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A través del tiempo. por Ulala

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Tyler se heló. Sus piernas comenzaron a temblar, su corazón amenazó con salir de su cavidad torácica. Estaba seguro que mostraba espasmos en todo el cuerpo. No levantó la vista, no tuvo el valor. Sin embargo, sabía que debía hacerlo. Esa voz le carcomió cada parte de su ser y recordó cara timbre, cada variación: gritando, en su oído, ronca, cansada, vibrante. Habían pasado segundos, pero parecieron eternos. Levantó al fin la vista. Ahí estaba él. Implacable, impecable, con aquellos ojos celestes que rebosaban de altanería. Se preguntó por qué estaba allí, cómo lo había averiguado. Por qué había llegado específicamente en aquel instante para cagarlo todo. Tragó saliva. Quería hablar, pero de sus cuerdas vocales no salió más que aire, su garganta estaba seca. No debía verlo titubear y supo, por el lugar; por la situación, por el pasado, que debía mantener la compostura.






—Eres un cliente, debo serlo —respondió. Si alguien preguntara, por más que al rubio le pareciera increíble; sólo habían pasado cinco segundos. El moreno sonrió de manera sarcástica—. ¿Qué haces aquí?





—Negocios —respondió tranquilamente. Vestía un traje impecable de color azul oscuro. No tenía corbata, probablemente se la había quitado. En su muñeca izquierda tenía un reloj. Se cruzó de brazos—. Te escondiste bien para ser un mocoso.





—Eso no es de tu incumbencia —intentaba contenerse, no gritarle, no mandarlo a la mierda. Se repetía una y otra vez en su mente que no era el lugar—. Venir aquí es algo realmente estúpido de tu parte.





—Tengo una razón importante —clavó sus ojos celestes en los verde pradera, que en aquel momento, sintió que podría morir, que podría enterrarse y no volver a salir a la superficie nunca más. A la mierda su trabajo, su novia, su carrera, su vida; simplemente quería irse —. Supe lo de tu padre —y esa fue la gota que rebalsó el vaso. Tembló y no pudo evitarlo. Taquicardia.






—¿Cómo sabes eso?






—Tengo contactos —esa sonrisa, esa maldita sonrisa, no se borraba—. De todas formas, deberías agradecerme. He venido a ofrecerte mi ayuda —acomodó su reloj y apoyó su cabeza ladeada en la palma de su mano, con su vista hacia arriba. Esa belleza de su rostro casi soberbia, aquella finura, no se había quitado ni siquiera un poco y hasta podría atreverse a decir; que había aumentado.





—No necesito tu ayuda. Ni tampoco es el lugar. Podrías haberme llamado si ese es el caso.





—Creo que ya he intentado eso —sus palabras se clavaron en él como puñales—, ¿qué hubiera cambiado ahora? —y no le contestó. Porque tenía razón. Y porque aquellas palabras le recordaron el maldito mes, que pasó sufriendo por contestarle, por decirle que la había cagado, mientras se repetía a sí mismo que si volvía a escuchar su voz en ese instante, le daría la excusa de dejar todo; absolutamente todo —. Dices que no necesitas mi ayuda, mientras que ni siquiera vendiendo tu hígado podrías pagar ese tratamiento. No tienes que ser muy inteligente para saber eso —le sonrió de manera arrogante. Tyler apretó los puños.






—Estoy trabajando. No es un buen momento para hablar ahora —quería que terminara. Como fuera. Pero que se largara de ahí y que no volviera nunca más. Cada vez que lo observaba, los recuerdos lo invadían y las imágenes y ya no podía soportarlo.






—De acuerdo —finalizó—. Como muestra de mi amabilidad, te esperaré en tu casa para que hablemos tranquilamente —atinó a levantarse—, no es necesario que me digas nada más, ya lo sé —se paró y se acomodó el saco. Le sonrió, quedando casi a una cabeza más que el rubio —. No tardes mucho —se agachó un poco para susurrarle al oído, sintió su cálido aliento en su mejilla. Corrió su cabello azabache hacia atrás y el otro, tembloroso, observó cómo la espalda de Paul iba haciéndose más pequeña a medida que la distancia aumentaba.







Sintió sus piernas temblar nuevamente. Olvidándose de dónde estaba, simplemente se sentó en la silla que tenía en frente. Enterró sus dedos en su propio cabello, frustrado, asustado, irritado.






