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Como viven las polillas por blendpekoe

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Una vez escuché a mi madre decir que mi hermano al nacer absorbió todas las emociones con las que yo no nacería. Lo que era una especie de chiste malo para explicar por qué podía ser tan frío. Siempre me pareció una exageración que me adjudicaran semejante característica y me desagradaba la connotación negativa que le daban, pero al crecer, al poder comenzar a ver las cosas con ojos menos infantiles, entendí que señalaban un hecho real que no me ofendía. En plena adolescencia, nada sentía en común con mis pares y me la pasaba cada vez más entre los pocos adultos que conocía, observándolos, comparándolos, descubriendo que me movía más el pensamiento lógico que las emociones y aceptaba que, incluso siendo adulto, me considerarían una persona fría. Mi familia me reclamaba mi personalidad poco simpática y presagiaban con insistencia un futuro de soledad, como si quisieran asustarme. Pero semejantes palabras me eran indiferentes.


Pero llegó un momento en que mi familia agradeció mi forma de ser y dejé de ser "frío" para ser llamado "inteligente". Porque no actuaba como un torpe adolescente, por ser aplicado, interesarme en tener un trabajo e independizarme. Un par de veces me di el gusto de indicarles que habían cambiado el discurso a conveniencia. Porque además de frío me las daba de impertinente.


En el último año de secundaria nuestra situación familiar dio un pequeño giro cuando mi madre quedó embarazada y, en cierta forma, me volví un poco apegado a ella luego de conocer la noticia. La acompañaba siempre que me era posible, movido por una sensación de responsabilidad, y ella disfrutaba de mi peculiar compañía. Eso me sumaba puntos como "inteligente" y también me ocupaba de dejarle en claro a mis familiares que no se ponían de acuerdo sobre el significado de esa palabra. Podía ser un poco polémico para el gusto de ellos, diciendo lo que pensaba sin miramientos y si me mandaban a callar seguía hablando les gustase o no.


Podría decirse que me complementaba con mi hermano Mateo, de carácter más conservador. Él no era fan de los enfrentamientos ni discusiones, cosa que lo convertía en el simpático de los dos. Pero eso no significaba que fuera el bueno, a él solo le gustaba estar bien con todos, con Dios y con el Diablo. Fuera de la casa fingía ser una persona muy accesible y amistosa siendo todo lo contrario, no era flexible con sus puntos de vista y le costaba aceptar críticas.


Aunque todo eso sonaba a una combinación de insoportables, no causábamos muchos problemas o disgustos serios. Nuestra madre era una persona dócil y nos consentía mucho y, gracias a que ella no tenía una personalidad fuerte como la nuestra, convivíamos en paz.


Pero a Mateo, la noticia del embarazo le generó una especie de conflicto interno del cual evitaba hablar. Parecía que la sola idea lo incomodaba. Mamá a veces trataba de sacarle conversación sobre el bebé que llegaría para ser parte de nuestras vidas pero él no decía mucho. En esa época comenzó a mostrarse más ocupado, de la calle pasaba a su cuarto y no deambulaba por la casa, como si quiera evitarnos a todos. Su evasión era notoria pero mi madre era mi madre y no cuestionaba nada ante el riesgo de molestar a uno de sus hijos.


De a poco Mateo se volvía más y más huraño pero se hacía el desentendido si alguien insinuaba algo con respecto a su esquiva presencia. El embarazo de mamá no le cayó nada bien.


***


Nosotros vivíamos en una casa antigua, de ventanas flacas y altas, paredes gruesas, puertas amplias y techos inalcanzables, pero no muy grande. Era una casa que pasó por varias generaciones del lado materno por estar dentro del terreno de un desgastado negocio familiar: un cementerio privado. La casa se conectaba al cementerio por una puerta en el patio trasero pero también tenía salida propia a la calle. Teníamos la costumbre de decir que vivíamos al lado para evitar confusiones aunque la ventana de mi cuarto tenía como vista principal un montón de tumbas. A veces me ponía a observar a las personas que iban de visita y los entierros, que casi no sucedían, eran la mejor atracción. En la administración trabajaban nuestra familia del lado materno mientras que de nuestro lado paterno no quedó nada luego del divorcio. Mi padre abandonó todo vínculo cuando nosotros éramos pequeños. Recién alrededor de mis catorce años mi madre volvió a ponerse en pareja, él no vivía con nosotros pero el embarazo anunciaba que eso cambiaría. A veces pensaba que eso era lo que molestaba a Mateo, era la única razón que se me ocurría, y a la vez deseaba que no fuera esa su razón porque sería infantil y ridículo. Pero no fui el único en llegar a esa conclusión, Germán, la pareja de mamá, fue el primero en tener la sospecha.


De cualquier forma no le dedicaba mucha preocupación al conflicto de mi hermano. Ese sería mi criticado lado frío. En mi cabeza, si él no quería contar qué lo hacía actuar de esa forma extraña entonces era  su problema. Si elegía callar y sufrir solo, yo respetaría eso. Mateo se llevaba bien con mi lógica, lo beneficiaba.


Al decir que nos complementábamos no exageraba, en nuestras extrañas formas lográbamos una gran armonía. En una ocasión él hizo un comentario que me quedaría grabado de por vida:


—Si no fuera por ti pensaría que estoy loco.


Porque cuando dijo eso fue como si leyera mis pensamientos.

Notas finales:

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