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Two faces por Love_Triangle

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Las “Candy cane sorrel” comenzaban a teñir sus vivos colores con los tonos amarronados característicos de la podredumbre. El agua del jarrón y los rayos del sol no habían conseguido mantener la vida de aquellas coloridas flores por más tiempo, se habían esforzado en hacerlo, pero su viva imagen había comenzado la cuenta atrás en el momento en el que estas habían sido separadas de su medio natural. Su prematura muerte había estado garantizada desde aquel instante y, finalmente, su momento de partir había llegado.

Algo que diferencia a las flores de los seres humanos es que ellas siempre tardan en morir, se van marchitando poco a poco hasta que su color cadavérico cubre por completo todos y cada uno de los pétalos y, de forma definitiva, se secan volviéndose por primera vez en su corta existencia verdaderamente frágiles y quebrantables.

Yo también sentía que me estaba marchitando, sabía que poco a poco algo moría dentro de mí y que no podía hacer nada por evitarlo, sólo sentir el terror, el terror que me provocaba la incertidumbre de quién y la seguridad de que alguien moría dentro de mí. O peor aún… ¿Realmente desconocía la respuesta a la primera pregunta?

*****

Las yemas de los dedos de Aitor acariciaban la casi invisible cicatriz que la operación de cuerdas vocales había dejado en mi cuello, sintiendo cada milímetro de piel endurecida, la frontera que separaba mi cuerpo de aquella parte del verdadero señorito Di rigo.

Deslizando sus dedos por mi editado rostro con cierto temor, como si no estuviese del todo de acuerdo con tocarme y esperase cualquier tipo de reacción negativa por mi parte, sin embargo continuaba avanzando y haciendo eternos y maravillosos todos y cada uno de los segundos que tardaba en acariciar mis mejillas, mi mandíbula, mis párpados, mis pómulos… Y sobretodo mis labios, una delicada zona que me hacía abrir los ojos alarmado cada vez que sentía sus dedos sobre ellos, no por su toque, sino por todas aquellas ideas que pasaban por mi mente cuando lo hacía

Sentía cómo los ambarinos ojos de Aitor se esforzaban por evitar la mirada de Riccardo, queriendo únicamente centrarse en la búsqueda de partes de Gabi en aquel cuerpo desconocido y extraño para él. Entendía sus sentimientos porque eran también los míos, yo también deseaba ser reconocido, pero… Algo muy dentro de mí deseaba que no me creyese, que no encontrase a Gabi en aquella persona que tenía delante y que me exigiese que me fuera. Preferiría mil veces responder ante el equipo como Riccardo que como Gabriel, hacerlo sería demasiado complicado y sobretodo difícil de explicar.

Pero Aitor seguía allí, volviendo a acariciar una y otra vez las distintas partes de mi rostro, buscando sentir algo antinatural bajo la piel, algo que le indicase en aquella verdadera obra maestra había algo falso aunque ambos sabíamos que mis milimétricos cabellos rosados habían sido prueba más que suficiente para él, pero a ninguno de los dos parecía molestarnos el perder un poco más de tiempo realizando aquel reconocimiento por tacto. Es más, cada vez que las palmas de las manos de Aitor acariciaban mis mejillas, sentía cómo mi cuerpo titubeaba entre hacerle caso a Riccardo y apartarme para terminar con aquello de una vez por todas o si, por el contrario, ceder ante los deseos de Gabi e inclinarme hacia adelante buscando refugio en sus brazos.

Pero ambos sabíamos la verdad, la cual no era otra que: Riccardo estaba allí. Mis deseos habían terminado por hacerse finalmente realidad y, de una manera u otra, había conseguido hacer del fantasma de mi mejor amigo una realidad. Una realidad que en aquellos momentos nos habría gustado hacer desaparecer para poder estar solos y reencontrarnos como ambos habríamos queridos, sin aquella incomodidad que el rostro y voz de Riccardo provocaba. Allí había tres personas y eso, por suerte o por desgracia, era lo único que importaba.

El silencio de Aitor parecía mostrarse reacio a ser roto y la voz del virtuoso podría haber sido el detonante que provocase que la imagen que Aitor estaba intentando hacer en su mente, editando a la persona que tenía delante para lograr volver a ver a su compañero defensa, se quebrase. Y Gabi no quería que eso sucediese, Gabi quería ser visto pese a que Riccardo continuaba amenazándole con su presencia.

