Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Cada noche contigo por Korosensei86

[Reviews - 53]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Pau consigue escaparse a la fiesta de Jaume. Sin embargo, ¿saldrá tan bien lo noche como él espera? ¿Le descubrirán sus padres? ¿Qué ocurrirá con Sandra cuando se cruce con ella? 

La música se agita en el local. Cual líquido en ebullición sus partículas enfurecidas rebotan contra mi cuerpo. Pronto mis propios átomos responden a esta reacción en cadena, acelerando mis pulsaciones, enloqueciendo mi respiración, descargando la adrenalina que ya está recorriendo furiosa por mis venas. Como un animal enjaulado, como un loco lanzándose a sí mismo contra una pared acolchada.

Levanto la vista del camino un momento e intento forzar la mirada bajo el brillo artificial de las luces de la discoteca. Arrastrado por este mar de humanidad, sé que aquí no estoy solo. Cada uno de los cuerpos, balbuceantes y temblorosos como anguilas saturadas de electricidad, está experimentando el mismo proceso que el mío. Siento una llamada en el escaso aire que sacuden, entre el casi inexistente espacio que los separa, para que me una a ellos en esta especie de ritual febril y absurdo.

Sin embargo, antes de que ceda y me sumerja en estas aguas infectadas de hormonas, la visión de una tira de plástico de un reloj ataviado con el escudo del Barça en una muñeca lejana me salva, como la playa a un náufrago. Me recuerda porqué estoy aquí, por lo que utilizo esa señal lejana, ese paradójico retazo de conciencia y familiaridad para guiarme entre la multitud, esta suerte de piscina de bolas donde todos rebotamos en un vano esfuerzo por exorcizar nuestros propios y particulares sinsentidos. Pese a todo, cuando paso al lado de cada uno de estos camaradas de enfermedad, de estas hogueras inconsumibles, algo de su calor se me queda impregnado, de tal modo que la sala me da la impresión de estar...

ardiendo.

Fuego, fuego, fuego, fuego.

La correa de reloj del Barça me conduce lentamente hacia su dueño, no sin pasar antes por varios empujones, destellos cegadores en los ojos y otros efectos colaterales habituales en estos sitios. Mis esfuerzos no son en vano. Poco después, el pelo excesivamente engominado de Jaume me salta a la vista y sé que he llegado a mi destino. Bajo la arbitraria luz de los focos, su sonrisa parece fluorescente. Me acerco con cuidado, procurando no llevarme un pisotón o una zancadillas involuntarios. Él me recibe con la palma de la mano todavía en alto, anhelando un amistoso choque. Yo correspondo el saludo, y mi colega aprovecha para cerrar el apuño, apresándome la mano en un gesto tan rotundo como cariñoso. Me atrae hacia él para que podamos darnos nuestro habitual abrazo de machos, con golpetazos en la espalda incluidos.

—¡Lo conseguiste, nen! —me dice embriagado de entusiasmo—. ¡Sabía que lo conseguirías! ¡Puto crack!

—¡Pues claro, joder! —contesto yo, cuando logro zafarme—. ¿O te pensabas que te iba a dejar colgado en tu fiesta de cumpleaños!

—Ya sabes que yo nunca dudo de ti, nen —afirma él rotundo—. Ei, gent! Mireu! El Pau ha aconseguit venir (¡Eh, gente! ¡Mirad! Pau ha conseguido venir)- anuncia enloquecido, a lo que algunos compañeros de clase cercanos responden levantando sus vasos de chupito, golpeando la barra y aullando como perros rabiosos.

Entonces, Jaume se vuelve hacia mí con un brillo en la mirada, como de brasa alcoholizada, que el fulgor desordenado e irreverente de la bola de discoteca no consigue ocultar.

—¿Qué haces? —le pregunto.

