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A través del tiempo. por Ulala

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Viernes al mediodía.

 

Hace treinta y cinco minutos regresé de una reunión con un estúpido cliente. Mi estómago comenzó a gruñir hace ya un tiempo, pero aún hay trabajo que hacer. Éste no es más que ese momento del día, donde se junta el cansancio, el hambre y la frustración de aguantar gente idiota. El tipo que me había reunido es el clásico que uno sólo tiene que asentir y darle la razón, a causa de eso, la carretilla de mi mandíbula comenzaba a molestarme por sonreír demasiado y no es que me sorprenda: ha pasado varias veces.

 

Golpearon la puerta, levanté la vista de los papeles que sostenía en mis manos con molestia. Como si no fuera lo suficientemente aburrido leer una propuesta organizacional. Se adentró mi secretaria, caminando tímidamente hacia el escritorio, asumo que vio en mi rostro el mal humor.



—Señor, su hermano está aquí y quiere verlo con urgencia —susurró con sus manos entrelazadas. Ella lo sabía: aquella noticia me había irritado muchísimo. Asentí, dándole el permiso para dejarlo pasar.



Mascullé por debajo. No tenía tiempo ni ganas de aguantar su existencia, que respire el mismo aire que yo aunque sea sólo por un segundo. Lo detestaba, a la gente como ellos, sus estúpidos discursos aristocráticos, su etiqueta, su “qué dirán”. Ella se fue y a los pocos segundos entró Kazumi con su aire de superioridad, vestido probablemente con el traje más caro que pudo encontrar, pagado especialmente con la tarjeta de crédito de mi padre.

 

 

—¿A qué debo tan grata visita? —pregunté con mi vista en los papeles. No era necesario prestarle toda mi atención a semejante porquería. Él soltó una carcajada sarcástica.

 

 

—¿Cuándo pensabas decirnos? —me interrogó. Caminó hacia el var y se sirvió whisky. Otra razón más para repugnarme. Tomó asiento en la silla que quedaba frente a mi escritorio.

 

 

—No sé de qué me hablas —sonreí y levanté la mirada, sólo para mofarme del disgusto que le estaba causando.



—Tu compromiso.

 

 

—Oh. Estoy comprometido —dejé los papeles—, ¿eso es suficiente? —se levantó bruscamente y golpeó con la palma el escritorio, el vaso se tambaleó.

 

 

—Estás haciendo esta mierda apropósito y déjame decirte que a mi padre no le está agradando una mierda —me miraba furioso. No pude evitar reír.

 

 

—¿Si? —pregunté quitándome los lentes lentamente—. Entonces ven aquí y toma mi lugar —me paré, apoyé las palmas en el escritorio y lo observé fijamente. Tragó saliva—. No vengas con altanerias aquí, sólo eres un triste mensajero.

 

 

—Tú no eres más que un bastardo con aires de grandeza —finalizó conforme, creyó haberme herido con aquella mirada que destilaba asco.

 

 

—Qué pena entonces que la economía de tu familia dependa de un bastardo como yo, dado que todos son unos inútiles. ¿Qué sucede? Aquella burbuja de perfección que creían tener, está a punto de morir en el hospital —sonreí. Tomó el vaso y lo estampó contra la pared que estaba frente a mí. Supongo que nunca sabré si sólo su puntería es mala.

 

 

—¡Cállate! —gritó. Estaba furioso y no había cosa que me regocijara más—. Has rechazado todos los compromisos potenciales y ahora te decides por esa mujer. Tenemos una imagen que mantener y lo sabes muy bien. No te atrevas a hacer esa mierda. Sólo te digo eso —me dio la espalda.


 

—¡Un placer verte, querido hermano! —lo saludé mientras se iba. Cerró la puerta con furia.



 

Un bastardo. Eso es lo que soy. Pero es increíblemente divertido y placentero, que tengan que depender de mí. Mi madre quedó embarazada de él: mi padre. Nunca le pregunté cómo se conocieron, en parte; tampoco tuve oportunidad. Ella… era una mujer hermosa, llena de vida. Quisiera saber si alguna vez la quiso. Estaba casado y yo debía mantenerme en las sombras. Jamás me faltó nada y religiosamente, todos los meses el dinero era depositado en una cuenta bancaria. Todo habría estado bien, quizá, si no hubiera enfermado. El cáncer fue una enfermedad que carcomió hasta la última gota de su espíritu y su organismo. La quimioterapia terminó de matarla.

