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A través del tiempo. por Ulala

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Notas del capitulo:

Advertencia de lemon, violación, lenguaje demasiado vulgar. Todo (?) 

El tiempo se había escurrido, esfumado y ninguno supo dónde podrían volver a encontrarlo. Un mes, desde la incómoda charla que tuvo el rubio con Zoe. La había llamado varias veces antes y cuando la culpabilidad golpeó la puerta de su mente, le sugirió que era mejor tomarse un tiempo en su “relación”. Ella preguntó por qué. Él le dijo que porque no podía pedirle que espere a que todos sus problemas terminaran. Y la muchacha, como siempre solía hacer, lo persuadía de alguna forma. La conversación había terminado en la nada, con dos ideologías chocando. En total, dos meses.





La vida con Paul era extrañamente sencilla. Respetaba sus tiempos por lo general. Habían vuelto a tener ese tipo de relación en la cual se llevaban bien, pero por supuesto, había tantas cosas de qué hablar, tantas cosas que no se habían dicho, que generalmente; la incomodidad estaba ahí. Él era frío y distante la mayoría del tiempo, claro que no podía culparlo. Otros, lo tomaba con ansiedad, casi con desesperación. Había días que lo miraba, queriendo decirle tantas cosas, para luego quedarse en silencio.




—¡Tyler! —se sobresaltó.

 

 

—¿Qué sucede?

 

 

—¿Vendrás a tomar algo con nosotros?

 

 

—¿Cuándo?

 

 

—Hoy.



 

Tragó saliva. Estaba en la cafetería de la universidad, sumido en sus pensamientos. Ellos lo observaron sin comprender lo que pasaba por su cabeza. Desde hacía dos meses que no mantenía una conversación de más de veinte minutos que no fuera aquel monstruo que se aferraba a él con mil brazos durante las noches. O su padre, al cual llamaba regularmente para ver cómo estaba.




Dos meses, aguantando cualquier tipo de expresión que él era capaz de generar en su rostro. Dos meses, mintiéndose, autoconvenciéndose que sentía infelicidad ante cada roce de su piel. No había un solo segundo que pudiera relajarse. Y eso le hizo llegar a la conclusión que realmente necesitaba un tiempo fuera. Distenderse, dejar de fingir. Aceptó. Siete de la tarde, viernes. Respiró profundamente y sacó el celular de su bolsillo, ya apartado del grupo. Marcó el número.




¿Hmh?



—Paul —tragó saliva—, llegaré tarde hoy. Iré a tomar algo con unos compañeros de la universidad, a un bar que está cerca —habló rápido. Hubo silencio.



No.



—Ya dije que sí.



No me interesa.



—No puedes tenerme todo el maldito día encerrado, idiota —intentó no alzar la voz—. Hace dos meses sólo veo tu estúpido rostro y necesito salir de la rutina ¿sabes? Me importa un carajo qué digas —el rubio le cortó.





Automáticamente, se dio cuenta de lo que acababa de hacer. Observó su celular con la pantalla bloqueada por algunos segundos. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral cuando volvió a llamarlo. Iba a matarlo, pero no sólo eso; descuartizarlo, de ser posible y tirar los pedazos que quedaran al mar. O quizá, a algún perro. Deslizó el dedo por la pantalla, con un nudo en el estómago, alejando el móvil de su oreja para que no lo aturdan los posibles gritos.





Tyler —su voz era profunda y le congeló cada parte de su cuerpo—. Trae tu culo a esta casa antes de las once o conocerás el infierno —le cortó.





Y el rubio pensó, que al fin y al cabo estaba bien. Él necesitaba un maldito momento lejos de ese monstruo. Asintió con una sonrisa victoriosa. Libertad. Miró a su alrededor, ya en el bar; allí estaban ellos, riendo mientras tomaban. Hacían chistes respecto a los profesores o demás estupideces. Sintió que había olvidado lo bien que se sentía tomarse un momento para él.





