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Two faces por Love_Triangle

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Mi cuerpo se movía pese a que yo no terminaba de ser consciente de ello, corría aunque en mi mente todavía estuviese inmóvil en el interior del mausoleo, volaba aunque no tuviese alas. Era algo extraño sentir cómo por primera vez era el viento el que me obligaba a avanzar, como si el suelo hubiese quedado hacía mucho tiempo atrás y la velocidad a la que mi ser había descubierto que podía correr fuese más que suficiente para caminar sobre el aire, para sentir que no era realmente yo el que estaba corriendo, sino que todo era un sueño del que tarde o temprano una de las doncellas me despertaría y me haría volver a la realidad, donde mi cuerpo estaba tumbado sobre las finas y lujosas sábanas de mi cama, sábanas cuya textura se había tenido que colar en mi sueño por fuerza pues, aunque me esforzase en convencerme de lo contrario, aquella textura bajo mis pies no podía ser la del frío, sólido y duro suelo de la calle. Pero, increíblemente, lo cierto es que lo era.

Quizás era una exageración y lo que ocurría no era que estuviese flotando, sino que la adrenalina y la velocidad vertiginosa a la que avanzaba hacían que fuese incapaz de sentir el suelo bajo mis pies. Eso y que Gabriel estaba utilizando toda la energía que como fantasma le quedaba, para escapar de Riccardo aunque tan solo fuese por unos minutos y arrastrarse hasta su meta.

Ser consciente de ello me aterrorizaba al tiempo que me creaba una emoción apenas descriptible, por esa misma razón mi mente se había mantenido sedada desde que había salido de la tumba. Incapaz de pensar en nada más que no fuese: “¡¿QUÉ DEMONIOS ESTÁS HACIENDO?! ¡¿ESTÁS LOCO?!” y dejando que fuese mi cuerpo y mi cuestionable voluntad los que me guiasen, porque si algo daba por seguro era que de encontrarme completamente consciente o de anular la anestesia a la que mi propia mente me sometía, mi cordura me obligaría a dar media vuelta al instante. Me daba terror avanzar, sí, pero mi principal problema era estar simplemente dudando acerca de si quería detenerme o no.

Apenas era capaz de observar cómo mis pies se alternaban uno después de otro y correr de aquella forma hacía que, aquella vez más que nunca, sintiese lo irreal de mi nuevo yo. Como una simple peluca ocultaba los escasos y apenas perceptibles milímetros de cabello rosado que todavía no me había rapado aquella semana, como las lentillas que llevaba puestas para darle más profundidad al marrón de mis ojos... De pronto todo se me hacía demasiado irreal y sentía que quería huir de allí, huir hacia dónde solo Gabi sabía que quería ir.

Pero Riccardo se había acomodado dentro de mi cerebro y, aunque Gabriel nos seguía obligando a correr, podía sentir cómo él e incluso yo mismo tratábamos de despertar a mi mente para que reaccionase. Que reaccionase ante la locura que estaba a punto de cometer y que detuviese todo aquello de inmediato, porque en cuanto lo poco que quedaba ya de Gabi se saliese con la suya… Mis días como Riccardo estarían meticulosamente contados y eso de seguro sería terrible, pero había un mínimo porcentaje que, de forma casi suicida, se preguntaba qué pasaría de cometer aquella locura.

Riccardo y Gabi llevaban mucho tiempo peleándose dentro de mí, se suponía que Gabriel García había fallecido el día del accidente, pero sin realmente pretenderlo lo había mantenido vivo en algún recóndito lugar de mi ser, alimentando su existencia a base de cartas, pensamientos en primera persona, flores y tarjetas que recibía como si fuesen mías y terribles deslices en la personalidad de Riccardo de los cuales todo el mundo se había dado cuenta. Realmente me costaba admitir que Gabi nunca llegó a morir por mucho que me había esforzado en ello. Y ahora, ese pequeño fantasma que hasta el momento no había dado demasiados problemas y nunca había tenido un real interés en salir a la superficie de nuevo, había finalmente vencido a Riccardo y vuelto a tomar el control, aunque ni siquiera él sabría por cuánto tiempo. En aquellos momentos no era Gabi, tampoco Riccardo… Era el lugar que aguardaba a que ambos terminasen su lucha y que uno solo tomase el control de mi vida. Básicamente esperaba a que mis propios impulsos me obligaran a poner punto y final a mis dudas acerca de mi identidad, de mi vida y de mi lugar en el mundo. Sólo quería tenerlo claro de una vez, pero me aterrorizaba que el que ganase aquella disputa no fuese quien debía y que todo se torciese más todavía, si es que eso era de alguna manera posible.

“Gabi está dando otra vez problemas, no vale para nada más que para fastidiarla. Me voy a meter en un lío… ¡¿Por qué no puedo simplemente cumplir con mi palabra y ser Riccardo?!