 

 

Allí estaba yo con seis años, sin saber qué hacer con mi vida, parado frente a su tumba, sin posibilidad de llorar, o un hombro para hacerlo. No tuvo más opción que criarme. Me recibió en su casa, donde le recordaba a su esposa todos los días de su existencia, el error que su esposo había cometido hacía seis inviernos: un engendro. Yo le recordaba a mis medios hermanos con cada mirada, que su padre era un adúltero. Para todos, fue una situación difícil de asimilar.



Quizá en una combinación de estupidez y crueldad que a veces poseen los niños, jamás me hicieron sentir en mi hogar. Excluído, llegó algún punto que lo hice por naturaleza. Mis hermanos disfrutaban de la vida que el dinero podía ofrecer, yo por otro lado; aproveché en alcanzar todo el conocimiento posible. No fue difícil, dado las facilidades económicas que poseía. El resultado final, fue unos hijos legítimos inútiles: ex drogadicto, dos hermanas que decidieron buscar un marido lo suficientemente rico para no tener que pensar en nada más y un bastardo, que cuando su padre enfermó, tuvo que hacerse cargo de todo.



Mi madre siempre había sido una mujer sencilla, eso hizo que el pasaje de una vida a otra, fuera excepcionalmente difícil. Una mesa enorme, repleta de comida, con cubiertos que no sabía cómo utilizar. Muchos años después, noté que desde el momento que llegué a esa casa, dejé de ser un niño buscando ensuciarse y jugar. Clases de etiqueta, modales, violín, idiomas. Desde pequeño me enseñaron a sonreír, porque la cortesía es importante. Sé hipócrita. Y lo logré, trabajando, estudiando, sobresaliendo en absolutamente todo, me gané el apellido de la familia. No fue gratis. Siempre alegando que quería sobresalir, siempre alegando que me creía superior. Quizá fue así. Porque desde pequeño entendí que necesitaba más poder, ser mejor que ellos; para quemar toda sus malditas hipocresías de familia perfecta y su maldito nombre.



Almorcé, trabajé por unas horas más y luego me fui. Invité a Katherine a cenar y un caballero jamás llega tarde. La semana pasada, cené en su casa; sin embargo, aún no conocía a su hijo Tyler, dado que ese día no apareció a dormir. No me quejé, por supuesto. Me ahorró la culpabilidad de tener sexo con su madre a sólo habitaciones de distancia.

 

 

Llegué y golpeé la puerta tres veces. Tenía una casa grande. Ella, era una mujer empresaria, no muy rica; pero sabía codearse con los grandes. Altanera, con carácter y cortés cuando tenía que serlo. Eso me agrada. Me recibió luego de algunos segundos con una sonrisa. La envolví con mis brazos, besándola lenta y tiernamente. En el pasillo, se asomó una cabeza rubia. Me invitó a pasar.

 

 

Lo observé y él a mí. Parecía sorprendido, aunque no entiendo por qué. Sus ojos verdes son enormes. Su mueca cambió a repugnancia, algo que no puedo culpar; después de todo, soy el tipo que se acuesta con su madre teniendo sólo un par de años más que él. Qué tan curioso debe sentirse, que alguien que en muchos universos podría ser un amigo o conocido, esté en la habitación teniendo sexo con tu madre. Sonreí.




Era un poco más bajo que yo y según tengo entendido, 19 años. Su cabello rubio estaba desordenado y a mi entender, un poco largo; tapándole levemente su rostro. Me miró despectivamente de arriba a abajo. El mocoso ese destilaba altanería en todo su esplendor. Su madre hablaba, pero ninguno de los dos la escuchó. Clavé mi mirada en sus ojos verdes, tan vivaces y enojados al mismo tiempo. ¿Planeas insultarme con la mirada? Tengo un maldito doctorado en eso.

 

 

—Es un gusto conocerte, Tyler. Espero que nos llevemos bien. Me llamo Paul —extendí mi mano para estrecharla. Frunció el ceño y la ignoró.



—Seguro. De todas formas no vas a durar mucho —quería reírme, pero mordí mi lengua. No quiero que Katherine vea mi lado sarcástico todavía. Sólo debo ser prudente—. Sólo será hasta que se te acabe el dinero o las posiciones en la cama —ninguna de esas dos podría pasar, mocoso.