Y de repente alguien se sentó a su lado. Casi tan parecido como cuando la conoció. Zoe. Y se odió a sí mismo. No sabía cuánto tiempo había estado sin verla, quizá, tampoco se lo había preguntado. Ella, extrañamente le sonrió. Él no supo qué hacer. Se miraron, buscando las palabras adecuadas, esperando que el otro dijera algo; pero a ninguno se le ocurría qué.




—Hey —y la nostalgia le cubrió el cuerpo—. Cuánto tiempo ha pasado —quiso irse.





No quería explicarle nada. ¿Qué opciones había? ¿lo siento, Zoe, es que ahora estoy acostándome con un tipo que en algún momento fue mi amante, y también el de mi madre; sólo que ahora es por una gran suma de dinero? No. No era una opción. La observó en silencio por algunos segundos que le parecieron eternos. Se veía bien. Tenía su cabello castaño recogido con una coleta y aún sin maquillaje, era hermosa.




—Lo lamento… yo —paró. No tenía excusas.




—Tyler ¿sabes? —ella bebió un poco de su trago. Estaba tranquila, con su rostro relajado—. Sé cómo eres —le sonrió—. Entiendo que creas que no, porque eres reservado. Pero incluso así, sé que no te agrada que te pregunten acerca de nada. Y lo comprendo —se encogió de hombros—, creo que una relación, en la cual se controlan todo el tiempo es realmente tóxica. Y desde un principio, supe que odiabas que estuvieran detrás de ti todo el tiempo —explicó—. Siempre has dicho que yo era tu novia. Sin embargo… ¿cuándo hemos actuado así? —clavó sus ojos en los de él y colocó su pequeña mano encima de la suya—. Y aún así, siempre hemos estado bien —y maldición, que tenía razón.




En ese momento, el rubio notó que hacía demasiado tiempo que no la tocaba. Que no rozaba su piel con la suya. Y lo peor de todo, es que ni siquiera lo había pensado, que ni siquiera; lo había ansiado en lo más recóndito de su ser.




—Es que… han surgido cosas. Simplemente es eso —suspiró. No quería mentirle. Realmente no. Sólo debía decir la información justa—. Sólo es momentáneo. En algún tiempo, probablemente todo vuelva a la normalidad —se obligó a sonreírle.




—Si es así, está bien —no la entendía.





Tyler realmente intentó comprender cómo ella mantenía aquella tranquilidad todo el tiempo. No sabía, cómo podía comprender, cómo podía mantener esa sonrisa. Hablaron, como siempre hicieron, riendo entre todos de cosas triviales. Ella era una mujer que sin duda, él elegiría para casarse. Y es que de todos modos, ¿cuánto más duraría la situación con Paul? él lo había dicho. Al fin y al cabo, no era más que un juguete. Se aburriría eventualmente, lo desecharía probablemente por despecho y volvería a su vida, como si nada hubiese pasado.





Y sabía que era egoísta de su parte, pero no podía dejar todo lo que tenía por algo como eso. Por un seudo noviazgo con una buena mujer desde hacía años, por una vida que los demás llamaría normal. Tyler reía, mientras en su cabeza, sólo existían pensamientos acerca de su situación. No entendía cómo debía proceder. Estar cerca de Paul era peligroso. Iba a botarlo cuando se diera cuenta que él sentía algo más que un simple contrato de palabra, que pensaba que no era una estúpida tortura verlo todas las mañanas con su rostro dormido, que lo observaba dormir y que una vez más, intentaba guardar en su memoria cada expresión de su rostro. Una vez, que lo notara, todo terminaría. Y luego, hecho polvo, él podría volver a fingir que todo lo demás es suficiente.





