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Como viven las polillas por blendpekoe

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Mateo era muy mañoso con la comida y poco flexible con ese tema. Así que cuando me compartió la novedad de que ya no consumía carne ni lácteos, me lo quedé mirando sin saber qué decirle al respecto.


—No después de las cosas que vi en el campo —remarcó serio y decidido.


Improvisando un almuerzo que cumpliera con los requisitos, mientras él se bañaba, decidí que no volvería a cocinar y delegarle toda la responsabilidad de la comida. Yo podía comer cualquier cosa pero no tenía la paciencia para ocuparme de algo tan específico.


Mientras almorzábamos solo hablamos de mi trabajo, evitando tocar cualquier cuestión de índole familiar. Ambos parecíamos coincidir en la necesidad de apartarnos de esa parte de la realidad. Él estaba más tranquilo pero todo se arruinó cuando preguntó cómo encontré ese departamento, sin sospechar que Germán sería la respuesta. Su expresión fue de puro enojo.


—¿Vas a molestarte por eso a esta altura? —pregunté extrañado.


No respondió, en un acto normal y conocido de su parte.


—Germán terminó siendo de ayuda —remarqué buscando calmarlo—. Está de nuestro lado.


—No digas eso —exigió enfadado—. No necesitamos nada de él.


Me dejó sorprendido que mantuviera ese resentimiento caprichoso hacia Germán.


—Si no se fue con lo que ocurrió ya no creo que se vaya —intenté refutar.


Optó por no responder pero quedó visiblemente molesto. Su enojo no tenía sentido para mí, después de todo lo que había ocurrido debería ser lo último que le importara. Superaba cualquier lógica lo innecesario de su reacción y, movido por la curiosidad, esa misma noche lo enfrenté a costa del malestar que le causara la charla.


—¿Qué tienes contra Germán?


La pregunta fue demasiado directa para su gusto y creyó que mirándome indignado por mencionarlo sería suficiente.


—No lo entiendo —insistí—. Y no voy a entenderlo si no me das una pista.


—Es un idiota.


—Eso no es una gran pista.


Él estaba sentado en el viejo sillón mirándome, pensando si responder o no. Imaginé que tendría algún motivo poco realista y exagerado, que evitaba compartir para no ser criticado. Sabía que yo no validaría tonterías.


—El idiota —habló remarcando esa palabra— se me insinuó.


Habría esperado cualquier cosa menos eso. Aun así, al escucharlo, no tuve dudas de la veracidad de tal acusación. Me quedé helado.


—Fue justo antes de que nos enteráramos de que mamá estaba embarazada.


—¿Por qué no me lo contaste? —pregunté muy afectado.


—No sabía qué hacer —respondió defensivo—. Yo estaba paranoico y asustado. Además, es mi palabra contra la suya.


Lo que sentí fue inexplicable, una mezcla de furia y humillación.


—No necesitamos nada de él —volvió a repetirme.


—Tendrías que habérmelo contado —reclamé inquieto—, yo no iba a dudar de ti. Y...


No pude seguir, no supe cómo seguir. Me detuve a pensar qué hubiéramos hecho entonces y nada se me ocurría.


Quedamos en silencio luego de eso. La intranquilidad no me abandonaría por muchos días. Tampoco el pensamiento de que Germán terminó consiguiendo conmigo lo que no consiguió con Mateo, al menos así comencé a verlo.


El asunto no se volvió a tocar, él no quería hablar de eso y yo no me atrevía. Aunque me di cuenta, con el paso de los días, que tampoco había manera de mencionar nada referente a nuestra familia o lo que había sucedido. Mateo lo evitaba todo deliberadamente, como si nuestros vínculos con otras personas nunca hubieran existido. Lo dejé ser, no quería verlo más angustiado o molesto. Además, a mí también me beneficiaba tener un poco de paz mental y darle la espalda al mundo.


***


Mateo se puso insistente y ansioso en buscar trabajo, el deseo de irse de ese departamento lo empujaba más que cualquier otra cosa. Por mi parte, comencé a trabajar por la mañana, aunque seguía siendo media jornada. Así que teníamos mucho tiempo libre y, sin tener con qué distraernos, eso no parecía ayudar en nada a la cabeza de Mateo, quien siempre parecía ocupado pensando en algo. Por lo que se me ocurrió sugerirle salir a correr todos los días. La propuesta no pudo ser mejor recibida, el humor le cambió de inmediato cuando empezamos a entrenar. Y demasiado pronto comenzó a mostrar interés en la posibilidad de participar en maratones si entrenábamos con seriedad. Con eso aliviaba su deseo de competir para sentirse una ser humano cualificado, con la ventaja de no necesitar pertenecer, ni representar, a ningún club. Yo le seguía la corriente ya que le daba algo que hacer, ocuparse y entretenerse, además lo entusiasmaba que la idea de correr fuera mía. Tenía que reconocer que compartir con él una actividad era muy positivo y despejaba nuestras mentes, algo muy importante al pasar casi todo el tiempo juntos en un espacio tan pequeño fingiendo que el pasado no existía.


***


Los días comenzaron a pasar con más rapidez. Después de semanas de mucho insistir Mateo consiguió trabajo en la oficina de correos, otro hecho que mejoró más su ánimo general. Era notable su esfuerzo para dejar todo atrás, aunque lograr dejar todo atrás era algo que le llevaría mucho tiempo. Me gustaba pensar que nosotros teníamos todo el tiempo del mundo y que tarde o temprano llegaría a un punto donde lo que habíamos vivido dejaría de pesarle.


Aun así la calma se vio accidentada cuando recibí un mensaje de nuestra madre mientras trabajaba, en él nos pedía que fuéramos a su casa. Solo indicaba que era importante y, por si acaso, avisaba que no habría nadie más excepto por ella si acordábamos ir. Mientras que a mí me dejó intrigado, Mateo, por su parte, quedó turbado al recibir la noticia de la invitación. Yo no sabía qué podía pasar, cuál era el motivo del pedido, pero no creía que pudiera ser algo terrible, al menos no más terrible comparado a todo lo que había sucedido. Pero Mateo no compartía mi visión, no quería verla ni quería volver a poner un pie en esa casa.


Cuando vi que intentaba disimular su angustia sin mucho éxito, me senté a su lado intentando transmitirle tranquilidad.


—Nos dirá que nos odia —aseguró.


Los pensamientos extremos de Mateo a veces me acorralaban.


—Es posible pero me gustaría confirmarlo y no suponerlo.


—Entonces ve solo —resolvió con rapidez.


Suspiré preocupado y me recosté en el sillón mirando su espalda.


—¿No vas a verla? ¿Nunca más? ¿Como si estuviera muerta? —No pudo responder a eso—. Vayamos y dejemos que nos diga lo que quiera decirnos. Si hay que hablar, yo me ocupo.


Acaricié su espalda y volteó a verme poco convencido.

Notas finales:

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