Hubo un determinado momento en el que Aitor pareció reaccionar, sus labios se separaron por una fracción de segundo y sus ojos parecieron querer transmitir con antelación el mensaje que su boca estaba a punto de pronunciar, pero hubo algo que hizo que aquel fantasma de iniciativa por su parte muriese tan rápido como había nacido y que aquellas palabras no llegasen a salir nunca de sus labios. En su lugar, volvió a acariciar mi cuello con desconfianza, como si pretendiese asegurarse de que lo que había creído sentir era real.

—    No eres tú…

Mi cuerpo perdió parte de su calidez cuando, finalmente, se decidió a lanzar su declaración al aire. Quizás fuese que no tenía la mente del virtuoso, que no le había entendido bien… O quizás es que simplemente era incapaz de encontrar el significado que aquellas palabras pretendían tener. Ignoraba a quién le decía aquello. ¿A Riccardo? Dándose cuenta entonces de quién era yo realmente… ¿O a Gabi?

Sí, quizás la respuesta más lógica a aquella pregunta fuese que le estaba hablando a Gabi. Al fantasma que se había aparecido ante él utilizando el cuerpo del que había sido su mejor amigo y que toda mente realista atribuiría a una broma pesada, muy pesada, por parte del susodicho virtuoso. No es que gastar bromas pesadas fuese parte de la personalidad de Riccardo, definitivamente no lo era, como tampoco lo habían sido muchas de las cosas que había dicho y hecho desde que me había convertido en él. Había ensuciado y deshonrado su nombre e imagen, era consciente de ello y jamás me lo perdonaría.

Por eso mismo, aquella respuesta fue reciba como un cubo de agua fría y una luz esperanzadora al mismo tiempo. Por un lado me dolía que no confiase en mí lo suficiente, aunque podía llegar a entenderlo, pero por otro… Realmente quería salir de allí lo más rápido que pudiese y coger un autobús que me perdiese por las calles de Japón, pensar en algún lugar apartado donde nadie me pudiese encontrar y decidir, de una vez por todas, quién sería  a partir de ese día, ya que Riccardo y Gabi no podían seguir existiendo en el mismo mundo, uno de ellos debía de partir y para siempre.

—    ¿Eres Gabriel?

La voz entrecortada a causa de las lágrimas que bañaban los ojos de Aitor, me hizo volver al plano terrenal y concentrarme una vez más en el presente, mi presente. Presente en el que la característica expresión burlona y pasota de Aitor se había esfumado para dejar, tras un vago intento por continuar mostrándose duro, ver un cúmulo emociones contradictorias en su rostro que, como llevaba haciendo desde hacía demasiados meses, suplicaba. Me suplicaba a mí, a Riccardo… Suplicaba que no jugase con él, que no le mintiese, que si aquello era una broma no diese un paso hacia adelante. En aquellos momentos el verdadero Aitor estaba más muerto que el propio Gabi, ya no quedaban en él fuerzas ni ganas para seguir siendo el mismo, sólo el deseo de que, ante todo, no jugasen con su ya de por sí debilitado corazón.

Mis manos se movieron solas, ordenándole a mi conciencia que se dejase de tonterías y que simplemente dejase de forzarse, que fuese coherente por una vez y, sobretodo, que no me permitiese cometer un error del que luego ambos nos arrepentiríamos.

Gabi se movió, de forma automática y emotiva, como lo habría hecho de encontrarse todavía en su verdadero cuerpo. Como Riccardo, como Gabriel, como una mezcla de ambos… Daba igual, Aitor era mucho más importante que cualquiera de los pensamientos que pudiesen pasárseme por la cabeza en aquellos momentos y, como llevaba deseando hacerlo desde el primer día que lo vi con los ojos del virtuoso, cogí sus manos entre las mías, mis verdaderas manos, las de Gabriel y, con palabras sinceras y la mirada fija en sus tintineantes orbes, quien tenía que responder a su pregunta le respondió.

—    Soy yo, Aitor. Sí que soy yo, no estoy muerto.

Mi compañero rechazó mi caricia bajando la cabeza y desviando la mirada entristecido, incapaz de aceptar tales palabras e incapaz de demostrármelo con algo que no fuese un leve movimiento de cabeza que negaba aquella realidad con la que él sólo había creído poder soñar. Dejó que finalmente sus sentimientos le venciesen frente a mí y, por primera vez desde que le conocía, fui testigo de cómo sus lágrimas resbalaban por sus mejillas sin contención alguna pese a que él mismo era consciente de que lloraba, de que lloraba frente a otra persona, por primera vez su coraza no hizo acto de presencia para intentar evitar que le viese débil. ¿Tan derrotado había estado desde mi supuesta ida?

