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Two faces por Love_Triangle

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Una de las rosas del ramo que había comprado para Gabi tenía un pétalo marchito. Me había dado cuenta en el coche, cuando el chófer ya conducía hacia el cementerio y no había tiempo de dar marcha atrás para cambiar el ramo.

Se suponía que en aquellos momentos tendría que estar en la mansión, preparándome para iniciar un nuevo día de instituto antes de que llegase la hora de partir hacia el Raimon. Tendría que haberme levantado cuando las doncellas me avisaran de que el baño ya estaba listo, haberme relajado en él y, una vez vestido y acicalado, haber emprendido el rumbo hacia el comedor principal de la mansión, donde un desayuno que casi parecía imitar a un bufé libre aguardaría por mí listo y en su punto para ofrecerme las vitaminas y la energía necesarias para tener un buen y productivo día. Finalmente, debería de haberme despedido de padre y madre, dejar que la doncella encargada del recibidor me ayudase a ponerme la chaqueta del uniforme y la mochila que pocas veces solía llevar y, entonces y sólo entonces, podría decir que estaba listo para subirme al coche y emprender el camino hasta el instituto.

Pero aquella mañana no había sido así. Ese día se cumplían dos meses desde la muerte de Gabriel y había decidido saltarme todo aquel protocolo al que me había acostumbrado y simplemente darme una ducha rápida, ponerme el uniforme, meter algo de picar en la mochila y salir corriendo hacia el coche para pedirle al chófer que, lo más rápido que pudiese, me llevase a una floristería y después al cementerio. Tenía que visitar a mi mejor amigo antes de que mi sacrificada rutina me impidiese el hacerlo, pues después del instituto tenía que ir al entrenamiento y después de este seguir entrenando por mi cuenta para volver a ser lo que era. Había conseguido volver a dominar el “Visto y no visto”, pero “Pentagrama”… Esa era una cruz contra la que todavía debía de luchar. Había obtenido resultados, eso es cierto, pero apenas lograba hacer la mitad de la circunferencia en la que en pentagrama se convertía, eso no era apenas avanzar pero algo era algo… Por lo menos sabía que tarde o temprano podría salirme.

Corté con cuidado el pétalo marchito de la rosa, con la suficiente delicadeza como para que el resto de los pétalos no se viesen afectados y apenas notasen la ausencia de su compañero. Eso me recordaba a mi propia historia, un pétalo marchito había sido extirpado de la hermosa flor en la que el nuevo equipo del Raimon se había convertido, pero… Lo que únicamente yo sabía y lo que no se veía a simple vista era que, aunque la parte marchita ya no estuviera, la base del pétalo en cuestión seguía en su lugar y por lo tanto sólo se notaría su ausencia si alguien indagaba en lo que no debía. Tenía que proteger la belleza de aquella flor, tenía que seguir siendo todo igual, sólo era un pétalo sin importancia… No debería de notarse si los otros diez se mantenían en pie.

El coche arribó al cementerio y me dejó apearme justo en la puerta, no sin que antes el chófer me pidiese que me diese prisa, pues apenas faltaba una hora escasa para el inicio de las clases y el cementerio a estaba a una distancia considerable del instituto.

—    Sólo serán unos minutos. —afirmé protegiendo del viento y con el brazo que me quedaba libre al ramo de rosas blancas que había seleccionado para la persona que allí descansaba. Aunque si era cierto eso de que desde allá donde estuviese nos observaba, entonces no debía de estar descansando en paz… No creo que le gustase lo que hice, pero todo fue por él y por el equipo al que tanto había amado en vida, no podía dejar que todo aquello que había logrado desapareciese.

Atravesé la verja del cementerio sin preocuparme porque el gélido viento me revolviese el pelo o hiciese volar los bordes de mi chaqueta, lo único que debía de importarme era el ramo, tenía que lograr resguardarlo de aquel vendaval que amenazaba con querer llevarse todos los pétalos de las rosas consigo. Sería hermoso que la brisa danzase enredada en frágiles y coloridos pétalos de rosa, eso le daría algo de vida a aquel lugar sepultado bajo el manto de la muerte. Pero por otro lado, los tallos deshojados de las rosas se verían tan muertos como los habitantes del cementerio, únicamente siendo lo que sostenía algo que ya no está.

