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A través del tiempo. por Ulala

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El sol le pegó directamente en los ojos. Así, es como Tyler sabía que ese día se iba a levantar de mal humor. Pero no sólo era eso: sol de domingo. Esos hermosos domingos soleados que muchas familias consideran hermoso, a él le frustraban, le daba una sensación de aburrimiento con tan sólo su existencia. Por costumbre, estiró el brazo hacia su izquierda, la noche anterior durmieron allí, ahora las sábanas estaban frías, por lo que supuso que se había levantado hacía tiempo. Hubo una sensación que cubrió su cuerpo, la ignoró. Miró su celular: 10 a.m.



Se levantó con pesadez, casi obligándose y arrastró sus pies hacia la ducha. Mientras sentía el agua caliente en su espalda, su estómago gruñó. Desde hacía unos dos días, decidió comenzar a cocinar. Dado que Paul, no iba a hacerlo bajo ninguna circunstancia y no quería seguir comiendo comida de porquería. Al salir de la ducha, se tomó  la molestia de buscarlo. En su estudio, en su habitación, incluso observó por los grandes ventanales, en caso de que por algunas raras circunstancias como la alineación de varios planetas, estuviera en el jardín. Cuando llegó a la cocina, entendió que esa mañana, había desaparecido.



Mientras se preparaba un café, buscó algunas tostadas para comer. Al tener todo preparado, se sentó y apoyó el café en la misma mesa que hacía días atrás, ellos tenían sexo. En aquel momento, notó que se sentía solo. Aunque le gustaría describirlo como “aburrido”. Estaba acostumbrado a que esté a su alrededor, quejándose de algo, con sus comentarios ácidos, intentando tener sexo en cualquier recoveco de aquella casa. Y no había un solo lugar que se le ocurriera en ese momento a Tyler, que no estuviera impregnado en algún recuerdo. Suspiró. Era una sensación molesta. Le quitaba el gusto al café, al desayuno. No se le ocurrió pensar que era precisamente porque pasado mañana llegaba su madre y aún no habían hablado de nada. Se estaban manteniendo, los dos; en una burbuja de perfección. Como si fueran amantes, una pareja; como si vivieran juntos desde hacía tiempo. Tampoco supo qué esperar. ¿Que la dejara? ¿que todo volviera a ser como antes? Masculló. No, por supuesto que no quería eso. Tenía pensado aclarar la situación cuanto antes, con la resolución final de acabar con su seudo relación que en algún punto comenzaba a parecerle morbosa. Y se imaginó que Paul estaría completamente de acuerdo con él, ya que no fue más que atracción física.




Contando la atracción, la química y cualquier neurotransmisor que se le pudiera ocurrir, la manera en la que se había dejado poseer aún lo sorprendía; la forma en que su cuerpo se sentía ante el tacto de él. Quiso sacarse los pensamientos de su cabeza y se levantó dispuesto a desayunar en su habitación, cuando subía las escaleras, escuchó la puerta abrirse.





—Era hora que volvieras —se giró y lo vio entrar—, podrías haber dejado una nota —le sonrió. Fue una sonrisa fugaz, ya que detrás de él, estaba su madre. Su interior comenzó a molestarse.




—Tyler —lo saludó su madre a lo lejos, sonriendo. Lucía renovada, recién vuelta de unas placenteras vacaciones—, ¿me has extrañado? —dejó sus valijas al costado de la puerta con tranquilidad. Se quitó los zapatos—. Te he traído un regalo, cariño —miró al moreno y le señaló una bolsita pequeña que traía su antebrazo: Victoria’s Secret. Él soltó una pequeña carcajada, como complacido. El rubio apretó la taza.



—Lo probaremos más tarde, entonces —ella lo abrazó, poniéndose en puntas de pié.



—Qué gusto que vuelvas a inundar la casa con tu alegría, madre —dijo Tyler con todo el sarcasmo que le salió desde el fondo de su alma. Se dio la vuelta y prosiguió su camino hacia su habitación. Quería irse lo más rápido posible de aquella escena que le provocaba un nudo en el estómago.




Clavó sus ojos celestes en su espalda. No le importó que ella estuviera allí. Lo siguió con la mirada, hasta que desapareció de su vista. Lo había herido y lo sabía. ¿Pero qué podía hacer? ¿qué era lo que ambos habían esperado de aquello? Era lógico. Por primera vez en su vida, Paul sintió algo muy parecido a la culpa.




Cuando entró en su habitación, contuvo las ganas de estampar la taza contra la pared. Le molestaba lo que sentía, sentía que algo dentro suyo quemaba. Prendió un cigarrillo y se sentó frente a su escritorio, ya sin apetito. ¿Qué esperaba? Realmente, se preguntó qué diablos esperaba. De todas formas, quería acabar con todo aquello, entonces debía estar satisfecho. Apretó sus puños, dio una gran bocanada a aquel cigarro.




Al cabo de un rato, llegó a la conclusión qué era lo que le molestaba: que lo hubiesen terminado. Porque era obvio según su perspectiva, que no podía ser más que eso. El hecho de que Paul demostrara que no le interesaba antes de que lo hiciera él. Se dijo a sí mismo, que estaba conforme. Y lo hubiese estado quizá, de no ser por que lo visitó algunas horas más tarde. Estaba estudiando, o intentando hacerlo. Se giró cuando vio el pomo girar, abrió los ojos con sorpresa al verlo. Se giró inmediatamente, fingiendo ignorarlo.



