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A través del tiempo. por Ulala

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La yema de sus dedos apoyó sobre la manija de la puerta. La abrió inconscientemente mientras pensaba si Tyler se daría cuenta que aquella ensalada tenía pepino. Ambos lo miraron. Paul se quedó tieso, parado en el lugar. Le dirigió la mirada al rubio, que incluso a esa distancia, pudo jurar que lo vio temblar. Quiso soltar la bolsa, quiso cambiar su expresión a decepción, sin embargo; sonrió en contra de cualquier posibilidad.



 

—Buenas tardes —saludó Paul, sonriendo cordialmente, extendiendo su mano. Dirigió una rápida mirada hacia ella. No lo estaba tocando. Le devolvió la sonrisa.

 

 

—Un gusto, soy Zoe —él besó su mano como un caballero, causándole sorpresa. El rubio frunció el ceño, pero sólo el moreno lo notó.

 

 

—Paul. El gusto es mío —la miró a los ojos. Observó los labios que se habían posado sobre lo que era suyo hacía una semana atrás.

 

 

Tyler miraba al moreno con miedo, la tranquilidad de esos ojos celestes le preocupaban. Paul lo ignoraba. Zoe, comprendía la escena muchísimo mejor que ellos dos. La incomodidad. Los miró. El rubio abrió la boca, pero no dijo nada.



—Bueno, los dejaré solos —exclamó caminando hacia la puerta. El mayor asintió con su cabeza cordialmente en forma de despedida—. Me alegra que estés bien, Tyler.




 

“Bien” ¿Bien? No estaba bien. Nada lo estaba. Le sonrió amablemente y rápidamente al escuchar la puerta, dirigió una mirada al moreno apoyado en la ventana. El rubio pensó que aquella tranquilidad que demostró se debía a un acto de magia o pura suerte; quizá, culpabilidad. Pero no era así. Paul se repetía todo el tiempo en su cabeza que al fin y al cabo, jamás tuvo algo que reclamarle. Habló lo menos posible, sólo porque temía que cualquier cosa que saliera de su boca fueran palabras ácidas. ¿Hace cuánto están juntos? ¿siguen estándolo? ¿es que acaso alguna vez, me mentiste para ir con ella? ¿la quieres? Todo eso pensaba, mientras miraba de reojo a Tyler. Ella parecía dulce. Buena. Era entendible. Se preguntó por qué entonces, no pudo dejar de sentir ese nudo en el estómago.




 

Se quedó allí toda la noche. Tyler lo observó dormir apoyando su cabeza ladeada contra la pared de brazos cruzados. Esa maldita amabilidad, esos malditos actos que le hacían cuestionarse cuando se decía a sí mismo que él era un idiota. Un caballero. Así se comportó. No le preguntó por Zoe. No le preguntó absolutamente nada. Y era algo que era digno de su personalidad: no preguntar, porque así dejas en evidencia que te importa. Siempre había sido así. ¿Odiarlo? Lo intentó desde el momento en que lo conoció, meses después; años. ¿Olvidarlo? Sólo cuando creía que lo estaba logrando, aparecía nuevamente. Cualquier cosa, todo; para que su cabeza no estuviera repleta con su rostro. No pudo. No había más remedio. Estaba ahí una y otra vez. Una droga y un adicto. Su mente le dijo que tenía que alejarse. La ignoró, antes de caer dormido.





 

Al día siguiente tuvo el alta. Después de todo no era más que un desmayo: todo estaba en orden. Paul tenía que cuidarlo. ¿Por culpabilidad, por responsabilidad? Más que nada, porque quería hacerlo. Específicamente, una parte de él, quizá aquella torpe; que rompía cosas o se golpeaba, le decía que lo necesitaba. Los primeros días fueron tranquilos. Había situaciones incómodas, cuando debía ducharse o comer, ya que su brazo derecho era el afectado. Sin embargo, la tranquilidad en general duró poco y era algo que a ninguno de los dos lo sorprendió.






—¿Qué diablos, Tyler? ¡vas a lastimarte!



—¡Cállate! No me gusta, maldición. No quiero esta mierda.



—¡Deja eso, idiota!



—No me jodas. Soy un futuro médico y sé perfectamente que ésta mierda —tomó una tijera con su mano izquierda. Paul tembló—, es absoluta y completamente innecesaria en un esguince tan leve. Se usa un cabestrillo —y la clavó en el yeso. El moreno contuvo la respiración.



 

Cayó al sillón. Se preguntó qué clase de dictador genocida había sido en su vida pasada, como para merecer el castigo de cuidar a una persona como él. Suspiró. Se rindió completamente a los dos días, acostado con su brazo encima de sus ojos, mientras escuchaba el ruido del yeso rompiéndose de fondo.





__



 

Sintió un estruendo y abrió los ojos asustados. Miró a su lado sólo por inercia: la cama estaba vacía, desde hacía tres días dormía solo. Dirigió su vista al reloj de su izquierda, seis y media de la mañana. Frustrado, notó que desperdició media hora de sueño gracias a ese maldito ruido.




