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A través del tiempo. por Ulala

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Embriagador. Enviciante. Paul era todo eso y mucho más. Sin embargo, jamás admitiría que su madre, en aquel mismo instante que susurró esas palabras en su oído, tenía razón. Recordó el timbre sarcástico que utilizó “ten cuidado” Pero escapó, se había ido. En el instante en que salió por la puerta de esa casa, sintió un nudo en la garganta. Sabía, sin embargo, que era mejor así. No había nadie en la casa en ese momento. Llamó a su padre, avisándole que se quedaría en su casa por algunos días hasta encontrar un departamento para él solo. Lo recibió con sorpresa y agradeció que no preguntara nada al respecto. Así llegó el rubio, con un bolso lleno de ropa, libros y objetos que tenían valor sentimental. Había dejado tantas cosas atrás.




Con dolor bloqueó su número, eliminó sus fotos y jamás volvió a buscar lo que dejó en aquella habitación. Una semana luego de ser un huésped, consiguió el departamento más barato, horrible y pequeño que pudo. Se mudó instantáneamente, después de todo; no tenía nada. Le había comentado ligeramente a Tom y Kaoru, como alguien comenta el clima de la semana.



Se encontró solo, por primera vez en su vida. Se encontró con que tenía que lavar su propia ropa, comprar más comida cuando se acababa, pagar las cuentas y afrontar los problemas de una vida adulta. Su cama era un simple colchón, su cocina, era una encimera pequeña con un viejo refrigerador y una estufa, que no le inspiraba nada de confianza, todo en un mismo ambiente frío. Todas aquellas cosas ni siquiera eran suyas. Cuando terminó de ordenar su ropa en aquel armario que parecía tener humedad, suspiró. Si su padre supiera dónde vivía probablemente le daría un monólogo largo y terminaría convenciéndolo. Sonrió.




En un comienzo, creyó que banalizar todo era una buena idea. Quitarle el significado a aquellas cosas que le recordaban a él. Y en un principio, como todo; funcionó. Hasta que simplemente dejó de hacerlo. No sabía cómo controlar los sentimientos que yacían dentro suyo e intentaba domarlos, como si eso fuera emocionalmente posible. Pero Tyler, nunca notó que había cambiado. La pizza, había comenzado a asquearlo, ya que le producía un nudo en el estómago.




Era algo a lo que no estaba acostumbrado y no sabía cómo proceder. Llevaba una semana, cuando decidió que no funcionaba, procedió al alcohol. Tampoco duró mucho en ese paupérrimo intento, dado que seguir con sus tareas diarias se volvía más complicado y aquel sabor a la malta, también le recordaba a cuando estaban en el sillón, con una película de fondo, mientras hacían el amor.




En dos semanas, había comenzado a frustrarse.  Dio comienzo a la etapa del helado barato y las preguntas sin respuesta. Cuando quiso darse cuenta, era la época de exámenes finales. En aquel momento descubrió una nueva fórmula que lo acompañaría por el resto del tiempo: mantenerse lo suficientemente ocupado para no pensar.




A pesar de esto, había adquirido una costumbre: mirar siempre a su alrededor, sólo para ver si por alguna razón del destino, volvía a ver su rostro. Las dicotomías que sentía todo el tiempo lo confundían. Quería verlo y a la vez no. Lo extrañaba y a la vez no. Había días que pensaba que era la decisión correcta, otros, creía que era un error garrafal. El trabajo más grande que tenía era por las noches, cuando con su celular entre sus dedos, marcaba su número que a esas alturas, ya sabía de memoria. Porque no había pasado un mísero día sin que se preguntara qué pasaría si lo veía, qué le diría, si luciría mejor, peor; si aunque sea, por un maldito segundo, se había preguntado cómo estaba él. Si tan sólo por un maldito segundo lo extrañaba. Aunque fuera sólo un poco. Eran momentos, hasta que recordaba que ni siquiera lo había llamado una vez. Llegó a la triste conclusión, de que no le interesaba en lo más mínimo y culpó al karma, a sí mismo. Había llegado un momento en que el tiempo le parecía una falacia. Dormía, trabajaba y estudiaba. Decidió alejarse de cualquier cosa que le recordara a él, hasta que comprendió, que era absolutamente todo. Sentía que lo único que quedaban de él, eran despojos de lo que alguna vez había sido. Que quizá, todo aquello que estaba sintiendo ahora mismo, alguien más lo había sentido ante su indiferencia.





