Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Two faces por Love_Triangle

[Reviews - 5]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

La mansión había sido envuelta por un gélido frío que disimuladamente arrebataba el aire de los pulmones y silenciosamente lo dispersaba por la estancia, dejando tras de sí una brisa que, aunque fuese ligera, tenía la suficiente fuerza como para acariciar y erizar cada tramo de mi piel en cuestión de pocos segundos. Segundos que se convertían en minutos y minutos que no parecían tener fin, minutos durante los cuales la calidez de la casa escapaba a través de cada apertura por la que pudiese huir y dejaba que poco a poco el aire se convirtiese en una masa densa y fría que me costaba respirar.

La casa estaba dando vueltas, yo daba vueltas con la casa, todo se movía. Arriba, abajo, izquierda, derecha… No importaba, todos los objetos estaban demasiado ocupados cambiando de lugar como para decidir hacia donde se movían. Las paredes se inclinaban sobre mí de forma amenazante, como lo había hecho la puerta de aquella limusina meses atrás. Las baldosas, bajo mis pies, trataban de liberarse de mi peso girando sobre sí mismas y obligando a mi débil cuerpo a aferrarse a todo aquel lugar que, pese a su incesante movimiento y a su lucha por tratar de liberarse de mi agarre, todavía podía servirme de punto de apoyo. Sólo unos segundos… Unos segundos antes de que todo volviese a cambiar de posición y mi cuerpo, siguiendo el ritmo de la casa, también se precipitase hacia otro lugar que no era el que antaño había ocupado.

Frío… ¿Por qué hacía tanto frío? ¿Acaso las doncellas habían abierto las ventanas de mi cuarto mientras que yo estaba en el servicio? No podía saberlo, todo estaba moviéndose y girando, era incapaz de fijar la mirada en ningún punto concreto, no podía hacer más que girar con la mansión, seguir su ritmo. Dar vueltas, girar una vez, otra más, girar de nuevo… Todas las veces que necesitase para sumarme a aquel baile aleatorio que corría el riesgo de hacernos chocar a mí y a uno de los contundentes muebles que también cambiaban de posición, como si el suelo ardiese bajo sus bases y sólo la brisa del movimiento les aliviase.

Incluso el piano, tímido y callado como se había vuelto desde el día del accidente, golpeaba violentamente todas sus cuerdas cuando trataba de sujetarme a él para detener aquel inusual baile. Era como si el objeto más sagrado de la mansión, el único que verdaderamente conservaba, y de forma nítida, el recuerdo de su único y verdadero dueño, intentase decirme que me fuese. No era bien recibido allí, ni siquiera podía seguir la danza abstracta de la habitación del señorito, me encontraba mal entre todo aquel caos de cosas que, aunque me esforzase en engañarme a mí mismo, sabía que no eran mías.

Pero después de todo lo que había hecho, de todo lo que había conseguido, no podía dejar que fuese a ser aquel cúmulo de materia inerte lo que me expulsase de la vida, de aquella vida que debía de mantener por el bien de demasiada gente como para siquiera dudar entre si abandonarla o no.

Presioné las teclas del piano, esta vez de forma violenta y sin buscar ningún tipo de ayuda en él. Estaba cansado de que aquel instrumento fuese el único que se resistiese al cambio, el único que no me reconociese a mí como su verdadero y legítimo dueño. Visto y no visto, Pentagrama, Virtuoso, todos ellos… Todos finalmente se habían dejado vencer por la nueva era, por la nueva vida. Todos ellos habían sido dominados y ejecutados a la perfección ante todos aquellos que, como debe ser, creen fielmente en mí. Riccardo Di rigo.

Pero aquel piano… Aquel objeto… Era el único que no se había dejado domar por la situación y, pese a todo, pese a saber que no volvería a ser acariciado por sus manos nunca más, se mantenía fiel a su señor.

—    ¿Sabes cuánto te odio? ¡¿Lo sabes?! ¡Maldito trasto inmundo!—. Le grité.

Las baldosas, el banquillo del instrumento, todos cuantos podían trataban de seguir moviéndose pese a todo. Querían alejarnos al uno del otro para que nuestra disputa no llegase a decisiones drásticas. Querían echarme de la habitación, después del piso superior, del inferior… Y finalmente de la mansión. Todos ellos… ¡Todos querían sacarme de allí! Y aquel maldito piano era el que controlaba el movimiento de la mansión, no se lo permitiría por más tiempo. ¡Tenía que sucumbir! ¡Tenía que ser mí piano! ¡Yo era Riccardo Di rigo!

