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Dos pobres bastardos por EtaAquarida

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Notas del capitulo:

Me sigue quedando largo el fic xD y eso que no le pongo relleno. El próximo esta vez sí será el último, es todo uno solo que tuve que cortar a la mitad.

Disfruten :3 perdón la tardanza.

 

Ahora que ya he relatado todo mi pasado reciente para que mi situación actual pueda entenderse y he dejado constancia de él en este documento —que no escribo para nadie en especial, sino para desahogarme—, voy a continuar y dar por finalizado lo que pasó el resto del día, ahora ya de noche.
 
Luego de que recibiera la carta donde se me avisaba sobre Rada, como dije, durante el desayuno, y sentirme contrariado por no esperarme una situación así, recibí un llamado de mi trabajo pidiéndome que fuera a la oficina en ese momento. Yo dirijo un compañía textil en Manchester la cual puse en pie, evidentemente, con el dinero de la herencia, y como soy el jefe mi vida laboral es muy ardua. Tenía que ir sí o sí, a pesar de que con todo aquel asunto se me habían ido hasta las ganas de comer, así que de mala gana bajé al garaje y subí a mi auto. Estaba abriéndose el portón de la entrada cuando vi a Rada sentado en un banco del parque frente al edificio donde yo vivo.
 
Casi me paralicé de la impresión. No me esperaba en absoluto verlo instantes después de leer la carta aquella, pero entonces até cabos y entendí que había sido él mismo quien había pasado la correspondencia bajo mi puerta. Lo que me inquietaba era cómo me había encontrado, puesto que yo me había mudado de Whitley Bay a Manchester sin dejar rastro luego de su condena y jamás había ido a verlo a la cárcel.
 
Traté de no parecer un idiota ahí metido en el auto sin encenderlo y con el portón abierto, así que salí a la calle mientras lo veía por el retrovisor. Él se dio cuenta y comenzó a mirarme también. Me concentré en conducir y pronto estuve en la avenida camino a la oficina, un poco más calmado, a pesar de que estaba con las manos temblando.
 
No podía sacar la imagen de Rada de mi cabeza. No estaba como antes. No se veía más viejo, pero sí más amargado, podría decirse que curtido por la vida. Tenía el pelo más corto y se vestía diferente; llevaba tenis y un sweater, supongo yo que porque en la cárcel no hay mucho márgen para vestirse elegante. El efecto de su mirada seguía igual. Me había hecho sentir como antes, como si intentara disecarme con los ojos.
 
En el trabajo logré quitarme de encima los asuntos laborales en menos de dos horas, en las cuales sólo me dediqué a pensar técnicas de autocontrol para salir airoso del inevitable encuentro con Rada. Yo sabía que en la práctica jamás funcionarían mis estrategias; sólo me autoengañaba imaginando situaciones donde mantenía el temple ante cualquier ataque de él. Ingenuamente eso me hacía sentir más valiente y confiado, y para cuando volví a casa tenía la mente despejada de cualquier preocupación.
 
Rada efectivamente seguía ahí para cuando llegué, sentado en el banco del parque. Entré con el auto al garaje y luego volví a salir al portón. Lo saludé con un movimiento de cabeza, pero él no se molestó en devolverme por respuesta más que un fruncimiento de labios. Me impacienté rápidamente y me dieron ganas de cruzar la calle a enfrentarlo de inmediato, pero como a la vez deseaba mantener la calma, acabé diciéndome a mí mismo que no fuera tan idiota para alterarme con solamente verlo. Aunque claramente sí me alteraba y más de lo que yo mismo me daba cuenta. Me había puesto mal y quería golpear algo, morder algo, a la vez que mis nervios luchaban por sofocarse a sí mismos. Todas mis sensaciones eran contradictorias. Nunca había estado tan confundido en la vida.
 