Todos los sentimientos que recorrían su cuerpo lo frustraban. Quería llorar. Se repetía que todo estaría bien, que lo que tenía era suficiente. Su vida era buena: tenía trabajo, estudiaba en una buena universidad y tenía una buena novia. ¿Por qué diablos tenía que aparecer él? ¿por qué apareció con tanta tranquilidad, luciendo una sonrisa de superioridad? Como si siempre lo hubiera sabido. Como si sólo estaría esperando el peor momento para mostrar su cara nuevamente y joderlo. Para hacerle entender, que en realidad; el pasado no sólo era pasado. Que no podía dejarlo atrás como si nada hubiera sucedido. Sintió una mano en su hombro, se asustó y se giró bruscamente. Observó a su jefe, mirándolo con preocupación.







—Hey, ¿estás bien, Tyler? ¿sucedió algo con ese tipo?






—No… es sólo un viejo conocido —sonrió levemente, intentando tranquilizarse—. Nada más. Estoy bien, lo siento. Solo me sorprendió.





Guardar las apariencias: algo que él sabía muy bien. Por el simple hecho de que lo venía haciendo desde hacía mucho tiempo. Su vida privada, su pasado, estaba fuera del trabajo e incluso, fuera de su novia. Tyler se levantó. Intentó autoconvencerse de que no podía ser tan malo si contenía la palabra “ayudar”. Suspiró. El maldito tenía razón y lo sabía, sólo que su orgullo no se lo dejaba admitir. Observó la hora. 10:30: faltaba una hora. Todo su cuerpo tembló cuando lo recordó: Zoe. ¡Zoe iría a su casa!






Imaginó las millones de posibilidades que surgirían si ellos dos se cruzaban. ¿Qué le diría Paul? ¿qué le diría ella? Maldijo en todos los idiomas que eran posibles para un mero humano. Avisó a su jefe que saldría un segundo, que debía hacer una llamada urgente y corrió hacia afuera. Marcó su número, con dedos temblorosos. No atendió a la primera. Se impacientó.





¿Tyler?





—Zoe, lo siento. Será mejor dejar nuestra cita para otro día —enterró sus dedos en el cabello. Estaba frustrado—. Discúlpame por avisar a último momento, es que surgió un inconveniente urgente.





Oh, no hay problema, aún no salí de casa —soltó una risita—. ¿Está todo bien?





—Sí, no es nada grave.





Bien. Será otro día entonces, no te preocupes.





—Realmente lo lamento.






No te preocupes, en serio. ¡Nos vemos el lunes! Cuídate —ella se despidió. Cortó. Él sintió un peso gigante bajarse de sus hombros y a la vez, culpa. Era un maldito ángel, una persona tan magnífica a la cual acababa de mentirle, incapaz de contarle la verdad. Por un instante, había olvidado el problema mayor: un demonio trajeado que probablemente estaría dentro de su departamento. Que sabía su dirección, sus horarios, dónde trabajaba y muy probablemente dónde estudiaba.







Quiso gritar. Romper algo. Llorar. Intentó tranquilizarse. Dio una mirada al cielo artificial, lleno de edificios, lleno de luces, sin ninguna estrella. Entró nuevamente al restaurante, como si nada hubiera pasado. Estoico. Se iba a mantener estoico. Una hora. Rogaba a todos los dioses que conocía que no pasara el tiempo. Rogaba llegar y que simplemente no hubiese nadie. Rogaba que algún cliente llegara a las 11:29 como siempre sucedía. Sin embargo, nada de eso sucedió.






Sus manos temblaban. Y lo notó en cuanto se puso las manos en los bolsillos mientras caminaba por las calles. Paul lucía exactamente igual. Parecía que el tiempo para él, no era más que una falacia. Su lunar en la ceja, su nariz recta, sus labios en el perfecto equilibrio entre gruesos y finos. Sólo su cabello lucía más corto y sus ojos, increíblemente fríos.






Estaba la posibilidad de que le preguntara acerca de todo. Y no había cosa que más lo asustara. ¿Qué le diría? Podría mostrarle aquellos diarios que había escrito en su nombre. Podría decirle, que agradecía que estuviera bien. Que se alegraba, en alguna parte de su ser, volver a verlo. Pero ¿qué razón tendría? No cambiaría nada. Masculló. Dos manzanas. Se autoconvenció que lo había superado. Que aquellos nudos en la garganta que sentía, aún; más de tres años después, no eran absolutamente nada. Porque el tiempo había pasado y él había cambiado. E incluso Paul no lo miraba de la misma manera, decidió que debía hacer lo mismo: mostrarle indiferencia. Sí, porque tenía una buena vida, una excelente novia y eso era suficiente. Ahí estaba su puerta. Se quedó parado. Rebuscó entre sus bolsillos, casi esperando haber olvidado la llave. Se repitió que todo estaría bien. Indiferencia, tranquilidad, estoicismo. Respiró.







En el momento en que Tyler colocó la llave en la cerradura, supo que estaba perdido.


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