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Two faces por Love_Triangle

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Las rosas blancas que le había llevado a Riccardo se habían convertido ya en cadáveres florales que, secos y amarillentos, eran retirados con suma delicadeza por mis compañeros de equipo del interior del mausoleo. Ante mi atenta mirada Samguk introdujo la llave, que yo mismo le había entregado, en la cerradura de la reja de hierro cuya función era ser una barrera para todo aquel que sin permiso tratase de entrar en el mausoleo y, a su vez, una puerta que únicamente le permitiese el paso a los regalos que sus visitantes le llevaban al virtuoso que allí yacía. Bueno, a Gabi realmente, pero por respeto al que había sido mi mayor ídolo únicamente me permitía el ser consciente de la realidad cuando me encontraba en el cementerio. Aquel era nuestro único punto de encuentro y el único lugar donde él esperaba la visita de su Gabi García, ya que él no había formado parte de toda aquella farsa ni la había aprobado, sería injusto por mi parte hacerle participar en ella de forma forzosa.

Mientras todos y cada uno de los miembros del Raimon iban entrando poco a poco en el mausoleo para depositar sus respectivos ramos y regalos sobre la tumba, yo me quedaba atrás más pendiente del cielo que de la cripta. Mirando a Riccardo a los que creía sus ojos y traduciéndole todas y cada una de las palabras de sus antiguos amigos y compañeros para que estas fuesen recibidas por él como si realmente se las dijesen al virtuoso y no a mí.

Me entristecía que no recibiese todos los regalos que recibiría si los allí presentes supiesen que era él el que allí yacía, me dolía de verdad, por eso iba todas las semanas a visitarle, varias veces. Le llevaba flores, entraba en la cripta para hablarle aunque seguramente odiase escuchar su propia voz y verse a sí mismo todavía caminando por el mundo mortal. De hecho, como compensación solía llevarle antiguas fotos de mi álbum personal en las que ambos salíamos juntos disfrutando de nuestra profunda amistad, pues, pese a sus altibajos, eso era. Una gran, bonita y duradera amistad que, por lo menos por mí parte, seguía viva pese a que él no se encontrase físicamente allí.

Sino no le hablaría por las noches, no le llevaría tantos regalos, no le visitaría tan a menudo, ni pensaría en él ni en cómo haría las cosas a cada segundo que pasaba en una vida que, por una razón u otra, cada vez sentía menos mía. Realmente no sabía qué pensar, aunque muy al fondo era consciente que sí que lo sabía. Sino, no me habría descubierto a mí mismo pidiéndole perdón a Riccardo mentalmente cada mañana, antes de levantarme y llevar a cabo un nuevo día lleno de mentiras que debían, pasase lo que pasase, ser la realidad de todos los demás.

Sentir la mano de Samguk apoyarse sobre mi hombro hizo que mi comunicación con Riccardo se cortase y me viese obligado a regresar de forma mental también al mundo terrenal. En el cual tanto entrenadores como gerentes y compañeros habían terminado de entregar sus respectivos regalos y habían salido del mausoleo para dejarme entrar solo y reencontrarme con mi mejor amigo en privado y sin presiones.

—    ¿Es mi turno?—. Sonreí ya acostumbrado al cariño con el que todos me envolvían cada vez que pisábamos el cementerio o que el nombre de Gabriel era mencionado.

—    Sí, te esperamos por los alrededores. Tómate todo el tiempo que necesites.

—    Gracias, Samguk. Chicos…

Acomodé los pétalos de las Orquídeas paloma que conformaban el ramo que esta vez había seleccionado, antes de adentrarme en el interior del mausoleo y, dejándome guiar por los vivos colores de los distintos ramos de flores y demás regalos, además de por la humedad que cubría las paredes del lugar, avancé hasta la tumba en la cual se encontraba el cuerpo de mi amigo. Bueno, al menos la mayor parte de él, pues yo había conservado sus cuerdas vocales después de todo.

—    Hola…—. Murmuré tras asegurarme de que nadie más nos escuchaba.

Aparté algunos de los ramos que habían dejado sobre la lápida para poder verla con claridad, ponía mi nombre, pero tampoco es que quisiera verla por lo que ponía, sino por lo que había justo debajo de ella.

