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Infancia robada por AGR

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Notas del fanfic:

Informo que los personajes de Saint Seiya no son de mi auditoria.

La historia es orginal y es de mi auditoria. 

Infancia robada.

 

Tenía cincuenta y cinco años, sus cabellos ya teñidos de hilos de plata, me mostró el lado amargo de una obsesión, la posesividad, la manipulación que me silenciaba al sentirme sucio y malo de algo que no poseo conocimiento. Con sus grotescas manos de albañil, de hombre que ha trabajado desde muy temprana edad, aprendí como debía de masturbarme, movimientos lentos y conforme iba creciendo el deseo se aceleraba, es frustrante al punto que logra hacerme sentir corrompido y sin valor.

 

Le vi como aun padre, un tutor de esos que se les debe respeto y que puedes contar en todo momento, se tomaba el tiempo para jugar conmigo, me platicaba de su vida y de sus viejos amores, me mostraba aspectos de la humanidad que ignoraba por ser solo un niño y que fui descubriendo por medio de sus palabras que acompañaba con actos cada uno de los ejemplos. Yo me maravillaba porque al fin tenía ese alguien al que yo le importaba sin reservas.

 

Él se adueñó de mi primer beso, produciéndome asco ante su mal aliento y la sensación de sus pocos dientes mordiéndome la lengua, la firmeza del agarre en mis cabellos para que no alejara mis labios de los suyos, mostrando quien mandaba entre los dos. Era repugnante sentir la saliva pegajosa deslizarse por la barbilla, aún a estas alturas no me he podido olvidar de esa sensación, así como muchas otras que mi piel tiene presente, logrando que la culpabilidad se apodere de mí.

 

Crecí a su lado, siempre sometido a sus abusos que recompensaba con juegos, comida chatarra y una amenaza para que nunca hablara del amor que teníamos. Sí, un amor que me inculcó con ese sentido de pertenencia y el cuál nunca existió, solo era un disfraz para continuar haciendo de mí su marioneta sexual.

 

Aún recuerdo sus palabras directas y llenas de dominancia. Para ese entonces ya tenía catorce años y un pretendiente del cual me había ilusionado, era el hijo del dueño de una pequeña tienda de comestibles o bien llamadas pulperías, algo que hoy día ya casi no se ve por causa de las grandes cadenas de supermercados que abarcan casi por completo las necesidades de los comprantes, esa es otra historia.

 

Una de esas noches caminaba con ese chico y fue cuando él apareció con el machete en una de sus manos, se acercó sujetando mi brazo con fuerza, amenazando de muerte aquel joven que se alejó de mí por miedo a ser parte de una estadística más en las noticias. Fue cuando entendí lo que era y estaba viviendo en silencio por miedos infundados desde niño, por el miedo de que me odiaran y castigaran tan fuerte que me podría orinar o el temor que mataran a mí madre.

 

–No quiero verte con él, deja de comportarte como un puto. La próxima vez que lo vea cerca de ti lo voy a matar. Eres mío, si te ha tocado te daré una zurra que no olvidarás nunca.

 

Recuerdo bien ese día, era verano un martes por la noche y le grité, le insulté dejando ver el asco que sentía y que ya estaba cansado de sus abusos, que se largara de la propiedad que no le quería volver a ver. Me besó a la fuerza haciendo presión en mis brazos, espetando con sus pausadas palabras de anciano que me iba hacer pagar esa humillación.

 

–Yo te entrené para mí, no para nadie más. Eres mío, te hice para mí.

 

La ira se había acumulado en todo mi ser, lo sé por la bofetada que le propiné ante de alejarme y entrar a casa dejando al aire la escueta respuesta que en ese momento se me había ocurrido decir. Sé que eso bastó para que se vengara de mí, distorsionó la verdad de los hechos al punto que mi madre casi me deja sin dientes cuando me golpeaba en la boca, creyendo cada palabra del abusador, me obligó a pedirle disculpas y ahí estaba yo sometido pidiendo perdón.