No pude evitar pensar que aquella era una bonita metáfora de la muerte. Una rosa deshojada. Unos frágiles pétalos que se dejan guiar hasta el cielo si hace falta, impulsados únicamente por el soplo del viento y dejando atrás el tallo que los mantenía atados al mundo terrenal. Así como anteriormente se habían liberado de las raíces que las mantenían estáticas en el suelo, sin saber que aún así se llevaban a las espinas consigo y que separándose de lo que les daba la vida… No tenían destino alguno más que el de la muerte.

Mi familia había pagado a la familia García la tumba de Gabi, no sería justo que la persona que allí descansaba tuviese que conformarse con un nicho común. Él era demasiado especial como para descansar rodeado de personas que nunca había conocido y en un diminuto agujero en el que poco más que la caja en la que iba podía caber. Por ello y por… La otra razón, la familia Di rigo había hecho de la tumba de Gabriel García el único mausoleo del cementerio de la ciudad Inazuma, el cual podía vislumbrarse desde casi su entrada y desde su edificación había sido visitado por curiosos varios.

No me sorprendió advertir la presencia de una figura humanoide sentada frente a la verja cerrada del mausoleo, supuse que aquel reciente monumento debía de ser víctima de todo tipo de miradas desde que había aparecido. Algunos lo miraban maravillados por el arduo trabajo arquitectónico que había supuesto su creación, otro lo miraban con tristeza, especialmente tras ser conscientes de la edad que tenía la persona que descansaba allí dentro y, finalmente, otros lo miraban con curiosidad, preguntándose el por qué de la repentina existencia de aquel lugar.

Mis padres habían recibido numerosas llamadas desde el entierro de Gabriel, llamadas de los trabajadores del cementerio, los cuales advertían a los propietarios del mausoleo de que este se había convertido en prácticamente una zona turística. Con la pequeña diferencia de que los que iban a visitarlo no eran extranjeros, por ello mis padres se habían comprometido a pagarles un poco más a los trabajadores que se encargaban del mantenimiento de las tumbas, con el fin de que estuviesen pendientes del lugar y de que se encargasen de que los vándalos no lo ensuciasen o algo peor.

Pero la figura que aquel día descansaba a los pies de la entrada de la tumba no era perteneciente a un mirón, ni siquiera a un trabajador. Era una figura muy familiar, tanto para mí como para la persona que descansaba allí dentro.

Aitor murmuraba casi para sí mismo mientras que acariciaba de forma casi automática el borde de una de las extrañas flores que conformaban el ramo que llevaba entre sus manos, un ramo conformado por flores a rayas blancas y rojas que desde lejos parecían ser bastones de caramelo. Nunca las había visto antes.

—    ¿Has venido a visitar a Gabi? —pregunté mientras dejaba mi ramo de rosas blancas en el interior del mausoleo, pasándolo con cuidado a través de la verja.

—    No… No tenía nada mejor que hacer a las siete de la mañana de un lunes que arreglarme para venir a dar un paseo al cementerio, ¿tú qué crees? —espetó mientras desviaba la mirada notoriamente molesto.

En condiciones normales me habría enfadado con él, le habría dicho que no tenía por qué hablarme así y que pagase todos sus problemas con otro, pero desde que había ingresado en el Raimon nuestra lucha sin fin me había obligado a entenderle poco a poco y, actualmente, aquellos roces que nuestros diferentes caracteres nos obligaban a tener me habían ayudado a entenderle. A entender que no sabía manejar muy bien la frustración, a entender que le era muy difícil abrirse a los demás y simplemente dejarse llevar por la situación, a entender que le había avergonzado el hecho de que el mejor amigo de Gabi se le hubiese aparecido por la espalda mientras que él hablaba con el difunto defensa, de ahí su respuesta tajante e irascible.

—    ¿Todavía te acuerdas de él? —pregunté sin mirarle.

—    Sí.

—    A Gabi le encantarían las flores que le has traído. ¿Cómo se llaman?