—    Aitor…

Traté de romper algo de aquel gélido hielo que se había formado a nuestro alrededor, pero mi intento de acercamiento fue inútil, Aitor era en aquellos momentos un pequeño cachorro asustado que rechazaba cualquier clase de acercamiento por mi parte. No sabía lo que estaba pasando por su mente, aunque lo más probable seguramente fuese que no pasase nada en absoluto y que el único motivo de su distante e impactado estado fuese únicamente el shock de la propia noticia.

—    Mi amor…

Las palabras salieron de mis labios prácticamente al mismo tiempo que ambos nos helábamos al escucharlas con la voz de Riccardo. Aquel mensaje era maravilloso y escalofriante al mismo tiempo, maravilloso porque, aunque me costase, sabía que ambos queríamos soltarlo de una vez y dejarlo patente ante el otro.

Aitor me gustaba, lo sabía pero había querido olvidarme el mismo día en el que desperté del coma y asumí mi nueva responsabilidad, pero por su propia culpa aquellos sentimientos se habían visto obligados a resurgir cada vez que era testigo de cómo mi pequeño se deterioraba tanto física como emocionalmente y yo no podía hacer nada por ayudarle.

Sin embargo, aquellas palabras de Riccardo eran prácticamente una infidelidad, que Riccardo Di rigo se hubiese referido a él como: “Mi amor” parecía casi un insulto. Era yo, pero no era mi voz la que transmitía mi mensaje, Aitor y Riccardo eran perfectos desconocidos cuyo único punto en común era yo. Si en aquellos momentos la cabeza de mi pequeño peliazul estaba llena de dudas, como obviamente lo estaba, aquella declaración había sido una caricia y una bofetada al mismo tiempo. Una forma de decirle: “Yo sabía lo que sentías, pero ya no soy yo para corresponderte. La persona a la que tú querías ya no está, al menos no como tú te enamoraste de ella”

Aitor alzó la mirada una vez más, en parte teniendo un atisbo de esperanza que le invitaba a comprobar si lo que ocurre en el cine es cierto y si al volver a mirarme tras aquel desvío de miradas me habría convertido gracias a efectos especiales en el mismo Gabi de siempre.

Supongo que deseaba encontrarse con los ojos azules que añoraba, tirar con fuerza de mis coletas mientras me gritaba que era un estúpido y que jamás me perdonaría lo que le había hecho… Después se derrumbaría en mis brazos y dejaría que fuese yo el recondujese sus sentimientos hacia buen puerto y sacase su estado emocional a flote… Pero, por desgracia, no había ojos azules con los que encontrarse, ni rosáceos cabellos en los que entrelazar sus dedos, mi pelo no tenía la suficiente longitud como para verse si no era desde de cerca. Su Gabi no estaba junto a él al cien por cien, pero por lo menos tampoco lo estaba Riccardo.

Recibí su mirada con la primera sonrisa sincera que le dedicaba desde el día del accidente, devolviéndole a Gabi poco a poco y a trozos, en pequeñas dosis que no hiciesen colapsar su frágil estado y que pudiese ir digiriendo a medida que terminaba de asimilar que, realmente, no estaba muerto.

—    Aquel día, en el cementerio… Me llevé las “Candy cane sorrel” a la mansión, las coloqué en un jarrón con agua sobre mi escritorio y las veo todas las noches desde la cama y todas las veces que entro en mi cuarto—. Murmuré.

Aitor me observaba, como si no terminase de comprender el motivo por el cual continuaba hablándole. Se había despertado hacía escasa media hora y desde entonces apenas había sido capaz de murmurar frases coherentes. Sólo lágrimas, quejidos… Pero nunca palabras coherentes, porque la noticia le había dejado sin palabras y lo único que podía hacer era conversar mediante gestos y miradas. Miradas que pese a hablar por sí solas, quería que me explicase con palabras.

—    Sé que tienes muchas preguntas que hacerme… Estoy aquí para contestarlas.

Los ambarinos iris de Aitor parecieron querer ceder ante tal proposición, pero por la rigidez de su espalda y la forma en la que tenía colocadas las manos, agarrándose con fuerza la una a la otra, supe que no daría el paso… A no ser que lo diese yo primero.

