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Como viven las polillas por blendpekoe

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Caminando al encuentro el aire se sentía pesado, difícil de respirar, Mateo estaba nervioso y yo también lo estaba. Pero mi inquietud nacía de la desconfianza de lo que pudiera ocurrir, de lo que se pudiera decir o reclamar frente a mi hermano. Yo podría sobrevivir a cualquier cosa, de él no estaba tan seguro. Al llegar al semáforo anterior a nuestra casa materna, apreté su brazo para darle ánimos porque no podía tomarle la mano en un sitio como ese. Una vez en el lugar nos detuvimos un momento frente a la puerta y con una expresión quise decirle que todo estaría bien; no me creyó la mentira pero aceptó la buena intención. Fue raro resistir el reflejo de destrabar y empujar esa puerta para reemplazarlo con tener que tocar el timbre y esperar a ser atendidos, aún teniendo las llaves en el bolsillo. El momento se volvió eterno hasta que la puerta se abrió y dejó ver a nuestra madre, bastante bien vestida, como si estuviera esperando visitas de verdad. Aunque tal vez tendría planes después de vernos a nosotros porque no tenía sentido que lo hiciera solo por ese encuentro. También parecía un poco ansiosa y sus ojos se desviaron hacia Mateo, a él era a quién llevaba más tiempo sin ver. Se corrió de la puerta.


—No se queden afuera —dijo intentando sonar natural.


No sé qué esperaba Mateo pero en su imaginación no esperaba que nos dejaran entrar y titubeó al momento de ingresar.


—Estás muy flaco —le señaló cuando pasó por su lado.


Mateo no respondió, aún sorprendido por toda la situación.


—Ahora es vegano —respondí en su lugar— por eso está así —agregué exagerando.


Ella no pudo contra su naturaleza y puso cara de preocupación.


—Yo estoy bien —se defendió.


Me miró con descontento por haber compartido semejante información pero el intercambio no fue suficiente para romper la tensión. Mateo mantenía la mirada baja frente a ella, mientras que ella nos miraba con atención, especialmente a él y su actitud de no querer estar allí.


—Pensé que no vendrían.


Pero el mensaje parecía ir más a Mateo que no ocultaba su malestar.


—Para Mateo fue un poco más difícil que para mí —respondí otra vez y me miró irritado por volver a exponerlo—. En realidad —continúe con una frase ensayada— me puso muy contento poder venir a verte más allá del motivo.


—No es que fuera difícil —comenzó a participar Mateo, con poca seguridad, pero mirándola por primera vez a los ojos— solamente no creí que nos ibas a recibir.


Nuestra madre asintió en comprensión.


—Lo mejor va a ser no hablar de eso —dijo para ambos bajando un poco su voz.


Mateo seguía mirándola angustiado, desconcertado, empequeñecido. Ella se dio cuenta de esa mirada y suspiró con calma.


—Hay un motivo por el que pedí que vengan, que no podía seguir demorando —recobró un poco de ánimo al empezar el anuncio—. Ninguno de los dos pudo conocer a Trinidad.


Diciendo eso caminó hacia la sala haciéndonos un gesto para que la siguiéramos, allí nos encontramos con un moisés. Mateo y yo intercambiamos una mirada de extrañeza ante la nueva situación, ni siquiera a mí se me había ocurrido que eso podía suceder.


—Ustedes son los únicos de la familia que todavía no la conocen.


La frase, tan simple y poco extraordinaria, tomó por sorpresa a Mateo, algo llamó su atención al oírla y lo agitó. Mantuvimos la postura de no movernos de nuestro lugar hasta que ella hizo otro gesto invitándonos a acercarnos. Miré a Mateo que esperó a seguirme y terminamos uno en cada lado de la cuna. Allí vimos una bebé despierta, demasiado atenta a lo que sucedía a su alrededor. Me la quedé mirando impresionado, más por lo que estaba ocurriendo que por su presencia, ella se veía igual que cualquier otro bebé. Estaba vestida de rosa, también su ropa de cama era rosa, incluso un peluche que la acompañaba, lo que era una exagerada necesidad de anunciar que era una niña. O la exagerada necesidad de mi madre de celebrar que por fin tenía una niña. Babeaba y su cabeza temblaba mientras sus ojos exploraban a los nuevos visitantes. Sonreí contento de poder verla, hasta me di el gusto de tocar su mano, suave y pequeña. Ella no dejaba de hacer ruidos y agitar sus extremidades, tenía mucha energía.


—No hacía falta tanto rosa —me quejé animado, con ganas de reír por el espantoso color.


Miré a Mateo esperando que se sintiera igual, que estuviera entusiasmado por semejante evento, pero sus ojos estaban humedecidos y tenía problemas para controlar su expresión.


—¿Vas a llorar? —pregunté en voz baja.


