, me son todavía ajenas como si una barrera invisible las distorsionara antes de que llegaran a mis oídos impidiendo toda traducción. No la entiendo hasta que vuelve a hablar.

—¡Date prisa! ¡Te lo vas a perder! —insiste la niña con la vista en la entrada de la habitación.

De pronto, esta se ve franqueada por las piernecillas inquietas y torpes de un niño de unos seis años. No puedo evitar una sonrisa al contemplarlo correr para tirarse al desgraciado sofá, rogando por reunirse con la otra niña a tiempo. Es un niño realmente adorable que parece sacado de un catálogo de ropa, con su abundante pelo dorado en bucles angelicales, el puente de la diminuta nariz poblado de pequitas y sus enormes ojos color esmeralda recubiertos por abundantes, larguísimas, negrísimas pestañas.

Tanto es así que no consigo reprimir el impulso de acariciar su bonita caballera rubia cuando pasa a mi lado. Pero el niño atraviesa mi mano con su cabecita como si tal cosa, dejando tras de sí tan solo un hormigueo. Es entonces cuando me dio cuenta de que mi mano es traslucida. Un acantilado de terror se abre en mi estómago al contemplar la posible explicación y corro hacia el primer espejo que encuentro en el pasillo. Es entonces cuando compruebo que no me reflejo. No estoy aquí. Estoy siendo testigo de una escena en la que nunca participé. Mientras tanto, en la cocina hay una mujer corpulenta de unos setenta años canturreando una extraña pero pegadiza tonada, apenas mitigada por el burbujeo del aceite hirviendo en el que empana la carne.

—Sarandonga, noh vamó a comé —recita la señora—. Sarandonga, un arró con bacalao. Sarandonga, y en lo arto del pueblo, sarandonga, que mañana é domingo. ¡Sarandonga, cuchibiri, cuchibiri!

Yo no entiendo muy bien qué demonios quiere decir eso de “sarandonga” o si acaso es una suerte de hechizo, pero su bata estampada, sus rizos grisáceos y su cómodo y funcional calzado hogareño me basta para reconocerla.

—¿Hortensia? —musito yo, pero ella no me oye.

—¡Y óyeme cantá! ¡Niñó, no pongáis la tele muy arta, que molétaí a ló vesinó! ¡Í terminando ya, que el almuehso casi ehtá!

De pronto, una conclusión veloz cruza mi mente como una flecha. Esta señora es Hortensia, la abuelo de Pau, luego ese niño debe de ser...

“ ¡Pueh si lo hubierá vihto de shico! ¡Era rubito, rubito como su madre!” recuerdo.

Corro hacia el salón donde los dos pequeños hermanos están cantando a plano pulmón la canción de entrada de los dibujos animados. Las estridentes armonías de sus voces infantiles se trenzan entre sí como si hubieran sido cortadas por el mismo patrón.

Volant, volant! Sempre amunt! Sempre amunt ! Tu amb mi tots dos junts lluitarem. Volant, volant! Sempre amunt! Sempre amunt! Mai ningu amic sol no el deixarem.

Ambos vociferan como si la vida les fuera en ello. La niña, que seguramente será la hermana mayor de Pau, gesticula con una dramatismo desprovisto de vergüenza propio de la niñez, mientras que su hermanito se apresura a copiarla. Pero al llegar al estribillo, es el niño quien se sube al todavía resistente sofá y empieza a bramar la letra puño en alto como si de una proclama revolucionaria se tratara. Sí, definitivamente este niño es Pau.

Llum, foc, destrucció! El mon pot ser nomes una runa! Aixo no ho consentireeeeeeee! Llum, foc, destrucció! Els enemics de sempre en defensa! Llum, foc, destruccio! La pau a tot l' univers ha de neixer! Hem de fer un mon molt mes just. Llum, foc, destruccio! La força de la veritat mai no morira! No morira mai, mai, mai, mai, mai, mai!

Cuando termina la canción, el pequeño se tira sobre el sofá haciendo gala de esa conciencia de inmortalidad con la que vive la gente de su edad, mientras él y su hermana ríen a carcajada limpia. El capítulo comienza con un breve recordatorio que les lleva al punto actual de la batalla contra el villano destroza-universos de turno. Durante los siguientes veinte minutos, los niños quedan absortos en ese festival de flashes, poderosos cambios capilares, gritos y veloces intercambios de puños apenas perceptibles para la vista humana. En un momento dado, la niña vira la mirada de la pantalla y observa de reojo a su hermanito.

