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A través del tiempo. por Ulala

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La luz estaba prendida. Dejó la mochila en la entrada, despacio; como si no quisiera hacer ruido al entrar. Como si quizá, tuviera suerte y él estaría dormido. Su departamento era pequeño, lo suficiente para escuchar la televisión desde el pasillo que tenía la entrada. Y justamente como supuso: el maldito sabía dónde estaba la llave de repuesto. Lentamente, arrastrando lo pies, también arrastrando su miseria al mismo tiempo, se adentró en su propio hogar con temor. Y ahí estaba él. Acostado en el sillón, con una pierna encima de la mesa ratona, apoyando su cabeza en la palma de su mano, mientras que con la otra sostenía el control remoto de la televisión. Su camisa estaba a medio desabrochar, fuera de su pantalón, ya arrugada de la posición; su saco, tirado en la mesa. Apenas entró, sintió el olor de cigarrillo penetrarle la nariz. Al moreno, no se le había ocurrido mejor idea de utilizar un plato como cenicero, ya que Tyler no tenía uno. Quiso matarlo, pero desistió.





—Era hora —habló él primero. Cambió de canal, mientras seguía en la misma posición—. ¿Siempre la televisión fue tan aburrida? —se acomodó y se giró, clavándole la mirada.





—No estás en tu casa. No es como si pudieras entrar y simplemente utilizar todo a tu antojo —Tyler acomodó su ropa, quitándose la camisa de adentro del pantalón y desabotonando las mangas. Paul prendió un cigarrillo, con indiferencia —. Maldición, no fumes aquí adentro —y su pedido fue totalmente ignorado. Fue a la nevera, intentando tranquilizarse. Cogió dos latas de cerveza, caminó hacia el sillón y se sentó en frente, dejando una para él. Simple cortesía, se dijo—. ¿Qué quieres, Paul? —nunca se había dado cuenta, la cantidad de tiempo que no decía su nombre en voz alta.






—Ya te lo he dicho —sintió los orbes celestes quemar dentro de su alma. Analizaba cada reacción de su rostro, detalladamente; sin sentir una mísera pizca de vergüenza al respecto. Tyler lucía diferente. Roto, descosido y aquellos ojos que alguna vez habían tenido la pizca de la energía, estaban muertos. Flaco, pero no escuálido. Más blanco, pero no pálido. Su cabello estaba mucho más corto, dándole incluso un aspecto más adulto. Todo él, estaba curtido por el dolor—. Estudias y trabajas —dijo finalmente, como si no hubiera pasado sólo un minuto observándolo. Estiró el brazo hacia la lata y la abrió —. No puedes pagar ese tratamiento. Y si no lo haces, tu padre morirá. Según mi perspectiva, no tienes muchas opciones, ¿verdad? —Hablaba como si la muerte no fuera más que un mísero trámite. Como si todo el sentimiento que pudiera experimentar por aquello, no le interesara en lo más mínimo. Fumó el cigarrillo, dejó caer la ceniza en el plato. Tyler lo observaba en silencio, conteniendo con todas sus fuerzas el dolor—. No puedes pedir un préstamo, ya que no tienes propiedades a tu nombre, tu padre ya no tiene nada más que hipotecar y puedo seguir dándote razones toda la noche, Tyler —y otra de las cosas que había olvidado el rubio, era cómo sonaba su nombre saliendo de sus labios. Cómo sonaba su nombre cuando lo susurraba en su oído. Tuvo un escalofrío, apretó los puños. Años. Bajó la mirada mientras sentía la suya carcomiéndole la nuca.







—Puedo devolvértelo —susurró—, no falta mucho para que tenga mi título y pueda empezar a trabajar… así podría… —lo interrumpió una carcajada sarcástica. El diablo se paró, se agachó enfrente de él, apoyándose con las palmas de sus manos en los apoyabrazos. No lo tocaba, pero sentía su aroma. Su maldito perfume.






—Oh, no necesito que la devuelvas —le susurró. Sintió sus cabellos rozar su mejilla—. ¿Aún no has comprendido? —lo tomó de la barbilla, haciendo que lo mirara directamente a los ojos—. Tú eres el método de pago —le sonrió con malicia. El rubio abrió sus ojos a más no poder y el moreno, podía verse reflejado en aquellos ojos verdes, que alguna vez lo miraron con ansias de mucho más.





—¿De qué diablos hablas? —le quitó la mano bruscamente, pegó su espalda al respaldo.





—No es como si tu culo no estaría acostumbrado —le sonrió tan sarcásticamente que el rubio tuvo que contener su rabia. Quería golpearlo—. Es un buen trato. Dime si alguna vez te pagaron tanto por cogerte —soltó una carcajada, apagó el cigarrillo en el plato tranquilamente.