—Te dije que te trataría como a un rey, ¿no? -me recuerda envalentonado—. Pues tengo algo para ti. Penya, ¿algú ha vist la Sandra? (Peña, ¿alguien ha visto a la Sandra) ¡Tío, tendrías que haber visto cómo se ha puesto hoy! ¡Si ya está buena de normal, ahora es para untar pan! ¡Se ha puesto un minivestido que lo peta!

De pronto, toda la motivación que me había invadido con solo caminar por la sala se deshace como un polo de helado abandonado y se escurre por el suelo. La sola mención del nombrecito ha dado al traste con ella. Respiro hondo, mientras me voy haciendo a la idea. Puede que esta gente, con Jaume a la cabeza, me quieran y me respeten, pero hay un precio que tengo que pagar por ello. Mejor dicho, puede que haya escapado de la cárcel de mi habitación para caer en una peor.

—Ey, campeón, tranquilo —intento calmarle yo—. No hace falta darse prisa que la noche es joven. Es más, ¿no se te olvida nada importante?

—¿Más importante que la Sandra y su minivestido? —insiste él.

—Sí, nen —le digo yo, haciendo tiempo mientras busco en mi mochila la bolsa que tan cuidadosamente he sacado de mi habitación—. ¡Que es tu cumpleaños, hombre!

Entonces, le ofrezco el regalo empaquetado como el ademán de un mago que acaba de concluir un truco y sus ojos empiezan a centellear, opacando la iluminación del lugar.

—¡Qué dices! -exclama sorprendido—. ¿Para mí?

—No, para la Sandra y su minivestido —bromeo yo.

—¡Joder, que no tenías porqué! —exclama él, destrozando el papel de regalo.

—¡Cómo que no! ¿Soy tu mejor amigo o no? —río yo, disfrutando de su emoción.

Cuando sus manos por fin se ciernen sobre la camiseta, Jaume empieza a boquear histérico como si le estuviera dando un ataque. La levanta para poder observarla mejor, como si no se negara a creer lo que le indican sus ojos. Repasa una y otra vez el número, el nombre y la firma, como si fueran a desvanecerse.

—¿Esto es lo que yo creo? —me pregunta con un hilo de voz apenas audible bajo el pulso inagotable de la música.

—Si crees que es una camiseta firmada por Messi pues sí que lo es —me jacto.

Jaume se lleva las manos a la cabeza, alucinado.

—¡Nen, esto es una puta locura! ¡Pero..., pero! ¿Tú estás bien? ¿Cuánto te has gastado?

—Oye, si no te gusta, la pueda devolver -me río, haciendo el falso amago de quitársela, pero él me la retira.

—¡Qué dices! —grita él entre carcajadas—. ¡Quita, bicho!

En ese momento, con la soñada camiseta apretada contra el pecho, noto como mi amigo empieza a pestañear.

—No jodas que te vas a echar a llorar —comento.

—No, no, es sólo que me esos focos me están destrozando los ojos —se queda parado un instante mirándome, hasta que por fin se abre de brazos—. ¡Joder, ven aquí! ¡Eres el mejor amigo que pueda tener!

—¡Y tú él mío, crack! -le contesto.

Cuando le abrazo, siento mi corazón estampárseme contra el pecho, así como el suyo retumbar contra su piel. Es el ritmo sincronizado de nuestra juventud y nuestra amistad que parece querer danzar por la eternidad. Y parece que este sonido podría acompañarme por siempre, si bien una molesta voz femenina se empeña por inmiscuirse en mis oídos.

—Jaume, me han dicho que me andabas buscando.