Dejé mi ramo de orquídeas paloma con cuidado en lo alto de la lápida para después proceder a limpiarla con el mismo cariño y esmero con el que me había molestado en ayudar a diseñar el propio mausoleo. No había cosa que más desease en aquella vida que, si era cierto aquello de que los que se han ido pueden observarnos, se sintiese cómodo y que entendiese que todo aquello no lo había hecho por su dinero, ni por traicionarle, ni por nada de eso. Yo le seguía queriendo como si siguiese a mi lado, seguía reproduciendo sus maquetas mientras que me sentaba en el sofá frente al piano a tomar té, con los ojos cerrados para poder imaginar que el que tocaba no era una vieja grabación, sino mi amigo, sentado al piano como siempre y enseñándome las melodías que él mismo había compuesto. Melodías que no podía hacer más que repetir debido a que su compositor no volvería a hacer otra.

Soñaba con abrir los ojos cuando me hubiese bebido la última gota de té y que él estuviese allí sentado, con los ojos todavía cerrados, y completamente enfrascado en su música. Entonces yo me levantaría sigilosamente y me acercaría al instrumento para apreciar mejor su rostro de concentración. Riccardo terminaría la pieza y, al abrir los ojos, completamente anonadado de verme observándole, me preguntaría: “¿Me he ido por mucho tiempo?” a lo que yo, con una sonrisa traviesa que me delataría, le contestaría: “Llevo media hora hablando solo, debería de darte vergüenza, Di rigo”, broma que se sucedería por las risas contenidas de ambos y, esta vez sí, mi amigo me acompañaría hasta el sofá y pasaríamos el resto de la tarde charlando acerca de temas triviales que nos mantendrían ocupados hasta que una de las doncellas viniera a avisarnos de que se hacía tarde y debería de regresar a casa.

Sentí cómo una lágrima se deslizaba por mi mejilla ante el simple recuerdo de momentos felices y fáciles para ambos. En los que no había mentiras ni suplantaciones y cada uno de nosotros era único y, en su caso, especial. Yo siempre había sido único, pero nunca de la misma manera en la que él lo era. Ojalá lo hubiese sido…

—    Esta vez sí que te has ido por mucho tiempo…

Me quebré recordando una vez más, como cada noche desde hacía prácticamente un año, las últimas palabras que me había dedicado antes de morir, su última mirada. Era doloroso pero al mismo tiempo hermoso saber que él seguía existiendo en mis recuerdos, en los míos y en los de todos. Aunque claramente los demás podrían seguir forjando nuevos recuerdos con Riccardo Di rigo, pero todos sabíamos que no serían tan especiales ni auténticos como lo serían los previos al accidente. Por una razón tan sencilla como que la copia nunca era mejor que lo original, precisamente porque era una copia.

Leí por encima las tarjetas que decoraban los regalos que nuestros compañeros me habían hecho. “Feliz cumpleaños, Gabi”, “Felicidades, campeón”, “¡Felices quince! Ahora eres la niebla”, “Felicidades”, “Feliz cumpleaños”…

—    Siento que te hayamos molestado por esta tontería, pero… Me hacía ilusión celebrar mi cumpleaños ya no oficial contigo. Me temo que por mucho que me haya cambiado por ti, mi cumpleaños seguirá siendo mi cumpleaños.

Silencio, obviamente. Pero por lo menos no escuchaba ruido que pudiese perpetrar la paz de aquel lugar tan especial en el que podía hablar con Riccardo como si siguiese vivo.

—    ¿Quieres que te lea una de mis cartas?—. Susurré mientras me acercaba a uno de los rincones del mausoleo y, tras levantar la piedra bajo las que las ocultaba, saqué un pequeño montón de cartas que, gracias a un trozo de impermeable en el que las había envuelto, no habían sido arruinadas por la humedad—. Nadie las ha movido de donde las dejé, eso es bueno. Si tus padres se enterasen de que dejo pruebas así de lo que he hecho en un sitio tan obvio, rodarían cabezas.

Extraje el gran bloque de cartas del impermeable y comencé a leer las fechas por encima, tratando de recordar lo que ponía en cada una de ellas y por lo tanto localizar la que más le habría podido gustar de estar físicamente a mi lado, escuchando con cuidado y atención todo aquello que quisiese compartir con él.

—    Te leeré la que te escribí en fin de año. Por navidad vine mucho a verte y gracias a las vacaciones fue cuando más tiempo tuve de escribirte.