—¡¿Por quién mierda me estás tratando?! —se levantó gritando, enfurecido—. ¡¿Te piensas que puedes venir aquí después de más de tres años a pedirme que me acueste contigo por dinero?! ¿¡quién diablos te crees que eres?! —estaba enojado. Ya no había marcha atrás. Paul lo observaba detenidamente, callado; con una sonrisa pintada en el rostro. Como si supiera, que de todas formas ya había ganado —. Vete de aquí. No quiero ver tu maldito rostro —el rubio no supo cuándo, pero lo estampó contra la pared con firmeza. Tomó sus muñecas y las colocó encima de su cabeza. Estaba pegado a él, sentía su aliento con olor a cigarrillo sobre su rostro. Intentó zafarse, pero lo sostenía con la fuerza suficiente para no hacerle daño.




 

—¿Vas a negar que no tienes otra salida? —sus bocas estaban cerca, casi rozándose—. Puede parecerte una mierda ahora, pero dime ¿qué tan mal te sentirás sabiendo que tu padre murió porque tú no te esforzaste lo suficiente? —quería herirlo, romper cada pedazo de él. Rozó con la punta de su nariz su cuello—. No es como si fuera eterno. Sólo hasta que me canse —subió despacio hasta su mejilla—. Después de todo, no hay un sólo lugar de tu cuerpo que yo desconozca —Tyler tragó saliva. Apretó los puños dentro del agarre.





Se resistía, pero su cuerpo cada vez sucumbía más. En su cabeza, intentaba pensar en todas las cosas que lo habían llevado donde estaba. Zoe. Él tenía una novia y eso era suficiente. Sintió la calidez de su cuerpo una vez más, contra el suyo. Una calidez que creía haber olvidado y desechado de su memoria, sin embargo; no eran más que falacias.






—¿Entonces sólo vas a desecharme cuando te aburras de mí? —luchó por mantener su voz firme. Para que parezca, incluso con sí mismo; que no estaba perdiendo la compostura. Paul sonrió, sin embargo, el rubio no pudo verlo, ya que su rostro estaba en su cuello.





—¿No es eso lo que hiciste tú, Tyler? —susurró, mientras subía despacio a su oreja, que para sorpresa del rubio, fue aprisionada suavemente por sus dientes.





Quiso llorar. Quiso desplomarse en ese mismo instante. Las palabras de Paul se clavaban en él como espadas y le dolían en lo más recóndito de su ser. Se contuvo. Cerró los ojos con fuerza, sintiendo cómo toda su rabia se desvanecía y era invadido por los recuerdos. Sintiendo cómo lentamente, dejaba de resistirse con tanto énfasis. Lo recordó durmiendo la última vez. Lo recordó riendo cuando tenía salsa en las comisuras. Lo recordó caminando a su lado. Lo recordó en los pasillos de su casa. Lo recordó, una y otra vez, mientras se rompía en mil pedazos.






—Al menos ya sabes qué esperar de todo esto—Paul jugaba. Se divertía viendo cómo su presa ya no poseía más fuerza de resistencia.





Y se dijo a sí mismo que realmente no le importaba. Que quería romperlo, lastimarlo. Quería que sufra. Dejar aquellos ojos verdes, que alguna vez había mirado con tanto cariño, aún más faltos de vida. Porque Tyler representaba todo aquello que lo torturaba. Quería destrozarlo lo suficiente, para que con él se rompieran todos los recuerdos que tenían juntos, todo lo que alguna vez amó.







Se dirigió espacio a sus labios, acariciándolos con los suyos, hasta que finalmente besó aquella boca entreabierta. Los ojos verdes de Tyler se abrieron con sorpresa. Había olvidado esa sensación. Esa maldita sensación, ese temblor, ese nudo en el estomago; esos nervios. Disminuyó la fuerza de su agarre y justo como esperaba Paul, dejó de resistirse. El moreno pasó su lengua por sus labios y el rubio se vio atrapado en algo que probablemente ya era demasiado tarde para salir. Tomó con unas manos sus caderas, hundiendo con fuerza sus dedos en ellas, pegándolo aún más a él, mientras que con la otra, tomó firmemente sus cabellos. Estaba embobado en un beso que era casi desesperado, bruto. No reaccionaba.  Su mente le estaba gritando y él simplemente no podía parar. Lo había olvidado. Esa era la única razón por la cual sentía un poco menos de dolor. Porque había olvidado las sensaciones que él era capaz de causarle. ¿Cómo pudo? Su corazón latía fuerte. Juntó todas sus fuerzas para no corresponder, pero antes de darse cuenta, sus manos temblorosas estaban en su espalda. Le había ganado. El maldito lo había atrapado.





—Voy a tomar eso como un sí —se separó sólo para demostrarle su rostro de victoria. Para dejarle en claro que él tenía el poder.





