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La Manzana Prohibida (Destiel AU Omegaverse) por Babaau

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Ingresar al castillo no fue para Dean tan sencillo como salir del mismo: Todo parecía indicar que la corona estaba planeando otro banquete, por lo que el patio de carretas estaba revolucionado, y por donde quiera que mirase había sirvientes ingresando mercancías y guardias custodiándolos. Si no tenía cuidado, el joven príncipe se arriesgaría a que lo descubriesen, y sería el fin de sus aventuras.

-¿Cómo demonios se supone...? -Murmuró, frustrado, mientras observaba desde una distancia segura la enorme caravana de comerciantes aguardando para dejar sus cargamentos en el patio. Eran tantos que comenzaban a formar una fila en el camino de acceso al castillo. -Si tan solo pudiese esconderme en alguno de esos... -Pensó mientras observaba lo que los campesinos iban cargando en sus carros.

Toneles de vino... hierbas aromáticas... algunos corderos... rollos de la más fina seda...

-¡Eso es! -Exclamó, entusiasmado.

Aferrando el pie de manzana en sus manos con firmeza, corrió ágilmente hacia la última carreta en la fila y, de un grácil salto, se coló en el mullido cargamento sin un sólo sonido. Sedas: el perfecto camuflaje para las llamativas ropas de Dean.

Cubriéndose hasta la frente con un bonito género estampado en tonos de verde, el omega aguardó paciente su oportunidad para brincar fuera del vehículo sin ser visto.

°

-¡Bien hecho, Alteza! Ese fue un grupo impecable. -El instructor de tiro con arco de Sam lo felicitó luego de que el príncipe hubo acertado todos sus disparos en el centro de la diana, a milímetros unos de otros.

-Muchas gracias -El joven repuso, conforme con su desempeño. El tiro con arco era una de las tantas disciplinas que desde pequeño había aprendido, y se le daba muy bien. -Con tu permiso, ahora iré a descansar un poco. -Agregó entregándole su inmenso arco al beta, quien lo recibió con una reverencia.

-Por supuesto, Alteza, mañana continuaremos su práctica.

-Gracias.

Sam caminó por el patio de armas mientras estiraba sus músculos tensos luego del entrenamiento. Comenzaba a sentirse hambriento.

Algunos sirvientes lo saludaron respetuosamente al verlo pasar, y a todos el príncipe respondió con su característica amabilidad. Le agradaba la sencillez de aquellas buenas personas.

Estaba doblando un recodo para ir hacia la entrada más próxima cuando una veloz figura encapuchada se chocó contra él y se trastabilló peligrosamente. Sam lo tomó por un brazo para ayudarlo a recuperar el equilibrio, y el otro gruñó.

-¡Ten cuidado Sam, maldición!

-¿Dean? -El menor inquirió extrañado, mientras su hermano lo fulminaba- ¿Qué haces aquí? Dijeron que estabas enfermo. ¿Y qué es ese olor?

El omega sintió que su corazón se saltaba un latido: ¡La poción! ¿Aún no había terminado su efecto? ¡Se suponía que las horas ya se habían cumplido!

Con un carraspeo elusivo, levantó el pastel que traía en sus manos y lo acercó a la nariz de Sam para distraerlo.

-Pie. -Dijo con simpleza. -Y mentí al decir que no me sentía bien, Sammy, ¿no es obvio? Sólo quería estar tranquilo por una vez.

-¿Pero qué haces vestido así? -El alfa insistió, confundido, mientras no dejaba de olfatear el aire. Algo en Dean no olía bien.

-Ya deja de hacer eso, pareces un maldito sabueso. -El mayor le reprochó mientras comenzaba a caminar, rogando que lo que le quedase de poción en la sangre se evaporase enseguida. -Me vestí así para poder pasear por el patio de carretas sin que Padre me descubriese y me encerrase bajo siete llaves. Sabes que odia que me codee con los campesinos.

-Oh. -Sam repuso, apenado, y decidió cambiar de tema -¿Y qué hay del pie? ¿Te lo robaste del cargamento? -Inquirió con una pequeña sonrisa cómplice.

-Naturalmente. Es el mejor que haya probado jamás... Te convidaría, pero tú no comes estas cosas, ¿cierto?

-No mucho, no. -Se encogió de hombros- Las cosas dulces no me apasionan como a ti.

-No sabes lo que dices. -Dean rió mientras ingresaban en el castillo juntos. Sam lo dejó pasar primero, y ese extraño aroma volvió a alcanzarlo. No podía ser...

-Dean... -Inquirió con cautela- ¿Acaso tú...?

Observó su cuello sin demasiado disimulo, pero no vio ningún rastro de una mordida allí. Sin embargo, pensó extrañado, su hermano olía claramente como un alfa... ¿Cómo podía ser...?

-¿Acaso yo qué, Sam? -El mayor volteó y alzó el mentón, desafiante.

El alfa dudó. No quería acusarlo en vano, pero ese aroma y esa actitud defensiva... no podía significar nada bueno.