Para paliar un poco mis emociones me metí al edificio sin dejar de mirarlo y justo cuando pasé por la puerta lo vi ponerse de pie y cruzar la calle. En segundos estuvo en la entrada. Le dije a la empleada de la recepción que el hombre que estaba en la puerta venía conmigo y luego subí a mi piso a esperarlo. Minutos después me encontraba yo con la cabeza asomada afuera de la puerta de mi apartamento, mirando el ascensor al final del pasillo. Cuando por fin se encendió la luz sobre la puerta, indicando que alguien estaba subiendo, me puse más ansioso que antes. Me acomodé bien los cordones de los zapatos y me mentalicé para estar tranquilo. <<Sólo lo veré ésta vez y luego acabará>> me dije. Hablaríamos de frente, como hombres, y ya no sería necesario tratarnos de nuevo. Quería realmente creer en mis palabras, pero yo, siempre pesimista, no estimaba poder salir entero de aquella visita.
 
Cuando el ascensor frenó me aferré con fuerza a la puerta. Rada salió y caminó en silencio hasta mí. Al verlo más de cerca vi que sí se veía un poco más viejo, a pesar que sólo habían pasado cuatro años, ya que había salido antes y de que él era menor que yo. 
 
—¿Puedo pasar?
 
Lo dijo tan suavemente, con tan poco de aquel tono altivo y autoritario que solía tener, que se me estrujó el corazón. Pensé que aquel no era mi Rada, pero me quité eso de la cabeza cuando recordé que nunca fue mío. Me moví de la puerta y lo dejé entrar. Él observó lo lujoso del piso donde vivía, recorriendo con la mirada detenidamente los adornos en las paredes, y preguntó si en verdad yo vivía allí, porque mi sueldo no me debía alcanzar para eso. Murmuré que era bueno que conservara el humor, pero al instante entendí que en realidad era un reclamo y una ironía cruel y cerré la boca.
 
—Seguro quieres saber como vine —dijo Rada posando la vista en la mesa de la sala.
 
—Cuéntame.
 
—Salí de la cárcel hace dos meses. Lo primero que hice fue ir a mi casa. Para que sepas, nunca diste de baja la correspondencia a mi antigua dirección; la casa de Whitley Bay está a mi nombre, así que aún notificando tu cambio de domicilio siguió llegando correo para mí. ¿Sabías que tu hermana te rastreó? —en este punto se acomodó el cabello y noté que tenía una cicatriz enorme en la palma de la mano—. Te encontró hace poco, gracias a tu empresa, pero no pudo dar tu dirección actual, sino la que diste en el civil cuando nos casamos, así que mandó la primer carta a mi casa, la cual llegó al mismo tiempo que yo. ¿Sabes que en prisión casi me olvidé de ti? Nunca pensaba en ti. Nunca jamás. Te recordé cuando vi tu nombre ahí.
 
En ese punto me angustié en demasía. Era un ataque gratuito, un golpe bajo directo a donde más me dolía, pero no le contesté porque deseaba en verdad mantenerme sereno; pensé que sería mejor si no hablaba. Tuve ganas de sentarme a procesar todas esas cosas que había evitado en tantos años y que, en boca de Rada, lograban volverse como aguijonazos de realidad que dolían en lo más profundo. Si hubiera hecho eso quizá habría estado más preparado para el reencuentro con Rada, pero como siempre, yo hacía las cosas al revés.
 
—Como además de tu hermana yo también necesitaba dinero se me ocurrió ver en el banco si aún podía extraerlo de la cuenta de cuando adquirí la herencia —continuó diciendo con una media sonrisa—. Nunca cambiaste las claves... O quizá lo dejaste así a propósito; contigo nunca se sabe... Pero está bien, sólo diré que tomé dinero, y de paso, aprovechando que todavía me quedan amigos policías, averigüé tu dirección. Así fue que vine a verte. Estoy rentando un apartamento aquí cerca, para que sepas por si quieres visitarme.
 