Las horas pasaron y apenas lo notó. Se despidieron, acompañó a Zoe a la estación de tren. Hacía demasiado tiempo no estaba a solas con ella. Antes de entrar, ella se colocó en puntas de pié y lo besó en los labios. Él no reaccionó, se quedó estático. Fue sólo un roce, casi frío, casi inocente; pero sintió un terror profundo, mientras veía su espalda alejarse, que no sintió absolutamente nada. No era suficiente. Jamás lo había sido. Y por mucho que intentara negarlo, por mucho que intentara llenar con cualquier persona aquel espacio, sólo le pertenecía a una persona.





Suspiró y se colocó las manos en los bolsillos. Caminó a casa, que en realidad; no era su casa, pero quizá debía comenzar a llamarla así. Probablemente le haría mil millones de preguntas acerca de qué había hecho, dónde había estado y con quién. Las nueve de la noche. Podría haberse quedado más tiempo, pero algo dentro suyo ansiaba ver lo que se había esforzado en alejar. Subió por el ascensor, colocó la llave dentro de la cerradura.





Estaba oscuro, para su sorpresa. Las ventanas estaban abiertas y las cortinas se movían al compás del viento. Vio un pequeño círculo naranja entra la oscuridad: un cigarro. Prendió la luz a su lado y ahí estaba Paul, mirándolo fijamente incluso en la penumbra. Se asustó. Se veía enojado, quizá demasiado.





—¿Por qué está todo oscuro? —le preguntó, como si no hubiera observado su expresión. No preguntarle por qué estaba enojado era una de las cosas que había aprendido a través del tiempo—. Deberías cerrar las ventanas, hace frío —se aproximó hacia ellas, pero antes de llegar, Paul lo tomó de la muñeca estando aún sentado. Dirigió una mirada rápida al cenicero a su lado: estaba lleno. ¿Cuántos había fumado? La brisa le pegó en el rostro directamente.




—¿Qué estuviste haciendo?




—Sólo fui a beber con unos compañeros, Pau. Te lo he dicho.




—Unos compañeros —soltó una carcajada sarcástica. El agarre comenzó a doler y el rubio se estremeció—. Asumo que te has olvidado de mencionar lo de la estación sólo por coincidencia —y al pronunciar estas palabras, Tyler supo lo jodido que estaba. Su rostro era tétrico. Se levantó y lo estampó con fuerza contra la pared—, ¿me tomas por idiota? —lo fulminaba por la mirada, colocando ambos brazos alrededor de su cabeza.




—¿Estabas siguiéndome?




—¡No te atrevas a desviar el tema! —le gritó. Su aliento pegaba en su rostro, su respiración era agitada. Se quedó estático, sin saber cómo proceder. Nervios —. Me habían comentado que tenías una noviecita. Así que es esa —colocó sus muñecas encima de su cabeza. Se resistió, pero Paul lo apretaba hasta el punto de lastimarlo.





—¡Maldita sea, para! ¡ella me besó, maldición! —le gritó, moviéndose. Paul no se inmutó. Lo observaba en silencio, con sus ojos brillando en furia. No iba a escucharlo—. ¡me estás lastimando! —intentaba zafarse, pero cuánto más lo hacía, más fuerza él ejercía. Lo pateó, pero no le importó.




—Claramente violó tu integridad física, Tyler. Jamás me hablaste de ella y no creo que sea casualidad —con su mano libre, tomó fuertemente la barbilla del rubio obligándolo a que lo mirara fijamente—. Quieres tener un seguro, alguien con quien tener un bonito matrimonio. Dime ¿le contaste que eres cogido por dinero? —le sonrió sarcásticamente.




Deslizó su mano libre, hacia el cinturón del rubio que abrió sus ojos bruscamente. No lo estaba escuchando, no le interesaba. Al fin y al cabo, él no era más que un juguete que alguien había osado tocar.




—Quítate —musitó con lo que quedaba de su voz firme, pero fue ignorado. Paul mordió su clavícula casi con furia—. ¡Quítate, maldito bastardo! —haciendo uso de toda su fuerza, soltó sus muñecas que sostenía con una mano y proporcionó un puñetazo en su mejilla izquierda.





