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Two faces por Love_Triangle

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¿Cómo se empieza una novela? ¿Cómo se empieza una carta? ¿Cómo se empieza un discurso?

Nunca creí que me vería en la necesidad de saberlo, ya que escribir nunca había sido mi mayor hobby y todo lo que había escrito había terminado, tarde o temprano, en la basura. Pero… A lo largo de aquella noche funesta, había sentido en mi propia piel lo que un escritor sentía cuando las palabras iniciales de una historia perfecta no querían salir.

No eran más que las tres de la mañana, la mansión dormía y la noche no tenía luna, seguramente se habría ocultado para poder llorar tranquila. Llorar por Riccardo… O por Gabriel… Por quien fuese que mañana fuese a ser enterrado en el cementerio de la ciudad de Inazuma con mi nombre sobre su lápida, mi antiguo nombre.

La noche parecía haberse puesto de luto antes que cualquiera de nosotros, tan negra y espesa que casi parecía estar castigándome por estar vivo, privándome de la luz de las estrellas y de la luna, de todo lo que podía hacer hermosa una noche. Pero no necesitaba que ella me castigase, yo lo hacía por ella, me castigaba a mí mismo día a día e intentaba enmendar mi error.

Riccardo Di rigo estaba vivo, eso era lo que importaba. Nadie más que sus padres y yo lloraría su muerte, conocedores de quién era el que iba en el féretro que mañana acabaría bajo tierra. Aunque… Eso no es del todo cierto. Debo dejar de comportarme como si simplemente estuviese vistiendo un cosplay o un vulgar disfraz. Si mi corazón seguía latiendo es que Riccardo Di rigo estaba vivo, porque yo era esa persona. Y mañana me despediría de mi mejor amigo, Gabriel García, que había fallecido en un fatal accidente de tráfico por mi culpa, ya que yo me había ofrecido a llevarle al instituto en limusina, firmando así su sentencia de muerte. Esa era la culpa que hacía que mi corazón pesase, no otra.

Riccardo habría leído un discurso en el funeral de Gabi. Gabi no lo habría hecho por él, ya que sin duda estaría demasiado ocupado llorando como para que de sus labios pudiese salir palabra alguna, otro habría tenido que ser el que hubiese leído su discurso.

Pero… ¿Qué le podía decir Gabi a Gabi?

La mañana siguiente sería la más compleja de mi vida, mi primera prueba, el primer día de mi nueva vida. Me habría gustado escribirle algo a Riccardo, plasmar en palabras todo lo que he sentido durante las dos semanas en las que, entre operación y operación, me dediqué única y exclusivamente a llorarle y a recordar todos los momentos en los que nuestra amistad se encontraba en un punto floreciente.

Pero no quería pensar ahora en eso, no quería humedecer con lágrimas la hoja sobre la que estaba tratando de escribir el discurso.

Me había despedido del virtuoso en lo más profundo de mi corazón, aquellos habían sido mis últimos sentimientos como Gabi García y, al igual que él me había entregado su oportunidad de vivir, yo le había entregado mis últimos segundos de vida.

Mañana la transformación estaría completa, mañana dejaría de jugar con la pregunta ¿Quién soy? Y adoptaría para siempre y sin dudar los recuerdos de Riccardo, su vida, sus gustos, sus sueños… Porque de entre los dos, él merecía mucho más que yo vivir, por ello he renunciado a mi cuerpo y a mi vida… Para devolverle su oportunidad, yo no quería la mía. Mañana no me despediría de mi amigo, sino de Gabi García, que había muerto y en su cuerpo había renacido Riccardo Di rigo.

Llevaba casi una hora y media mirando aquel papel sin encontrar las palabras perfectas para iniciarlo. Aquel día no sería un cambio en mi vida, sería un cambio de vida, no podía empezar aquella despedida con una frase típica ni con lo que todos querían oír en un funeral, tenía que ser especial. Me iba a enterrar, tenía que despedirme como me habría gustado.

«¿Qué me habría dicho Riccardo?»