Luego de aquel último comentario el dolor que sentía comenzó a cambiar y a mezclarse con mis peores pensamientos. Desde mi más profundo nihilismo, al desprecio por mi familia, el rechazo a cualquier memoria de lo que fue mi vida, el odio hacia Pandora, y luego la apatía total que comencé a sentir por Rada, el despecho, y las ganas de que se pudriera en la cárcel que llevé en mi mente tanto tiempo y fueron mi impulso para negarme a visitarlo en prisión.
 
Rada acabó diciendo que así fue que le envió dinero a mi hermana junto con una respuesta en papel donde le dijo quien era él, y le dio la dirección del apartamento que estaba rentando. Allí llegó la respuesta correspondiente, que "amablemente" se molestó en traer él mismo hasta la puerta de mi casa. Ahí fue donde yo acabé riendo con burla. Era todo igual que siempre y ya me sabía de memoria las escenas de drama que seguían. No quería terminar llorando por temas del pasado, ni mucho menos quería acabar en un desastre como el que nos había separado y, ya sabiéndome capaz de una violencia tan extrema, tenía temor de mí mismo y mis acciones. Así, de pronto interrumpí a Rada cuando iba a hablar de nuevo y le dije que se llevara todo el dinero de la herencia.
 
—No vine para eso —dijo acercándose a mí, a lo que yo pensé que iba a golpearme.
 
—¿Y para qué viniste? —contesté tomando un poco de coraje—. ¿Para hacer una escena de pornografía emocional? ¿Quieres acabar en un mar de lágrimas, de acusaciones, echándonos la culpa mutuamente? ¡Sabes que no vamos a arreglar nada! Lo hecho, hecho está. Vamos, toma todo lo que hay en la cuenta, te corresponde, regresa a tu vida y olvídate de todo esto.
 
Yo sabía bien que lo que decía no lo iba a disuadir, fuera cual fuera el propósito con el que hubiera regresado. Él no era como yo de inescrupuloso, era una persona íntegra, y me lo iba a echar en cara tarde o temprano, pero de todos modos valía la pena intentar conformarlo con algo.
 
—¿Qué sientes ahora que me volviste a verme? —me contestó acercándose varios pasos.
 
—Ganas de nunca haberte conocido.
 
Las palabras las dije para lastimarlo solamente, pero él me respondió al instante sin que éstas le afectaran.
 
—Yo creo que sientes ganas de que, por una vez en tu vida, alguien te haga pagar las consecuencias de tus actos. Maldito bastardo... te estuviste ocultado todo este tiempo como la rata que eres...
 
 Muy ofendido, me apresuré a decir que no me había estado ocultando, que si así fuera no lo hubiera recibido en mi casa, pero él me interrumpió con una bofetada que casi me tira al suelo y sacó un revólver. Me ordenó que nos fuéramos en mi auto y, debido a que me apuntaba directo a la boca del estómago, no me negué de ningún modo. Tuve miedo por mi vida de verdad y me aterró la idea de morir allí mismo. No di ningún queja, tomé nada más que las llaves del auto y la billetera y nos fuimos. Quiso conducir él y lo dejé. Anduvimos largo rato por la carretera hasta llegar a un hotel mediocre cerca de Droylsden donde rentamos un cuarto en la parte trasera. Cruzamos un pasillo de baldosas descoloridas y llenas de polvo hasta nuestra habitación, la cual constaba de una cama doble, dos mesitas de noche, televisión y un baño con claraboya, Rada cerró con llave la puerta, hizo que me sentara en la cama y me dijo que ninguno de los dos saldríamos de allí hasta "sacarnos todo el pasado de encima".
 
Tuvo que repetirlo para que yo respondiera algo. No sabía que decirle y no había forma de escapar porque estaba tapando la puerta con su cuerpo y me apuntaba con el arma. Le pedí por favor que dejara el revólver, que hablaríamos todo el tiempo que quisiera, pero que no era necesario tenerme bajo amenaza: lo dejó sobre el televisor y volvió a decir que había que sacarnos el pasado de encima. Lo tomé como una invitación a que comenzara yo y como no sabía que decirle me limité a hacerle una pregunta: "¿Realmente nunca me quisiste?" le dije. "¿No signifiqué nada para ti?"
 