—Ey, Pau —susurra— ¿Quieres hacer “la lucha”?

Los ojos verdes de Pau chisporrotean como una lluvia de estrellas. Su boquita se abre para presentar el espectáculo desigual de su incompleta mandíbula de cachorro.

—¡¡¡SÍ!!! ¡¡¡LUCHA!!!

Su hermana le chista asustada.

—Pero, cállate, que no se entere la yaya —le advierte—. Venga escoge cojín.

El niño se levanta meneando sus piernecitas cortas e hiperactivas y se lanza a por un cojín rojo casi tan grande como su tronco.

—¡No vale! —protesta su hermana— El rojo es ilegal.

—¡Has dicho que escoja! —tercia Pau malhumorado.

—¡El rojo es para mí! —recuerda la niña con arrogancia— ¡Son las normas!

—No me gustan tus normas— murmura el pequeño Pau.

—Las he puesto yo porque soy la mayor —razona la niña—. Si no te gusta, no jugamos.

—¡No es justo! —se queja Pau mientas cede el cojín rojo a su hermana— ¡Algún día seré más grande que tú y te ganaré en la lucha!

—Lo que tú digas —concede una poco impresionada hermana mayor, al tiempo que le pasa un discreto cojín verde—. Muy bien, ¡saluden!

Los dos niños ejecutan una reverencia de saludo, apoyados en sendos cojines con una seriedad tan enternecedora como risible.

—¡Ya! —grita la niña, apresurándose a golpear el torso del pequeño con su enorme cojín.

Pero Pau que ya hace gala de buenos reflejos, da un paso atrás y se gira para lanzar su arma de seda y algodón al pecho de su hermana.

—¡Oh, me has dado! —proclama la niña con histrionismo— ¡Mi venganza será terrible!

Así, todavía en el suelo, fingiéndose herida, la niña aprovecha la distracción para sacudir los inestables tobillos de su hermanito.

—¡Falta! Eso es una zona ilegal —balbucea el niño, todavía incapaz de entender del todo lo que está diciendo.

—No es cierto —aclara la niña— la zona ilegal es la cabeza.

Pero el pequeño Pau no gusta de argumentar. Prefiere pasar a la acción.

—¡Ahora verás! —anuncia lanzando el cojín contra su hermana con todas las fuerzas que le permiten sus cortos brazos.

Ante tan obvio movimiento, su hermana se aparta. Por desgracia, el cojín toma rumbo de colisión con un pobre jarrón de la estantería, que se tambalea y termina cayendo al suelo, rompiéndose en mil pedazos. Los niños lo observan en silencio, paralizados por la certeza de lo que han hecho y las terribles consecuencias que siguen a sus actos.

—¡¡¡NIÑÓOOOOOOOO!!!- chilla Hortensia desde la cocina-. ¿SE PUÉ SABÉ QUE ESTÁI HASIENDO?

—¡Ha sido Pau! —incrimina la niña con rapidez.

La cara de consternación del pequeño Pau es todo un poema.

—¿QUÉEEEEEEEE? —se escandaliza.

Un lento fundido en blanco se va apoderando lentamente de la escena hasta quemarlo por completo. Apenas me da tiempo para ver cómo Hortensia entra en el salón cuando vuelvo a estar inmerso en este perturbador mar blanco.

La escena vuelve a cambiar y esta vez agradezco la penumbra del cuarto en el que me sitúo. Ante mí, Pau está sentado cabizbajo sobre su cama. Balancea sus piernecitas cortas, rozando la punta del calcetín con el suelo. De forma intermitente, se oyen algunos sollozos entrecortados y moqueos. Se escucha el ruido del picaporte y segundos después, Hortensia irrumpe en el cuarto como clamoroso rayo de luz.

—¡Vamó a vé! —exige Hortensia— ¿Por qué no le quieré contá a tu madre porqué te há peleao?