Me giro para encontrarme al fin con Sandra y su famoso minivestido. No me extraña que Jaume diga que lo peta, porque ese sufrido parece estar a punto de explotar con cada bamboleo de caderas. El “mini” también resulta de lo más apropiado, pues deja a la vista brazos y grandes extensiones de espalda, hombros y muslos. Consta de un portentoso escote en forma de corazón, recogido por dos gruesos tirantes anudados en su cuello. De un rojo incandescente y a juego con su largo cabello castaño casi caoba, el conjunto parece hecho para destacar en la oscuridad. Lentamente, con la elegante poca destreza que le imponen sus altos tacones de plataforma, se va acercando hasta sentarse al lado nuestro, apoyándose en la barra, enfatizando su vigoroso canalillo. Cuando la mira de frente, me dio cuenta de que su maquillaje, aunque abundante, no parece exagerado sino bien planeado, con una raya del ojo bien ejecutada, ni muy tímida ni muy agresiva y unos imponentes labios carmesí. Así, como si temiera escatimar en esfuerzos, para el peinado Sandra ha optado por un semirecogido que simula ser una suma aleatoria de trenzas. Está muy guapa, tanto que ni siquiera yo tengo reparos en admitirlo. Ha debido de pasar horas arreglándose, y la certeza de que ha sido por mí se me clava como una daga entre las costilla.

—Perdón, ¿interrumpo algo? —la chica al menos tiene la deferencia de preguntar.

—¡Sandra! —exclama Jaume deleitado por la coincidencia—. ¡Mira lo que me ha regalado el Pau!

—¿Una camiseta del Barça? —ríe ella confusa.

—¡Pero mírala bien, mujer! —exige él orgulloso—. Es la camiseta de Messi firmada.

—¡Vaya! ¡Qué detalle! —replica ella, no muy impresionada.

—¿Verdad que mi colega es el puto amo? —continúa Jaume, con el pecho inflado como un gallo de corral.

Sandra se gira hacia mi, ofreciéndome una descarada mordida de labios. Bajo la lluvia de luces de la discoteca brilla como un rubí enfurecido, sensual y aterrador.

—Eso no hace falta que me lo digas —afirma coqueta.

—Veo que estamos en la misma onda, nena —presume Jaume, sin percatarse de lo ridículo de sus palabras—. Ahora si me disculpáis, tengo que poner esto a buen recaudo, así que os dejo solos un rato.
Los pulmones se han parado en seco, ahogándome en el aire sobrante. Sin pensarlo ni un instante, amarro a Jaume del brazo.

—¡Tío, por tu vida, no me hagas esto! —le susurro.

—¡Venga, no te me irás a poner nervioso ahora! ¿Eh? —se mofa él, desde su inconsciencia—. Vamos, no me falles, que la tienes en el bote. Yo siempre creo en ti, ¿recuerdas?

Y, así, sin más explicaciones, mi colega me abandona a mi suerte. En la barra, Sandra me observa expectante e intrigada, como la leona hambrienta que es. Yo, por mi parte, voy aceptando mi suerte y me siento a su lado. Supongo que nunca está de más ser majo y educado.

—¿Quieres beber algo? —le pregunto resignado.

—Oh, un Puerto de Indias —pide ella, sin muchos reparos.

Yo me limito a asentir con la cabeza y llamar al camarero con gesto decidido, todo esto sin atreverme a mirarla.

—Un Puerto de Indias para la señorita —ordeno.

—¿Y para ti? —pregunta el joven tatuado y encamisado que nos atiende.

—Nada por ahora —contesto.

Tengo la garganta tan cerrada que si me entrara algo de líquido por ella, terminaría expulsándolo como si fuera un aspersor. Después me giro para confirmar que Sandra no ha dejado de mirarme. Supongo que el escalofrío era por eso. Mi mente se ralentiza como un ordenador con demasiadas ventanas abiertas, en la búsqueda de un tema de conversación.

—¡Qué tío, el Jaume! ¿Eh? —escupo nervioso.

—Sí —suspira ella—, es muy peculiar.

—Es como un conejito de Duracell —insisto yo, intentando controlar la conversación—. No para hasta que consigue lo que quiere.

—¡Y que lo digas! —coincide ella—. Si vieras el peñazo que me ha dado para que viniera a su fiesta... ¡Pensaba que si no le decía que no, me secuestraría!

Estallo en carcajadas.

—¿En serio? ¡Qué chaval! ¡Pues ya lo siento!