Esperé una respuesta, pero solamente alzó la cabeza con expresión orgullosa. Yo insistí, le exigí que contestara a aquella cuestión que no me dejaba en paz.
 
—Ya sabes lo que voy a decir. ¿Qué quieres que te conteste? —me dijo.
 
Yo contesté que eso era mentira, porque no concordaba con la forma en que nos tratábamos.
 
—¿No recuerdas cómo me abrazabas para dormir? ¿Cómo me cuidabas? —protesté haciendo incapié en cada ítem a modo de golpe bajo; aquello funcionó y pareció ablandarlo, por lo que seguí por ese camino—. Yo también te cuidaba a ti, te escuchaba, te contenía, era tu compañero.
 
Aún seguía indiferente y le insistí otros minutos, pero pronto esa actitud me sacó de mis casillas e hizo que me fuera de boca. Acabé empujándolo y gritándole, pidiendo una explicación a esas actitudes.
 
—¡¿Por qué me diste cariño?! ¡¿Por qué me ilusionaste?! ¡Si tú sabías que yo te quise desde el primer momento en que me llevaste a tu casa y confiaste en mí! ¡Nadie había confiado en mí! ¡¿Por qué lo hiciste?!
 
Le grité todo lo que sentía, pero él era reacio a cualquier muestra de mis sentimientos.
 
—Porque así era nuestro trato —dijo encogiéndose de hombros.
 
Me puse peor. El lugar era tan pequeño que apenas había espacio para ambos y así no podía tranquilizarme. Pateé la cama maldiciendo y acabé arañándole la cara a Rada de un manotazo. Él se contenía con tanto ímpetu que acabó por sonrojarse su rostro mientras respiraba agitado. Yo sentí no poder más y terminé arrodillándome a sus pies. ¿En tal instancia qué más podía importar? Estaba muy dolido y ese me pareció el único momento que tendría para confesarme, así que le dije lo que nunca le había dicho.
 
—¡No puedes ser tan duro conmigo, Rada! —le dije; al instante el bajó la cara y nos vimos a los ojos, parecía incrédulo completamente, pero yo estaba siendo más franco que nunca—. Mírame, te quiero. Sólo cuando estoy contigo siento algo, el resto del tiempo estoy muerto. No siento nada. No puedes decir que todo era parte de nuestro trato.
 
Debí de verme ridículo porque la única contestación que me dio fue un despectivo <<No te humilles>>. Pero no me importaba humillarme, estaba dispuesto a hacerlo si resultaba útil para que no me negara más. Si eso era necesario para ablandarlo, entonces lo haría. Cuatro años habían sido demasiado y estaba solo, llevando una vida superficial que no me gustaba, en un trabajo agotador, en un país al que nunca me había acostumbrado realmente, en una ciudad sin alma y hablando un idioma que no era el mío, mientras continuaba cumpliendo años y haciéndome viejo. ¿Cómo no iba a querer humillarme si eso servía para ganarme un poco de su compasión y cariño?
 
—No me siento humillado. Contigo no tengo vergüenza. ¡Nunca más volveré a mentirte, ni a ocultarte nada! ¡Admito toda la culpa de lo que pasó! —seguí diciendo.
 
Me di cuenta que estaba siendo genuinamente patético porque se le escapó una sonrisa. La gente llorando y gritando como loca siempre es patética, pero en el momento del drama uno no suele decírselo a la otra persona aunque lo piense. Él, en cambio, me lo dijo.
 
—Eres ridículo, Kanon. Mejor apártate.
 
Me pateó como si fuera un perro, pero me puse de pie y volví a acercarme a él. Me limpié la cara con la camisa y traté de hablar menos exaltado. Le tomé las manos, él quiso soltarse, pero se las aferré con toda la fuerza que tenía y le pregunté si recordaba nuestros momentos juntos.
 