Saltó de la cama cuando escuchó otro, ésta vez mucho más fuerte. Frustrado, se quitó las sábanas de encima y se puso se pie. Abrió la puerta despacio procurando no hacer ruido, un ladrón, un secuestrador; quién sabe qué. Asomó su rostro por la puerta: la luz de la cocina estaba prendida. Caminó en puntas de pie. Lo que vio ahí, en ese instante; en esos minutos, era algo que nunca olvidaría en su vida.




Allí estaba Paul, Dios de la hermosura para muchos, con un delantal que Tyler no tenía ni la menor idea de dónde había sacado, que además; sin saber por qué, tenía un patito de hule amarillo en el medio de éste. En la encimera, un libro abierto que parecía de recetas; en el suelo, ollas; harina, cáscaras de huevo, miel. La cocina estaba encendida y los recipientes tenían preparados de dudosa procedencia. Se quedó asomado en la esquina del pasillo, teniendo cuidado que no lo viera. Una cuchara de madera en su mano mientras que con la otra, pasaba de hoja una y otra vez de manera frenética con el ceño fruncido. Una escena para guardar en una foto, pensó con una sonrisa.




De repente hubo un olor horrible. El rostro del moreno cambió a terror. Evidentemente: algo se estaba quemando. Abrió el horno dejando salir el humo, tosió, maldijo, insultó a la madre de éste cegado en furia en el momento en que quemó sus manos al querer agarrar el recipiente sin protección. Cuando finalmente terminó su batalla, se sentó en la butaca y apoyó la cabeza en la palma de su mano con frustración.





Fue en ese mismo instante y no en otro, en que Paul supo que cocinar era mucho más difícil de lo que parecía. Suspiró. Lo había agotado mentalmente. Nunca había tenido que hacer algo así antes. Jamás, nunca; ni siquiera drogado, admitiría que quería aprender a cocinar por aquel rubio zángano que él pensaba que dormía plácidamente en la habitación. En su imaginación, en un mundo perfecto; supuso que había un desayuno perfecto, que se vería realmente apetecible como en un comercial y que cuando Tyler lo probara, se enamoraría en ese instante de él. Sonrió. Sus ojos celestes se dirigieron rápidamente en la esquina al escuchar un ruido. Ahí encontró unos cabellos rubios, sentado en el suelo, levemente asomado; con la palma de su mano puesta en su boca para contener la risa.




 

—¿Qué diablos? —se levantó y caminó hacia él. Tyler comenzó a reír a carcajadas.



—Jajaja ¿qué es ese delantal?



—Es el único que había, idiota —masculló.



—Te sienta bien —en ningún momento pudo dejar de reírse. Hasta que Paul se lo quitó—. ¿Por qué estás cocinando?



—Porque quise —se cruzó de brazos mirando hacia un costado.



—¿Es que acaso el mimado Paul quiere aprender a hacer alguna tarea del hogar? —le sacó la lengua en modo burlesco.



—Cállate, ni que fuera tan idiota para no saber que no se puede poner la ropa de color con la blanca —y esa indirecta, fue directo a la cabeza de Tyler.



—¡No vi la maldita camisa roja! Discúlpame, claramente es mi culpa que alguien la puso como un bollo.



—No, si es mi culpa que seas ciego.



—¡Tú eres el ciego! ¡Yo no voy a limpiar esta mierd…! —Paul tomó su mandíbula entre sus dedos espacio y lo miró fijamente. Se calló instantáneamente. ¿Tímido, Tyler? ¿Sonrojado, Tyler? Esos ojos celestes le penetran el alma. Nervios. En ese instante creyó que iba a besarlo, sin embargo para su sorpresa, no lo hizo. Le sonrió amablemente y lo soltó, dejando al rubio desconcertado.



—Tu brazo aún no está bien  —Tyler en aquel momento extraño; sin sentido, sólo porque sí, tuvo que contener el impulso de abrazarlo.






__




 

Mal humor. Era una especie de nube de oscuridad que lo seguía a kilómetros de distancia. El problema principal es que no lo notaba. Tyler, había insultado a un conductor por no poner la luz al doblar. El día anterior a eso, discutió con una señora por el último paquete de galletas sabor manzana, la simple necesidad de descargar su furia de alguna manera inconsciente.



—¿¡Por qué diablos no miras por dónde vas, maldito inepto?! —se giró gritando exaltado.

 

 

El tipo que había osado chocarse contra él se volteó. Lo miró con el ceño fruncido. Sus amigos, confundidos lo observaron con la ceja arqueada. Tyler no era así.



—Vámonos, idiota —lo tomaron del brazo—. ¡Disculpe! —le gritaron al hombre que prácticamente era un oso, mucho más grande que el rubio; que poco le importó—. ¿Estás bien? —la pregunta era directamente a preguntarle, si es que su materia gris se había evaporado mágicamente.

