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Esto no es una enfermedad por JazzNoire

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Con una taza humeante de té entre sus manos, Yuuri espera impaciente a que Víctor cruce la puerta para que lo acompañe en el desayuno. Desde segundos antes de verlo aparecer, ya resiente sus pasos por el pasillo y una explosión agonizante de emociones se dispara en su pecho. Siempre que lo ve entrar y sonreírle tan amplio, dedicándole una multitud de expresiones llenas de amor y gozo que pueden perdurar una eternidad, Yuuri se embriaga en la necesidad de correr hacia él y abrazarlo, pedirle unos segundos más de su tiempo, en casa, mientras de sus labios escapan esas disculpas tan sentidas y reales que el otro no podría comprender. Pero siempre se contiene. Tiene que hacerlo, quedarse en el asiento, con gritos atorados en su pecho y todo la emoción contenida en esa taza que aprieta y aprieta entre sus manos, como si deseara reventarla.

Víctor no sabe cuál es el motivo de su agonía interna, no puede saberlo, y por eso es feliz y alumbra la habitación con una sonrisa que lástima a Yuuri, quien espera por él, sentado ante la mesa con un desayuno que ostenta toda su delicia... como si fuera una ocasión especial.
Víctor lo pregunta, curioso, a qué se debe el recibimiento singular de esa mañana. Pero la respuesta de Yuuri, pese a las palabras que cualquiera podría considerar cursis y demasiado dulces, tiene un toque agrio que se le escapa sin querer: "Todo segundo contigo es especial... Solo quiero aprovecharlo".

Desayunan. A Yuuri siempre se le dificulta tragar los bocados de comida, por más pequeños que estos sean. El nudo en su garganta le impide disfrutar, el cual se vuelve más y más grande conforme los segundos pasan y el tiempo avanza hacia su desenlace. Cada vez más tiempo se queda atrás, cada vez hay menos minutos para disfrutar de cómo Víctor lo mira con amor y sonríe, como hablan de cosas tan mundanas que logran expandir con gran interés, como los gestos se hacen presentes en la mesa: esas miradas coquetas, sus dedos acariciándose por accidente al alcanzar el azúcar para el té, esos mismos que caen sobre los labios del otro para besarlos con una devoción después.

Por un segundo, Yuuri puede creer que las repeticiones de ese momento son más una bendición que una tortura, pero cuando el desayuno termina y Víctor tiene que irse, la burbuja de esperanza se rompe para hacerle comprender su realidad.

De pie, hay un beso más sobre sus labios que se expande todo lo posible. La risa juguetona de Víctor sobre ellos se escucha entonces, junto con la propuesta de que tal vez, por ese único día, podría tomarse la mañana libre para jugar un poco en casa. Yuuri cierra los ojos, adolorido: ¿Por qué siempre lo complicas todo, Víctor? Desea tanto decirle que "sí", retenerlo con él y no dejarlo ir nunca más, pero no puede, él mismo debe empujarlo para que se vaya de una vez bajo la excusa de que llegara tarde a sus compromisos, aunque sabe que no llegara a ellos de todas formas.

Es la despedida, una larga donde Yuuri se impide el seguir sosteniendo su mano por un segundo más, aunque sus dedos se nieguen a soltarlo y Víctor procure expandir un poco más el contacto al presentir que algo raro sucede. "¿Quieres decirme algo?", pregunta, sabiéndolo tan bien. Yuuri tiene mil vidas que contarle, pero se limita a esas dos únicas palabras que lo encierran todo, que le dicen todo, pero que al mismo tiempo significan una condena eterna: "Te amo".

Yuuri se siente egoísta al hacerle pasar por lo mismo una y otra vez, no el desayuno, no su compañía, no una mañana que debía ser única y no volver a repetirse nunca más, sino lo que le ocurrirá unas calles más adelante, cuando un camión lo embista al cruzar... 

¿Sufres al morir, Víctor?  Y aun así, Yuuri lo hace revivir esa situación día tras día, repitiendo el tiempo, volviendo a ese momento en que lo vio sonreír por última vez. 

Está atrapado en un bucle infinito que él mismo provoca. ¿Por qué no lo retiene? ¿Por qué no le advierte lo que sucederá si tiene la oportunidad para ello, para salvarlo? Porque la vez que lo intentó, solo prolongó su vida un par de días más... Inútiles, pues Víctor murió de todas formas, incluso de una manera más dolorosa de la que le espera calles más adelante. Sea cual sea la razón, el mundo quiere a Víctor muerto, pero Yuuri se niega obstinadamente a entregárselo.

"Te amo", Víctor responde a la vez que le dedica un último vistazo y un suspiro. Su mirada es triste, llena de genuino miedo, pero Yuuri no lo nota por estar sumido en sus propias culpas. No puede saber que Víctor es consciente que morirá otra vez... Pero no le importa si, al cruzar la luz una vez más, entre los gritos, los chirridos, el dolor, abrirá sus ojos de nuevo en ese mismo día, con un Yuuri que duerme a su lado dispuesto a hacerle pasar la última mejor mañana de su vida... una y otra vez.


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