—    Riccardo murió el día del accidente, en la limusina… Tal y como sabíais que lo había hecho yo. Pasé varios días en coma hasta que pude volver a abrir los ojos y fue en ese mismo momento cuando los señores Di rigo me ofrecieron sustituirle en la vida.

Aitor escuchaba de forma atenta, pero no me miraba, simplemente se mantenía en silencio y esperaba que la historia continuase.

—    Creo que el resto ya te lo sabes… Así que… No sé qué más decirte.

Noté cómo su ceño se fruncía por unos instantes, pero rápidamente lo disimuló y volvió a mostrar el rostro impasible que desde hacía meses se había acostumbrado a mostrar, sin embargo aquel pequeño desliz había sido más que suficiente para darme por satisfecho.

Como yo, Aitor estaba oculto en el interior de otra persona que no era él y, de vez en cuando, salía a la superficie para continuar dejándome pistas acerca del paradero de su verdadero yo. Aitor seguía allí, al igual que Gabi, sólo que para él no había otro nombre, otra vida ni otra historia tras la que ocultarse. Era justamente lo opuesto y al mismo tiempo lo mismo que yo, todos creían que él era el de siempre pero no lo era. Todos creían que Riccardo había cambiado, pero hasta ahora nadie sabía que Riccardo no era Riccardo.

—    Yo sí tengo preguntas para ti—. Murmuré.

—    ¿Ah sí?

Primera respuesta por su parte, aquello iba avanzando.

—    Sí, quiero saber si estás recibiendo ayuda por tu depresión—. Declaré sin molestarme en dar rodeos que no harían más que quitarme un valioso tiempo que no estaba dispuesto a perder, Aitor necesitaba ayuda y, por breves minutos, podría dársela. Pero para ello no podía perder el tiempo.

—    ¿Disculpa? ¡¿Tú me preguntas si estoy recibiendo ayuda?! ¡Tú eres el puto loco que lleva casi un año fingiendo ser otra persona!—. Ladró—. Estás mal de la cabeza, Gabriel. Estás jodidamente mal de la puta cabeza.

Observé cómo ante mis ojos Aitor terminaba de derrumbarse tras una sarta de insultos que trataba de usar, en vano, como escudo que le apartase de mí y al mismo tiempo de sus propios sentimientos contradictorios que, por los puños en los que sus manos se habían convertido y el temblor de sus piernas, le hacían disputar entre desquitarse conmigo y enzarzase en una pelea que seguramente terminaría en algo roto y en sangre derramada o, por el contrario, lanzarse a mis brazos y estrecharme en ellos como un ángel protector que no permitiría que me escapase de nuevo.

En cualquier caso, había logrado mi cometido, Aitor había hablado.

—    Lo hice por el equipo, Aitor.

—    ¡¿En qué cojones ayuda lo que has hecho al equipo?!

—    ¡Ponte por un momento en mi lugar, Aitor! Riccardo era el virtuoso del equipo, un genio, un estratega, un jugador con aptitudes de capitán.

—    ¡¿Y qué?!

El rostro de Aitor, pese a continuar bañado en lágrimas, parecía estar a punto de estallar debido a las oleadas de ira que estaban sacudiendo el interior de mi acompañante. Lo sabía, no había mundo en el que aquella situación podría haberse dado sin que mi compañero me recriminase por la obvia estupidez que, a sus ojos, había cometido.

Me habría gustado explicárselo, que entendiese el motivo por el cual lo había hecho, que me escuchase, que no me dijese lo obvio. O que, por lo menos, si iba a tener razón que no me dijese las mil y una cosas en las que me había equivocado del tirón, que estudiase el impacto que sus palabras podrían haber tenido en mí y, sobretodo, que por una vez en su vida pensase en mis propios sentimientos. Sabía que lo que había hecho era una completa estupidez, sabía que yo no era Riccardo, sabía que nunca podría igualarlo, sabía que por mucho que me hubiese esforzado en conseguirlo jamás realizaría sus supertécnicas de la misma forma, jamás tendría su don para idear estrategias…

Había muchas cosas en las que el virtuoso y yo nos diferenciábamos, pero aún así, no quería que me recriminase. Deseaba que simplemente comprendiese que mi fragilidad en aquellos momentos estaba puesta sobre sus manos. Si decidía tirarme al suelo me rompería de forma inmediata, si trataba con cuidado me iría quebrando con el paso del tiempo y tendría espacio para poder pensar, pensar en todas las tonterías que había hecho.