Presioné las teclas nuevamente, haciendo que a cada golpe que recibía, el piano me gritase tratando de alejarme y de demostrarme que él era el único de aquellos objetos, de valor inalcanzable para mí, que podía responderme. Que no se quedaba callado ni se dejaba dominar, que a cada golpe que le daba para castigarlo por su desobediencia, él respondía. Una y otra vez, nunca se callaba y de él nunca salía nada hermoso. No podíamos hacer otra cosa que discutir y daba igual a qué intensidad. Él siempre respondía con la misma fuerza con la que yo le retaba, si yo aumentaba la intensidad de mis golpes, él gritaba con mayor furor. Así era como aquellas malditas paredes retumbaban dándole la razón, ellas y todo cuanto había en aquella habitación.

—    ¡Cállate! Te odio… ¡Te odio!—. Rugí presionando las teclas con toda la fuerza que me fue posible, haciendo que por poco las quejas del instrumento no me reventasen los oídos, pero siempre terminaba por callarse, sólo tenía que aguardar un poco y progresivamente se iría callando.— ¿Por qué? ¡¿Por qué no puedes aceptarlo como los demás y simplemente hacérmelo todo más fácil?! Una canción… ¡Sólo necesito una canción! ¡Sólo una puñetera canción, joder!

—    ¿Señorito?

En el momento en el que la voz de la doncella se filtró desde el otro lado de la puerta, todos los objetos, la habitación… La casa en general detuvo su movimiento, volviendo todo a colocarse donde se suponía que debía de estar colocado a una velocidad apabullante, como si nada de lo que en aquella habitación había ocurrido, como si todos aquellos giros y movimientos no hubiesen sido… Reales.

No, obviamente no lo habían sido, todo había ocurrido dentro de mi cabeza producto de la bajada de temperatura y los constantes mareos que llevaban sacudiendo a mi cuerpo desde aquel día en el cementerio, desde que había discutido con Aitor y este me había obligado a entreabrir los ojos. Sabía y entendía lo que él sentía, pero me negaba a aceptarlo y aquella conmoción hacía que fuese mi cuerpo el único perjudicado, fallándome constantemente como castigo por mis inseguridades y obligándome a tener que esforzarme por, literalmente, mantenerme en pie.

Si quería ser Riccardo, y hacerlo bien, debía de continuar luchando contra los tantos elementos que a diario trataban de desequilibrarme. Pero si quería volver a ser Gabriel, algo totalmente ilógico e imposible, entonces sólo tendría que dejarme guiar por aquel dolor insoportable que día sí y día también trataba de expulsarme de la mansión, no queriendo que ensuciase todavía más la memoria del que había sido mi mejor amigo y maestro.

La decisión era prácticamente mía. Y desde luego, hacía mucho tiempo que la había tomado, porque… Pasase lo que pasase, me mantendría en pie. Riccardo se mantendría en pie y aquella mansión, tarde o temprano, terminaría por ser y sentirse como mi verdadero hogar y mi verdadera propiedad.

—    ¿Sí?—. Murmuré mientras me sentaba una vez más en el banquillo del piano para poder descansar e intentar que aquel insoportable dolor de cabeza, que hacía que me sintiese como si el cerebro me diese vueltas, se fuese calmando poco a poco ahora que todo se había detenido y el único que continuaba moviéndose pese a estar físicamente quieto era yo.

—    El señorito Sherwind ha venido a visitarle.

—    Que pase.

Mi habitación abrió sus puertas para recibir al que, desde hacía casi un año, era el capitán del Raimon. Había insistido mucho en hablar conmigo y, aunque había logrado mantenerlo alejado de la mansión y de mí durante casi un mes, finalmente me había quedado sin excusas para impedirle el tener esa conversación de “amigo a amigo” que tantas veces me había estado recordando que quería mantener conmigo, aún pese a saber que yo no era muy partidario de hacerlo. Pero como siempre, Arion se había terminado por salir con la suya, poco o nada le había importado el que le hubiese dicho que necesitaba pensar por mí mismo, él tenía e iba a darme su ayuda se la pidiese o no.

—    Anne, por favor. Tráeme cuando puedas un paracetamol—. Suspiré mientras que hacía grandes esfuerzos, que como podía trataba de disimular, para levantarme y educadamente sentarme junto a Arion en los sofás. Rezando por no perder el equilibrio debido a la ligera sensación de mareo que todavía me acompañaba.