—Yo los atesoro —le dije—. Contigo he tenido realmente un hogar. Mis mejores días. No puedo creerte cuando dices que jamás pensaste en mí en la cárcel. Estamos unidos para siempre. Nosotros somos amigos, compañeros, somos familia.
 
—Éramos —respondió en un tono entre triste y asqueado.
 
Lo acorralé contra la puerta. Le dije que entonces estaba admitiendo nuestro vínculo, el cual iba más allá de cualquier papeleo legal. Le pregunté porqué no había solicitado jamás el divorcio estando en prisión, o porqué no me había inculpado, le pregunté porqué, ya que había vuelto y de paso lo había hecho armado, porqué no me había disparado sin mediar palabra y en vez de eso me había llevado al hotel. Respondió contrariado que no sabía porqué no había disparado contra mí, a pesar de tener motivos y ganas de sobra.
 
—Es porque tú nunca me harías eso. Yo tampoco a ti —justifiqué yo, y tomé su cara con mis manos, él me miró a los ojos y pareció comprenderme, casi hasta pareció admitir que yo tenía razón.
 
Como no respondía agregué que yo podría hacerle cualquier cosa, pero nunca podría matarlo, porque para eso me tendría que matar también. Su mirada se volvió sombría al comprender que lo decía en serio. Yo podía volverme fanático y extremista si me sentía acorralado. Nunca he sido sensible, mucho menos he sido honesto, y menos aún he demostrado mis verdaderos sentimientos, por eso vi esa como la única vez en mi vida en que podría liberarme de tal manera sin sentirme juzgado, y me obligué a dejar de lado todos mis límites y mi autocontrol.
 
—¡Suéltame! ¡En la cárcel no pensé en ti, demente, pensé en Pandora! ¡En ella única y exclusivamente! ¡A ti ni siquiera te cuento en mi vida!
 
Se atrevió a gritarme eso mientras se quitaba el cinturón para azotarme con él. No alcancé a esquivarlo y me tiró al suelo al pegarme en las piernas, luego me fustigó la frente donde me abrió una herida al golpearme con la hebilla. Se tranquilizó al instante en uno de sus vaivenes emocionales al ver que no me resistí y se sentó en el suelo en silencio, cruzado de piernas y brazos, respirando lentamente. Tardé en moverme y al alzar la cara para mirarlo noté que tenía el revólver otra vez en la mano. Por un momento pensé que se iba a disparar, pero lo descarté enseguida, ya que Rada es del tipo de personas que ve el suicidio para los cobardes.
 
La cabeza me ardía muchísimo y podía oler el hedor a bronce de la sangre que me caía por la cara. Le dije que habíamos ido demasiado lejos con todo en los últimos minutos y que nos diéramos un tiempo para pensar mejor las cosas. No dijo nada, así que lo dejé y me fui al baño a lavarme la cara. Una vez frente al espejo comprobé que el azote en la frente me había abierto la piel de forma considerable y quizá necesitaría sutura. Con el papel de baño me sequé la herida y mantuve la presión con la mano para parar el sangrado. No me dolía el corte, aunque sí la cabeza, pero eso no me preocupaba en absoluto; sólo me interesaba la situación que debía continuar enfrentando al salir del baño y que me doblegaba en todo sentido. No tuve demasiado tiempo para cavilar el tema, porque Rada tocó la puerta pidiéndome que saliera. Lo hice y ésta vez, mucho más sosegado, me invitó a hablar de lo que quisiera.
 
Yo me mostré de acuerdo y me sentí más calmado al ver que había vuelto a dejar el arma. Los dos nos sentamos en la cama y como parecía dócil no pude evitar tomarle una mano y acariciársela. Lo había extrañado demasiado.
 
—Voy a escuchar lo que sea que quieras decir —aseguré levantando su mano para besarla.
 
Él se detuvo a ver nuestras manos juntas y yo apreté la suya en un pedido tácito para que no me soltara.
 