—    Me pediste que te hiciese preguntas.

—    Y lo mantengo.

—    Bien, entonces dime una cosa, Gabriel.

Gabriel… ¿Por qué Gabriel y no Gabi como siempre? ¿Todavía no terminaba de creerme?

—    Dime.

—    Todas las barbaridades que dijiste como Riccardo… ¿Iban en serio? ¿Piensas eso de verdad?

—    ¿Qué barbaridades?

—    Que estabas mejor muerto, que Riccardo era mucho más necesario, que deberíamos de alegrarnos de que fuera Riccardo el que estaba vivo, que tú no habrías sido más que una carga para el equipo…

Tardé unos segundos en contestar, lo que me llevó asimilar sus palabras y el motivo de su pregunta, no porque no le hubiese entendido, sino porque había estado evitando aquella pregunta desde el principio. Como Riccardo no me importaba hablar acerca de mis propios sentimientos pues, en cierta manera, no eran realmente míos. Pero ahora que volvía a ser Gabi, estaba hablando de mí, de lo que yo llevaba pensando durante meses de mí mismo, de mis capacidades, de mi valor, de mi técnica… De todo. Era muy distinto expresar lo pésima que era otra persona a reconocer que todo lo que dijiste de ella, realmente, lo estabas diciendo de ti. Porque vales tan poco que tú mismo decidiste que otra vida era más importante y necesaria que la tuya.

—    No digas nada… Acabas de hacerlo sin quererlo.

—    ¿Y qué si era cierto?

—    ¿Cómo?

—    ¿Que qué importa lo que yo piense? No me negarás que Riccardo es…

—    ¡Riccardo era una persona, Gabriel! No era perfecto y mucho menos más valioso que tú. Me niego a creer que todos estos meses no te hayan valido para darte cuenta…—. Hizo una pausa para recomponerse— No ha habido día en el que no te hayamos echado de menos, no ha habido ni un solo puñetero día en el que no hayamos discutido por tu ausencia. ¡¿Las operaciones te han dañado los ojos?! ¿Estás tan obsesionado con Riccardo que eres incapaz de ver el cambio que ha habido en el equipo desde que no estás? Nunca has sido menos que nadie, Gabriel. No hace falta tener mil supertécnicas para ser bueno, no hace falta un espíritu guerrero ni un miximax. El principal motivo de tus fallos era tu propia inseguridad y te lo dije. ¡Riccardo te lo decía! Pero tú siempre te negabas a escuchar. Eres tan… Cabezota que eres incapaz de darte cuenta de nada. No hace falta que te luzcas ¡El trabajo de un defensa es estar ahí y apoyar a sus compañeros! ¡¿Qué hay del trabajo en equipo?! Siempre has creído que el Raimon funciona gracias a determinadas personas y no es así, porque si lo fuera…—. Extendió los brazos derrotado—. Entonces volvamos a la era del sector quinto.

Con aquellas últimas palabras abrió la puerta de su cuarto suplicándome, sin mediar palabra, que me retirase. Y por primera vez en la tarde, caminé hasta él volviendo a ponerme la peluca de la mejor forma que me fue posible sin tener un espejo delante, preguntándome a cada paso que daba en su dirección por qué aquello tenía que terminar así, por qué todo había salido tan mal. ¿En qué momento había destrozado nuestras vidas de aquella manera? ¿Por qué era incapaz de dejar de hacer que mis seres queridos sufriesen? ¿Qué tenía que hacer para arreglar todo aquellos? ¿Morir de verdad? ¿Desaparecer? ¿Decir la verdad ante todos? La esquiva mirada de Aitor no me daba la respuesta a ninguna de mis preguntas.

—    ¿Hay alguna forma de que me des una segunda oportunidad?—. Murmuré sintiendo cómo mi voz se quebraba al fin.

—    ¿Cómo? ¿Cómo vas a arreglar todo esto, Riccardo?—. Suspiró entre sollozos.

Observé el teléfono que Aitor tenía colocado sobre su cómoda de forma distraída, pero al mismo tiempo como si él supiese y me dijese lo que tenía que hacer. Sí, desde luego, si quería terminar con Riccardo aquella era la única forma.

—    Pídeme que vuelva a ser Gabriel.


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