El pequeño Pau se gira avergonzado. Gracias a la luz que entra por la puerta detrás de Hortensia, puedo apreciar su carita compungida envuelta en llanto. La sola vista del moratón que sepulta su ojo izquierdo y deforma en parte su blando rostro infantil me sobrecoge.

—Es que... —comienza a tantear el pequeño— se va a enfadar.

—¡Pero se lo tendrá que desir algún día! —insiste su abuela.

El mutismo del niño lleva a Hortensia a proferir un suspiro de hastío. Chasquea la lengua con impaciencia y hace un aspaviento de frustración. Pero Pau sigue sentado sobre la cama, incapaz de mirar a su abuela, inerte como un muñequito de cera. Hortensia se rinde. Se limpia las manos en el delantal, enciende la luz de la lamparita de noche y se sienta al lado de su nieto.

—Mira, vamó a haser una cosa —invita ella—. Tú me cuentah lo que ha pasao y yo no te juro que no se lo digo a nadie.

Pau levanta su cabecita como un resorte.

—¿A nadie? -pregunta— ¿Ni siquiera a mamá?

—No se lo diré a tu madre —jura Hortensia.

—¿Ni a papá? —insiste el niño.

—Hombre, eso é má difícil —sostiene Hortensia—. No puedo mentile a mi hijo.

Pau baja la mirada al suelo.

—¡Pero puedo hasé una excepsión! —afirma ella con rotundidad.

—Es que... —comienza a hablar el niño— hay un niño en el cole que dice cosas malas sobre papá.

—¿Y qué dise?

—Pues que es andaluz —admite Pau.

—¡Ozú! ¿Y qué tiene de malo sé andalú? —pregunta Hortensia malhumorada—. ¡Yo también soy andalusa y a musha honra!

—Dice que los andaluces son malos, tontos y vagos, y que vienen a quitarle cosas a los catalanes. También dice que yo no soy catalán, que soy charnego. Yaya, ¿es verdad? ¿Soy charnego?

Su abuela se toma un tiempo para contestar. Suspira lánguidamente mientras contempla el rostro entristecido de su nieto.

—Pué sí, mi niño, eré charnego -responde.

—¡Pero yo soy de aquí! —protesta Pau con lágrimas en los ojos.

—Pero tu papá no. Tu mamá ha nasido aquí pero tu papá no, por eso te dicen charnego.

—¿Entonces si papá fuera catalán, yo sería como los otros niños? —intuye Pau.

—Sí, así é – reitera Hortensia.

—Ojalá mamá se hubiera casado con un catalán. Así el Oriol dejaría de meterse conmigo.

—¡Escushame, niño! — le riñe su abuela— ¡Eso no lo digá ni harto de vino! ¿O dime tú dónde está ehcrito que es mejó sé catalán que sé andalú?

—No lo sé —contesta Pau, sorprendido por su propia ignorancia—. Pero Oriol dice que los andaluces somos vagos y unos aprovechados.

—Vamó a ver —replica Hortensia—. ¿Tú crees que tu papá é un vago?

El niño responde negando efusivamente con la cabeza.

—¡Pué claro que no! ¡Tu papá se fue a trabajá a Barselona con una mano delante y otra detrá, para ayudános al yayo y a mí! ¡Y luego se sacó la carrera de Ingeniería y ahí ehtá trabajando sin pará! ¡Ganando dinerito rico! ¡Lo que le pasa a esa chuhma é que son tós unó envidiooooosó! Seguro que el papá del Oriol no gana tanto y por eso se lo come la rabia. ¡Así que cuando ese Oriol de las narice te diga argo, tú le recuerdá quién é tu padre y lo que hase! ¡Y punto en boca!

—¡Sí, yaya! —contesta el niño, esbozando una dolorosa sonrisa.

Entonces, Hortensia se levanta de la cama e inicia su salida de la habitación, pero pronto se queda parada, como si hubiera olvidado y se vuelve hacia su nieto.

—Una cosita —susurra ella—. Tú, al niño ese, ¿le há pegao también? ¿Verdá?

—¡Pues claro, yaya! —afirma el pequeño Pau orgulloso—. Le dí patadas en las piernas y le mordí en el brazo.

La abuela se para a escuchar, como si quisiera detectar si alguien la está escuchando.