Decidí darme un paseo por la mansión durmiente en busca de inspiración, lejos de atemorizarme me relajaba hacerlo. La noche era el momento perfecto para familiarizarme con mi casa y descubrir todos sus secretos y habitaciones sin que nadie se preocupase por mí o me preguntase si había recordado algo. Ya que sí, sufría amnesia de forma imaginaria para poder excusarme cuando no supiese algo que Riccardo debería de saber. Como el cumpleaños de un tío, los nombres de todos los criados, el número total de habitaciones, etc… Cosas de las que ni siquiera un mejor amigo tendría por qué tener información, ya que eran cosas absurdas para una conversación.

Me había dado cuenta de que estamos llenos de pequeños secretos absurdos que hacen que ninguna otra persona nos pueda sustituir… Porque… ¿Quién le cuenta a alguien que tu lápiz favorito es el que tiene una cabeza de vaca al final? Son tonterías que cada uno se guarda para sí mismo. Porque las personas le dicen a sus amigos que se han comprado ropa y a lo mejor que han ido a x tienda, pero no dicen que les ha cobrado x dependiente, esperado x tiempo en la cola, pagado con x tarjeta, escuchado x música de fondo, etc…

Los mejores amigos sólo saben tu vida a grandes rasgos… Ahora debía de esforzarme por saberlo todo, todo lo que Riccardo nunca consideró importante contarme. Como que la mansión tenía una habitación que era usada como trastero o que detestaba uno de los cuadros que había en el sótano y que de pequeño había intentado romperlo para que sus padres lo tirasen.

Cada habitación, cada pasillo, cada puerta, cada objeto… Todos tenían una historia que Riccardo sabía, como que junto al teléfono fijo había una figura de porcelana de una bailarina de ballet que sus padres habían comprado como recuerdo de la ópera de Paris cuando fueron a Francia de luna de miel.

Y así con cada pequeño objeto… Aquella casa era de Riccardo y de sus recuerdos, yo era un extraño que quería saber todos sus secretos, no me sentía del todo a gusto allí, era como si la propia mansión respirase y me intentase echar de allí. Sólo en la habitación que ahora era mía, donde más o menos todo me era familiar y sabía la historia de algunas de las cosas.

Volví a la habitación y me detuve unos instantes delante del espejo, quería verle… Vernos… ¿Verme? No importa, lo importante era que Riccardo estaba allí, pero era yo.

—    ¿Estás listo?

Era gracioso, Riccardo movía sus labios preguntándome lo que yo decía. Sabía que no era real, que nada de lo que veía era realmente real. Pero al mismo tiempo sí lo era. Es… Todo tan complicado de explicar y tan fácil de ver.

Eran sus ojos castaños, sus labios, su color de piel, sus mejillas, su melena rizada… Y su voz. Lo más impactante era la voz. Aquella era la tercera vez que la utilizaba, ya que los médicos me habían dicho que debía mantener las cuerdas vocales en reposo total hasta que pudiese utilizarlas. Pero ya había pasado el riego… Ya podía hablar y disfrutar de mi nueva voz. Si cerraba los ojos, casi podía engañarme a mí mismo y pensar que él estaba hablándome.

—    Ahora soy perfecto…

Era extraño oírlo con su voz, ya que él siempre lo había sido, pero me gustaba hablar conmigo mismo en voz alta y con su voz.

Examiné mi cuerpo, del cual sí que conocía cada historia y podía contarla sin pararme a dudar.

Mi rostro escondía seis operaciones. Había adoptado la forma de los ojos, la nariz, los labios, las mejillas y el mentón de Riccardo. Además de su color de ojos, esa había sido la operación que más miedo me había dado, pero irónicamente había sido la que mejores resultados dio y pude recuperar la visión al poco tiempo. Mi tono de piel era ahora un poco más moreno, gracias a la intervención de los rayos uva. Por suerte ambos teníamos más o menos la misma complexión y mi cuerpo no había necesitado ser operado, tampoco mi ombligo, ya que ambos lo teníamos hacia adentro. Sí, puede sonar exagerado, pero no podíamos dejar que ni una sola diferencia descubriese el pastel.

Mi rostro ya no era mío y lo mejor era que parecía completamente natural, no se notaba que estaba operado. Debía de ser porque no me habían llevado a una clínica cualquiera, ni mucho menos. Había sido tratado por los mejores cirujanos que los Di… O sea… Mis padres, habían sido capaces de encontrar.