—¿¡Puedes callarte, por favor!? —estaba enojada. Y ciertamente, tenía razón. No sabía de modales y era evidente—, luego hablaremos de esto.

 

 

—Está bien —le sonreí a Katherine y tomé su mano tiernamente—. Seguramente es su forma de darme la bienvenida a la familia.



 

Me miró con odio nuevamente. ¿Qué es lo que te molesta más, mocoso? ¿que no me interese lo mucho que intentas hacerme reaccionar? ¿que esté con tu madre? Esto es extremadamente divertido. Katherine me había contado muy por encima que su hijo Tyler era un poco difícil de tratar. Las razones eran que se había separado de su padre, el cual desapareció por un tiempo; por lo cual él “estuvo sin una figura paterna” mucho tiempo haciendo que “sea odioso con todas sus parejas” y mucho más con las que ella se había casado ya que “le asustaba el hecho de tener un padre” y a causa de su hijo “todos sus matrimonios anteriores habían fracasado” Claro está, entre comillas. Ciertas partes de la historia son incongruentes, pero no es algo de mi interés; después de todo, tampoco le pregunté.

 

 

Asumo que espera que crea que ese mocoso ojón le interesa, que es una gran madre, dedicada y devota a su causa; sólo por una cuestión de moral hipócrita. Lo sé por cómo se ve, por cómo lo mira. Como si fuese una carga, un peso que tienes que cargar simple y llanamente porque matarlo a éste punto es ilegal. Sé cómo es, cómo miras a algo indeseado, porque yo también lo soy. La sangre que corre por mis venas, no es otra que la ilegitimidad.

 

 

—Me gustaría pensar que sí —me sonrió—, iré a buscar algo para tomar. Tyler, sé amable.

 

 

Katherine es una mujer hermosa, eso es innegable. Sus pechos firmes, su abdomen plano; sus muslos estupendos y sin duda, su experiencia es simplemente celestial. Poseía una finura natural que sería inalcanzable para alguien de manera fingida, sus movimientos en general, sus expresiones. Le eché una última mirada antes que desapareciera por el marco de la puerta.

 

 

—Deberías correr mientras puedas —dijo de mala gana. Yo le sonreí sarcásticamente y tomé asiento. En realidad, estaba ignorando al estúpido ricitos de oro, pero estaba empecinado en seguir hablando—. ¿Por qué diablos sonríes tanto? ¿eres idiota o qué? —se sentó a mi lado, me miraba fijamente como intentando analizarme. Mascullé. Había conseguido frustrarme.

 

 

—Mocoso —me acerqué y susurré en su oído—, no me interesa qué pienses de mí —no podía ver su rostro, pero tuvo un pequeño sobresalto de sorpresa—, no me interesa de dónde vengas, ni qué diablos tengas para decir. Puedes quejarte todo lo que quieras, al fin y al cabo, seguiré cogiéndome a tu madre de todas formas. Te recomiendo, que no me molestes y yo tampoco te molestaré. Sin embargo, puedes intentarlo y ver qué tan mal te va. Específicamente hoy que estoy de muy mal humor —coloqué una mano en su hombro de manera amigable mientras sonreía. Giró su rostro, sus ojos me observaban atónitos. Demasiado grandes.



 

Su reacción era lógica. Probablemente nunca le habían contestado de esa manera, lo dejaron correr, creerse superior e imponente. Pero al fin y al cabo, no es más que un cachorro golden asustado. ¿Creía que tengo alguna obligación de quedar bien con él? ¿que debía ser amable por obligación? Por favor. Se equivocó, porque a mí me importa una mierda; se podría ir al carajo y seguiría sin interesarme. Eso sería suficiente. Aunque admito que fue divertida la falsa altanería. Su expresión cambió de repente, dejó de mirarme para comenzar a reírse desaforadamente. Lo observé con sorpresa. Efectivamente: el maldito se estaba riendo.