 

Se mofó poniendo esa mirada típica de un adulto de tercera edad, indefenso e indignado por verse expuesto al maltrato de un adolescente, dando concejos de que lo mejor era que me azotaran en las nalgas y no en la boca, era más efectivo. Así era como el educaba a su segunda esposa cuál abandonó por otra, a la que igual sometía a su voluntad.

 

Me he llegado a odiar por imaginarme boca abajo en sus rodillas y su mano áspera dando fuertes azotes en cada nalga. Solo ese pensamiento y ya estoy empalmado, sé que al saciarme sentiré un profundo reproche de cuan depravado soy.

 

Un mes y pocos días, mi madre descubrió la verdad de años de abuso contra mi integridad. Le vi marcharse en una tarde, me sentí libre de aquel dominante, pero sabía su sentencia que haría quemarme las entrañas a fuego lento, pero el rencor era tanto que no me había tomado el tiempo para entender el después de que se marchara y él lo sabía.

 

–Te equivocaste, me entrenaste para destruirte. No vuelvas me das asco, solo quiero quitarme ese sabor de su saliva de mi mente.

 

Y no regresó, pero sí me llamaba y yo acudí a esa petición de que fuera cuanto antes a verle. Me daba cuenta que le necesitaba, mi cuerpo quería sentir sus indecorosas caricias aunque luego el remordimiento viniera abrumarme la razón. Él vivía en un pequeño cuarto donde solo la cama y un estante en la pared, era guarda de un taller motociclista y cada domingo le visitaba, quizá era la forma de quitarme la culpa de que al irse de nuestra propiedad le diera un infarto. Me recriminó y yo llevé la condena entre pecho y espalda.

 

El aroma aceite era repugnante cuando me arrinconaba en alguna máquina o tarima cubierta de grasa poniendo mi rostro en la suciedad, mientras que el restregaba su pene muerto entre mis nalgas, jalando la punta de los pezones y a veces me los succionaba raspando con su único diente la sensible piel.

 

No podía eyacular ni me ponía duro, solo estaba ahí muerto y carente de sensaciones que pondrían a otros a mil. Algo sin duda está mal conmigo o solo eran los malos recuerdos que se acoplaban juntos en la memoria como una cinta que se devuelve una y otra vez.

 

Por cuatro largos años no supe más de él, al cumplir los veinte años una carta llegó en el pedazo de cartón con un dibujo de una flor pegada en una de las tapas venía escrito mi nombre y una corta dedicatoria en el interior que decía cuanto me quería. Un sobre con un par de billetes y sus ganas de verme.

 

Para ese entonces ya estaba enredado en una relación destructiva, donde la violencia emocional era el platillo fuerte, sus mentiras y engaños, era mi primera relación estable y él era dos o años menor, no resultaba mucha diferencia, pero nos unía un lazo. También fue abusado.

 

No dudé en ir haberle cuando descubrí que estaba de nuevo internado por un infarto y un derrame facial. Estaba indefenso, algo pálido pero ahí estaba esa sonrisa bailando en los fruncidos labios, yo le miraba con esperanza muerta de querer saber las razones por las cuales abusó de mí.

 

Creo que me leía la mente porque me respondió conforme su fría mano y no tan fuerte me jaló a él, disipando las dudas cuando me dijo que había hecho todo por amor, que yo era su verdadero amor. Sus palabras me golpearon y mientras con cautela frente a todos me manoseaba mi pene, reclamando con esos celos posesivos, que sabía que yo andaba con un chico desde hace al menos un año y que eso le mataba de celos.

 

Pero su mano dejó la placentera labor aunque no estuviera erecto era agradable, una joven rubia quizá de dieciséis años se acercó a él besando sus labios arrugados, era una integrante de una religión cuyo nombre prefiero omitir. Él me miraba con sus cansados ojos, creo que su destello era de quererme castigar.