Todo era una cuenta atrás, una guerra entre mi razón y mi corazón, teniendo en el centro a mi conciencia. Lo que quería y lo que tenía que hacer habían estado separándose poco hasta que, desde hacía escasas semanas, habían dejado de ser la misma cosa y se habían convertido en prácticamente lo opuesto. Sí, todavía pensaba que el equipo necesitaba seguir teniendo a Riccardo a su lado. Esa había sido la principal razón por la que me había convertido en él, para ahorrarles mayores pesares a los demás y que, dentro de lo malo y de mis posibilidades, todos siguiesen lo máximamente felices. Además, el poder de Riccardo en el campo era incomparable al mío, pero por desgracia eso era algo que por mucho que me esforzase en copiar jamás llegaría a tener. “Virtuoso” me valía como ejemplo, había sido capaz de usarlo varias veces durante los entrenamientos e incluso en un partido, pero la diferencia con el del Riccardo era obvia y apabullante, por mucho en que los demás tratasen de justificarlo bajo la escusa de: “Es que todavía no estás bien, pero pronto volverás a ser el mismo de siempre”. Me aterrorizaba pensar en lo que pasaría cuando, pasados los meses e incluso los años, comprueben que mi técnica, mis supertécnicas y mi fuerza no “volvían a ser las mismas”.

Pero todo aquello no tenía sentido si uno solo de ellos, al que más me había unido en vida y al que más aprecio y cariño le tenía guardados concretamente, se estaba rompiendo poco a poco. Aitor había dejado de ser él y nadie más que yo parecía estarse dando cuenta de que no era cuestión de tiempo el que volviese a ser como antes o no, él era un chico cuya vida nunca dejaba de hundirse, un chico que desde niño se había visto obligado a crear sus propios botes salvavidas, los cuales habían sido sus múltiples corazas. Su personalidad despiadada, su personalidad angelical…

Aitor no sabía hacer otra cosa que no fuese huir de sus problemas, no sabía sobrellevarlos por sí mismo y, con todo el dolor y pesar cargados en mi corazón, había estado observando desde hacía meses como una nueva coraza se iba construyendo poco a poco a su alrededor hasta que había llegado un punto en el que, de nuevo, había perdido de vista al verdadero Aitor. Aquel chico depresivo y evasivo no era el de siempre, por mucho que él mismo y los demás se esforzasen en excusarle. El error había sido mío por pensar que Riccardo podría ayudar a todos y cada uno de los compañeros a los que tanto había amado en vida y no pensar ni por un segundo en lo que yo, Gabi García, podría estar empeorando las cosas y que por desgracia lo había hecho mucho más de lo que lo habría hecho si simplemente no hubiese hecho nada.

Me había costado demasiado llegar a comprenderlo, pero finalmente lo había conseguido. Riccardo había sido muy especial y puede que nunca llegue a su altura, pero eso no evitaba que hubiese cosas a las que ni el mismísimo Riccardo Di rigo podía llegar. Y una de ellas era el corazón de todo el mundo.

Todos tenemos algo que sólo nosotros podemos hacer y, en aquel caso, Gabriel era el único que podía abrir la coraza de Aitor para tenderle su mano y volver a sacarlo afuera, mostrarle el mundo desde otra perspectiva y ayudarle a, todo lo lento que necesitase, volver a ser el mismo de siempre. Él era un chico con una personalidad muy marcada, todos cuantos le conocíamos lo sabíamos, pero lo que pocos sabían era que había que estar muy pendiente de él para que esa personalidad tan marcada no se hundiese en sus propias miserias.

Aitor necesitaba a Gabi y, por imposible que pareciera, aquel niño consentido se había vuelo a salir con la suya. Porque por su culpa Gabi había vuelto de entre los muertos y estaba a un paso de ponerle fin a todo por lo que tantos meses, prácticamente un año, se había estado esforzando en conseguir.

“¿De verdad vas a hacerlo? ¿De verdad vas a mandar al traste tanto tiempo de actuación? ¿Tu nueva vida? ¿Qué van a pensar todos si la verdad se llega a descubrir?”

No, no podía simplemente volver a ser Gabi, las cosas no eran tan fáciles. Lo que había hecho no había sido ponerme un cosplay o un disfraz que podría quitarme en cualquier momento o cuando quisiese, eso era lo auténticamente terrorífico de todo aquel asunto. Había suplantado por casi un año la identidad de otra persona y realmente quería seguir haciéndolo, no quería volver a ser el inútil defensa al que nadie echaría de menos como jugador, pero… Me había dado cuenta de que era necesario como persona y de que había alguien en este mundo que no podía conformarse con simplemente llevarme flores a una tumba que ni siquiera era mía, no le servía nada de lo que tradicionalmente se hacía cuando alguien cercano fallecía. Aitor lo tenía claro, sólo se conformaría conmigo y ninguna dosis de tiempo evitaría que aquella ausencia le dejase una gran cicatriz interior. Lo que estaba en mi mano era el decidir si dejaría que esa cicatriz se hiciese cada vez más profunda o, por el contrario, detendría su crecimiento en aquel mismo momento.

