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Como viven las polillas por blendpekoe

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Ya me había acostumbrado a que Sebastián me ignorara, nunca, en ningún momento, desvió su mirada hacia mí desde que decidió dejar de hablarme. No actuaba como si no me conociera, era algo mucho más intenso, actuaba como si yo no existiera. Aún se sentaba delante de mí porque su lugar en el aula no era algo que se podía modificar y me asombraba su capacidad para ser indiferente a mi presencia ante tal circunstancia. Si era vergüenza u odio, sabía guardarse bien el secreto.


Se acercaba el fin del año escolar y mis compañeros estaban cada vez más ociosos y ruidosos, los profesores se concentraban en los alumnos que necesitaban mejorar sus notas, el resto ya no merecía tanta atención. Algunos hablaban de los estudios que seguirían en busca de una carrera, pero la mayoría prefería concentrarse en un futuro más próximo como eran las vacaciones, ninguno mostraba tener gran preocupación por lo que pasaría con sus vidas al finalizar la secundaria. Planeaban cómo festejar el fin de curso y un posible viaje a la playa sobre el cual demostraban mucha expectativa. El nombre de Mateo fue mencionado muchas veces, con extrañeza ante la falta de contacto, pero nadie se animaba a hacer preguntas concretas ante el temor de que la supuesta enfermedad de nuestro padre fuera grave. Todos hacían el ridículo cálculo de que el silencio de Mateo era proporcional a la enfermedad. Pero tampoco era algo que los preocupaba mucho porque en segundos olvidaban el tema, las conversaciones no se mantenían serias por más de un minuto. Su enamorada, Andrea, iba a la par del resto, su interés, si fue real, murió con la ausencia de Mateo. Hablaban como si él fuera un recuerdo cada vez más lejano del cual debían lamentarse para que nadie dijera que eran malos compañeros. No me molestaba, todos sufrirían el mismo destino, cuando dejaran de verse pasarían a convertirse en un recuerdo lejano o mucho menos que eso.


Pero a alguien pareció importarle y decidió hacer preguntas.


***


Volviendo a casa del instituto, encontré a una persona en la vereda de mi casa hablando con mi tía. Ella, para variar, no estaba nada feliz con el visitante. Identifiqué la ropa del club y el bolso con raquetas confirmó que era, al menos, de uno de los equipos de tenis. Me acerqué y me paré junto a ellos, como si fuera común y normal pararme al lado de mi tía. Contaba con que no me dijera nada en plena calle. El chico me miró desconcertado por mi repentina llegada y me dio un leve saludo para volver a la conversación que le era de mayor importancia. Estaba serio y su voz transmitía mucha seguridad, así como poca amabilidad.


—¿Entonces no hay ningún teléfono donde pueda contactarlo? —preguntó en un tono que rozaba la ironía.


—No de momento —respondió mi tía con sequedad.


—Eso es bastante extraño en nuestra época —acusó sin reparo.


Incluso a mí me sorprendía que un desconocido llegara y cuestionara obviedades. No necesitaba que nadie me explicara que ese chico había aparecido para preguntar por Mateo.


—De verdad, no tengo tiempo —se esforzó mi tía en responder con calma—. Cuando vuelva, le diremos que pase por el club —mintió, quiso forzar una sonrisa pero no le salió del todo bien.


—Y tampoco saben cuándo va a volver —remarcó con algo de cinismo.


—Porque no hay manera de saber cuándo va a mejorar su padre —insistió enojada, indicando que estaba repitiendo información.


Me mantenía al margen como un simple curioso, el intercambio entre ellos me hacía sospechar que llevaban un buen rato sin lograr un entendimiento, al punto de abandonar toda intención de ocultar fastidio.


—Mateo no debe tener tiempo con tantas preocupaciones por la salud de su papá.


Me di cuenta de lo que hizo con ese comentario.


—Exacto, en este momento solo se concentra en la salud de su padre —respondió con algo de alivio mi tía.


Y también me di cuenta del error cometido.


El chico nos miró a ambos con una clara expresión de saber que le estaban mintiendo.


—Mejor me voy —dijo con desdén.


Se fue sin despedirse, molesto.


—¿Quién era? —pregunté sin darme cuenta.


Mi tía me ignoró y se metió a la casa dejándome atrás. Por un momento sentí el impulso de ir detrás del chico y hacerle preguntas, pero no lo hice, estaba desconcertado y no pude moverme de mi lugar.


Me quedé pensando toda la tarde, incluso en mi trabajo no podía sacármelo de la cabeza. El desconocido no había dudado en sospechar sobre la ausencia de Mateo, ni siquiera intentó disimular su mirada acusadora.


Esa noche no pude evitarlo y comencé a revisar todas las fotos que tenía del club buscando el rostro del chico. Estuve más de una hora sin obtener resultados sobre un objetivo que no tenía sentido alguno. Terminé entrando al Facebook del club decidido pero sin saber qué lograría haciendo todo eso. Más rápido de lo que me hubiera gustado, di con una foto suya en ese lugar. El club lo felicitaba por un viaje que estaba pronto a realizar por un torneo, su nombre era Gonzalo. Y regalado, un enlace a su Instagram. Antes de entrar deseé que tuviera una cuenta privada pero me encontré con una cuenta abierta con toneladas de fotos. Fue sin duda una noche muy larga en la que me dediqué a mirar todas sus fotos buscando algo que confirmara mis sospechas. Casi todas las fotos estaban relacionadas al deporte: ropa, zapatillas, raquetas, bolsos, canchas, botellas de agua. Había muy pocas selfies, ese chico solo se sacaba fotos si estaba con alguien. Insistí y en el sin fin de imágenes encontré la primera foto con Mateo, la cual no difería de otras fotos. Luego encontré un par más, bastante casuales también, pero una de ellas me detuvo porque se acompañaba con la frase "el día más feliz de mi vida". La frase no aludía a nada, la foto no aludía a nada, pero ahí me quedé mirándola por mucho tiempo como si lo hiciera, antes de dar por finalizada mi investigación.


Casi no pude dormir las pocas horas que quedaban, una sensación amarga e incómoda no me dejaba en paz. Pensaba sin cesar en qué tan diferentes serían las cosas si Mateo hubiera elegido ese chico, no tendría que haber dejado su club, tendría con quien compartir su obsesión sobre el deporte, no tendría que preocuparse por trabajar para huir de casa, no sentiría confusiones ni remordimiento, no vería a su madre destrozada por su causa, su familia no se rompería, no lo verían con desprecio, podría dormir en paz consigo mismo y sonreiría todos lo días porque nada estaría mal en su vida.


Recordé la foto de la polilla y la descripción que Sebastián había hecho, tal vez yo era un monstruo en la vida de Mateo.

Notas finales:

Puedes visitar mis redes para novedades aquí :)


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