—¡Muy bien! ¡Ese es mi Paucete! —le felicita Hortensia, mientras le pellizca las mejillas— Éperate un momentín, campeón, que voy a búhcarte la bolsa de hielo...

De nuevo siento un pequeño vértigo conforme la escena se va difuminando lentamente ante mis ojos. Ya no tengo miedo. Estoy empezando a aceptar que soy un pasajero pasivo en este viaje. Mi deber es dejarme llevar a dónde quiera transportarme la marea. Con esto en mente, me voy preparando mentalmente para la próxima escena. ¿A dónde iré a continuación? Y, sin embargo, nada me prepara para reencontrarme con la conocida fragancia a goma, humedad y sudor humano que desprende un dojang. Ante mí aparece un hombre joven. Es fornido, moreno, con una mandíbula recta y fuerte no muy distinta de la de Pau sobre la que se insinúa una ligera sombra de barba. Lleva el pelo castaño recortado al dos en los lados de la frente, de modo que la coronilla parece nacer un ligero tupé ascendente. Tiene unas cejas pobladas y varoniles que enmarcan su mirada intensa y autoritaria. A su izquierda, el pequeño Pau se balancea torpemente, cambiando el peso de pie cada cierto tiempo. Nervioso, no se atreve a mirar a sus compañeros quienes tienden a ser más mayores que él.

—Muy bien, chavalada —anuncia con un desenfado que me descoloca—, hoy tenemos a un alumno nuevo en el dojang. Se llama Pau, tiene seis añazos y es la primera vez que practica artes marciales. Espero que os portéis bien con él y que lo acojáis como uno más. ¡Que no me entere yo de lo contrario!

El joven abandona momentáneamente a su audiencia y se agacha para ponerse a su altura, obligándole a mirarle a los ojos.

—Ey, campeón, ¿estás nervioso? — le susurra.

Pau juguetea con su cinturón blanco y asiente.

—No pasa nada —le asegura el joven instructor— ¿Es tu primera vez? ¿ A que sí? Pero aquí también puedes hacer amigos. ¿Sabes? Ya verás que divertido.

El Sabon-nim se incorpora y registra la sala con la mirada.

—¡Martorell! —llama.

Un niño de la misma edad que Pau trota alegremente hasta el joven instructor. Tiene los ojos y el cabello de un tono avellana tan uniforme que es difícil distinguir el abundante flequillo liso de sus grandes y redondas iris. Al corretear, agita un cinturón blanco y amarillo algo ancho para su diminuta cadera.

—¿Sí, Sabon-nim? —pregunta el niño cuando llega hasta ellos.

—Pau, este Jaume Martorell. También tiene seis años. Te ayudará con lo básico —explica el instructor—. ¿Qué me dices, Martorell? ¿Te apuntas a hacerle de guía?

—¡Sí, Sabon-nim! —contesta el niño con una reverencia tan tosca como encantadora.

El tal Jaume coge a Pau de la mano y se lo lleva a la parte posterior de la clase. Es al contemplarlos juntos cuando me percato de que ese último nombre ya lo he escuchado. Jaume es el nombre del mejor amigo de Pau, aquel en que tanto confiaba. Ya veo. Supongo que estoy siendo testigo del nacimiento de su amistad. Sonrío abiertamente, amparado en mi intangibilidad.

—¿Martorell? —pregunta Pau extrañado.

—Sí, como Joanot Martorell —comenta Jaume—. Al Sabon-nim le gusta llamarnos así, por el apellido.

Pau arruga su naricita trufada de pecas.

—¿Quién? ¿Y qué es “Sabon-nim”?

Jaume se detiene y mira a Pau con cara de fastidio.

—¿En serio? —pregunta exageradamente exasperado— ¡Joanot Martorell! ¡El poeta!

Pau sigue mirándole confuso y Jaume suspira poniendo los ojos en blanco.

—Bueno, da igual. Eso no lo sabe casi nadie —concede Jaume—, pero tienes que acordarte de que aquí al profe se le llama Sabon-nim. ¿Vale?

Pau asiente servil. Entonces, Jaume se coloca en la formación para después girar el rostro hacia Pau.