Y mi pregunta fue lo que desató el llanto que estaba conteniendo. Llevó las manos a su rostro en un intento de calmarse y desde el otro lado del moisés solo pude observarlo asombrado. La reacción natural que yo no tuve la tuvo nuestra madre quien se acercó a él y lo abrazó.


—No hace falta que llores —susurró.


Pero Mateo no podía controlarse, tampoco podía responder. Cedió, sin darse cuenta, a su propia angustia y se apoyó en ella mientras las lágrimas expresaban lo que no le salía decirle. No estaba acostumbrado a verlo llorar y la escena me paralizó por un momento hasta que atiné a ir a buscarle a servilletas. Cuando se las ofrecí, reaccionó y las tomó con una repentina vergüenza. Se alejó de mamá para limpiarse la cara intentando calmarse, respirar y componerse tan rápido como fuera posible, las manos le temblaban. Sentí que si intentaba decirle algo que buscara calmarlo solo complicaría su situación, así que limité mis palabras.


—¿Quieres agua?


Negó todo tipo de ayuda o atención y se apuró en darnos la espalda volviendo al moisés en un intento de dejar atrás el mal momento. Se sonó la nariz varias veces y yo tenía que resistir el deseo de acercarme a él, consciente de que no estábamos solos.


—Tiene tus ojos —le dijo a mamá y su propia voz ronca lo molestó.


A un costado nuestra madre no podía dejar de observarlo, preocupada por lo que acababa de suceder y se dio un momento mágico en el que ella me miró buscando una explicación o una certeza sobre Mateo, en el que solo puede devolverle una mirada que le confirmaba que él no era como yo y que estaba infinitamente dolido. Luego dedicó su atención a Trinidad pero no del todo, la miraba pero su mente estaba en otra cosa, algo de repente necesitó su concentración para resolver alguna cuestión interna. Decidida pero no segura, se acercó al moisés y levantó la bebé para intentar ponerla en brazos de Mateo. Su primera reacción fue decir que no sabía cómo cargarla antes de darse cuenta de lo que estaba pasando, y cuando se dio cuenta se calló y se dejó guiar.


—No es difícil —lo animó—. No se te va a caer.


Cuando la puso en sus brazos no se alejó de él porque por un momento parecía que volvería a llorar. Pero no lo hizo, estaba más preocupado por sostener a Trinidad que por cualquier otra cosa.


Tuve que conformarme con la cámara del celular para capturar el hecho, estaba seguro que a Mateo le gustaría tener una foto de ese momento, posiblemente irrepetible. Trinidad intentaba tocarle la cara y él le hablaba en voz baja, con la facilidad de las personas que simpatizan con los bebés. Pero ella estaba muy inquieta y lo ponía nervioso, así que la devolvió ante el temor de no poder sostenerla correctamente ni predecir algún movimiento brusco. Mamá volvió a acomodarla en el moisés.


—No creí que ibas a querer que la conociéramos —de algún lado sacó fuerza para hablar con claridad.


Mateo necesitaba saber qué pasaría con él, con nosotros, aunque la respuesta pudiera derrumbarlo. Ya no podía evitar lo que tanto había evitado y le dedicaba a nuestra madre una mirada de arrepentimiento que ella no podía ver por estar ocupada con Trinidad.


—Ella no tiene por qué enterarse de lo que ocurrió —respondió con aprensión, aún concentrada en la bebé para no mirarnos—. No quiero que ella se entere de nada. Y eso es algo que ya está hablado con el resto de la familia —su voz sonó inesperadamente dura.


—Me parece muy bien pero —me adelanté para preguntar lo que Mateo quería saber—, ¿eso va a incluir saber que tiene hermanos?


En una reacción de sorpresa levantó la mirada para verme con extrañeza por la pregunta que hice, me di cuenta que había planteado una idea que a ella nunca se le pasó por la mente y bajo su mirada me sentí un poco avergonzado por haberlo insinuado. Miró a Mateo y luego volvió a verme.


—No voy a hacer eso —respondió—. Así que espero que colaboren para que ella no sepa nada.


No dejó de mirarme mientras decía eso, yo era el rebelde y alborotador, el que no sabía cuándo callarse. Así que asentí obediente.