Ahora, el único problema que se me presentaba era el de saber si realmente yo quería ponerle punto y final a todo lo que había estado haciendo por tanto tiempo y, de haber estado mentalmente activo, seguramente me habría dado media vuelta y echado a correr antes de timbrar al orfanato en el cual Aitor había decidido pasar las noches de los viernes y sábados. Timbrar… Dios mío, eso desde luego no sería lo que Riccardo haría, pero Gabi lo hizo. Lo hizo y no miró atrás.

“¡¿QUÉ HAS HECHO?!” vociferó mi mente en el momento en el que me abrieron la puerta.

“Vete, di que te has confundido, di cualquier tontería, vete, vete, vete, vete, vete… Por favor… Vuelve a la mansión, Riccardo ¡RICCARDO! ¡¿QUÉ HACES?! No puedes tomar esta decisión así como así ¡Te estás poniendo en peligro a ti mismo y a los Di rigo! ¡RICCARDO!”

—    Buenas tardes, siento molestar, ¿está Aitor?

*****

El cuarto de Aitor llevaba sumido en la penumbra desde hacía tanto tiempo que incluso la señorita Schiller había llegado a perder la cuenta de los días, aunque yo seguramente podría decirle la fecha y el momento exactos y seguramente no me equivocaría.

Tal y como me temía, de puertas para adentro Aitor había estado trabajando duramente para poder crearse un refugio tanto físico como mental que le impidiese caer a lo más profundo del pozo en el cual se había visto introducido a la fuerza. No sólo su comportamiento y su deprimente estado de ánimo habían sido la base de su nueva coraza, sino que aquella habitación era a todas luces, valga la ironía, el templo que representaba su malestar y, al mismo tiempo, la guarida en la que se había refugiado para evadirse de su dolorosa realidad.

Las persianas echadas, el ambiente cargado, la puerta cerrada estuviese dentro o no, los obstáculos en los que de repente se habían convertido los muebles y todo aquello que estuviese en el suelo… Seguramente utilizaba la oscuridad para sedar su mente e impedirse a sí mismo pensar en la realidad que vivía, seguramente le era mucho más fácil concentrarse en hacer un mapa mental de su habitación para evitar chocar contra sus propias cosas que pensar en lo triste que se iba a sentir en cuanto se encontrase una vez más en su habitación y completamente solo. Como también prefería ayudarse de la eterna penumbra para conciliar el sueño más rápidamente y dormirse antes de lo que lo habría hecho en condiciones normales. En cualquier caso, todo cuanto había en aquella habitación parecía ser usado de forma creativa y minuciosa para ayudar a Aitor a desviar su atención hacia otras cosas que no fuesen yo o incluso dormir para, simplemente, dejar de pensar en cualquier cosa. Y eso me hacía entender demasiadas cosas.

—    ¿Vas a entrar o piensas quedarte en la puerta como si fueses imbécil?

—    Pensé que te vendría bien algo de compañía.

—    Ah… Gracias… ¿Y de todas las personas del mundo qué te ha hecho pensar que quiero verte precisamente a ti? Porque si vienes a disculparte por todas las burradas que dijiste puedes coger la puerta por la que has entrado y marcharte, no voy a escucharte.

Muy dentro de mí, Gabi sonreía con ternura al volver a ver ante sus propios ojos cómo Aitor actuaba de la misma forma en la que lo hacía cuando nos conocimos. Quería estar solo, pero una parte de él no tenía ni idea de cómo pedirme que no me marchase, ni de cómo conseguir que me sentase junto a él y comenzase a relatarle viejas historias que casi habían sido cubiertas por el manto del olvido pero que, si hacía el suficiente esfuerzo mental, todavía podía desempolvar y utilizar para deleitarle, pues en aquellos momentos Aitor apenas podía soñar con algo que no fuesen meras historias antiguas en las que Gabi había sido protagonista.

Y no sólo yo lo sabía, todos… En mayor o menor medida, habíamos sido testigos de sus desesperados intentos por conseguir que los que más habíamos conocido y disfrutado de Gabi en vida le contásemos anécdotas, ideas, relatos… Cualquier cosa con la que pudiese llenar aquellos huecos vacíos que había reservado para sus propios recuerdos junto a él. Recuerdos que para su desgracia, ya no podría forjar nunca. O eso se creía él.