—Para que se te dé bien el Taekwondo, tienes que hacer toooooooooooodo lo que yo haga. ¿Entiendes? Como si fueras mi sombra.

—Vale —obedece Pau, algo abrumado, y acto seguido intenta copiar la postura de Jaume.

—¡Venga, chicos! —ordena— Hoy vamos a aprovechar para repasar los makki. Empezamos por are makki!

Acto seguido, todos los niños de la clase ejecutan la postura de defensa baja al ritmo de un sonoro grito de batalla, todos menos Pau que se queda contemplando al resto embobado.

—¡Vamos! —le apremia Jaume entre dientes, lo cual le hace reaccionar—. Te llamas Pau, ¿verdad? ¿A que vas al Col.legi U.?

Pau casi vuelve a perderse de pura sorpresa.

—¿Cómo lo sabes?

—Es que yo también voy —ríe Jaume—. Eres el que se pegó con Oriol, ¿no?

La mención apaga el rostro estrellado de Pau.

—También lo conoces... —musita.

—Ese niño es tonto —sentencia Jaume sin inmutarse—. Tú le pegaste. Me caes bien. Mi mamá dice que Oriol es un niño mimado y repelente con complejo de emperador, pero también me dijo que no se le contase a nadie que ha dicho eso. Así que tú no se lo cuentes a nadie, ¿vale?

—Hablas mogollón —se admira Pau.

—Mi mamá también me lo dice —ríe—. Pero es que tengo sangre de poeta y no se pude evitar. He visto que estás solo en el patio. ¿No tienes amigos?

—Nooo...— se lamenta Pau, intentando seguir el ritmo de Jaume, tanto en la clase como en la conversación.

—No pasa nada. Eso tiene solución ¿Se te da bien el fútbol?

—Sí, creo que sí —considera Pau.

—¿Tienes la Nintendo DS? ¿Te gusta Pokemon? —pregunta Jaume.

—¡Pues claro! —responde Pau entusiasmado— ¡Pokemon es súper guay!

—Pues mañana te vienes a jugar conmigo en el recreo, ¿vale? - propone Jaume-. Y si quieres, algún día puedes venir a mi casa a jugar a Pokemon.

—¡Vale! —acepta Pau encantado.

—¡Bien! ¡Quedamos así! —repone Jaume con simpática madurez nada apropiado para su edad.

—¡Martorell, deja de parlotear y más practicar! ¡Que se lo diré a tu padre!— amenaza el joven instructor.

—¡Si, Sabon-nim! - grita el pequeño.

Un ligero hormigueo me avisa de que la escena va a volver a cambiar. Esta vez, esperar a que la imagen se emborrone me produce hasta un ligero sopor, similar al anuncio de YouTube que no puedes omitir. Con la apatía vital y optimista de un perezoso, me limito a dejarme llevar. Una vez más, la primera sensación que percibo es olfativa. Es el olor de la hierba en verano. Hay una cierta humedad en el ambiente, pero no estamos en el exterior. El reflejo de unas bombillas baratas tiñe el candor blanquecino del azulejo. En el techo hay alcachofas y grifos de ducha. Un niño en la antesala de la adolescencia se acerca a uno de ellos y lo acciona. Va vestido únicamente con el pantalón corto de su traje de baño, lo que permite que el agua se deslice por sus incipientes y casi imperceptibles músculos. Su pelo castaño y ensortijado se desinfla ante el contacto con el líquido. Pronto su rostro ya algo más cuadrado y con un tono de moreno más uniforme se empapa también. Estamos en un campamento de verano y Pau, a juzgar por su aspecto desgarbado y a medio terminar, debe de tener unos trece años. Incluso con el sonido del agua corriendo, unas desafinadas voces pubescentes irrumpen en el vestuario contiguo. Al saberse acompañado Pau se tensa y presta atención.

—¿Sabes el Marc? —pregunta uno de los niños.

—¿El de la cabaña de los linces? —intenta adivinar otro de ellos.

—¡Qué dices, pavo! Ese no, el otro.

—¿El que es de Badalona?

—¡Ese!

—¿Qué pasa con ese tío? —pregunta la tercera voz.

—Pues ayer estaba dando una vuelta en la hora libre cerca del polideportivo cuando lo vi.