Extraje con cuidado el folio que yacía cuidadosamente doblado en el interior del sobre cuyo reverso ponía: 31/12/2017. No sin antes asegurarme, una vez más, de que nadie se acercaba al mausoleo o rondaba por los alrededores. En cualquier caso, estaba completamente seguro de que nadie perturbaría aquel momento que se había convertido casi en un acto sagrado dentro del equipo del Raimon. Nadie molestaba a Gabi y Riccardo cuando hablaban sino quería ser víctima de uno de los muchos sermones de: “No pasa nada, pero no deberías de haberlo hecho” de Arion.

Una vez habiéndome asegurado de que nadie me interrumpiría ni escucharía, comencé, entre susurros, mi lectura.

31/12/2017:

Riccardo, es la primera vez que paso un fin de año en tu casa. Cuando nos reuníamos tras las campanadas nunca me contabas que tu familia no celebraba el fin de año. Ha sido extraño para mí el tener que pedirle a una de las cocineras que me preparase un cuenco con uvas para mí solo. Aunque creo más extraño todavía ha sido para ella el que se lo pidiese, temo haber metido la pata estrepitosamente, pero lo he tratado de arreglar diciendo que a Gabi le encantaban todas las tradiciones navideñas y que quería hacerlo en su honor. Creo que eso la calmó.

Lo siento, imagino que no te debe de gustar que te cuente este tipo de cosas, pero de veras que necesito hablar con alguien de estas cosas o me volveré loco. Es todo tan raro y a la vez maravilloso desde que vivo en la mansión, no sabía que teníais tantas manías extrañas.

Bueno, ahora mismo son las dos de la mañana. Encendí el televisor poco antes de las doce para asegurarme de que no me perdía las campanadas. Por si te lo preguntas… No, no me las acabé. Como siempre empecé dispuesto a hacerlo, recuerdo que el único año que lo conseguí fue porque me las tragué sin masticarlas siquiera, pero resulta que el truco de morder una vez y tragar rápido para poder al menos saborearlas este año, por poco no me mata. En serio… He vuelto a acabar con cinco uvas en la boca y siendo incapaz de seguir el ritmo, encima me dio un ataque de tos violento porque un poco de zumo se me fue por donde no debía y en fin… Un desastre, para resumir. Al final va a ser tradición el disfrutar la mitad de las uvas porque las campanadas terminaron antes de que me diese tiempo a comerlas.

Bueno, por lo menos tengo el consuelo de que no he pasado el último día del año solo. Le he permitido a Libretto y Cleff pasar la noche conmigo, tus gatitos son muy inteligentes y nunca te sustituirán, menos todavía te confundirán conmigo. Pero me alegro de que me tengan el suficiente cariño como para quedarse a mi lado durante tantas horas tranquilamente. Excepto cuando empecé a toser, entonces Libretto salió corriendo de mi regazo. Si fuese humano te juro que habría pensado que lo que pretendía era que no le vomitase encima.

Ahora mismo está dormido boca arriba en tu cama, estoy haciendo el tiempo para no despertarlo. Me da mucha pena el pobre. Cleff está jugando con las plumas del boli con el que estoy escribiendo, así que si esta carta tiene líneas extrañas y mala letra no es que yo no sepa escribir como un estudiante de instituto, es que Cleff te dice hola.

No sé dónde estás, pero espero que al menos estés bien, me ha dado un bajón cuando me descubrí a mí mismo poniéndome la chaqueta para salir y reunirme… Contigo, claro ¿Con quién me iba a reunir yo sino a las doce de la noche de un día tan señalado? Es cierto que podría haber quedado con Arion y Víctor, pero sinceramente no me apetece. Además, ellos son tus amigos, imagino que yo no sería más que un fantasma que va junto a ellos de haberlo hecho.

Pero no me importa, así está bien. Me gusta quedarme en casa si no puedo quedar contigo para celebrar el nuevo año. Hay mucha gente que me diría que tengo que pasar página y hacer nuevas amistades, que no puedo estancarme en tu recuerdo. Pero yo no creo que lo esté haciendo, simplemente quiero mantener algo tan especial como lo era quedar contigo tras las campanadas, nada más. No es como si estuviese llorando a mares ahora mismo.

Sólo uso la mano con la que no estoy escribiendo para secarme las lágrimas y que no mojen el papel. Quizás sí que me estoy atascando en ti… Todos me lo dicen, incluso sin saber lo que realmente pasa.