-B--Bueno, tal vez me equivoco, pero es que tu aroma...

-¡Aquí están! -Una voz alegre llegó a ellos por el corredor, y ambos hermanos voltearon en su dirección.

Gabriel casi trotó hacia ellos, y al alcanzarlos rodeó a Sam por la cintura sin pudor alguno. El joven príncipe rió nervioso.

-Gabe, alguien podría vernos... -Murmuró, pudoroso. No se suponía que tuviesen contacto alguno hasta la boda. El omega se encogió de hombros y lo aferró con más fuerza.

-No estoy haciendo nada malo, Sam. Además Dean está aquí, él puede atestiguar que mantuviste mi virtud intacta.

El mayor de los príncipes arqueó las cejas con una mueca irónica en los labios, y el otro omega lo fulminó.

-S--Sí, claro -Asintió Dean al verlo, divertido- ¡No dudo de que se estén comportando según dictan las normas! Ahora, si me disculpan...

-¡Aguarda, Dean! -Gabriel lo interrumpió soltando al alfa y acercándosele con un gesto cómplice. -Quería pedirte tu opinión sobre unas túnicas, el sastre vino hoy a traerme opciones pero no estoy seguro... -Se colgó de pronto del brazo del omega y comenzó a arrastrarlo por el pasillo, lejos de Sam.

-¿Qué? ¿Sastre? ¿Y yo qué tengo que--? -Dean comenzó, pero el otro se le acercó al oído antes de que pudiese terminar su reclamo.

-Apestas a alfa aún, así que cállate y sígueme el juego -Gabriel murmuró con una sonrisa falsa. Luego fingió una carcajada y le dio un golpe en el brazo, avanzando más rápido. -¡Oh Dean! ¡Qué cosas dices!

-Oigan, pero... -Sam los siguió por el pasillo.

-Lo siento, pastelito, pero tengo que robarme a tu hermano un rato -Gabriel lo interrumpió, sonriéndole a modo de disculpa.

-S--Sí, está bien, pero quería preguntarle a Dean...

El omega se soltó del brazo de su cuñado y avanzó hacia su prometido con un pequeño puchero en sus labios. El alfa de inmediato se detuvo en el lugar, mientras el otro le acariciaba el pecho, juguetón.

-Vamos, Sam, déjame que me lleve a Dean. -Suplicó con suavidad- Quiero que me ayude a verme bien para nuestro gran día...

Sus ojos dorados se fijaron en los del alfa, y éste suspiró. No había nada que pudiese negarle cuando lo miraba así.

-Está bien... vayan. -Le dijo resignado- Yo iré a la cocina por un bocadillo, me está dando algo de hambre.

-Está bien, pero reserva espacio para el postre... -El omega le susurró con un guiño seductor, y los ojos del alfa se oscurecieron de deseo.

-Ya vete -Le dijo, con su voz más grave que lo usual. Gabriel rió con picardía y se alejó casi brincando.

-Alfas. -Murmuró satisfecho al llegar hasta Dean -¡Tan fáciles de convencer...!

-No quiero saber cómo lo hiciste. -Éste repuso, negando con la cabeza mientras subían las escaleras rumbo a los aposentos de Gabriel.

°

-¿Cuántas gotas dices que usaste? -El menor insistió minutos después, mientras caminaba hasta un baúl al pie de su cama. Dean tomó asiento en un sillón cercano y suspiró antes de responder.

-Ya te lo dije, fueron seis. Ni una más.

-¿Y calculaste bien el tiempo? -El omega insistió, tomando de una cadena oculta entre los pliegues de su ropa una intrincada llave de bronce.

-Sí, ya habían pasado seis horas cuando volví. ¿Por qué aún no se fue el efecto? -El mayor inquirió fastidiado.

-Tal vez en ti sea más persistente, no podría saberlo... -Gabriel murmuró distraído tras abrir el candado del arcón. Dean oyó un tintineo, luego el distintivo "pop" de un corcho al ser extraído de una botella y luego más tintineos, y de pronto un extraño aroma llegó a su nariz. Picado por la curiosidad, decidió ponerse de pie y acercarse para observar lo que el otro hacía.

-¿Qué tienes ahí? -Le dijo, extrañado. Gabriel cerró rápidamente el baúl y se puso de pie, pero el príncipe había logrado echar un rápido vistazo a su interior justo a tiempo.

-¿¡Qué diablos es todo eso?! -Exclamó. El pequeño omega le tapó la boca con una mano, indignado.

-¡Shhh! -Lo chistó -¡Cierra esa boca o nos oirán!

-¿Eso eran... pociones? -Dean susurró, incrédulo. -¿Acaso tú...? ¿Tú las fabricas? ¡Creí que la habías comprado!

-Pues creíste mal. -Gabriel repuso con sencillez -Sí, yo las fabrico, pero te agradecería que no lo gritaras a los cuatro vientos, Dean.

-Lo siento... -El mayor se disculpó- ¿Eso quiere decir que eres un hechicero?