Y sin embargo, el mayor cambio había sido el pelo, ya que era el que más se veía. Era una peluca, pero obviamente no una cualquiera. Estaba hecha con pelo real y tan cuidada que era incluso más bonita de lo que lo había sido el pelo de Riccardo. Brillaba mucho más y los rizos tenían más volumen, pero eso se solucionaría con varios lavados. Y es que sí, debía de llevar la peluca siempre, como si fuese mi pelo real. Era de calidad, por ello me la habían colocado de tal forma que fuese prácticamente imposible que se desprendiese si es que nadie tiraba de ella con violencia, claro está.

Pero para evitar que todo se descubriese por un error tan tonto como la caída de una peluca, mis padres habían pensado en ello también. Por ello, me había rapado el pelo y tendría que repasarme cada semana. Así podría decir que me había quedado calvo debido a una medicación y que por eso utilizaba peluca. Nadie que no fuese médico lo pondría en duda, pero por si acaso, si alguien preguntaba debía decir que me habían ocultado el nombre del medicamento y de lo que me pasaba para que no sufriese.

A punto estuve de venirme abajo cuando mi larguísima melena rosada cayó al suelo y me miré al espejo por primera vez… Si aquello debía de ser atribuido a una enfermedad, sólo se me ocurría una: Cáncer. No tenía una buena experiencia con él, por lo que cuando me pusieron la peluca y volví a ver mi cabeza con pelo, sentí que volvía a respirar.

«Tengo que preparar el discurso para Gabi» Pensé alejándome del espejo.

*****

Mamá… Dios, qué raro se me hacía llamarla así. El caso es que ella no dejaba de recolocarme la chaqueta del traje, los Di rigo eran muy tiquismiquis con lo que a la imagen se refiere, sobre todo en eventos públicos. Pero ambos sabíamos que no se estaba preocupando porque mi impoluto traje estuviese todavía más impoluto, no nos engañemos. No sabía ya que hacer para calmar sus nervios, al igual que yo y papá, que aunque no lo demostraba tanto como nosotros podíamos hacerlo, me había fijado en que desde que habíamos salido de casa no había cesado de darle vueltas con nerviosismo al anillo con el escudo de la familia que llevaba en su dedo anular.

—    Las cuerdas vocales…

—    Sí, la operación ha salido bien.

¡Oh! Cierto, la séptima operación… Creo que olvidé mencionarla antes. Había recibido las cuerdas vocales de Riccardo para poder tener su voz y que la transformación fuese simplemente perfecta. Quizás aquella había sido la operación más importante, de ahí que también fuese la más delicada. La gente está acostumbrada a las cirugías pláticas ¿Pero a las operaciones de cuerdas vocales? Si alguien llegaba en algún momento a dudar de la veracidad de mi transformación, dudo que pensase en algo tan descabellado como que además de la vida también le había quitado la voz, sería algo que haría dudar a cualquiera y eso era importante.

¿Eh? ¿Mis cuerdas vocales? Bueno… En aquellos momentos alguien a quien ni siquiera conocía debía de estar disfrutando de ellas, eso era lo de menos a decir verdad. Lo importante era Riccardo y… Si alguien encontraba al chico que tuviese mi voz, se lo tomaría como una casualidad o como algo muy similar pero no igual. Nunca nadie podría llegar a imaginarse algo tan… ¿Turbio? Sí, esta es una de esas veces en las que la realidad supera a la ficción. De todas formas, dudo que esa persona esté en Japón, mis padres no serían tan descuidados.

—    Recuerda, te llamas Riccardo Di rigo.

—    Sí, no volveré a equivocarme.

El coche se detuvo frente a la puerta del cementerio. Mamá se puso sus gafas de sol para intentar disimular su llanto cuando subiesen el féretro… Podía intentar engañarse a sí misma, pero sabía que el que iba en aquel ataúd era su hijo biológico y que no importaba lo que pusiese su lápida.