A la cuarta semana, quiso mandar todo a la mierda. La frustración le llegaba desde el tabique hasta la punta de los pies. En algún momento de sus ausencias, se vio arrastrado a un bar. No quería ir. Pero ahí estaba él, sentado en una mesa con sus compañeros de universidad, tomando el trago más barato que pudo encontrar. Miraba alrededor, esperando ver una cabellera negra, un traje. Aunque lógicamente, ese no era un lugar que iría alguien tan burgués como Paul. Se levantó para ir al baño, pidiendo permiso. Al llegar, remojó su rostro. Sentía cómo todo se había vuelto molesto, la música, el ruido, la gente, las charlas, las risas. Comenzó a secar su cara con una toalla de papel.




—¿Tyler? —preguntó, mientras él estaba demasiado concentrado en su tarea. Se quitó el papel y lo vio.




—Saku —le sonrió como alguien le sonreía a alguien que no querría ver.




—Te ves… diferente —lo observó de arriba a abajo. Frunció el ceño levemente.




—No sé cómo interpretar eso —soltó una pequeña carcajada, tiró el bollo de papel al cesto—, tú te ves bien. Me alegra, realmente. —el castaño lo miraba sorprendido por alguna razón.




—¿Ya te estás arrepintiendo de haberme dejado? —se rascó la cabeza mientras sonreía ampliamente. El rubio le sonrió levemente.




—Nos vemos, Saku —pasó por su lado, colocó una mano en su hombro cariñosamente.



—¡Oye! Espera —lo tomó de la muñeca—, hace mucho no hablamos, ¿no? —sus mejillas comenzaron a arder. La indiferencia de Tyler lo sorprendió hasta a él mismo.




Lo había escuchado, incluso cuando dijo de ir a un lugar más tranquilo. Le preguntó si podían ir a su departamento, aceptó, pero aclarando de que era realmente horrible, a él no le importó. Cuando llegaron, se sentó encima del colchón que estaba en el suelo, ya que no había más opciones que esa. Si el rubio hubiera estado en todos sus sentidos y no en sus propios pensamientos, hubiera observado cómo aquel muchacho de ojos verdes intentaba seducirlo. Al ver que no entendía, quiso besarlo. Fue un beso torpe, frío, casi sin respuesta.




—Oye, Saku… no creo que sea una buena idea —lo tomó por los hombros despacio y lo alejó.



—¿Por qué no? ¿tienes pareja o qué? —frunció el ceño.



—No, no es eso —miró el suelo—. Es sólo que no puedo. Discúlpame —le sonrió con tristeza—, no creo que sea bueno para ti estar con alguien como yo. Podría volver a lastimarte.




—Quién hubiera dicho que alguien podía romper suficiente el alma de alguien como tú para obligarlo a cambiar —Saku se alejó, pero no dejó de mirarlo—. Estoy celoso de esa persona —el rubio soltó algunas carcajadas. Por algunas horas, sintió que se desligaba de aquella mochila que le pesaba todo el tiempo.




___

 

Sintió frío, ya que sólo traía puesto una camisa en su torso. Se apoyó en la pared del balcón, dejó salir el humo por su boca. No quería entrar. La puerta se deslizó hacia un costado, pero no lo notó.

 

—Paul —susurró, lo tomó del brazo con calidez—, ¿estás bien? Hace frío aquí —le sonrió. No la miró.

 

—Lo siento. Recordé que tengo trabajo que hacer —pasó por su lado. Se encerró en su estudio, sintiendo cómo el vacío cubría cada parte de su interior.






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