—    ¿Vuelve a encontrarse indispuesto, señorito? ¿Quiere una comida especial para este mediodía?

—    Una sopa me vendría bien, gracias. Todavía tengo el estómago revuelto.

—    Muy bien, señorito. Enseguida le traigo la medicación, ¿ha vuelto a vomitar?

—    Sí, pero estoy bien, de verdad.

—    Como usted diga, enseguida vuelvo.

La doncella desapareció tras el umbral de la puerta, no sin antes hacer una reverencia en mi dirección a modo de petición de permiso para retirarse. Advertí como Arion, mantenía la vista fija en mí y la paseaba por mi cuerpo de forma totalmente indiscreta como si esperase encontrar una pantallita que pusiese: “En mal estado” para asegurarse de que lo que había dicho acerca de mi indisposición era cierto y no otra mera excusa para echarlo de mi casa y evitar mantener aquella conversación que tanto parecía importarle tener.

“Acabemos con esto cuanto antes…”

—    ¿Te encuentras mal?—. Preguntó mientras que continuaba con su mirada fija en mí al tiempo que me sentaba en mi butaca, al lado del sofá en el que él estaba sentado pero de forma mucho más privada al ser esta individual.

—    Unos pequeños mareos… No sé por qué, pero estoy bien—. Mentí, pues obviamente sabía cuando el estrés y la ansiedad me superaban. Y mi situación era muy estresante, especialmente desde mi encuentro con Aitor en el cementerio. Apenas me había vuelto a dirigir la palabra desde ese entonces y eso, por alguna razón, me había perturbado más de lo que habría imaginado.

—    ¿Seguro?

—    Sí, de verdad. Estoy perfectamente. ¿Qué era lo que me querías contar?

—    ¿Eh?—. Mi pregunta pareció pillarle completamente desprevenido, como si no supiese que aquel encuentro no era una simple quedada entre amigos y no se hubiese esperado que tendría que prepararse el tema de conversación antes de arribar a la mansión. Arion podía llegar a ser verdaderamente desesperante cuando se lo proponía.

—    Dijiste que querías decirme algo.

—    Ah… Bueno, no quería empezar con ese tema tan rápido. Había pensado en que primero charlásemos un poco sobre el equipo y esas cosas. Ya sabes, para que no fuese tan… Violento todo.

—    ¿Qué era lo que me querías contar?—. Repetí comenzando a perder la paciencia, algo que desde que había dejado de ser Gabriel me escaseaba.

—    Es sobre Gabi… Y Aitor. Me he enterado de lo que os pasó hace unas semanas en el cementerio.

Encontrarme aquellos dos nombres en la misma frase de nuevo hizo que algo en mi cuerpo fallase una vez más, concretamente que una sacudida hiciese que, de forma involuntaria, mi espina dorsal se agitase.

No me gustaba, no me gustaba seguir escuchando el nombre de Gabi y mucho menos si había una y que lo uniese al de Aitor. Aquella unión había dejado demasiadas cosas pendientes en las que no quería pensar, como en que no me había despedido de él, como en que nuestra última conversación fue tan corriente e insignificante que ni siquiera podía recordarla con claridad, o como que… Aitor me había dicho que tenía que contarme algo importante cuando anunciasen a los que viajarían a la época de Juana de Arco, justo en ese momento pues sería uno de gran caos en el que cada uno estaría más pendiente de sí mismo y de su destino que de que Aitor y yo saliésemos afuera para hablar en privado. Pero, obviamente, aquella mañana fue la del accidente y por lo tanto Gabi nunca llegó a escuchar lo que Aitor tenía que decirle. Y no había ya oportunidad de ello, porque yo no soy Gabriel.

De hecho… Ni siquiera sé por qué he vuelto a hablar de Gabi en primera persona. Ha pasado demasiado tiempo como para volver sobre mis pasos. No había tiempo para inseguridades, todavía tenía muchos aspectos que tratar como Riccardo para volver a ser el de siempre.

—    Eso fue un malentendido entre Aitor y yo, ya está. No es motivo de disputa—. Sentencié.

Arion negó enérgicamente con la cabeza, como si fuese yo el que no estaba entendiendo las cosas, aunque seguramente lo que le ocurría era que su personalidad forjada desde su niñez sobre los pilares que la canción “Hakuna matata” le había otorgado, le impedía ser capaz de aceptar que no todos teníamos que llevarnos bien, ni que ser amigos del alma. Y en mi caso, donde mejor estaba era donde Aitor estuviese lejos. No tenía nada en su contra, pero seguir junto a él debilitaba mi confianza en mi decisión y no quería que eso fuese un problema. No podía verle sufrir a cada rato porque hasta el aire le recordase a Gabi, porque me hería a mí mismo el no poder decirle: “Tranquilo, él está bien”.