***


El camino de regreso fue silencioso en gran parte. En realidad nos quedamos muy pensativos después de la visita. En mi caso siempre creí que estaría feliz de lograr que aceptara mi vida, incluso a la fuerza, porque lo que yo hiciera o no en mi intimidad no debería definir los vínculos. Aunque decir "de eso no vamos a hablar" no era una aceptación, seguía siendo un resultado favorable. Aun así el sentimiento que me llenaba era melancólico, recordaba las palabras de mi madre cuando dijo que verme era como visitar a un hijo preso. Tuve el cuidado de no compartir esa analogía con Mateo. Así que estaba lejos de la felicidad pero también lejos de la tristeza, estaba en un punto intermedio donde, dependiendo el momento y el suceso, podía sentirme más de un lado o del otro, pero siempre con un pie en el lado contrario. Estaba seguro que Mateo sentía algo muy parecido. con el tiempo, de a poco, años de por medio, sería más fácil la existencia frente a ella. Nos acostumbraríamos a actuar como si el pasado y nuestra verdadera relación no existieran, y la actuación sería cada vez más fácil de llevar a cabo. Esa era mi nueva esperanza. Que la incertidumbre, el titubeo, la mirada vacilante, fueran aplacándose. Volvernos profesionales actuando, sin miedo de hacer o decir algo que quebrara la tregua. Mateo sonrió pensando en algo y me miró.


—Qué nombre horrible le puso.


Podríamos hacer comentarios irrelevantes también, y hasta chistes, pero nunca dejaría de pesar el dolor de nuestra madre. Comentarios y chistes serían parte de la actuación. Pero había una cosa que no se podía actuar y fue la mirada de mi madre cuando pregunté si haría de cuenta que no existíamos. Antes de ese momento me debatía qué tanto era influencia de Germán, qué tanto era presión mía y qué tanto era su compasión de madre lo que permitía que tuviéramos la oportunidad de no ser exiliados. Cuando me miró sorprendida por lo absurdo de mi planteo, no me quedaron dudas.


***


En casa no teníamos con qué entretenernos por la noche. No había televisión, no había internet, había un solo celular, no había nada que hacer. Mateo se sentaba junto a la ventana y miraba la calle con la esperanza de que algo lo entretuviera hasta que le diera sueño, pero nunca sucedía nada en esa calle, con suerte veía pasar el tren de carga. En el poco espacio del departamento nos teníamos que acomodar como podíamos, la cama estaba contra la pared bajo la ventana para ahorrarnos un poco más de espacio, entonces él se sentaba allí y miraba hacia la calle. Era normal que me sentara junto a él en esos momentos y a veces me dormía dejándolo solo con sus pensamientos. Esa noche también me senté a su lado. Él siguió con su cabeza apoyada en el marco concentrado en la nada pero mi acercamiento no quedó ignorado, su mano buscó la mía y ni siquiera necesitó mirar para encontrarla. Fue un día de muchas emociones. Observé nuestros dedos entrelazados, su pulgar acariciándome. Abandonó su vigilancia nocturna y se acomodó a mi lado.


—Hiciste bien —dijo.


—¿Qué cosa?


—Insistir en que fuera.


Quedamos en silencio. Yo recordaba la propuesta de usar anillos y me sentí con la necesidad de llevarla a cabo. Pero Mateo seguía sin celular así que ese mes no podría ser, tendría que ser el siguiente o el próximo.


—Lo de vegano estuvo demás —acusó.


Empecé a reír.


—Sabía que ibas a quejarte de eso en algún momento.


Seguí riendo, estaba algo tentado, hasta que soltó mi mano para acercarse y besarme. Sus manos acariciaron mi rostro y bajaron hasta mis hombros, de a poco fue empujándome para que quedara acostado. Acariciaba su cabeza y cuello mientras nos besábamos, yo seguía su ritmo lento de besos suaves, tiernos, en su manera de expresar el más puro afecto. Se recostó a mi lado, sus dedos cuidadosos recorrieron toda la distancia de mi rostro hasta mi mano. Nuevamente estaba pensativo.


—¿Crees que algún día nos perdone? —preguntó con seriedad.


Miraba mi mano.


—No lo sé.


Mi respuesta no lo sorprendió, tal vez solamente quería confirmar si ambos teníamos la misma incertidumbre.


—¿Crees que algún día tú te lo perdones?


Se puso incómodo y humedeció sus labios.


—Mientras estemos juntos, eso no importa —el tono de su respuesta mostraba un nivel de terquedad que advertía que no se tocaría ese tema.


—Es posible —dije pensando bien las palabras— que solamente sea muy pronto para saberlo.


Me miró gravemente sorprendido, como si hubiera dicho algo demasiado osado, porque cómo se le iba a ocurrir que el tiempo podía curar el mal que creía merecer. En su cabeza, la culpa tenía todo el derecho de atormentarlo. Pero lejos de ofenderse, sonrió de lo que para él había sido una frase inocente de mi parte. Seguro creía que solo intentaba ser amable.


No había apuro en ese momento, los pensamientos debían ordenarse, la vida también. Ese día marcaba un nuevo rumbo, uno donde habría mucho sobre qué reflexionar.


Solté su mano para abrazarlo y acomodarme con intención de dormir. Mateo apoyó su cabeza sobre la mía suspirando, su corazón latía con calma a mi lado y eso era lo único que me importaba.

Notas finales:

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