Papá rodeó con su brazo los brazos de su mujer y acercó a su cuerpo con cariño, mientras que a mí me dedicaba una leve sonrisa y un breve asentimiento. Él tampoco estaba bien, obviamente, pero como todos se engañaba a sí mismo pensando que el hecho de que tuviese ante él una copia exacta del cuerpo de su hijo, hacía que este estuviese menos muerto.

«Bien… Hoy es el primer día del resto de mi vida, como se suele decir. Hola, mundo. Hola, compañeros. Soy Riccardo Di rigo»

Encabecé la marcha hacia el interior del cementerio, metiendo mi mano derecha en el bolsillo de la chaqueta del traje para juguetear con el folio en el cual llevaba escrito el discurso que recitaría para mí mismo. Me había derrumbado escribiéndolo, debo reconocerlo, me había puesto a pensar en Riccardo y en lo que realmente quería decirle a la persona que estaba dentro del ataúd, pero aquel discurso era de Riccardo para Gabi, no al revés. Así que simplemente no me emocionaría al leerlo aunque así lo fingiese, porque no tenía sentido, pero era lo que Riccardo habría hecho por Gabi, una despedida a su altura…

No, me pondría por las nubes, me pintaría como un santo y como la mejor persona de la vida de todos cuantos me conocieron, no porque sea lo que se suele decir en los funerales, sino porque realmente se lo creía… Dios, un discurso a mi altura habría sido algo tan simple como: «Destacó por llevar coletas y tener el pelo rosa, nada más. No sufráis, pronto sólo recordaremos eso de él»

“Ni miximax… Ni espíritu guerrero… Ni armadura… Ni varias supertécnicas… ¡En serio! ¿Por qué demonios se me debería de recordar? Excepto mis padres biológicos, la gran mayoría de los que vienen al funeral lo hacen por cumplir»

Mis padres biológicos… ¡Bah! Ellos sabían la verdad, no les importó renunciar a su hijo cuando tuvieron un buen fajo de billetes delante de ellos y les prometieron que mi futuro sería brillante. Me alegraba de no haber tenido impedimentos para hacer esto, realmente quería hacerlo y darle a Riccardo su oportunidad, pero me molestaba que hubiesen renunciado a su hijo tan fácilmente.

Y en cuanto al funeral… Bueno, no todos tienen la suerte de poder ver de verdad quienes irían a su funeral. Pero ahora que iba a saberlo, me sentía deprimido… Nunca quise que viniesen a mi funeral personas a las que les importé un comino, no me gustan los “cumplidores”. Pero si Riccardo no echaría a nadie, yo no podía hacerlo ya.

—    ¡Riccardo!

El alma se me cayó al suelo al oír la voz de Samguk… Después de mí era el que mejor conocía a Riccardo ¡¿Y si me descubría con tan solo mirarme?! ¡¿Nadie había pensado en eso?! ¡Debí de haber empezado a acostumbrarme a hacer los típicos gestos de Riccardo! ¿Y si hacía algo característico de Gabriel y todo se iba al traste?

«No, no, no… Vete, déjame. No me mires a la cara…»

Samguk se acercó y, tras colocar una mano sobre mi hombro y dirigirme un intento de sonrisa, lo cierto es que se dio cuenta de que no era capaz de fingir y se derrumbó al tiempo que me abrazaba, sin formalidades ni nada de eso que en un funeral es totalmente estúpido mantener.

—    Samguk…

—    ¡Lo sentimos muchísimo, Riccardo! No te haces una idea de lo que lloré durante las dos primeras semanas sin él…

Detrás de Samguk, vislumbré como poco a poco todos los miembros del equipo comenzaban a aparecer y todos con las mismas caras. Ojos hinchados, ojeras y palidez… Imagino que les habría entrado el bajón al verse en el cementerio y darse cuenta de que era cierto, de que no había sido ninguna broma pesada o una falsa alarma, creo que hasta el último momento, todos tenemos esa esperanza… Pero esta vez no. Gabi estaba muerto, esa era la realidad.

No pude evitar pensar que si de verdad supiesen quién era el que ocupaba el féretro de Gabriel García, la situación sería mucho peor. Sonreí para mis adentros, estaba cumpliendo mi misión, les estaba ahorrando sufrimiento con aquella mentira que tarde o temprano se convertiría en realidad… Tan pronto como me acostumbrase y me creyese que era quien era.