Paul giró su rostro colocando sus dedos en su boca de perfil a causa del golpe. Por un segundo, su expresión fue escondida entre sus cabellos. La sangre bajó lentamente. Rompió su labio contra sus dientes. Fue sólo una milécima en que tardó en reaccionar y levantar su mirada: furia. Se apoderó de él, casi como si fuera otra persona. Tyler sintió como se estremecía ante aquel ser, que por primera vez en su vida, temió.





Rápidamente lo agarró. El rubio no supo cómo, pero de un segundo a otro, se encontró con sus muñecas aprisionadas entre la fuerza de su propio cinto. Se rozó bruscamente en su espalda y deslizó su mano helada dentro de bóxer. Mordió sin piedad su cuello, dejando la marca de sus dientes y leves rastros de sangre. Se estremeció. En parte por el frío, en parte del dolor. Y en un principio, se convenció que no gritaría. Que no le daría esa maldita satisfacción. Cerró sus ojos con fuerza. Todo lo que había logrado imaginar, se había desvanecido. Se sintió un idiota, porque al fin y al cabo; eso fue desde un principio: si él había sido amable, fue porque no había puesto resistencia en ningún momento. Simplemente lo dejó hacer, simplemente acató las órdenes, casi olvidando, que no era más que un agujero para Paul, de su posesiva pertenencia.





—¿Qué diría ella si te la viera parada mientras eres tocado por mí? —le susurró en el oído. Tyler apretó los puños dentro del agarre—. Parece que te gusta ser tratado así —sus pantalones se deslizaron por sus piernas, sintiendo aún más, su miembro en su espalda, casi clavándose hasta causar dolor. Tragó saliva, sintió ganas de llorar, pero se contuvo. No podía zafarse, había perdido completamente la esperanza de aquello. Deslizó su mano nuevamente hacia sus muslos y metió un dedo en su cavidad—. Me divierte imaginar qué cara pondría, si te viera que estás colocando tu culo en posición para que pueda metértela —se rió. Quería lastimarlo. Herirlo. Introdujo otro dedo con rudeza y el rubio cerró sus ojos con fuerza, mordiendo su lengua—. O si escuchara tus gemidos mientras estás debajo mío —se le escapó una lágrima. Paul jamás pudo verla.





Nunca había sido tratado de esa forma. Tampoco durante todo ese tiempo, había sido específicamente amable, pero aquel era un límite que no esperó que fuera capaz de cruzar. Escuchó el ruido de su cinturón desajustarse. Lo sintió dentro, penetrádolo con fuerza, con una mano sostenía sus muñecas, aún a pesar de que estaban aprisionadas y con la otra, sus caderas, clavando sus dedos, casi cortando su circulación. Se sintió eterno, cada embestida, era un golpe en su rostro. Sucio. Porque al fin y al cabo, una maldita parte de él, en el fondo, lo estaba disfrutando. Su cuerpo respondía casi en contra de su voluntad. Sin embargo, todo esto fue desechado en el momento en que cambió su posición, tirando absolutamente todo lo que había sobre la mesa y obligándolo a apoyar su abdomen en contra de ésta. El dolor sobrepasó cualquier límite que podría imaginar. Fue entonces, cuando no pudo evitar gritar. Gritarle que por qué diablos lo hacía, que parase, pero aquel no era Paul. Al cabo de un rato, simplemente se cansó de insultarlo, de darle el gusto de hacerlo, de demostrarle que le dolía. Sus muñecas estaban entumecidas a ese punto. Jaló de sus cabellos, levantando su cabeza ligeramente, soltó un quejido casi inaudible, conteniendo con todas sus fuerzas sus lágrimas. Sentía desgarrarse por dentro una y otra vez, entre cada penetración.