—Supongo que... quieres el motivo del porqué no te delaté —sugirió taciturno.
 
Asentí enfático y esperé varios segundos hasta que comenzó a contarme todo.
 
—Pero primero dime, Kanon, ¿por qué tú no confesaste? ¿Por qué no declaraste a mi favor? —inquirió mirándome de reojo.
 
Me encogí de hombros y pensé un poco la respuesta.
 
—Porque estaba enojado contigo —terminé diciendo—. Bajo mi punto de vista, si tú mismo asumiste la culpa de un acto que no cometiste, entonces te merecías la condena por ser muy bueno o muy idiota. Además, si hubiera declarado a tu favor las sospechas hubieran girado hacia mí.
 
—Ya veo...
 
—¿Y tú por qué te inculpaste? ¿Por qué no me delataste con la policía? Quiero creer que no eres bueno, mucho menos idiota.
 
Reí avergonzado de mí mismo, sintiendo como si hubiera hecho el comentario más inapropiado de mi vida; e irracionalmente me importaba más lo que Rada opinara de mis chistes que todo lo malo que había pasado entre nosotros. Si lo pensaba un poco no todo en el panorama era malo. El tiempo seguía pasando como cuando vivíamos juntos y discutíamos violentamente para luego calmarnos y hablar como personas normales.
 
—Pensé que me quitaría un poco de culpa —dijo Rada soltándome la mano.
 
—¿Cuál culpa si todo lo hice yo? No estoy entendiendo nada... —exclamé enfadado, sentía que estaba autocompadeciéndose y dando rodeos sin llegar a nada.
 
—¿Es que no lo ves? Si yo no hubiera aceptado tu propuesta de matrimonio nada hubiera pasado —frunció el ceño al hablar, mirándome a la cara, y comenzó a enumerar con los dedos—. Tengo la culpa de dar sobornos a funcionarios públicos; manché instituciones gubernamentales, quebranté la ley siendo un policía, no cuidé a Pandora que además era mi compañera, te protegí y oculté en mi casa; a ti, un inmigrante ilegal, y además dejé una pistola cargada a tu alcance —y como leyéndome la mente agregó—: crees que me victimizo, pero no lo hago, yo soy el victimario.
 
Me reí vivamente alzando las manos y la herida de la frente comenzó a palpitarme. Le pregunté sinceramente si acaso estábamos compitiendo para ver quien de los dos era peor persona, porque eso me daba a entender. Él se puso de pie enfurecido y yo me señalé la frente.
 
—Ya me golpeaste lo suficiente por hoy —le advertí sonriendo, parándome también.
 
Lo tomé de las mejillas como si fuera un niño y le pedí que se relajara.
 
—Sé que tienes una facilidad natural para complicarlo todo, pero esto es extremo —le dije murmurando entre dientes—. Diste sobornos y hubo alguien que los aceptó, las instituciones del gobierno jamás están limpias, no eres el primero ni el último policía deshonesto, no eres la única persona que ayuda y utiliza a un inmigrante ilegal, tampoco la única que deja un arma cargada al alcance de alguien más. ¡No puedes sentir tanto remordimiento por eso, amigo mío! ¿Te quieres morir de amargura? No es para tanto. Y sobre Pandora... ella se lo buscó. Lo aceptes o no, así fue.
 