Me acabo de fijar en que he sonado un poco bipolar, pero es que he tenido que detenerme para llorar a gusto y calmarme antes de continuar. Ya son las cuatro de la mañana, Cleff y Libretto están durmiendo en su cama. La he colocado al lado de la tuya, serán los únicos con los que celebre el año nuevo.

Bueno, me estoy quedando dormido encima del escritorio, creo que es hora de que tanto esta carta como yo nos vayamos al sobre.

Te quiero mucho y muchas gracias por lo que hiciste por mí aunque no me lo merecía.

Buenas noches y feliz año nuevo, Riccardo.

Un abrazo.

Gabi.

Termino de leer con los ojos envueltos en lágrimas y, tratando por todos los medios de no humedecer la carta, la devuelvo a su sobre y posteriormente a todas a ellas a su rincón oculto, justo antes de inclinarme sobre mi propia lápida y besar su mármol como si hubiese sido la fría e inerte frente de mi amigo. Siento que algo se ha roto, como si el leve murmullo que mis labios levantaron al besarla hubiese hecho que algo en el interior de la tumba se hubiese quebrado. Quizás fuese Riccardo que, desde donde fuese que estuviese, no soportaba seguir viendo cómo vivía su vida, quizás me odiase por lo que hice y ya no quisiera que le visitase, pues él entregó su vida para salvar la mía. Es decir, la de Gabi, no la de Riccardo.

—    Lo siento mucho, vir…

—    ¿Riccardo?

La voz de Arion retumbando por las paredes de cemento del mausoleo rompió toda la armonía del momento, obligándome a pese encontrarme allí, junto a mi mejor amigo, tener que volver a interpretar el papel que debía de mantener. Aunque Riccardo se retorciese en su tumba de sólo sentirlo.

—    ¿Q-Qué?—. Murmuré con la voz todavía quebrada.

—    ¿Has terminado?

“No, lárgate. Déjame tranquilo al menos en el cementerio, por favor”

—    Sí, ¿por qué?— Mentí.

—    Es que hay alguien que quiere dejarle su regalo a Gabi.

Con todo el hastío que pude sentir, me puse en pie para poder cederle, a quien fuese que no había dejado su regalo como los demás, mi lugar en el mausoleo. No soportaba que me interrumpiesen cuando hablaba con Riccardo, no había cosa que más odiase que tener que ser él delante de su tumba, era una completa falta de respeto que no me gustaba cometer, pero que en este caso Arion me había obligado a hacerlo.

Observé cómo con el corazón encogido y con su mano fuertemente agarrada a la de Arion, Aitor entraba acompañado por el capitán a la tumba donde supuestamente descansaba Gabriel García. Caminaba de forma tosca y pesada detrás de Arion, el cual tenía que esforzarse por tirar de él y obligarle a andar, como si de un anciano de avanzada edad que no podía moverse con agilidad se tratase. Aunque sabía que lo que realmente le pasaba no era eso, sino que era incapaz de soportar el dolor que suponía para él entrar por primera vez en el interior del mausoleo en vez de quedarse sentado en los escalones de la entrada.

Lo sabía por la forma en la que bajaba la cabeza y concentraba su mirada en los cordones de sus botas negándose a ver lo que había a su alrededor, así como también había advertido la forma en la que agarraba la mano de Arion y el ramo de flores exóticas que esta vez había seleccionado, como si fuese un niño que para mantenerse en pie necesitase coger a un adulto de la mano. Y eso era exactamente lo que ocurría, que Aitor se había ido convirtiendo poco a poco durante tantos meses en un niño que necesitaba la ayuda y protección de los demás para, aunque fuese de forma metafórica, mantenerse en pie. Sus opciones eran escasas: O cogía la mano de Arion o huía. De hecho, no habíamos contado con él para la visita al cementerio, pues se había escusado diciendo que tenía una cita médica y que se le hacía imposible el asistir. Pero tanto Arion como yo sabíamos la verdad, no se había visto capaz de acudir y, aunque lo había hecho tarde, finalmente había sido capaz de reunir todo el valor que necesitaba para hacerlo.

—    Me alegro de que hayas venido, Gabi está muy contento—. Afirmé, descubriéndome a mí mismo queriendo utilizar el verbo en presente y no en condicional.

Aitor no levantó la mirada de sus botas, en parte porque no quería despegarla de ellas y en parte porque no quería verme ni en pintura, por lo que simplemente asintió como respuesta. Pero no me pasó por inadvertida la ligera bajada de ojos cuando le escuché, como si tratase de huir de mi voz con tan solo bajar más la mirada.

