Fue difícil decirle a Mateo que lo mejor sería que no entrara más a mi cuarto y mantuviera la distancia, como la regla con la que nos manejábamos antes de confiarnos. Lo difícil en realidad fue el momento que preguntó por qué. No me atrevía a contarle de las insinuaciones ni el intento de sacarme alguna verdad de parte de nuestra madre, no después de conocer la angustia que le generaban los riesgos de la relación que manteníamos.
—Creo que Germán sube a buscar cosas para mamá —fue lo único que se me ocurrió responder.
Mateo se dio cuenta que no le estaba contando toda la verdad, me miró esperando que dijera algo más y luego salió de mi cuarto.
Mi estómago seguía mal y esa noche no bajé a cenar
***
Ese viernes era el último día de clases antes de las vacaciones de invierno, también el de mi cumpleaños, y solo tenía una cosa en la mente: conseguir trabajo. Estaba decidido a encontrar un empleo antes de que terminaran las vacaciones, quería evitar todo cuanto fuera posible estar en casa y apurar la oportunidad de irme definitivamente. Sentía que me asfixiaba allí dentro, cada vez que salía a la calle no quería volver a entrar. Esa misma mañana, esperando en un semáforo con Mateo a mi lado, se me cruzó por la cabeza que podríamos irnos, sin dar explicaciones, dejando el instituto, nuestras cosas, la familia, desaparecer. Pero era absurdo, saldrían a buscarnos. La única solución era irnos de buena manera pero para eso necesitábamos terminar con el instituto, tener trabajo y conseguir donde vivir. Todo eso se me hacía mucho tiempo y ese tiempo era proporcionalmente peligroso.
En el descanso nuestras caras eran un coro de gravedad aunque en Sebastián era más por hábito que por malestar. Nos sentábamos en el mismo lugar como siempre pero sin mucha charla, Mateo jugaba con su celular, Sebastián dibujaba en el suelo y yo miraba el cielo pensando en posibilidades y alternativas. La mayoría de nuestros compañeros acordaban planes para festejar las vacaciones, almorzar juntos, reunirse en los días libres mientras que nosotros esperábamos en silencio el fin de las clases. En un pasillo el Padre Marcos se acercó a mí para desearme un feliz cumpleaños pero mi simple y seco "gracias" terminó siendo muy serio para su gusto y para el mío también, mi pobre humor solo provocó una mirada escéptica en él. A la salida Mateo caminó al club y yo a un destino incierto con tal de no regresar a casa hasta que fuera necesario.
***
Ese día fue inevitable sentarme a cenar, toda la familia se había reunido a causa de mi cumpleaños, claro que el tema central nunca dejaba de ser el embarazo y el nuevo miembro de la familia que traía. Con tantas personas no había posibilidad de quedar a solas con mi madre, así que estaba más o menos tranquilo y me era fácil actuar con normalidad. La atención de Mateo estaba en la comida que revolvía, inconforme con las cantidad de calorías que tenía lo que habían servido y casi no comió. Intentaba evitar cualquier contacto visual con mi madre pero en un momento me topé con la mirada de Germán que hizo que volviera a sentirme mal del estómago. Me miraba con atención, como si supiera lo que había ocurrido con mi madre y que no estaba cómodo en presencia de ella. Después de la comida se acercó y me pidió que lo siguiera afuera, con la excusa de que tenía un regalo para mí en su auto. Fui de mala gana. Cuando estuvimos al lado de su auto sacó algo de su bolsillo y lo sostuvo sin mostrarlo.
—En realidad no es un regalo, es un préstamo.
Lo miré confundido. Estiró su mano para darme lo que ocultaba y recibí un juego de llaves un poco gastado.
—¿Es como un acertijo?
Soltó una carcajada mientras negaba con la cabeza.
—Es un pequeño departamento que es de mi hermana. —Recordaba que su hermana mayor vivía en el exterior, nunca llegué a conocerla—. Y es pequeño de verdad, ni siquiera yo me atreví a vivir en ese lugar cuando quedó libre —agregó con una sonrisa que advertía que lo decía en serio.
Volví a mirar la llave maravillado.
—También tiene una condición —anunció un poco más serio—. No puedes contarle a tu mamá. Me odiaría si creyera que estoy ayudando a que te vayas de la casa. Y no es que yo quiera que te vayas —se apuró a aclarar— pero es lo que tú quieres y esto puede ayudarte un poco al comienzo.
De repente recordé que mi plan incluía a Mateo y esas llaves dejaron de parecer tan convenientes, no nos llevaría muy lejos. Era un problema, ¿cómo se rechazaba algo tan necesario que era a la vez gratuito? También era una atadura más.
—Gracias. —Tenía que pensarlo muy bien—. De verdad, muchas gracias —sabía que no estaba sonando con el entusiasmo que ameritaba tal presente.
—Cuando quieras te llevo para mostrártelo, eso tal vez te levante el ánimo.
A Germán no se le escapaba nada, así que solo asentí.
—Estuve hablando mucho con tu mamá —agregó pero hizo una pausa para ver mi reacción, me mantuve inmutable—. Estuvo de acuerdo conmigo en que se está preocupando de manera innecesaria por cosas sin sentido.
Hubo algo en su manera de decirlo que indicaba que más que estar de acuerdo, él la había convencido. Y su actitud me hacía pensar que la convenció por la necesidad de que estuviera tranquila durante su embarazo y no porque creyera que no había nada de qué preocuparse.
—Gracias —murmuré.
Cuando volvimos a la casa Germán aprovechó que todos estaban reunidos para anunciar que en esas vacaciones se estaría mudando con nosotros. Mi mamá parecía muy feliz y sentí un poco de alivio pensando que eso la mantendría distraída. Entre las conversaciones Mateo se acercó a mí.
—¿Vas a tener un ataque de celos? —me apresuré a preguntar antes de que hiciera algún comentario sobre Germán.
No le gustó el tono de mi pregunta e hizo un gesto de desagrado que casi rozaba la burla.
—No voy a tener ningún ataque —respondió enojado, luego habló con resignación—. Si vamos a irnos lejos de aquí, no tengo derecho a ningún ataque.