Lo solté y volví a sentarme en la cama. Encendí un cigarrillo y me puse serio para hablarle de todas las cosas que habían sucedido entre Pandora y yo, quizás así dejaría de verme a mí como a un monstruo y a sí mismo como el causante de todo —o a ella como una santa—. En tanto tiempo disponible para la reflexión y la soledad nunca había podido arrepentirme siquiera un poco de haberle dado seis disparos por la espalda a aquella mujer. Mi arrepentimiento venía a cuento de que gracias a mi acto había perdido mi vida con Rada, no por la muerte en sí. Eso me había acercado a la conclusión de que el acto de matar era realmente simple, pero a la vez lleno de contrastes. Quizá no todas las personas pueden matar a golpes o a puñaladas, pero algo tan indirecto y sencillo como apretar el gatillo de una pistola sí es algo que puede hacer cualquiera, y aunque al principio pueda parecer estremecedor y conmocionante, los humanos estamos hechos para acostumbrarnos a cualquier tipo de experiencia, y matar es nada más que otra experiencia. A la larga acaba por quedar como un recuerdo más, distorcionado y extraño. Eso me llevó a asumir también que la vida de las personas no me importaba; razonando que la vida se ha dado y quitado desde el inicio del mundo, además de la sociedad hipócrita que llora, pero no se detiene jamás por un difunto, por miles, o millones. Y así, eso tampoco me importaba. ¿Qué culpa podría tener yo por deshacerme de Pandora? Me importaba un bledo que Rada la quisiera, porque por lo general uno quiere lo que no vale la pena. Teniendo en cuenta esto fue que decidí no fingir para quedar bien con Rada y decirle toda mi cruel verdad, luego él podría juzgarme.
 
—Debes tener ganas de que te diga algo sobre eso. Siéntate si quieres. Puede volverse largo, porque voy a contarte cualquier detalle del que te quieras enterar —le dije mientras echaba las cenizas del cigarro en el suelo, a lo que Rada me miraba impasible de brazos cruzados.
 
Le relaté más o menos completa la historia con Pandora y le pregunté si él estaba al tanto de que ella me perseguía, de que fue a nuestra casa a provocarme con comentarios malintencionados más de una vez o de que estuvo frente al civil el día que nos nos casamos.
 
—¿Acaso ella te dijo algo de todo esto? —le pregunté ladino—. Pasaron más de cinco meses donde te veía a diario en la comisaría. ¿Qué crees que quería hacer ocultándote todo eso? Quería casarse contigo, pero eso podría habértelo dicho directamente, ¿no te parece? Yo creo que quería quitarme del medio para que volvieras a suplicarle atención, pero sólo es una idea. Sea lo que fuere, le salió mal. Fue confiada y se encontró con alguien que no era un perro obediente como tú. Yo jamás me dejaría pisotear por ella. La mató su propia arrogancia y bien muerta está. ¿Me oíste? Fue lo mejor que hice en la vida. Aunque no hubiera tenido tu arma a mi alcance la habría matado si hubiera continuado molestándome; así que ahí tienes otro motivo para dejar de inculparte.
 
Así finalicé mi historia, ¡y tan tranquilo que me quedé luego de decir aquello! Hasta me sentí feliz. Era lo que había querido decirle desde el principio. Lo único que quería dejarle bien claro.
 
—Tarde o temprano ibas a admitirlo, Kanon. Y te alegras de lo que hiciste...
 
Lo dijo con tal cara de asombro que me hizo reír.
 
—No te hagas el digno. ¿No sabes cómo soy? ¿No sabes que no siento nada por esas cosas?
 
<<Sí, me di cuenta>> dijo sarcástico a lo que yo le respondí que no se burlara de mí.
 
—Ni siquiera mereces que me burle de ti —respondió inclinándose sobre mí—. Te alegras de ser un asesino aún cuando eso haya significado perderme y romper esa unión que tanto parece significar para ti.
 
—Al menos quien pagó la muerte de Pandora fuiste tú y no yo, y bien merecido tienes que te sigas sintiendo mal.
 
Quería quedarme con la última palabra a toda costa, pero él no caía en ese tipo de juegos; a pesar de estar enojado hizo silencio y volvió a sentarse en la cama.
 