—¿Estás enojado? —preguntó y se sintió estúpido en el mismo instante en que hizo esa pregunta.




—No, no lo estoy. ¿Por qué debería? —hablaba de una manera seca, aunque trataba de no hacerlo.




—Tyler —prácticamente lo murmuró. Caminó algunos pasos y colocó una mano en su hombro—, eso no significa nada —el rubio se heló al escuchar esas palabras. Quiso quitar su mano, pero se quedó estático.



—¿Qué quieres decir con eso?—quiso mantener su voz lo más calmada posible.




—Que las cosas no tienen por qué cambiar entre nosotros —sintió el aliento en su lóbulo.




—¿Pretendes que sea tu amante? —se giró y sus labios rozaron su mejilla.




—¿Por qué no? —la mano que está en su hombro, pasó a su cuello, tomándolo por un segundo. Tyler tragó saliva—, piénsalo. Es sólo sexo.





No dijo nada, ni cuando sintió frío cuando se alejó; ni cuando la puerta se cerró. Sintió su pecho oprimirse. ¿Era realmente sólo sexo? Comenzó a cuestionarse todo. Comenzó a preguntarse qué clase de sentimientos tenía. Con Kaoru, todo había sido blanco y negro. Era o no, no había otra opción. Sin embargo, en aquella circunstancia, tenía la opción de conformarse con algo bastante parecido a las migajas de su madre. Tyler podría haber dicho que no, gritado, insultado, golpeado por dar a entender que sería capaz de eso. Pero no dijo nada. Lo meditaba, como si estuviera creyendo que podía ser una opción. Pensó en ese mismo momento que el karma era muy cruel.






El tiempo pasó y al principio, realmente todo estuvo bien. Había llegado a aceptar la situación, como alguien acepta una enfermedad terminal o la misma muerte. Luego llegó el punto de preguntarse qué diablos estaba haciendo. Qué clase de persona era. No sólo por la moral, por la culpabilidad; si no, por el hecho de que jamás hubiera creído aceptar aquella situación. Lo había planeado varias veces, lo había ensayado frente al espejo, repetido una y otra vez “Paul, dejemos esto” sin embargo, cuando llegaba la hora, cuando sentía el calor de su cuerpo, cuando aquellos ojos celestes se posaban en él, no podía. Había momentos en los que sólo estaban en silencio, en los que dormía en sus brazos y pensaba que no le interesaba. Y cuando llegaba la hora que se iba, todo volvía a tener sentido. Todas aquellas inseguridades que lo inundaban por el resto del tiempo se hacían presentes, todas las preguntas que quería hacerle pero no tenía el valor. Comenzó a comprender, a medida que esas preguntas se hacían más frecuentes, que le gustaba. Le costó aceptarlo, casi tanto como le dolió. Estaba en un momento de debilidad, había cedido, todo lo demás, había sido sólo producto de aquello.



 

Pero cuando lo besaba, cuando sentía las puntas de sus dedos en su espalda, se sentía seguro, casi estúpidamente apreciado. Jamás, en todo aquel mes habían hablado de sentimientos. Quiso creer que no estaba seguro de sí lo eran, tan solo una mezcla de comodidad, de química. Poco a poco, fue rompiéndose su coartada. Cuando se despedía e intentaba que se quedara con alguna excusa estúpida. Cómo su alma se rompía cuando se cruzaban por los pasillos de aquella casa y fingían no verse, cuando veía a su madre besar aquellos labios que muy dentro de él, creía que le pertenecían.




No quería saber qué pensaba Paul al respecto, porque jamás tuvo el valor de preguntarle, por miedo, por comodidad. Si le gustaba, si lo quería: no lo sabía. Porque aquello significaba que se acercara más. Su cabeza le gritaba que debía irse pronto, porque cuanto más tiempo pasaba, más difícil era alejarse de la sensación de su piel o aceptar las sobras. Él se lo había dicho, maldición. Y realmente se odiaba por eso. Era sólo sexo. Le habría parecido bien al Tyler que era hacía unos meses, pero también comprendió, que había cambiado.



Supo que tenía que irse en el momento que quiso llorar. Cuando su alma se partió en mil pedazos cuando escuchó que ella le decía que lo amaba. Se maldijo, maldijo a aquel estúpido momento en que pensó que podría aceptar todo aquello. Sentía celos, ganas de gritarle en el rostro que su futuro esposo tenía sexo con él. Sintió la envidia recorrer cada centímetro de su piel cuando se imaginó allí, como un idiota entre sus brazos, sonriéndole estúpidamente. Porque en alguna parte, muy profunda; él realmente esperaba que dejara cada maldita cosa si fuera necesario. Quiso gritar, quiso golpearlo y odiarlo por haberlo puesto en una situación así, por haber despertado sentimientos que eran mucho más grandes que cualquier otra cosa que había sentido.





—Tyler —lo llamó. Estaba frente a él. Sus ojos celestes brillaban, se autoengañó que era amabilidad, una vez más—, ¿estás escuchándome? —le sonrió, para luego acariciar su mejilla lentamente. Lo miró como alguien mira el mismísimo arte, sintió la punta de sus dedos como si fuera la sensación de una hermosa canción.




Extendió su brazo y lo estrechó contra su cuerpo. Sintió su perfume, lo respiró como si su vida dependiera de ello. Cerró sus ojos entre sus brazos y los mantuvo así incluso cuando deslizó una mano por su abdomen. Paul lo tocó como si supiera que él estaba a punto de romperse por dentro. Tyler se dijo a sí mismo que aquella era la última vez.




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