—    ¿Quieres que se las ponga yo?—. Preguntó Arion refiriéndose al ramo de flores que Aitor todavía apretaba.

Una vez más, no obtuvimos otra respuesta que no fuese un leve movimiento de cabeza para decirle que no. Realmente le estaba constando demasiado estar allí, pero era demasiado impresionante la forma en la que lo sobrellevaba. El Aitor que yo conocía habría hecho algo de humor negro para calmar la tensión del ambiente, pero aquel Aitor no lo haría. Es más, casi podía asegurar que saltaría encima de todo aquel que se atreviese a bromear en aquel lugar.

Caminó hasta la tumba y colocó su ramo justo al lado del mío, deteniéndose por primera vez a observar cuanto le rodeaba y, para mi gozo, advertir que aquel ramo de orquídeas no estaba compuesto por las típicas orquídeas que estábamos acostumbrados a ver.

—    Orquídeas paloma, esta vez me lo he currado un poco más.

—    Eso está bien—. Murmuró finalizando aquella fortuita conversación que en ningún momento había pretendido iniciar, pero que yo no quería dejar morir, aunque suene irónico.

—    Tu ramo vuelve a ser de flores extrañas.

—    Hoya carnosa…

—    Parecen estrellitas de gominola.

—    Lo sé—. Sentenció dando, ahora sí, la conversación por finalizada.

Arion me dedicó una mirada cargada de comprensión que parecía decir: “Déjale, ya sabes lo que hay”, al tiempo que Aitor acomodaba su bonito ramo de flores junto a la tarjeta que disimuladamente había introducido dentro. La última vez me había llevado a la mansión su ramo de flores caramelo. Ya que eran para mí, quería que tan hermosas flores decorasen mi habitación y poder verlas cada mañana. No había entendido muy bien el motivo por el cual lo había hecho, pero aquella vez era diferente, aquel precioso ramo llevaba consigo una tarjeta que, de por seguro, leería cuando me encontrase solo.

—    Arion, me vuelvo al orfanato. Gracias por ayudarme—. Murmuró el defensa levantando ligeramente la cabeza y dejando ver las ojeras que decoraban sus ojos. Seguramente tomar la decisión de acudir al cementerio le había costado mucho más de lo que pretendía demostrar, pero en su rostro se encontraban todas las pruebas que necesitaba. Sólo esperaba que Arion se diese cuenta.

—    Gracias por venir, chicos. De verdad… Pero si no os importa, me gustaría seguir hablando con Gabriel un poco más—. Sentencié, advirtiendo como el cuerpo de Aitor se tensaba de rabia a cada palabra que yo pronunciaba y como sus puños se cerraban disimuladamente tratando de contenerse. No porque no quisiese pegarme un puñetazo y gritarme allí mismo, llamarme hipócrita y otros tantos insultos más, sino porque por respeto a Gabi no quería hacerlo allí.

—    Bien, te dejamos entonces—. Concluyó Arion, como siempre, sin haberse dado cuenta de nada.

La cripta volvió a cerrarse tras ellos y aguardé unos segundos para asegurarme de que realmente me habían perdido de vista, antes de que tomar la tarjeta de Aitor y, estaba incluso más interesado en ella de lo que debería. Finalmente, sucumbí ante la tentación y, escondiéndome en un rincón, en caso de que alguien entrase, enterarme de su llegada, abrí el diminuto sobre y me sumergí en su lectura como si de una nueva obra maestra se tratase. Necesitaba saber qué era lo que Aitor quería decirme aún después de muerto. No sabía por qué, pero sí sabía que simplemente lo necesitaba.

Feliz cumpleaños, Gabi.

La psicóloga dice que es bueno que me desahogue y que te escriba, porque al parecer una carta sería una buena forma de despedirme y pasar página. ¿Por qué la gente es tan estúpida? Es absurdo escribirle a un muerto. Pero lo hago porque, aunque parezca una locura, si has leído esto es que estás vivo. Porque por mucho que los demás traten de convencerme de lo contrario, sé que no eres tan malo como para morirte sin haberme dejado decirte lo que quería decirte.

Así que si estás leyendo esto, mándame una señal de que estás vivo… O de que estoy loco. No sé, pero si no vas a volver, despídete de mí al menos. Por favor.


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