El moreno lo mordió en el hombro, dejando en herida, la marca de sus dientes, casi como una pertenencia. Le dolía. Esa mierda le había dolido e intentaba esconderlo detrás de su enojo. Quizá no tenía razón, tampoco tenía derecho, pero no le importó, el desdén se había apoderado de sí mismo. Quería que sólo lo mirara a él y eso con Tyler, parecía imposible. Porque no se dejaba. Porque entre sus ausencias, no sabía lo que pensaba. Esa imagen en la estación le quemaba por dentro. Paul masculló. Dio nuevamente vuelta al rubio, que a ese punto, lo observaba sin expresión. El moreno quería acabarle en esa bonita cara que tenía. En los labios que ella había tocado, simplemente para sentir que tenía más derecho. Que era suyo, que podía hacer lo que quisiera. Y así lo hizo, obligándolo a arrodillarse, casi humillado, casi completamente roto, el rubio cerró sus ojos verdes; su cara quedó manchada. Abrió los ojos lentamente, miró a Paul, aún sin cambiar de expresión.




—Eres de mi propiedad, no olvides eso —le dijo sosteniéndolo de sus cabellos. Le dio la espalda y desapareció de la habitación por el pasillo. No preguntó dónde iba.





Se quedó ahí por algunos minutos. Como si lo que acababa de suceder, no fuera más que un producto morboso de su imaginación. Con dificultad se puso de pie, quitando el cuero que cubría sus muñecas se dirigió al baño para ducharse. Al hacerlo, notó el hilo de sangre que se escurría por el desagüe. Se sentía sucio y no importaba cuánto lavase, la sensación no se iba. No sabía si era por el sexo en sí, si por el semen; o específicamente, por cómo él lo había tratado. Porque una parte dentro suyo, idiota, estúpida y casi inconsciente, le decía que lo que había sucedido era bastante parecido a una infidelidad, pero ¿lo era si de parte de Paul, no era más que un simple objeto?





Salió de la ducha, con una toalla en la cadera. No tenía ropa. Debía ir al cuarto. Caminó despacio, queriendo escuchar cada mínimo ruido por el simple hecho de que no quería volver a encontrarse con aquel hombre. Entró en la habitación. Estaba vacía para su sorpresa. Sacó ropa para dormir y se acostó. ¿Dormiría a su lado? ¿lo abrazaría tiernamente, como todas las noches, después de lo que había pasado? La cama se sintió fría, demasiado grande. Tyler comprendió que estaba enojado por no sentir la suficiente rabia. Un pedazo de carne. Detestaba no odiarlo por eso. Detestaba, que aún a pesar de esas circunstancias, no optaba por tomar sus cosas e irse. Se tapó hasta el tabique, sus cabellos mojaron la almohada. El cansancio superó al dolor, en su cuello, en sus hombros y en su cavidad, que latía. Cerró los ojos.





Apoyó la espalda contra la pared y se dejó deslizar. Colocó la botella en el suelo: whisky. Lo odiaba, pero era lo más fuerte que había en el maldito bar de la casa. Quiso golpearse. Tomó un trago largo. Lo había tomado en contra de su voluntad. La ira se había pasado y ahora sólo quedaba el resentimiento de lo que había hecho. La mirada que le había dedicado al terminar, estaba grabada en su cabeza, de asco, él pensó. Volvió a tomar. Le dieron ganas de vomitar, pero no lo hizo. Golpeó el suelo. Sangre. No le importó y deslizó en su garganta otro sorbo.





Todo había comenzado cuando tuvo la maravillosa idea de ir a buscar a Tyler sin avisarle. No era tarde, pero de todas formas; a pesar de que se lo había negado, le preocupaba. Específicamente, teniendo en cuenta viejas experiencias. Ya en frente del lugar, cuando lo vio salir con una mujer: lo supo.





Había roto cada maldita cosa, como si aquel rubio, estuviera empecinado en hacerle perder los estribos. Jamás había tratado a alguien de esa forma. Por el simple hecho, que no era parte de su personalidad. Sin embargo, ahí estaba Paul. Pudo jurar, aún en la oscuridad, que había sangre. Su labio ardió, pero fue tapado por el alcohol. Deseó odiarlo. Deseó que él lo odiase. Que alguno de los dos terminara con esa maldita tortura.





