Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Como viven las polillas por blendpekoe

[Reviews - 19]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Golpeé la puerta de la oficina del Padre Marcos pero nadie respondió. En la secretaría no había nadie tampoco, todos estaban en el patio preparando el lugar para recibir a las familias en el evento que se daría ese día. Impaciente, por si acaso, volví a insistir con la puerta, no quería que el evento me atrapara.


—¿Qué necesitas?


El Padre Marcos acababa de llegar y verme en la puerta de su oficina no le dio gusto pero ya estaba acostumbrado a su mirada.


—Quería saber si puedo retirarme. No tiene sentido que esté aquí, tampoco me interesa la entrega de diplomas.


El Padre Marcos se mostró descontento al enterarse que ya no vivía en la casa de mi madre. Tampoco me sorprendía eso, todo lo que yo hacía me distanciaba cada vez más del arrepentimiento que él esperaba de mí.


Sin responder a mi pedido, avanzó a su oficina y me hizo una seña para que entrara.


—Espera aquí.


Le hice caso, él ya no tenía ánimos de querer hacerme entrar en razón, de enojarse, o dedicarme palabras. Después de unos minutos volvió con algo en su mano: mi diploma.


—No es necesario que te quedes.


Diciendo eso me lo dio.


El diploma, ese papel, en si no tenía ningún valor, no era un documento oficial que avalara mis estudios, solamente era parte de un acto, era como un suvenir de la escuela secundaria, irrelevante como tal.


Entendí que con eso me dejaba ir.


—Gracias.


Y me fui, consciente de que lo más probable era que no volvería a cruzarme con el Padre Marcos nunca más. Sin despedidas, porque yo no podía dedicarle las palabras que él quería oír y él no podía responder con palabras que me complacieran.


***


Pude irme de la escuela pasando desapercibido, aún era temprano. Al llegar al departamento hice un bollo del diploma y lo dejé caer al suelo. Luego me cambié de ropa y al tener mi uniforme en las manos tuve deseos de destruirlo. Empecé a cortarlo en trozos con una tijera, me generaba una inexplicable satisfacción hacerlo y me empeñé en la tarea con mucha dedicación y atención.


El instituto era mi última atadura a mi vieja vida, en la que no podía ser quien quería ser, ni vivir como quería vivir.


Cuando terminé miré la hora, faltaba media mañana y después tendría que ir a trabajar. Decidí usar el tiempo para hacer lo que no podía posponer más: comprar pasajes para ir a buscar a Mateo.


Sabía más o menos donde vivía mi padre, o al menos sabía el nombre del pueblo donde estaba, encontrar su casa no sería muy difícil. Era veterinario rural así que solo debería preguntar por él. Conocería por primera vez el lugar donde vivía, según había escuchado se trataba de una zona rodeada de muchos campos y tambos, los cuales eran su fuente de trabajo, y se llegaba por medio de micros de larga distancia.


Mientras revisaba con mi teléfono qué micro podía llevarme, escuché un golpe en mi puerta, abajo el inquilino y el dueño de la tintorería discutían. Al abrir encontré a mi madre del otro lado. Tal vez fuera tonto, pero me sorprendió más su imagen esbelta y arreglada que el hecho de que estuviera allí parada.


—Te fuiste de la entrega de diplomas —dijo intentando disimular el tono de reclamo.


—¿Fuiste?


Era obvio que había ido, no esperé que respondiera eso.


Fue inevitable que sus ojos comenzaran a inspeccionar el departamento de manera rápida  hasta que se detuvieron en el uniforme hecho pedazos. Odié que viera eso. El diploma no estaba lejos por lo que me quedaba desear que no lo reconociera. Puso esa expresión que solo yo lograba obtener de ella, en la que se preguntaba por qué no podía ser menos excéntrico. Mateo nunca se había ganado esa mirada.


—¿Por qué estás aquí? Deberías estar en el hospital con Trinidad.


Me miró un momento que se me hizo eterno, decidiendo cómo decir lo que pasaba por su cabeza.


—Porque soy tu madre —respondió con cierto reproche por tener que dar esa explicación.


—¿Y eso qué significa? —me apuré en preguntar.


Entendió con claridad mi pregunta y observó incómoda el pasillo y la escalera, abajo ya nadie discutía, había mucho silencio. Seguro le preocupaba que nuestra charla pudiera ser oída por otras personas y por eso esperó que el silencio le confirmara que estábamos solos.


—Significa que no puedo mirar para otro lado —su voz tomó cierta emoción—. Yo sería la tonta que visitaría a su hijo en la cárcel y le preguntaría si está comiendo bien, a pesar de haber hecho cosas horribles, a pesar de sentir decepción y vergüenza por las cosas que hizo.


Volvió a mirar lo que quedaba del uniforme y lo señaló exasperada.


—No tenía nada de malo ese uniforme. Pudiste haberlo donado en lugar de hacer eso.


—¿Entonces viniste a preguntar si estoy comiendo bien?


No estar embarazada le sentaba mejor que estarlo, el nacimiento de Trinidad parecía haberle devuelto calma, el miedo de no poder llevar el embarazo a término ya no ocupaba su mente.


—Sí. Pero que no se te olvide la parte de la decepción.


Asentí.


—Doy por hecho la decepción y la vergüenza... y todo el resentimiento futuro. —Tomé aire —. No ignoro las consecuencias.


Me miró como si no me creyera, o no quisiera creerme.


—Tengo que ir al hospital —anunció—, Germán espera abajo.


Se dio vuelta para irse con un poco de pena, sin duda tenía la cara que pondría una madre al visitar a su hijo preso. Me parecía increíble que ella fuera a verme y por un momento imaginé a Germán detrás de toda esa visita.


—Gracias por venir —le dije antes de que se fuera.


Se dio vuelta y estuvo por decirme algo pero la interrumpí.


—Y gracias por no darme la espalda.


Mi gratitud no era menos que calculada y oportuna, aunque tampoco era falsa. El mayor peligro, el ser completamente ignorado y apartado, parecía haber disminuido. Algo era algo. Especialmente si me servía para darle una esperanza a Mateo.


Se fue sin agregar nada y me quedé con ganas de decirle que no era tonta ni nada parecido.


No tenía forma de conocer las reglas con las que jugaríamos, y era posible que ella no lo tuviera definido, pero quería creer que lo peor había pasado.


***


Al día siguiente debía subirme a un micro a las dos de la tarde para un viaje de seis horas y no llevaría nada más que dinero para comprar dos boletos de vuelta. Dormir se me hizo complicado. Volví a mirar los mensajes que nunca llegaron al teléfono de Mateo preguntándome si se alegraría de verme. Me oprimía el pecho pensar que podría no perdonarme lo que sucedió.


Por la mañana el timbre de mi celular me despertó, el número que mostraba era de la casa de mi mamá. No había motivo para recibir una llamada así, ella o Germán se comunicarían de sus celulares de verse obligados a llamarme. El resto de mi familia no me llamaría. Así que pensé en que algo extraordinariamente malo tendría que haber pasado.


Cuando contesté, del otro lado escuché la voz de Mateo.

Notas finales:

Puedes visitar mis redes para novedades aquí :)


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).