 

Me la presentó diciendo que ella había escrito la carta que me mandó y no pude decir nada solo me quedé callado mirando a la ventana sin moverme de su lado hasta que la visita terminó. Creo que odié a la mujer que se quedó con él, cuando en el pasillo me dijo que todo era mi culpa, que le había arruinado la poca vida que le quedaba. Quizá sentí una punzada de celos cuando dijo que se haría cargo de él para hacerle feliz o quizá era el remordimiento que estaba pesando con fuerza en mi alma.

 

En todo el camino podía sentir su mano en mi entrepierna, ese cosquilleo excitándome hasta que miraba al que era mi pareja. Esa sonrisa falsa y los sentimientos inexistentes a mi persona. No le di razones sobre donde había ido, no era de su incumbencia, después de todo era momentos perfectos para que el me engañara con otros.

 

En esporádicos lapsos en los siguientes años recibía sus llamadas, casi no escuchaba y me veía en la penosa posición en gritarle las palabras, siempre atento de que nadie en casa me escuchara, eso sería lo peor.

 

– ¿Recuerdas como solía mamarte los pezones?, se ponían duros, esos labios carnosos, como te humedecías con solo pasarte los dedos en la punta del pene, quiero volver a saborear ese líquido, aunque cuando eras niño el sabor no era fuerte, ahora que eres un hombre. Sé que me deseas como yo. Siempre fuiste y serás mío.

 

–Sí, lo recuerdo y lo necesito.

 

Con él no había tabú o vergüenza al hablar sobre las necesidades sexuales que todo ser humano siente, pero desperté un extraño placer que aún no he encontrado en las que fueron mis parejas y con mi pareja actual soy solo un sumiso que ama y pide ser amado, aunque me traicione ese algo que me grita que lo necesito a él con fervor, mi cuerpo grita de placer cuando me masturbo imaginándolo conmigo, mientras que me somete a su voluntad.

 

Sudo y me odio en cada cosquilleo, cada azote que me propino yo mismo con algún objeto que produzca dolor placer al mismo tiempo. Eyaculo con fuerza alcanzando el orgasmo cuando entre jadeos menciono su nombre.

 

Me siento sucio, desamparado, perverso cuando me pierdo en esos vídeos de azotes donde hacen rabiar de dolor a otros por sus faltas. Deseo sentirlo que sea él quien me castigue y domine, pero no está.

 

No supe más de él, no más llamada de su parte ni de aquella mujer. Han pasado ya tantos años desde esa conversación y tengo la desazón por no saber si ha muerto o si continua con vida, pero si está vivo ya no se mueve de su cama. Ahora comprendo cuál era su venganza, su verdadero castigo y es tan simple, el desear sentirlo y no tenerlo.

 

Se volvió un veneno que me arde por dentro y destruye, fui y sigo siendo su esclavo, su mascota, que se ve perdido sin su guía. Es repugnante el saber que no era mi culpa ser abusado que él único que hizo de mi vida un infierno fue él, es aberrante desearlo.

 

Lucho contra los demonios que se hacen presentes en la soledad, al recordar el pasado y los abusos por parte de él y de otras personas, pero esos demás no marcaron mi infancia perdida, el que mi padre intentara abusar de mi o que un tío me obligara a mamar su pene hasta tragarme el semen, la maestra esperando el momento oportuno para golpearme, las burlas de mis compañeros por ver los moretes en mis piernas, amores que me repudiaban y sentían asco de mí cuerpo al punto de no hacerme el amor, no ellos no fueron tan crueles como Mitsumasa.

 

Un hombre que moldeó a un niño para su propio placer y yo Hyoga, siendo hoy día la mascota herida del hombre que me robó junto con ese primer orgasmo y beso la infancia.

 

-Fin-

Notas finales:

Hola! 

Aquí les dejo un nuevo fic, el cual espero les guste.

Gracias por el apoyo que me dan cada vez que me leen.

Kisus pervertidos. 


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