-Ni en un millón de años. Simplemente sé algunas cosas sobre pociones, nada más. Ahora ten, toma esto. -Le dijo entregándole un pequeño vasito con un líquido azul. -Eso hará que el efecto de la otra se termine.

-Genial. -Dean sentenció, y sin dudar se bebió el extraño líquido de un trago. Pocos segundos después, al igual que le había ocurrido antes, sintió un extraño cosquilleo por todo el cuerpo, seguido por un suave aroma que le resultaba familiar.

-Así está mejor -Gabriel dijo, asegurando la tapa de un pequeño frasquito antes de entregárselo. -Este es el antídoto para tu poción milagrosa. Si deseas terminar su efecto, no tienes más que beber un sorbo de esto, y volverás a ser tu mismo, ¿de acuerdo? ¡Estuviste muy cerca hoy con Sam!

-Lo sé... -Dean suspiró. -Creí que ya estaba a salvo. Gracias por interceder, Gabriel.

-No hay de qué. Y dime, ¿cómo pasase tu primer día de libertad?

Dean recordó de pronto los hermosos ojos azules de Castiel, y sus mejillas se tornaron de un llamativo color carmesí.

-E--Estuvo... bien. -Dijo encogiéndose de hombros- Paseé por el pueblo, vi la feria... Ya sabes, lo esperable.

-¿Y qué hay de este bonito pie? ¿Lo trajiste para agradecerme? -El omega sugirió con una sonrisa mientras señalaba el pastel. Dean se tensó de inmediato.

-A decir verdad... pues... -Observó a su cuñado, pensativo, y con un suspiro asintió. Sin él no habría podido escapar jamás, y no habría conocido al apuesto alfa tampoco -Sí, es para ti. -Dijo- Pero no me ofenderé si me guardas un poco...

-Tengo una mejor idea que eso. -El omega repuso con una sonrisa al ver lo abatido que el mayor se veía. Luego caminó hasta su mesa de noche y tomó un par de cucharas de un cajón. -¿Qué dices si damos cuenta de él? -Sugirió entregándole una. Dean tomó el utensilio en sus manos y su mirada se iluminó.

-¡Gran idea! -Exclamó. -Muero de hambre.

Y, sentándose en el sillón, se pusieron a comer mientras hablaban alegremente de las pócimas de Gabriel y de la primer mañana en libertad de Dean.

-¡Por muchas aventuras más! -Brindó Gabriel un rato más tarde, con una porción de pie en su cuchara.

-¡Por muchas más! -El príncipe repuso con alegría, sin poder dejar de pensar en Castiel.

Aunque no quisiera admitírselo, ansiaba el momento en que pudiesen verse nuevamente...

°

-El omega que sugeriste para Sam resultó ser de su agrado, debo felicitarte. -En otra parte del castillo el rey alzó su copa hacia su invitado, y éste agachó la cabeza, modesto.

-Gracias, Su Majestad. Supuse que el espíritu vivaz de Gabriel mantendría entretenido al joven príncipe. -El alfa repuso tomando un puñado de nueces en su mano y jugando con ellas antes de comerlas. John asintió.

-Es un joven adecuado para convertirse en su consorte. -Dijo apreciativamente -Bien educado y obediente, pero no tan estructurado como para aburrirlo. Yo no podría haberlo seleccionado mejor.

-Me halaga, Su Majestad. Ahora, respecto al Príncipe Dean...

El rey suspiró.

-No me hagas hablar de él. -Dijo con amargura- No sé qué haré con su maldita rebeldía...

-Bueno, Alteza, estuve pensando una serie de candidatos para él también, como Vuestra Gracia ordenó. -El alfa sentenció con calma. El Rey lo observó, escéptico.

-¿Realmente crees que exista alguien que pueda tolerar sus arrebatos? Dean reniega de su condición tanto o más que yo lo he hecho desde que nació. -Dictaminó con pesar- Mi primogénito, un omega, y ni siquiera dispuesto a cumplir su deber cómo príncipe... ¿Qué hice para merecer esto?

-Su Majestad, no desespere. Creo que sé de alguien que podría hacer ciertas... concesiones, respecto a las peculiares cualidades del joven Príncipe. Incluso, podría agregar, creo que hasta encontraría placer en intentar doblegar una voluntad tan férrea como la suya...

-Si conoces semejante individuo -El Rey dijo con seriedad- Te insto a que lo traigas ante mi de inmediato para que le otorgue la mano de mi hijo en matrimonio.

-Bien... -El alfa se puso de pie con calma y tras alisarse la ropa con cuidado hincó una rodilla en la alfombra, con un gesto digno en su rostro redondeado. -Si Vuestra Gracia lo considera adecuado, entonces... Quisiera solicitar la mano del Príncipe Dean en matrimonio.

El Rey casi se atraganta con su propia saliva al oírlo. Aquello era demasiado bueno para ser cierto. Extasiado, se puso de pie y tras limpiarse con gracia las comisuras de su boca, dijo:

-Mi querido Fergus, Duque de Crowley, tienes mi bendición. Dean es tuyo.

 


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