Entonces, el garrampazo de unos pies acariciándome la pierna me recorre la espalda. Los ojos ardientes de Sandra me penetran como láseres.

—Pues yo no lo siento —replica ella con una soltura y fluidez casi reptilianas.

El pánico se adueña de mí. Soy como una pequeña ratita inmóvil ante una cobra a punto de devorarla.

—¿Ah no? —balbuceo.

—No. El pobre Jaume cree que yo he venido aquí porque él me lo ha pedido, pero se equívoca.

Noto la manicura de Sandra insertarse en la piel de mi desprotegido antebrazo. Con la yema de sus dedos va levantándome el vello en círculos casi hipnóticos.

—¿Ah sí? —vuelvo a balbucear como un imbécil.

—Ajá —confirma ella con voz inquietantemente melosa—. Porque la única razón por la que he venido hoy aquí eres tú, Pau.

¡Ay, Madre! Ahora que todos mis temores se han manifestado, como sacados de una peli de terror de los ochenta, mi mente, atolondrada por mis ruidosas pulsaciones, a penas puede concentrarse en sacarme de esta situación. Entonces, las inquietas manos de Sandra se posan sobre mi pecho y siento como me congelo.

—Bonita camisa —comenta.

—Gra-graciasss —murmuro casi entre dientes.- Es mi favorita.

-No me extraña, es muy estilosa, aunque tiene demasiados botones para mi gusto —observa ella—. No me gusta la ropa que es difícil de quitar. Mi vestido, por ejemplo, tiene una cremallera que se baja sola. ¿Te gustaría verlo?

Joder con la Sandra. Sí que va a saco, la tía. ¡Y luego dice de Jaume!

—No hace falta —intento escapar—. Te creo.

Entonces ella, se apoyo en sus delirantes tacones para acercárseme al oído.

—Oye —me susurra—. Todos los de clase nos están mirando... ¿Qué vas a hacer?

Y se aparta de mí, no sin antes volver a guiñarme un ojo.

—¿Qué te parece si nos dejamos llevar un poco? —insiste con actitud juguetona.

En ese momento, la propuesta no se me hace tan arriesgada. Quiero decir, ¿qué se supone que estoy haciendo? Sí, Sandra es una chica. No me atrae, por el mero hecho de serlo, pero todos, incluida ella misma, esperan que me haga babear. Ella está aquí, conmigo, y por si fuera poco, quiere estarlo. Le gusto. ¿Y qué hago yo ante semejante oferta? Soñar con un chico que está presumiblemente al otro lado del mundo, del que apenas conozco el nombre y ni mucho menos los pensamientos. Y es que, por mucho que Soo Jin me vuelva loco, por mucho que quiera creer que él disfruta conmigo como yo con él, no tengo ni idea de lo que se cuece tras esos ojos rasgados.

Quiero decir, ¿quién sabe? A lo mejor sólo le gusto por el sexo, a lo mejor tiene novio y tontea conmigo porque no toma en serio nada de lo que podamos ser, a lo mejor ni siquiera le gusto y se dedica a soportarme porque no le queda más remedio. Si a todo eso le unimos que sólo puedo tenerlo cuando sueño, la idea de una Sandra palpable, presente y milagrosamente heterosexual va haciéndose más atractiva. Tal vez, ella tenga razón. ¿Qué hay de malo en dejarse llevar? Tal vez, si lo pruebo resulta que también me gusta. Pero antes, necesito algo de motivación extra.

—¡Camarero! ¡Una ronda de chupitos de vodka! —grito, ante la sonrisa satisfecha de Sandra.

—¡Marchando!

Como si de una navegante experta y curtida en mil tormentas se tratara, Sandra me conduce por la mareas de gente y sudor, hasta los servicios. Incapaz de procesar el rápido acelerón de los acontecimientos, sólo noto mi cara arder, tal vez por una mezcla de vergüenza, adrenalina y alcohol.