Gabi está muerto… Y los muertos no resucitan. Aunque en este caso esté en mi poder, no lo hacen y ya está.

—    No hemos querido presionarte, pero ya han pasado casi tres meses desde el accidente y sigues sin pasar página, Riccardo. Desde que has vuelto te has estado comportando… De una forma en la que tú no eres.  No puedo decirte que te entiendo, porque sería mentira. Pero lo que sí sé es que este no es Riccardo Di rigo, mi amigo.

—    Quizás sea porque antes ningún amigo había fallecido sobre mí. ¿No crees?

—    Sí, Riccardo. Pero tienes que avanzar y dejar que los demás avancemos. No puedes seguir obsesionado con la defensa, entiendo que desde que Gabi no está puedes sentir que ya no hay eje en la defensa y que es mucho más débil. Pero te aseguro que eso es sólo tu percepción, tanto Wanli como Aitor siguen jugando como siempre.

—    ¡Eso no es verdad!—. Ladré.

Eso no podía discutírmelo, conocía a mis compañeros defensas y sus capacidades incluso mejor que las mías. Wanli se había relajado y JP aún tenía que subir mucho el nivel para poder volver a estar a la altura que se espera de un defensa que piensa enfrentarse al equipo de Beta. Pero, desde luego, si a alguien conocía tanto o incluso más que al propio Riccardo ese era a Aitor. Y ni de lejos estaba dando todo lo que podía dar, por lo tanto, teníamos una defensa débil en las bandas y un agujero enorme en la defensa central.

No es que Aitor nos estuviese gastando una de sus bromas o aprovechando la situación para vaguear. Aitor había perdido gran parte de su capacidad y volvía a jugar como lo hacía cuando llegó, solo que esta vez nada de lo que hacía mal era a propósito. Realmente parecía que no… Que no podía más. Parecía que le costaba moverse, que se olvidaba de que tenía una supertécnica, que había perdido parte de su confianza como defensa y a veces, antes incluso de que los delanteros llegasen hasta él, Aitor apremiaba al portero para que se preparase, siendo conocedor de que no podría pararles por sí mismo.

Era un fantasma de lo que había sido. Aitor también había desaparecido, nadie más que yo había sido capaz de percibirlo de forma tan nítida, pero el verdadero Aitor había vuelto a ocultarse dentro de una de sus tantas corazas. Solo que esta vez alternaba sus escasos momentos de forzada felicidad con su lado más depresivo. No me gustaba, pero mucho menos me tranquilizaba ¡Y NADIE MÁS ESTABA SIENDO CONSCIENTE DE LO QUE LE OCURRÍA!

No sería propio de Riccardo advertir tales detalles en alguien que supuestamente no conoce, por lo que no podía hacer más que meterle caña y tratar de despertarlo… No podía ayudarle más aunque quisiese… Porque sólo Gabi podría ayudarle y Gabi no estaba.

—    Bueno… Se están recuperando—. Se corrigió Arion viéndose, por primera vez en tres largos meses, entre la espada y la pared.

—    No, Arion. La defensa no está bien y lo sabes, así es imposible enfrentarse a Beta y ganar. Les estamos invitando amablemente a tirar a puerta.

—    Hablaremos de ello en la próxima reunión del club—. Murmuró Arion para salir del paso.— Ahora lo importante eres tú. Quiero que me cuentes todo lo que pasa por tu cabeza, que te desahogues, quiero que te quedes a gusto. Víctor, Samguk y yo hemos notado que hay algo en ti que… Que no va bien. Y Aitor también me lo ha comentado. ¿Por qué hablas de Gabi así? Era tu mejor amigo y lo querías muchísimo, eso lo noté desde que os conocí cuando Víctor apareció por primera vez en el Raimon y si ibais en la limusina de camino al Raimon la mañana del accidente… Intuyo que todo iba bien entre vosotros. ¿Discutisteis en la limusina y tratas de tapar el dolor con odio?

—    ¿Qué? Yo no discutí con Gabi.

—    ¿Entonces qué ha pasado? ¿Por qué de repente hablas de él como si hubiese sido una carga?

—    Porque lo fue.

—    No.

—    Sí.

—    No.

—    Que sí.