—¿Y qué pasa con él? —le apremia la segunda voz con impaciencia.

—Pues que es marica —anuncia el primero de los muchachos.

—¡No jodas! —exclama la segunda voz.

—¿Y eso por qué? ¿Por qué estaba detrás del polideportivo? —se extraña el dueño de la tercera voz.

—¡Serás empanado! ¡Que estaba con un gacho! —aclara violentamente el primer chico.

—¿Qué dices? ¿Y quién era? —interroga el segundo.

—¿Y qué? Tú también estás con nosotros y somos tíos—. insiste el tercero ahondando en su indiferencia.

—¡A ver si te enteras! ¡Que se estaban enrollando! ¡Ahí, metiéndose la lengua!

El chico que narra el chisme empieza a emitir lúbricos de ventosa que quieren imitar los de un beso demasiado apasionado y húmedo. El segundo chico se deleita a carcajada limpia con la actuación. El tercero no parece estar tan contento.

—¡Qué asco, tío! ¡Tenemos un par de maricas en el campamento! ¿Crees que vendrán a meternos mano? —exclama el segundo.

—Si se me acercan en ese plan, les pego de hostias —declara el primer chico con rabia en la voz—. Es una putada, el Marc me caía bien, pero ahora no me atrevo a juntarme con él, no vaya a ser que se haga ilusiones.

—Tíos, parad de una puta vez —pide el tercero—. Os estáis pasando un huevo.

Como era de esperar, el resto de los chicos simplemente ignoran la advertencia. Pau ya se ha enjuagado todo el jabón. Toma la toalla con la mano temblorosa y se dispone a enfrentarse a los otros muchachos. Envuelto en ella, como si fuera una capa protectora da pasos de pato, encaminándose a la salida. Cuando llega al vestuario, Pau siente el peso de las miradas sobre su cuerpo todavía enclenque y mojado.

—¿Qué pasa, Pau? —saluda el primer chico.

—Nada, me estaba duchando —declara él con la mirada huidiza.

—¿Te vienes después a ver al Marc? Vamos a dar un paseo con él hasta el río— le invita el segundo chico.

—No sé, peña —se rehúsa Pau—. Creo que los monitores dijeron que estaba prohibido bajar ahí.

—Venga, no seas gallina —le insiste el primer chico— Enróllate.

—Vente con nosotros, Pau —sugiere el segundo—. Así sabrás cuánto flota un marica a remojo.

Ante mí se vuelve claro cómo toda una serie de escenas escalofriantes desfilan por la florida y atemorizada imaginación de Pau. No sólo aguadillas, si no desnudos involuntarios, fotos, redes sociales, humillación gratuita. Porque sí, porque eres tú.
El tercer chico se levanta de los bancos de madera con un rictus avinagrado.

—Tíos, dais puto asco. Yo paso de esta mierda —anuncia antes de irse—. ¿Vienes, Pau? Me apetece jugar al pin-pong.

—¿Qué? ¡No me jodas!- se sorprende el segundo.

—¡Haz lo que te dé la puta gana, Alex. Pero como me entere de que te chivas a los monitores, vas a saber cuánto puede sangrarte la nariz. ¿ME OYES? ¡ALEX!

Alex ni se inmuta, se vuelve hacia Pau.

—¿Qué haces? ¿Vienes o no? —pregunta.

—Voy —decide Pau.

—¡Venga ya! —se queja el segundo.

—Maricones todos —farfulla el primero con la bilis de un orgullo herido.

—Tengo que ir a mi cabaña a cambiarme —aclara Pau.

—Vale —concuerda Alex—. Te estaré esperando en las mesas.

Pau empieza su lenta caminar aminorado por el torpe límite de la toalla que amenaza con enredarse en sus pies.

—¡Ey, Pau! —llama Alex.

Pau se vuelve para averiguar lo que quiere.

—No te ralles —le consuela—. No creo que el Guillem y el David tengan huevos de hacer nada si están ellos dos solos. Sobre todo el Guillem. Me di cuenta el primer día de campamento: va de chulito pero no es más que un mierdas.

—Gracias, nen —musita Pau.

—No hay de qué, chaval —sonríe él—. Nos vemos en un rato.