Con la ansia hambrienta de un maremoto, Sandra empuja la puerta del aseo de tíos, tirándome al mismo tiempo con fuerza de las muñecas. Antes de que me pueda dar cuenta, estoy encerrado en un cubículo con ella, con esta leona golosa que se regodea en la observación sádica de su próxima presa. Súbitamente, ella se abalanza sobre mí e inserta su lengua contra la mía. Mi boca se inunda de su saliva, forzándome a reprimir una arcada de pura sorpresa. Su lengua se mueve contra la mía como una culebrilla de río. Sofocante pero insípida, completamente viscosa, carece del sabor ácido y afrutado de Soo Jin. En comparación con él, Sandra parece un chicle demasiado mascado, pero no puedo quitarle mérito a su empeño, pues la virulencia con la que sus labios presionan los míos sí que me hacen sentir algo. Al final, termino por apartarla para evitar la asfixia.

Ella se relame como una gata feliz. Me contempla con un ardor pizpireto en sus ojos castaños, antes de lanzarnos al siguiente asalto. Sus labios vuelven a cerrarse sobre los míos y esta vez la presión se me hace más soportable. Mis manos, aburridas, comienzan a recorrer su cuerpo. Su espalda tiene una bonita forma arqueada que el ligero vestido me deja manosear, eso es cierto. Sin embargo, la forma de mis palmas no terminan de amoldarse del todo a sus hombros demasiado anchos y su abultado trasero. Casi como una extraña memoria muscular, en mi piel resurge el tacto terso, carnoso por dentro pero duro y tonificado por fuera de Soo Jin. Frente a él, el de Sandra parece bulboso y definidos, tanto que siento que me estoy enrollando con la Princesa Bultos.

Como si este pensamiento no fuera suficiente como para percatarme de que algo raro ocurre, en un arrebato, Sandra me toma las manos y las coloca en sus pechos, para después volver a devorarme la boca. Son bonitos, grandes sin resultar abrumadores al tacto, turgentes, pero ya está. No tienen nada que ver con los pequeños botones rosáceos que se yerguen en los pálidos y planos pectorales de Soo Jin, como diminutos bocaditos de placer. Además, resulta un poco complicado centrarse en el escote de Sandra con ese pestazo a vainilla que despide su cuello. ¿Cuando dejarán las chicas de pasarse con los perfumes? ¡Especialmente con esas fragancias tan cargantes y melosas! En contraposición, la piel de Soo Jin despide un olor tan fresco y tan sincero, tan natural que esta se vale y se sobra para estimular mis sentidos. No hace falta nada más que su cuerpo contra el mío para hacerme perder la cabeza, ni palabras insinuantes, ni minivestidos absurdos. Sólo yo y él.
¡Maldita sea! ¿Por qué ni siquiera ahora me puedo quitar a ese chico de la cabeza? Es como una canción pegadiza. Cuanto más intento acallarlo, con más fuerza se impone a mí. Tal vez fui un poco iluso al pensar que los brazos de Sandra podrían distraerme de él.
Entonces, la sensación de la cremallera de mi pantalón bajándose me sobrecoge. Atemorizado, interrogo a Sandra con la mirada.

—Tranquilo —ronronea ella con la mano en mi paquete—. Seré dulce contigo.

—¡No, espera! —intento alertarla en vano.

Pero ya es demasiado tarde. Sandra me desnuda para encontrase con la más absoluta y blanda nada. Me devuelve una mirada sorprendida y avergonzada.

—Es lo que te intentaba decir...—comienzo a explicar1 Verás, yo...

Incluso con la luz titubeante del aseo, puedo ver como los ojos de Sandra adquieren un matiz cristalino.

—¿Es porque no soy lo suficientemente guapa? —musita.

—¿Qué? ¡No! —me apresuro a consolarla—. ¡No! ¡Eres preciosa! Seguro que cualquiera de los tíos de ahí fuera querrían estar aquí contigo.

La cara de Sandra, que había empezado a arrugarse, se tensa de pronto.