—    Gracias por venir, chicos. A… Gabi, le habría encantado poder haberos visto antes de… Bueno… Eso.

Me fijé que en que Arion no estaba con ellos, algo extraño tratándose de alguien tan amigable y que derrochaba compañerismo.

—    ¿Y Arion?

—    Fuera, está ejerciendo su papel como encargado de convivencia. —explicó JP intentando quitarle tensión al ambiente con aquella “broma”, pero lo único que consiguió fue que se tensase más. Él se dio cuenta y enseguida bajó la cabeza, avergonzado y se explicó. —E-Es que Aitor no está bien.

—    ¿Aitor?

Ni me había fijado en que no estaba. ¿Ese chico iba a tener la poca vergüenza de asistir al funeral de Gabi? Y no sólo eso, sino que hasta había decidido que era un buen momento para uno de sus numeritos. Seguramente estuviese intentando que Arion se quedase con él por cualquier tontería que se había inventado y que se saltase el funeral, entonces Riccardo se enfadaría con Arion y la discordia volvería a reinar en el equipo. ¡No! ¡Ya estaba harto de ese chico! Sería lógico que Riccardo saltase por algo así, así que no me iba a contener, no otra vez y menos en aquel lugar.

—    ¿Dónde están, JP? —Ladré.

—    C-Cerca del crematorio.

Sin pararme a escuchar más «lo siento», ni a recibir más abrazos, palmaditas en la espalda o pésames. Salí del círculo en el cual nos habíamos colocado y me encaminé hacia en crematorio como si de un cazador furtivo que va a aniquilar a su presa me tratase. Y es gracioso porque Aitor se apellida Cazador.

En fin… Lo que debo reconocer que no me esperaba, fue la escenita que me encontré.

—    Aitor… Va a empezar, tenemos que ir yendo si queremos llegar a tiempo. Y quiero ver a Riccardo, quiero estar a su lado cuando se despida de su mejor amigo.

—    N-No puedo… A-Arion, d-de verdad que no. Te juro que no es una broma.

—    Ya lo sé, tranquilo. ¿Sabes? Gabi ya sabía cómo eras, él… Él sabía entender muy bien a las personas a las que quería, puede que le hicieses enfadar a veces, pero estoy seguro de que en el fondo no te odiaba.

—    S-S-Sí… E-Es que eso y-ya lo sé. P-Pero… No fui capaz d-de portarme bien con él ni una sola vez, Arion… Ni una…

—    Pero… Ibas a mentir para que le diesen tu lugar cuando fuésemos a la época de Juana.

—    P-Pero él… Eso n-no lo supo.

—    Aitor…

—    S-Se va a hacer t-tarde… Vete yendo… Por favor.

—    Voy contigo.

—    ¡N-No, Arion! P-Por favor.

—    Escucha, llevas dos noches sin dormir y te has tomado cinco calmantes antes de venir. No te voy a dejar solo y menos así.

—    A-Arion… No p-puedo ir… No puedo ver la lápida… N-Ni el ataúd. E-Es que… ¡NO ES JUSTO, ARION!

«Se rompió de nuevo…»

Me mantuve escondido detrás de uno de los gigantes árboles que decoraban la zona y la hacían mucho menos deprimente sin romper con la armonía del ambiente. Había ido decidido a llamarle de todo y a echarle de allí a gritos, pero… Tan pronto como había vislumbrado desde lejos cómo hundía su rostro en el hombro de Arion, se abrazaba a él con desesperación y temblaba como si un viento tempestuoso azotase su piel desnuda, perdiendo incluso el equilibrio y obligando a Arion a sentarse en el suelo junto a él. Supe que no era uno de sus numeritos…

Me llevé una mano al pecho, por ningún motivo concreto en realidad, sólo buscaba algo que hacer con las manos. Temía que me descubriesen en una de las tantas veces que me había asomado ligeramente para poder ver el rostro de Aitor, pero ni él ni Arion se encontraban en aquellos momentos dispuestos a preocuparse por lo que tenían a su alrededor. Aitor estaba demasiado ocupado en tratar de estabilizarse y Arion en estabilizarlo.