—Sé que crees que Pandora era alguien que no valía la pena —empezó diciendo luego de un rato; yo presentí que lo que seguiría sería como una horrenda puñalada en el pecho, pero lo dejé hablar—. Eso es mentira, ella no era como tú imaginas. Tú nunca tuviste siquiera una idea de como era ella. Sé que parecía cruel, cínica, falsa, manipuladora, y tantas otras cosas, pero era sólo una pose. No negaré que en parte sí tenía esos defectos, pero sin duda, en una cantidad muchísimo menor. Le gustaba exagerar y, para llegar a lo mejor de ella, había que aceptar primero lo demás, lo peor. Pandora decía que cuando muestras primero lo mejor de ti a la gente haces que se acostumbren a esa faceta y que no se dispongan a aceptar tu peor lado cuando éste se presente. Ella prefería mostrar su peor lado, para que, al encontrar a alguien que aguantara a pesar de todo, entregarse en cuerpo y alma. Yo era ese alguien para ella...  Yo también la quería. Aunque me molestaba su forma de ser; me parecía tan infantil en cierto punto. Me costó demasiado tiempo entenderla. Cuando la tenía conmigo sólo obedecía lo que me ordenara hacer, en parte para no disctutir con ella, en parte para fastidiarla porque a ella le molestaba que yo no me rebelara. También siento culpa porque a veces le deseaba la muerte cuando yo tenía un mal día y ella se comportaba así conmigo, ¿puedes creerlo? Ahora no entiendo como pude pensar en una cosa así. No sé ni que te estoy diciendo...
 
De por sí yo estaba abatido y triste, pero sus palabras me dejaron profundamente deprimido, no sólo porque Rada volvía a romperme el corazón al hablar de aquel amor que guardaba por ella, sino porque había generado un atisbo de comenzar a pensar en Pandora de otra manera que no quería pensar. Aunque seguía pareciéndome una persona horrible no quería entenderla, mucho menos dejar de odiarla. Quería poder estar al menos en paz con mi conciencia por haber quitado del mundo a alguien detestable, pero con las palabras de Rada no sentía más esa satisfacción.
 
—No sé que decir —respondí un rato después.
 
Cuando lo miré a la cara noté que estaba llorando y me sentí horriblemente peor, al borde de sentirme miserable, y él me despertaba una lástima inmensa ahora que comprendía lo solo que lo había dejado. No sabía si abrazarlo y contenerlo o dejarlo tranquilo, pero como también me sentía deprimido opté por abrazarlo y para mí sorpresa él se aferró a mí, recostando su cabeza en mi hombro. Le pedí perdón en un susurro y él negó con la cabeza.
 
—Ya es tarde para que pidas perdón —me dijo.
 
—Lo sé, pero quería decírtelo de todos modos —dije yo y levanté su cara para secarle las lágrimas.
 
Estaba serio e incómodo; no quería mostrarse vulnerable y lo entendía, también me incomodaba que llorara. Le dije que descansáramos un rato ya que ambos estábamos agotados y él estuvo de acuerdo. Yo apagué la luz y nos acostamos en la cama. Lo tapé cuidadosamente y luego lo abracé por la espalda, pegando mi rostro a su nuca para sentir el olor de su piel.
 
—Me encantas —dije dándole un beso en el cuello—. Me hiciste falta al dormir todas las noches.
 
Él no dijo nada, y yo tampoco agregué nada más, y así, al poco tiempo acabamos por quedarnos dormidos. Cuando nos despertamos era ya de noche. Primero desperté yo y me encontré con él de frente a mí tomándome las manos. Al sentirme moverme en la cama se despertó enseguida y estuvimos un poco mirándonos en la oscuridad, únicamente iluminados por la luz que llegaba a la habitación por medio del tragaluz del baño. Intenté darle un beso, pero él se negó, así que tuve que contentarme con mirarlo y tomar sus manos. Así nos quedamos alrededor de media hora, donde me sentí profundamente dichoso, y para ponernos mejor le propuse salir a beber por ahí.
Notas finales:

Ahora sí xD explicados los motivos de Rada para ir a la cárcel, un poco más de info de Pandora, el próximo capítulo ya cerrará el tema. Así que gracias a todos los que me acompañaron en la creación de este fic. Un beso a todos.

 

-Eta


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