Como un niño pequeño que esconde tras de sí un paquete envuelto para su mejor amigo y no puede soportar la angustia que le provocaba el guardar el secreto, sentí como mi mente poco a poco dejaba de luchar contra Riccardo y, olvidando por algunos instantes quien era realmente, se confundía a sí misma exigiéndome que le dijese ya a Aitor la verdad, que le diese la sorpresa que tanto había estado esperando, que le hiciese sonreír. Que dejase de hacerme de rogar y que simplemente lo soltase, que le abrazase, me arrancase la peluca y que le dejase ver lo que en tantos meses no había podido ver. Una realidad que había estado siempre ante sus ojos y que, como si una espesa niebla la cubriese, había sido incapaz de advertir.

Por otro lado, mi cordura me exigía que le diese algún ultimátum del tipo: “Mañana tenemos entrenamiento especial” o algo así y saliese pitando de allí antes de que me metiese en un lío del que sería prácticamente imposible salir, porque jugar a la doble identidad no estaba entre mis planes y, de hecho, era una de las tantas cosas que temía de aquella decisión.

“Yo soy Riccardo Di rigo, pero sólo por hoy… Volveré a ser Gabi para ti. Mañana ya no existiré y tú me seguirás tratando como quien soy, Riccardo… Nadie más”

Al menos eso era lo que me obligaba a repetir una y otra vez en el interior de mi mente, pero, para ser justos… Sabía que en el momento en el que mi secreto se supiese, todo dejaría de ser como lo había sido hasta entonces.

Aitor no me permitiría continuar con aquella farsa por más tiempo, se negaría en rotundo y me obligaría a regresar a mi vida real, fuera de toda esta pantomima que los Di rigo y yo habíamos montado. Me encontraría entre la espada y la pared y Aitor poco más que llamar a la policía tendría que hacer para que todo aquello terminase.

Pero… Si todos estaban ya bien y Aitor necesitaba a Gabi… ¿Qué me ataba ya a Riccardo? Acaso… ¿Acaso no sería lo más lógico dejar a Riccardo descansar de una vez en paz? Mi objetivo se había prácticamente cumplido… Y sólo Gabi podría terminar el trabajo, sólo cuando Aitor volviese a ser él me daría por satisfecho. Pero… ¡NO! ¡¿Qué estoy diciendo?! No debo dejar que ese chico me confunda, Gabi sólo vivirá por un día más y después… Después no sé lo que hará, pero no puede quedarse, eso no haría más que complicar las cosas y ya estaban lo suficientemente complicadas.

—    ¿Hola? Tierra llamando… ¿Me recibe?

Aitor mantenía su misma expresión gélida y desafiante de siempre pese a que en sus ojos se veían claramente reflejadas las pruebas de su dolor y del largo llanto que se había visto obligado a interrumpir en el momento en el cual la señorita Schiller le había anunciado mi visita.

Podía lavarse el rostro, mantener la habitación en penumbra y tratar de que su voz no se quebrase cuando me hablase con su misma lengua afilada de siempre, pero… Yo era quien era y no sería capaz de disimular ante mí esa mirada caída, esa vista cansada, esas ojeras y ese leve enrojecimiento en sus glóbulos oculares que, junto a la hinchazón de sus párpados, pedían auxilio de forma desesperada.

—    ¿Has venido por algo en concreto o sólo a seguir tocándome las narices?

—    He pensado que… Quizás tuvieses tiempo para un viejo amigo—. Murmuré llevándome las manos a la peluca y buscando la mejor forma de quitármela sin demasiado esfuerzo.

—    ¿Cómo?—. Preguntó alzando una ceja de forma desconfiada mientras observaba como, a sus ojos, simplemente me atusaba los rizos de una forma un tanto extraña.

—    Recibí tu carta…

—    ¿Qué carta? ¿Te has vuelto loco del todo? ¿De qué rayos ha…?

Ante sus ojos, Riccardo Di rigo se despojó de su melena como quien se quita una simple y banal prenda de ropa. Así como también se despojó de unas apenas perceptibles lentillas de color que hacían sus ojos de un tono mucho más amarronado del que la operación había logrado conseguir dejarle.

Y, por primera vez desde hacía mucho, muchísimo… Demasiado tiempo, alguien que no era la misma persona que ante sus ojos se alzaba, caminó hasta él y, con una voz que no era la suya y unos ojos vidriosos que imitaban demasiado bien a los del supuesto virtuoso… Habló.

Te eché de menos…—. Murmuré justo antes de que Aitor encendiese la luz por primera vez en la visita, justo antes de que mirase fijamente a mis ojos y viese los bordes azulados que habían sido imposibles de disimular del todo, justo antes de que reparase en mis milimétricos cabellos rosados, justo antes de fijarse en mi sonrisa… Justo antes de desmayarse entre mis brazos.


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