—¿Crees que entraría aquí con cualquiera? ¿Crees que soy una de esas? —pregunta escandalizada.

—Bueno, estás aquí conmigo, ¿no? —replico sin pensar.

El rostro de la pobre chica empieza a enrojecer de rabia e indignación.

—¡Por Dios, Pau! —grita ella—. ¡Estoy aquí contigo porque me gustas!

—Ya, bueno —contesto indiferente—. Pues, me alegro por ello, supongo.

Los ojos castaños de Sandra se agrandan tanto que la raya de maquillaje que los enmarca parece haberse acortado de pronto.

—¿Ibas a enrollarte conmigo sin que significase nada para ti? —pregunta con rabia creciente.

—¿Tenía que significar algo? —suelto.

No veo el manotazo venir, solo siento el golpe, el picor abrasándome la mejilla. Todavía confundido por el bofetón, me giro para encarar a Sandra, masajeándome la superficie dañada de piel, por puro reflejo. Su expresión se ha congestionado de ira y asco.

—¡Patético gilipollas! —escupe, al tiempo que incipientes lágrimas empiezan a desbaratarle el rímel.

Y sin más, Sandra se gira y se marcha. Hago el amago de intentar retenerla, alargo el brazo pero soy desesperadamente lento. Además, ¿qué pretendo conseguir con ello? ¿Acaso algo de lo que pueda decir arreglaría la situación?

De pronto, los chupitos empiezan a hacerme algo de efecto. El cubículo me da vueltas, lo que me obliga a sentarme unos minutos en el retrete. Respiro hondo, buscando entre mis neuronas algo de la cordura perdida, me abrocho los pantalones y salgo de ahí intentando perderme entre la multitud. Cuando por fin vuelvo a la pista, el estribillo de la canción que suena me martillea como una broma de mal gusto:

No eres tú, no eres tú, soy yo
No te quiero hacer sufrir
Es mejor olvidar y dejarlo así
Échame la culpa...

No sólo la música me embota la cabeza. Gracias al subidón de licor, mis piernas me responden tarde y a trompicones, como si estuviera jugando online y sufriera un retraso. Así, adentrarse en la pista se torna una misión todavía más compleja. Me termino dando de hostias con todo el mundo hasta que vuelvo a la barra. Sin embargo, cuando por fin consigo sentarme, lo único que me reserva el destino, en vez del descanso necesitado, es la cara de susto de Jaume.

Cuando despierto en mi habitación
No tengo nada, no tengo nada.
Una vez sale el sol, me vuelvo a caer
Como si estuviera borracho, borracho.
Maldiciendo por todos lados en la calle, calle
Estoy loco, estoy fuera de mí.
Soy un desastre viviendo así.

—Tío, ¿qué ha pasado? —me pregunta alarmado.

—¿Con qué? -gruño yo, intento asirme a la barra.

—Está la Sandra diciéndole a todo el que la quiera escuchar que eres un cerdo pichafloja e impotente —me explica él con la voz preñada de preocupación—.  ¿Qué demonios ha ocurrido?

Me giro hacia mi amigo con cara de estamparle un vaso de algo en la cara. ¡Que me has obligado a enrollarme con ella! ¡Porque eres incapaz de pensar que en tu mundo perfecto y con tus propias reglas yo no me pueda sentir atraído por la tía buena del insti! ¡Eso es lo que pasa, so mamón! Dios, seguro que es él el que se la quiere tirar, pero, como se atreve, tiene que vivir la experiencia a través de mi. Y ese pensamiento hace que el revoltijo que se menea en mi estómago se convierta en pura náusea: por el mundo, por Sandra y Jaume y por mi.

—¡Que esa zorra diga lo que quiera! —chillo—. ¡Me importa una puta mierda!

Jaume me contraataca con una mirada de genuina angustia y compasión.

—¡Joder, entonces sí que se ha debido de liar parda! —deduce—. ¡Hostia, nen! ¡Lo siento! ¡No sabía que esto iba a terminar así.