“Y a mí también me encantan”

—    Oxalis versicolor. —murmuró emocionado por mis palabras y con una sonrisa iluminando su rostro fugazmente, aunque tratase de disimularlo mirando hacia otro lado.

—    No son típicas de aquí, el ramo tiene que haberte costado un ojo de la cara.

—    Bueno…

Le conocía, cualquiera que hubiese escuchado ese “bueno” lo habría interpretado como un “no es para tanto”, pero aquel movimiento de cabeza, aquella desviación de la mirada hacia el cielo y aquella caída del tono de voz en la o me indicaban que detrás de aquel “bueno” se escondía un “me da vergüenza hablar de esto, no sigas indagando”

—    Te ayudaron a pagarlo, ¿verdad? —sonreí divertido.

—    Perdona por no ser rico como tú. —ladró.

—    ¿Eh? No lo decía con retintín…

A veces se me olvidaba que era Riccardo Di rigo y hablaba sin pensar. Ser rico era algo relativamente nuevo para mí y todavía seguía sin hacerme a la idea de que podía permitirme adquirir todo lo que quisiera, a veces incluso me descubría a mí mismo lamentándome por los elevados precios que algunos objetos que me atraían tenían, olvidando por completo que tenía a mi disposición una tarjeta de crédito con casi diez mil euros que gastarme en lo que me apeteciese. Gabi siempre había tenido la escasa paga de veinte euros mensuales y estaba acostumbrado a ahorrar, fijarse en los precios, rechazar los objetos de marca, etc… ¿Pero Riccardo? Ahora si me apetecía podía pedir por mi cumpleaños un chalé en la playa en vez de ropa, era algo a lo que no me terminaba de acostumbrar y, por lo tanto, hablaba como si realmente siguiese adquiriendo veinte euros por mes.

—    Lo siento… —gemí sin saber cómo salir de la situación sin herir a Aitor de nuevo. Además, de todas las personas con las que había podido cometer aquel desliz había tenido que ser con Aitor, justo el único del equipo al que por problemas económicos dieron en adopción.

“Concéntrate, deja de meter la pata. Riccardo Di rigo es perfecto”

—    Siempre dices lo siento y no arreglas una mierda, ¿sabes? Siento decírtelo así, pero desde que Gabi murió te he cogido bastante asco. Antes no eras tan idiota.

—    ¿De qué hablas? —murmuré con un tono de voz más ofendido del que había pretendido poner.

—    Explícamelo tú, entiendo que estés mal después de que tu mejor amigo muriese a tu lado, pero esa no es razón para hablar de él como si fuese un trozo de mierda de perro reseca que se te había pegado al zapato. Me pareces un hipócrita que en vida lo trató como a un tesoro y que ahora que ya no está lo pone a parir, odio a la gente así de rastrera. Porque estando muerto no se puede defender… ¿Sabes? —sollozó, derrotado ante sus propias palabras. No sabía que le costaría tanto superar la muerte del chico con el que tan mal se llevaba, me rompía el corazón pero Riccardo no le abrazaría ni nada de eso.

Intenté colocar una de mis manos sobre su hombro pero Aitor la alejó de él de un manotazo y me penetró con la mirada. No sabía qué hacer, no quería que sufriese solo, nadie tenía que sufrir, por eso me había convertido en quién soy. Si alguien seguía sufriendo no tenía sentido ¡¿Por qué se enfadaba conmigo?! ¡Soy Riccardo Di rigo! Soy perfecto… ¡¿Por qué seguía sufriendo por Gabriel?! ¡Yo estoy vivo y vamos a salvar al fútbol otra vez! ¡Un defensa cualquiera se puede sustituir, pero un virtuoso no! ¡¿Por qué Aitor no lo entendía?! ¡Tendría que agradecerles a los dioses el que yo siguiese vivo! Esto no va como tiene que ir.