—    Te digo que no, Riccardo. Gabi era el eje de la defensa por algo, tenía una técnica increíble y era capaz de analizar el ataque rival y saber dirigir a la defensa de la mejor de las formas para bloquearlo.

“Cállate, no digas eso”

—    Arion… Gabriel no tenía espíritu guerrero.

—    Ni Samguk, ni Michael, ni Wanli, ni Aitor… ¿Y eso los hace menos aptos para jugar al fútbol?

—    No, claro que no. Pero es que Gabi no…

—    ¿Gabi no qué?

—    Ni siquiera podría formar parte del equipo definitivo. No tenía la suficiente capacidad como para ser un buen contenedor y hacer miximax.

—    Tu tampoco lo fuiste, Riccardo. Te costó y mucho poder hacer miximax con Nobunaga.

—    ¿Sí?—. Musité para mí mismo realmente, pero por desgracia lo suficientemente alto como para que Arion fuese capaz de escucharme.

—    ¿Cómo que sí?—. Preguntó abriendo los ojos como si mi piel acabase de empezar a mutar de color y no fuese capaz de creer lo que sus ojos le mostraban.— ¿Es que no te acuerdas?

—    Bueno… Los médicos dicen que sufriré algo de amnesia durante un tiempo. Me di un golpe en la cabeza durante el accidente y tengo pocos recuerdos acerca de lo que pasó a partir de que regresases al Raimon—. Mentí, sintiéndome acorralado por primera vez desde que la farsa había comenzado.

Sentí cómo mis manos comenzaban a sudar al tiempo que mi mirada se quedaba fija en la de Arion, no porque quisiese mantenerla fija, sino porque me había petrificado. Deslicé las palmas de mis manos sobre mis pantalones tratando de calmarme y de secarlas a su vez. Por primera vez había cometido un desliz me había visto obligado a recurrir a la excusa de la amnesia, me sentía completamente estúpido, en especial porque la última conversación que había mantenido con Riccardo había sido acerca del miximax y de cómo se había sentido al hacerlo… ¿Era tan inútil que ni siquiera había sido capaz de escucharle en sus últimos minutos de vida?

En cualquier caso, a Arion no le pasó desapercibido aquel gesto y, cuando quise darme cuenta, lo tenía literalmente encima, abrazándome pese a que yo seguía sentado en mi butaca con el cuerpo completamente rígido ante el pavor que me había infundido la sola idea de que hubiese metido la pata hasta el fondo, de que no se creyese mi excusa y saliese corriendo de la mansión pensando cualquier cosa. Pero era Arion, no le había conocido tanto como Riccardo, pero sé que no lo haría.

Desde aquel episodio en el cementerio mis ideas claras se habían venido abajo y mis dos identidades volvían a luchar entre ellas una vez más. Sabía qué era lo correcto y lo que todos querían. Pero el ser testigo de cómo el fantasma de Gabriel todavía se paseaba entre los miembros del Raimon deprimiéndolos y debilitándolos, traía de vuelta ese encerrado recuerdo de mi yo del pasado y la pregunta de: ¿Y si necesitan a Gabi?

Pero no, definitivamente nadie necesita a Gabi de vuelta. Porque Riccardo es perfecto y sería una pérdida demasiado importante para todos ellos, puede que todavía mantuviesen fresco el recuerdo de Gabriel, pero estaba seguro de que tarde o temprano agradecerían el que fuese Riccardo el que siguiese entre ellos. Después de todo, con el Virtuoso y mi capacidad para crear estrategias, aunque fuesen mayoritariamente defensivas, sentía que más o menos podría sacar al equipo a flote como “El virtuoso”

—    Tranquilo, Riccardo. Te vamos a ayudar, ¿de acuerdo? Para eso estamos los amigos y los compañeros. Debiste de haberlo dicho, eso explica muchas cosas. Pero por favor, Riccardo… Deja de presionar a Aitor. No ha querido decírselo a nadie más que a mí ya que soy el capitán. Pero Aitor está yendo a terapia desde la semana del accidente.

“¿Cómo?”

—    Prométeme que no se lo contarás a nadie, pero… Aitor estaba muy enamorado de Gabriel, no ha sabido llevar la pérdida y por eso… psicóloga… desde… llora… depresión…

Arion seguía hablando pero mis oídos habían dejado de escucharle, intentando procesar la información que acababan de recibir de modo que tuviese algo de sentido para mi cerebro.

“¿A Aitor le gustaba yo? Imposible… ¿Q-Qué…? ¡IMPOSIBLE!”


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).