Sus palabras consiguen detener mi enmarañado proceso mental y me acercan a un cierto estado de claridad. Tiene toda la razón. Le he intentando culpar porque no me atrevo a ser sincero ni conmigo mismo ni con los demás. ¿Cómo demonios iba a saberlo si no me he molestado en aclararle que ni siquiera me gustan las mujeres? Porque ni siquiera me veo con valor para decirle a mi mejor amigo que soy gay. Y él no es adivino. Podría haber intentado frenarle con alguna excusa, como no es mi tipo o mierdas así, pero noooo.... ¡Tenía que dejarme llevar! ¿Qué no me importa lo que piensen los demás? Menuda mentira más repugnante. Con razón dice Sandra que soy un asqueroso gilipollas.

Jaume, que sólo es el mejor tío que conozco, mi mejor amigo desde críos y la persona a la que más he mentido en esta vida, se acerca y me pone la mano el hombro en señal de apoyo. Cuando me mira, se muestra auténticamente al borde de las lágrimas. ¡Puta mierda! ¡Le estoy jodiendo su cumpleaños! ¡Y yo soy tan egoísta que sólo pienso en que no me descubran!

Solo vive como quieras, tu vida es tuya
no tiene nada de malo, está bien fallar

—Oye, campeón —comienza a consolarme Jaume—. Si quieres que nos vayamos fuera y hablemos con calma...

—No —tercio yo—. Mira, ahora no me apetece. Quiero beber. ¿Qué? ¿Te hacen unos chupitos de lo que pidas? Y luego nos vamos a quemar la pista. ¿Qué te parece?

Jaume se toma unos minutos para examinarnos a mí y a la situación con total seriedad, para terminar sonriendo poco después.

Todo mundo diga la la la la la
La la la la la
(La la la la la)
Digan la la la la la
La la la la la
(La la la la la)
Sube tus manos, haz ruido y quémalo

—¿Sabes lo que te digo? ¡Que me parece un plan cojonudo!

Está ardiendo.

—¡No se hable más! —dictamino— ¡Ey, una ronda de chupitos de ginebra para mí y el cumpleañero!

Quémalo todo bow wow wow

Los chupitos bajan por mi garganta fríos, pero curiosamente mis órganos se encienden cuando el corrosivo brebaje los toca. Mi cabeza empieza flotar, mientras mi voz estalla en carcajadas injustificadas. El mundo es un hoguera ahora mismo y mi cerebro se está derritiendo gracias a este combustible de pura alegría artificial.

Hey, quémalo.
Como si quisieras quemarlo todo.
Hey, enciéndelo
Hasta que rompa el amanecer.

Jaume golpea la barra repetidamente como si quisiera mitigar el ardor que también le corre por dentro. Y yo vuelvo a descojonarme por la cara que pone. Son estos momentos absurdos en los que casi me pregunto porque me preocupo tanto. Con todas las miserias que hemos compartido el uno del otro, ¿de verdad sería tan grave que él se enterara de quién soy en realidad? Pero las alternativas menos halagüeñas siguen siendo muy disuasorias. Precisamente por ellas, no quiero perder a mi colega. Y, al hilo de mis peores pesadillas y profecías, termino cabreándome yo solo por toda la gente que no tiene que plantearse toda estas movidas.

Está bien vivir, pues aún somos jóvenes.
¿Quién te crees que eres para decir lo contrario?
Para de comparar, yo solo soy humano.
¿Y qué?

A continuación, me entra un hormigueo en las piernas que necesito sofocar. No puedo estarme quieto en el asiento, necesito ir a la pista. Jaume y yo, rodeados de algunos conocidos tan espontáneos y borrachos como nosotros nos adueñamos de la pista a empujones. Nos da igual que la canción sea basura. Vamos completamente descoordinados, siguiendo cada uno un ritmo de nuestra invención. Gradual pero inexorablemente, nos reagrupamos girando como derviches inexpertos, sacerdotes beodos afiliados al culto de Baco. Vamos girando como si nuestros brazos formaran columnas y remolinos de fuego.