—    Pero Gabi…

—    ¡¿Gabi, qué?! —gritó poniéndose en pie y ayudándose del eco del cementerio para hacer que su voz retumbase y que por lo tanto impusiese más. Eso, ayudado por el hecho de que estaba en pie frente a mí, que continuaba sentado en el escalón de la entrada al mausoleo, más el hecho de que al tener que mirar hacia arriba su figura se oscurecía debido al contraste que hacía con la luz del sol… Hacía que su porte fuese de pronto sumamente amenazante para mí, no lo hacía a propósito, pero desde luego le ayudaba para lo que pretendía hacer. —No vuelvas a hablar de él como lo llevas haciendo desde que volviste al Raimon, no eres mejor que él ¡Ni tú ni nadie! Y tampoco eres el chico perfecto. Lleva el dolor como te dé la puta gana pero no se te ocurra repetir que deberíamos de agradecer que el que haya vivido seas tú. Porque visto lo visto… ¡Que sepas que para volver así ojalá no hubieses vuelto! ¡Gabi no habría sido tan cabrón si hubieses muerto tú! No se merece lo que estás haciendo y yo no te lo voy a permitir durante más tiempo.

—    Yo sólo digo…

—    ¡Que te calles, Riccardo! Que ya me llega con aguantarte durante los entrenamientos. Parece que en lo único en lo que te ha afectado la muerte de Gabi es en que la defensa flaquea un poco por la banda izquierda. ¡Despierta, joder! Que Gabi no se ha ido del instituto, por desgracia. Que no está, Riccardo… No está ni va a volver. Deja de humillarle y de intentar hacernos cambiar la imagen que teníamos de él porque no va a volver para desmentir todas las burradas que dices. Pero ojalá… ¡Ojalá pudiese volver para ponerte el cerebro en su sitio de un balonazo y demostrarte delante de todos que has perdido al mejor defensa, amigo y compañero que has tenido y que vas a tener en tu vida! No sé qué coño te pasa desde que sufristeis el accidente, pero ya está bien… Ya está bien…

Aitor dejó el ramo de flores que había traído entre las manos de una de las estatuas con forma de ángel, antes de secarse las lágrimas con las mangas de su uniforme y volverse para mirarme una última vez antes de irse.

—    Y por cierto. Ya que tanto te interesan las flores… Gabi no soportaba las rosas, decía que eran demasiado típicas y que casi parecía una regla regalar esa flor. Por eso he preferido comprar con ayuda de Aquilina algo raro… ¿Sabes? Las Oxalis versicolor también son conocidas como “La flores caramelo” o “Candy cane sorrel” porque sus rayas blancas y rojas recuerdan a los típicos bastones de caramelo de Navidad. A Gabi le gustaban los dulces… Podías haberle echado un poquito de imaginación, ya que tú estás tan bien económicamente.

“A quien está enterrado ahí le gustaban las rosas blancas porque reflejaban la pureza y la virginidad de un papel en blanco… O concretamente de un pentagrama que poco a poco se iba retorciendo sobre sí mismo al escribir sobre él cambios en la melodía. Pero eso no te lo puedo decir”

Aitor se despidió con un brusco y casi obligatorio ademán que, pese a haberlo ejecutado correctamente, su rostro no necesitaba traducción alguna: Me odiaba y no se cansaría de demostrármelo hasta que viese un cambio en mi comportamiento, hasta que dejase de ser el ser inhumano que hasta hacía breves instantes había estado describiendo.

Yo no pretendía ser así, yo no quería ser mala persona, sólo quería hacer que el equipo fuese feliz y que se alegrase por no haber perdido a su virtuoso, a su estratega, a su creador de juego, a su antiguo capitán, a su genio… Riccardo era perfecto y no el equipo no podía permitirse el perderle, ni el equipo ni nadie. Y menos por Gabriel, Gabi no valía, no estaba a la altura, la situación le superaba, no tenía espíritu guerrero, ni armadura, ni un mixi max, ni más de una supertécnica y era más fácil superar a su defensa que soplar a una hoja de papel… ¿Por qué Aitor no lo entendía? ¿Por qué no lo reconocía?...

“Olvídame, maldita sea… Olvídame. Deja de traerme flores, deja de acordarte de mí, deja de alabarme, deja de llorar por mi culpa… Lo único que Gabi hizo bien en su vida fue darle su oportunidad a Riccardo”

Lo que estaba haciendo era lo correcto, nada más importaba… Ni siquiera mis lágrimas.


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