Cada vez que lo miraba a los ojos, sentía la rabia apoderarse de su cuerpo. Pero no hacia Tyler, si no, hacia él mismo. Porque una parte de su mente había dejado el rencor de lado. Una parte, tan estúpida de algunos de sus dos hemisferios, le habían dicho que sentía más felicidad en su sonrisa que en sus lágrimas. Y el moreno, acababa de comprobarlo.

 

 



El rubio se despertó cuando sintió el sol en su cara. Por primera vez en su vida, no pensó en lo odioso que era aquello, si no en el dolor que cubría su cuerpo de manera general. Miró a su lado casi instantáneamente: Paul no estaba. El lado izquierdo: arreglado, así que supuso que ni siquiera se había acostado y ni él, movido de su lugar. Se levantó. Cuando abrió la puerta que conducía al pasillo, un escalofrío le recorrió el cuerpo. Frío.





Caminó hacia el salón y apenas puso un pie en él, notó el desastre. La alfombra blanca estaba corrida de su lugar, manchada con algo que parecía vino; los sillones individuales, algunos torcidos, otros tirados; las ventanas, abiertas de par en par, haciendo que toda la brisa fría se colara en la habitación; la nevera, abierta. Y en el medio del espectáculo, estaba Paul, durmiendo en el sillón, con una botella de en la mano izquierda, llena de sangre seca, mientras que con el brazo derecho cubría su rostro. Sólo estaba con una camisa y un pantalón negro. El rubio suspiró. Se había emborrachado como un mocoso.





Se acercó a él, quedándose parado. Por un segundo lo observó. Se veía tan tranquilo y tan roto al mismo tiempo. Extendió su brazo tembloroso para quitar los cabellos de su frente, pero frenó en seco al sentir la punzada de dolor. Se veía helado. Cerró las ventanas y le colocó una manta encima, odiándose por eso mismo. Sirvió café, sentándose en la butaca y observándolo a dormir a lo lejos.





Había dormido ahí porque seguía enojado. Debía haberle dicho a Zoe la verdad, pero simplemente no supo cómo. No era fácil de decir. No porque fuera gay o no. Era más que nada, que no volvería a ser lo mismo. Suspiró. Volvió a la habitación a cambiarse, tomó un bolígrafo y garabateó en una nota que iba a la universidad. Tomó su mochila y se fue, cerrando la puerta despacio. Los ojos celestes se abrieron, quitó la mano encima de sus ojos. Suspiró con frustración. ¿Se iría? Probablemente. Y lo dejaría, si eso quería. Algo dentro de él se rompió cuando observó la tela de lana, que ahora cubría su cuerpo.





Para su sorpresa, Tyler no se fue. Los días pasaron y ninguno llevó la cuenta, pero fueron dos. No se habían dirigido la palabra. Paul no se había disculpado y el rubio tampoco había insistido. Sólo una vez, se habían cruzado entre los pasillos y ni siquiera se miraron.





Paul no sabía cómo tratarlo. No sabía si estaba enojado y tampoco quería preguntarle algo tan estúpido. Esperaba que algo mágicamente se resolviera sin que él hiciera algo al respecto. Así que por esos días, dejó de aparecerse en su casa. Escapaba, prácticamente a su trabajo y dormía fuera, ya que cada vez que observaba la marca de sus muñecas, sentía algo muy parecido a asco de sí mismo. El rubio jamás le preguntó dónde iba ni qué hacía. Sintió que no le correspondía hacer ese tipo de preguntas. Sin embargo, cuando llegaba el amanecer, se sentía solo sin saberlo.




Notas finales:

No sé qué tan hardcore sea esto. (? Pero juro que lo intenté :( En fin, espero que lo disfruten. Besitos.


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