 

 

 

—¡Jajajaja! Eres gracioso, maldito —no era una risa normal. De hecho, siendo sincero, era la peor risa y más molesta que escuché en mi vida. Una mano estaba en su estómago, tiró su cabeza hacia atrás aún riendo y cuando se reincorporó finalmente, quitó las lágrimas que se asomaban por sus ojos—. Tú me caes bien —dijo finalmente con una sonrisa sarcástica—. Aunque bajas puntos creyendo que me importa que te la cojas, ¿sabes? Por mí —se encogió de hombros—. Haz lo que quieras —se acercó a mi rostro hasta que pude sentir la calidez de su aliento—. Podemos ver quién de los dos molesta más al otro. Si piensas que tus palabras de mierda me afectan, estás equivocado. Eres igual de peste que todos los que pasaron por aquí antes, la diferencia; es que al menos ellos llegaron un poco antes de que esté tan usada —su rostro cambió mientras decía esas palabras, asco, repulsión, ironía.

 

 

 

Si pudiera explicar mi reacción de una manera más gráfica, sería con un signo de interrogación muy grande encima de mi cabeza. Como primer punto: no estaba ofendido por lo que acababa de decirle, algo que según mi punto de vista era: insultante y quizá intimidante. 

 

 

Podría seguir analizando, sus expresiones, su cambio de voz, pero aunque lo intente, seguiría sin entender qué diablos acaba de pasar. Abrí la boca para contestar, pero escuché los pasos. Katherine pasaba por el marco de la puerta, con una bandeja que contenía dos copas de vino y una botella. Miré hacia mi derecha, donde estaba él, nuevamente con su expresión de burla.

 

 

—Escuché risas y no sarcásticas —dijo sorprendida. ¿En serio, Katherine? Evidentemente no está acostumbrada. Y puedo asegurar, que no se imagina en cien vidas lo que su hijo y yo acabamos de decirnos.



—Le conté una anécdota de cuando estudiaba en la universidad —mentí—. Muchas gracias —sonreí y acepté la copa. Tomé un poco, observé de reojo a aquellos orbes verdes que me miraban fijo, analizando cada movimiento.



—Sí, no puedo creer que realmente haya sucedido algo así —me sonrió. Y supe que era una mueca totalmente malintencionada. La única razón por la cual no dijo nada, es porque los dos sabemos; es que su madre no iba a creerle—. Cómo sea —se levantó—. Iré a mi habitación. Diría que es un gusto, Paul, pero estaría mintiendo —sonrió ampliamente.

 

 

—Lo lamento, él es un chico problemático. No sé cómo tratarlo —suspiró. Observé con el rabillo del ojo su espalda desaparecer por las escaleras. No me parecía así. El principal problema del ojón ess que le caías bien o mal, sin haber un punto medio entre ambas.

 

 

Hay personas que pueden controlarlo o ser hipócritas. No lo conozco, es verdad; pero a simple vista parece que él no posee ninguna de esas dos cualidades. No es prudente, es errático, indiferente. No puedo imaginar la cara de póker que deben haber tenido los otros hombres al tratar con un mocoso como él. Digo mocoso, no por la diferencia de edad, claro está, si no: por su actitud.

 

 

 

—No me molesta realmente —hablé con voz amable, tranquila—, Creo que sería una buena idea que vinieran a vivir conmigo —tomé más del vino. Y no era que me estuviera afectando el alcohol. Desde el principio, era mi idea.

 

 

—¿Eso crees? —preguntó ella sorprendida

 

 

—Bueno, pasaron varios meses. Creo que sería una buena forma de formalizarlo —ella sonrió—. Además, tengo entendido que ya es casi público. Hoy mi hermano me vino a felicitar por nuestro compromiso —la observé sonrojarse, sorprendida, le sonreí como si ella fuera lo más preciado que existía en el universo.

 

 

—Oh, entonces estoy ansiosa por conocerlo —sonrió—. Creo que, será complicado por Tyler, de todas formas —suspiró—, él puede llegar a cansar a la gente realmente.

 

 

—No te preocupes. Creo que nos llevaremos bien —mi mandíbula comenzó a molestarme nuevamente—. Tómate tu tiempo para planificar la boda y todo lo que necesites. No será una molestia para mí ayudarte con Tyler. Sólo necesita el incentivo correcto —ella asintió felizmente—. Bueno, ¿vamos a comer, entonces? —me paré y ofrecí mi mano caballerosamente. Aceptó gustosa.



La idea, ahora; es amenazar con todas las armas posibles a ese engendro en cuanto haga cualquier cosa. Esos ojos, que me miran con altanería, los haré caer.

 

 

 

Notas finales:

Resultados del desvelo. (?) 


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