Mientras Pau se apresura a refugiarse en su cabaña, yo no puedo evitar la envidia por no haber encontrado a alguien con el valor de ese tal Alex en mi juventud. Por su parte, noto como el pecho de Pau se llena de emociones contradictorias que luchan entre sí como viborillas enajenadas. Especialmente, cuando se da cuenta de que no ha hecho nada porque ya desde que en el viaje de ida se sentara cerca de Marc y pensara que era muy guapo. Ese el mismo Marc que iban a pegar porque le habían visto besarse ...con otro chico. Era por eso, ¿no? Esta es la razón por la que tenía tanto miedo. Puede que ni él mismo lo recuerde con exactitud.

Esta vez, cuando la corriente viene a buscarme, siento ansías de anclarme a esta escena, de quedarme un poco más. Tengo ganas de abrazar al niño asustando que fue Pau, pero esto flujo tan caprichoso vuelve a arrastrarme una vez más.

El calor de los rayos de sol acarician mis pestañas, forzando a abrirlas lentamente como una hoja dispuesta a absorber su alimento. Un catálogo entero de diversas tonalidades de azul inundan mi visión: celeste, lavanda, malva, lila, marino, índigo. El ligero olor a flores y polen cosquillean mi nariz. Estoy inmerso en un jardín inmenso de flores azules y ni siquiera tengo energías para preguntarme cómo demonios he llegado aquí. Total, se supone que todo este universo está en parte creado por mi mente. Y sin embargo, lo único que consigue trasmitirme la abrumadora belleza de este paraje es una melancolía que cala hasta los huesos.

Lleno de soledad
Este jardín está cubierto de flores
Lleno de espinas
Me quedé en este castillo de arena

Empiezo a caminar por este mar vegetal, con los tallos de esta especie de lirios azules flanqueándome. Soy el pez más torpe que este mar haya visto jamás. ¿Dónde estará Pau ahora? Recuerdo haberle visto atravesar otra puerta. Si lo que he visto son sus recuerdos, son sus secretos... ¿habrá visto él los míos? La sola sospecha hace que el poco valor que me resta se hunda como un castillo de arena ante una pequeña ola en la playa.

¿Cómo te llamas?
¿Tienes un lugar a dónde ir?
Oh, ¿podrías decirme?
Te vi escondido en este jardín

En mi lento y dificultoso caminar, procuro reordenar mentalmente todo lo que acabo de experimentar. He visto la infancia de Pau: su familia, sus amigos y sus miedos. Y a lo largo de todas esas vivencias en las que me he inmiscuido como un hacker indiscreto he sido testigo de su valor, su pasión, su bondad y su vulnerabilidad. Pau siempre ha sido sincero conmigo en lo tocante a todas esas facetas tan suyas. Él siempre fue él mismo. Hace que sea demasiado tentador abrirse a él.

Y sé, sé
Que tu calidez es verdadera
Quiero sostener tu mano
escogiendo la flor azul

“Quiero que sepas que voy en serio.... Me gustas muchísimo...” Resulta aterradora la facilidad con la que Pau ha sido capaz de sincerarse, pero todavía hay algo que me horroriza aún más: ¿Cuánto tiempo llevo anhelando que Hyung o cualquier chico me dijera algo así? La coincidencia es demasiado palpable, porque yo estoy demasiado corrupto para que alguien me quiera de esa forma y la ilusión se reventará como un pompa de cristal cuando Pau despierte.

Es mi destino
No me sonrías
Ilumíname
Porque no puedo ir hacia ti
No hay nombre por el que puedas llamarme

Mi pecho empieza a agitarse. Todas las miradas que han aguijoneado mi alma vuelven a mí. ¿Qué pensará de mí Pau quién soy en realidad? ¿Me mirara así? Me gustaría haberle conocido siendo otra persona, siendo ese ser precioso que él ve en mí y que nunca seré. Tal vez, debería haberme molestado en desenmarañar esa mentira involuntaria. Así no me habría hecho ilusiones, pero era tan agradable estar a su lado.

Sabes que no puedo
Mostrarme ante ti
Entregarme a ti
No puedo mistar una parte deteriorada de mí mismo
Así que uso una máscara otra vez y voy a verte
...
Pero todavía te quiero...