Hubo un momento en el que Arion le obligó a sentarse sobre el césped y sacó de su mochila una especie de abanico de papel con el que comenzó a enviarle aire frío. Entonces, cuando Aitor echó la cabeza ligeramente hacia atrás, pude ver su cara con claridad.

Sus ojos estaban teñidos de un rojo pronunciado e hinchados como si hubiese tenido una de las peores reacciones alérgicas que la humanidad había conseguido ver. Al igual que los demás, su piel se había tornado más blanca que de costumbre, sólo que la de Aitor era mucho más pálida que las de los demás, como si llevase días sin ser acariciado por la luz del sol.

—    ¡Aitor! ¡AITOR! ¡Respira! ¡Aitor!

Tiré de forma involuntaria de la tela de mi camisa, mi propia respiración estaba comenzando a agitarse y mis manos a sudar al observar como poco a poco el defensa iba perdiendo la capacidad de coger aire y se veía obligado a tirar del cuello de su camisa hacia abajo con desesperación. Estaba hiperventilando.

—    A-A-A-Arion… No… P-Puedo.

Se llevó una mano al pecho y pude ver cómo sus labios y su rostro se tornaban de un blanco nuclear, incluso sus ojeras parecieron volverse grises en vez de moradas. Se estaba mareando, seguramente su corazón estuviese en pleno frenesí y… La hiperventilación.

—    ¡Le está dando un ataque de ansiedad! —grité saliendo de detrás del árbol, sobresaltando únicamente a Arion, ya que Aitor estaba demasiado desesperado como para sorprenderse de mi repentina aparición.

—    ¡A-AITOR!

—    Lo estás poniendo más nervioso, vete a buscar ayuda y déjame a mí.

Arion asintió sin mucho convencimiento y salió disparado hacia la zona donde deberían de estar los adultos. Sin pensarlo demasiado, me senté al lado de Aitor y coloqué mis manos en sus mejillas para poder dirigir su mirada a mí directamente. Si seguía mirando para el cielo se pondría a pensar en cualquier cosa que no debía  y eso no me convenía.

—    Escúchame, deja de hiperventilar, haz lo que puedas por respirar de forma calmada.

Con la voz y la cara de Riccardo parecía más profesional y podía confiar en mí con mayor facilidad, eso era otro punto a favor. Riccardo siempre sabía qué hacer.

—    V-Vale… —Asintió intentando hacerme caso.

—    Bien, y ahora vamos a hablar de… De… ¡Tu color de pelo! Sí, cuéntame. ¿Es natural?

—    S-Sí.

—    ¿Antes lo tenías de otro tono o siempre fue así?

—    De niño lo tenía m-más oscuro.

Bien, estaba consiguiendo distraer a su mente y poco a poco su respiración se iba calmando. Gritándole, Arion sólo conseguía ponerle peor, entendía que sus intenciones eran buenas y que era normal alarmarse, pero lo lógico ante un obvio ataque de ansiedad era relajarlo, no ponerlo nervioso. Bastante tenía el pobre con estar ahogándose.

Finalmente pudo tumbarse sobre el césped y, con los ojos cerrados, cogió grandes bocanadas de aire, ya más calmado y simplemente deseando llenar sus pulmones. Pero, no me pasó por inadvertido que una última lágrima se había deslizado por su mejilla hasta caer sobre el césped.

—    ¿Estás bien? —Quizás era una frase muy de Gabi, pero necesitaba hacérsela.

Asintió con total serenidad, concentrándose en seguir respirando.

—    Gracias.

—    No las des.

—    ¿Ha empezado ya el funeral?

—    No, habíamos quedado media hora antes para poder darnos el pésame y hablar entre nosotros antes de que empezase la ceremonia. Aún hay tiempo, así que respira y relájate.

—    Vale… ¡Ah! El pésame… Lo siento, Riccardo.

—    Gracias, yo también lo siento.

—    Riccardo…

—    ¿Qué?

—    ¿El ataúd va a estar abierto durante el funeral? —murmuró haciendo que sus ojos volviesen a ponerse vidriosos mientras volvía a mirar al cielo.

—    No, tranquilo.

—    Riccardo…

—    ¿Sí?

—    ¿Cómo era llevarse bien con Gabi?


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