Mordió sus labios con fuerza, hasta que un quejido se ahogó entre ambas bocas. Quería más. Metió sus manos debajo de su camisa, sintiendo cómo su piel se estremecía con su tacto. Y eso lo complació. Porque al fin y al cabo, estaba seguro que nadie lo hacía temblar como él. Nadie lo conocía como él. Nadie había tocado los puntos más sensibles de su ser, nadie lo había visto en su totalidad, excepto él. Sonrió por saber que a pesar de lo mucho que Tyler intentara, no había dejado de ser suyo ni un sólo instante.




—Espera —y fue ignorado—. ¡Espera, maldición! —lo separó bruscamente, juntando toda la cordura que le quedaba mientras respiraba agitadamente. Paul sonrió, lamió las comisuras de sus labios, observándolo fijamente—. ¿Cómo diablos sé que estás diciendo la verdad?




—Eso es ofensivo —soltó unas carcajadas, hablaba despacio, como si estuviera disfrutando la situación—. Soy un hombre de palabra —se inclinó hacia él, pero no lo tocó. Tyler tragó saliva.





—Mañana lo llamaré para confirmarlo —dijo finalmente, forzando su voz para que pareciera firme.




—Claro, llámalo. ¿Pero y si digo la verdad? —susurró en su oído—. No olvides que eres mi puta desde el mismo instante en que aceptaste mi lengua en tu boca. Quién sabe qué tan mal podría irte si desobedeces mis órdenes —lamió el lóbulo de su oreja despacio.





Humillación. Destrozo. Desesperación. Apretó los puños. Aguantó las lágrimas de impotencia que amenazaban con salir de sus ojos verdes. Quiso golpear esa cara malditamente perfecta que él tenía. Pero supo, que tenía razón.



 

—Vete a la mierda —masculló, mirando directo a aquellos ojos celestes, que ahora lo miraban con soberbia, casi rozando el desprecio.




 

—Ya estoy allí —tomó entre sus dedos su barbilla, sonriendo arrogantemente—. Pero como sabes, soy una persona amable. Como prueba de eso, hoy puedes utilizar sólo tu boca —y su sonrisa, seguía allí.





 

El rubio se congeló. Pegó las palmas de sus manos a la pared, como si existiera alguna forma de huir de allí. Lo observó por un segundo en silencio, esperando que dijera que era una maldita broma. No lo era. Se sentó en el sillón individual tranquilamente y prendió un cigarrillo.




 

—¿Qué esperas? —preguntó, observándolo de reojo para luego dejar salir el humo entre sus labios lentamente.




 

Apretó sus puños. Dudó. Caminó hacia él. Se quedó parado pensando si hacerlo o no, hasta que finalmente, quedó de rodillas. Le dirigió una última mirada de rabia, antes de extender sus manos temblorosas hacia aquellos ojos celestes, que lo miraban implacables. Demasiado tiempo, hacía demasiado tiempo que no hacía eso. Por un momento pensó que lo había olvidado. Que la práctica se iba. Sin embargo, descubrió que no era así.




 

Se sentía un objeto. Y eso le dio entender, en el momento en que colocó su miembro en su boca. Sonreía, con el cigarrillo en su mano izquierda. Disfrutaba su humillación, mientras lo observaba fijamente. Gruñó al sentir sus labios rozar su miembro. Lo había hecho tantas veces y esta vez, era distinto.




 

La satisfacción de verlo arrodillado le producía el éxtasis. Tiró el humo por su boca en cuanto estuvo todo dentro de su cavidad bucal. Hundió sus dedos en los cabellos rubios, forzándolo con rudeza a que entrara todo en ella, haciendo que se ahogara. Volvió a sonreír ante eso. Movió su cabeza de arriba hacia abajo y Paul descansó su nuca en el respaldar del asiento. Mordió sus labios, cerró sus ojos. Manejó la velocidad tomándolo de sus cabellos, Tyler se quejó, pero lo ignoró. Se forzó hasta su garganta antes de llegar al orgasmo, llenándola con su semen. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral, que fue inmediatamente cortado al ver que el rubio se había atragantado. Mientras tosía, soltó algunas risitas sarcásticas. Estaba enojado y lo sabía. Era justamente su objetivo. Se levantó y apagó el cigarrillo encima del plato, pasando por su lado, sin dirigirle ni una mísera mirada.




 

—Nos vemos mañana, Tyler —fue lo único que dijo antes de tomar su saco e irse, antes de dedicarle la última sonrisa soberbia de la noche.




 

Se quedó en el suelo, preguntándose qué diablos acababa de suceder, aún con el gusto entre amargo y salado recubriendo sus papilas gustativas. Apretó entre sus dedos los hilos de la alfombra para contener sus lágrimas. No funcionó.

 

Notas finales:

Este quedó un poquito más largo. (?) Espero que lo disfruten.


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