Supongo que es lógico. Ningún ser humano, por despreciable que sea, acepta fácilmente que nadie le amara. Pau es bueno, sincero y noble. No tiene nada que ver con lo que yo soy en realidad. Él representa un deseo demasiado egoísta por mi parte. Quiero algo que me niego a aceptar que me está vetado, pero en vez de aceptar mi mente lo crea para mí. Como un niño solitario que se inventa amigos imaginarios.

Hice florecer en un jardín de soledad
Una flor que se parece a ti
Quise dártela
Después de quitarme esta tonta máscara

Debo resignarme a la evidencia. Pau jamás me amará si me ve tal y como soy. El adiós era inevitable desde el inicio. Yo soy el tonto que no se negó con suficiente vehemencia a jugar un juego que estaba destinado a perder.

Pero sé, sé
que jamás podré hacerlo
debo esconderme
porque soy una persona fea

Sí, tengo que aceptar las consecuencias de mis actos. Tengo que aceptar que lo que deseo no es posible. Fui demasiado codicioso con Hyung y por eso me he ganado mi soledad. Incapaz de aceptarlo, recurrí a Pau como un niño diabético y estúpido que come a escondidas las mismas piruletas que le pueden matar. ¿Me dolerá mucho cuando tengo que enfrentarme a él?

Estoy asustado
Estoy deteriorado
Tengo miedo de que me dejes otra vez al final
Uso una máscara de nuevo y voy a verte

Y es que, tal y como dijo el doctor mi mente retorcida me ha vuelto a engañar. ¿Cómo pude caer tan fácilmente en la trampa? ¿Cómo tuve el descaro de creer que Pau me miraba a mí y no al Soo Jin que solo existe para él? Noona me dijo que me atreviera a amar, pero ella no lo entiende. Ella es pura, lista y alegre. Ella siempre luz y yo oscuridad. Puede que por eso nos necesitemos. Además, si este mundo se crea con mis deseos, ¿cómo sé que los sentimientos de Pau no son otra de mi creación? Sé que mi desesperación podría llevarme a esos límites.

¿Qué puedo hacer?
En este mundo, en este jardín
Hago que nazca una flor que se parece a ti
Y respiro como el yo que conoces
pero todavía te quiero
Todavía te quiero

Sin embargo, una cosa es cierta. Pau fue la única luz en mi vida durante todo este tiempo, como el letrero luminiscente de Exit que te muestra la salida de emergencia. Eso no quiere decir que sea sano que me agarre a él como un clavo ardiendo. Ahora, he de ser mejor. He de dejar de avergonzarme y esconderme. Solo así podré optar a lo que realmente me merezca. Quizá la vida que mi padre quiere para mi no sea tan mala, mucha gente en Corea mataría por tener mis posibilidades.

Tal vez en ese entonces
Me diste un poco de fuerza
Así que puedo estar frente a ti
¿Por qué todo ha cambiado?

Estoy llorando
Toda ha desaparecido
y caído
Y lo único que puedo ver es este castillo de arena
Es una máscara rota


Ahora que la verdad se desvelará, solo me queda refugiarme en este lánguido y falso paraíso. Espero a Pau en él. Sospecho que si realmente este universo depende de mí, llegará en un momento u otro. El viento sacude las flores, azotando el aire con rastros de polen. En él se escucha un eco lejano, una canción triste:


Pero todavía te quiero

Notas finales:

Buenas, como pueden comprobar he podido actualizar a tiempo. Afortunadamente, las cosas han ido mucho mejor de que lo pensaba. Sin embargo, el capítulo que viene va a ser tan largo como este... y se me acaban las vacaciones, así que seguramente me tomará por lo menos dos semanas actualizar. 

Voy a intentar mantener este ritmo de dos semanas más o menos, sobre todo porque ahora vienen capítulos donde ocurrirán muchas cosas. 

En cuanto a las aclaraciones, solo puedo mencionar las canciones: el opening en catalán de Dragon Ball Z que canta Pau y Sarandonga, la rumba que canta Hortensia. 

 

Por lo demás, solo me resta darles las gracias por el apoyo, las lecturas y comentarios y esperar que les guste este capítulo.

 

Hasta la próxima! 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).