(Fuego) El asustado, por aquí.
(Fuego) El miserable por aquí.
(Fuego) Con tus puños hacia arriba toda la noche.
(Fuego) En los pasos marchando.
(Fuego) A saltar.
Vuélvete loco.

Mi pecho estalla pletórico como un castillo de fuegos artificiales en el momento culmen de la noche. La sala nos pertenece, la gente nos anima, el mundo me sonríe. Estamos todos aquí, quemando nuestras miserias, quemando nuestra juventud en una llama imperecedera que nos consumirá a todos.

Quémalo todo bow wow wow
Quémalo todo bow wow wow
Fuego
Fuego
Quémalo todo bow wow wow
Fuego
Fuego
Quémalo todo bow wow wow

Pero no comprendo hasta que es muy tarde que de tanto arder, yo también me desvaneceré. Lo primero que falla son mis pies, que ya han debido de convertirse en cenizas. Sin punto de apoyo firme, mi cuerpo se tambalea sin remedio.

—¡Pau! —chilla Jaume— Què et passa? Estàs bé? (¿Qué te pasa? ¿Estás bien?)

Mis ojos también han debido de evaporarse con las llamas, pues cuando intento vislumbrar a mi amigo, lo único que percibo es una sombra desenfocada, como de acuarela demasiado aguada.

—¡Pau! Digues alguna cosa! Respon-me! (¡Dime algo! ¡Respóndeme! -me implora.


¿Cómo hacerlo cuando penas puedo escucharlo? Es como si estuviera muy lejos, al otro lado de una línea telefónica que se entrecorta. Poco a poco mi cuerpo se va adormeciendo, derritiéndose, hasta que al final, solo queda oscuridad.

Yo te perdono.

Notas finales:

Bueno, ante todo quería agradecerles por su apoyo en la última actualización. Muchas gracias por sus lecturas y sus comentarios, fue bastante grato. 

Dicho esto, voy a aclarar algunas cosas del fic: 

- Como podrán ver, también he usado el estribillo de "Échame la culpa" de Luis Fonsi con Demi Lovato, para ambientar la típica música de baile. La canción que inspira todo el cap no es otra que la famosa Fire. 

- Supongo que todos conocen al conejito de Duracell, que fue una campaña publicitaria muy conocida en el pasado de esta marca de baterías y pilas. Luego, también menciono a la Princesa Bultos de Hora de Aventura. Es el personaje violeta que flota y es todo bultos, no sé si se llamará así en la versión latina.

Dicho lo cual, espero que el fic siga siendo de su agrado. Seguiremos un poco más con Pau por el momento, pero va quedando poco para que volvamos con Soo Jin. Matizo que ese poco es relativo. Como siempre voy a intentar escribir cuando pueda, y es que me esperan unos meses infernales. Para que se hagan una idea, se supone que no debería estar escribiendo. El plan inicial era terminar mi largo fic de YOI en Diciembre y dedicarme sólo a mis responsabilidades y compromisos, pero, entonces, esta historia se implató en mi cerebro y no me dejó en paz hasta que la puse por escrito.  Además, incluso cuando tengo tiempo para escribir, no siempre estoy en disposición de hacerlo, porque muchas veces, simplemente estoy agotada (algo que me pasó la semana pasada, por ejemplo). De ahí, que mis caps a veces tengan muchos errores tontos, a pesar de que intento revisarlos lo mejor que me dejan mis abotargados sentidos. 

En fin, esa retahíla de excusas viene a decir que no puedo escribir ni actualizar tan a menudo como querría y me disculpo por las esperas que mi capricho por publicar en tan mal momento pueda ocasionar a mis lectores más fieles. 

 

Una vez más, espero que les guste el fic a pesar de todo, poder encontrarme con ustedes lo más pronto posible, que todo les vaya muy bien y que tengan un buen fin de semana. 

Un saludo. 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).