 

 

—Perfectamente —pero sus pisadas sonaban cada vez más fuertes.



 

¿La razón? Ni siquiera en su mente la había admitido. Impronunciable. Hacía una semana que su brazo estaba perfectamente. Hasta ahí, todo bien. El problema principal, es que hacía una semana también; Paul dormía en otra habitación. ¿Por qué? No le había preguntado por una cuestión de orgullo, según él. Durante aquellas tres semanas que pasaron desde que salió del hospital, parecía que intentara no tocarlo; ni siquiera rozarlo por casualidad con las yemas de sus dedos. Desesperante.



 

Tyler podría decir cualquier cosa respecto a Paul y autoengañarse que la creía. La realidad, era otra. Le gustaba. Tanto dormir con él, tanto el roce de su piel, tanto; por supuesto, sus malditos labios, el estúpido sexo. Lo llamaba tortura cuando el moreno caminaba por la casa al salir de la ducha, despreocupadamente; con su torso desnudo, las gotas de agua deslizándose lentamente por su abdomen y su largo cuello… se golpeó con la palma de su mano en la frente. Sintió la palpitación de su entrepierna. Masculló por debajo mientras subía por el ascensor.



 

Llegó a su casa —porque había decidido llamarla así—, tiró su mochila al costado del pasillo como todos los días. Paul estaba en el sillón, traía unos puentes puestos, un cigarrillo entre sus dedos izquierdos y en su mano derecha, un libro; su camisa a medio desabotonar, piernas cruzadas. Resplandor de perfección. Eso pasó por su mente mientras lo miraba de reojo. Tyler quiso golpearse nuevamente. La razón por la cual no decía absolutamente nada, es que si a él no le importaba, tampoco debería preocuparse al respecto.



 

—¿Cómo te fue hoy? —lo irritaba, porque el maldito era asquerosamente amable—. Te dejé comida en la nevera si quieres —dejó salir el humo entre sus labios y lo dejó en el cenicero.




—Bien —dijo entredientes—. ¿Qué lees? —se acercó. Miró sus labios. Equilibrio perfecto. Su surco estaba perfectamente marcado, la línea de cupido en forma de V. Le sonrió. Tragó saliva.



”Les fleurs du mal” —lo dijo en francés—. Dentro de poco tendré una reunión con un francés, seudo aficionado de la literatura —suspiró—, debo saber algo de Baudelaire —sonrió de lado, tranquilo, natural.



 

Tyler no entendía cómo él podía estar normal. Le molestaba su indiferencia. ¿Estaba con alguien más? No podía estar bien con tres semanas sin sexo, mucho menos alguien como Paul. Por su parte al rubio, la situación le parecía lo suficientemente desesperante como para estar pensando seriamente en maturbarse. Masculló al observarlo fumar de su cigarrillo. Sin siquiera saberlo desde hacía algunos días, comenzó a imaginar teorías conspirativas acerca de en qué horarios podía verse con alguien. Pero nada coincidía. Suspiró. Quizá, sólo quizá, sería más sencillo preguntarle. O llevarlo a un límite. Sonrió con malicia.



 

—¿Qué piensas tanto? —le preguntó, tocando con la punta de sus dedos su entrecejo. Tyler se sobresaltó.



—Oh, nada. Lo siento. Me quedé pensando en un idiota que me chocó hoy en el centro—le sonrió. Y en la mente del rubio, Paul se estaba arrastrando. Se regocijó ante esa idea.



 

Dentro de la ducha, describiendo la situación exageradamente, Tyler podría estar riendo de manera malvadamente-cliché entre todo el vapor del baño. Salió en toalla. Su cabello húmedo, con gotas cayendo por sus hombros. Caminó hacia la nevera. No le dirigió ni una mirada, pero sentía los ojos celestes clavados en su espalda. Sufre, maldito pensó con una sonrisa. Bebió una botella de agua de perfil.




—Oye, Tyler —se levantó y caminó hacia allí. Reía con malicia en su interior, con aires de victoria—. No abras el refrigerador descalzo y mojado, idiota —suspiró, quitándole la botella como si fuera su turno de beber. El rubio lo observó con ganas de asesinarlo. Cerca. Demasiado cerca. Se pegó aún más a él, hasta el punto que podía sentir la calidez de su cuerpo. Levantó el brazo y abrió una alacena—. ¿Aquí habrías guardado las galletas? —le preguntó mirando hacia abajo, para encontrarse con los orbes verdes. Rostro estoico.



—Sí —frustración—. Quítate, idiota —orgullo herido.



 

No podía ser malditamente posible. Inmutable. Paul dejó las galletas encima de la encimera luego de comer una. Tyler se giró dispuesto a dirigirse al cuarto para vestirse, rendido momentáneamente, falto de ideas, de ganas, de coexistir con aquel monstruo. El maldito sucumbiría. Pero no sabía cómo hacerlo todavía. Sintió unas cálidas manos en sus hombros tomándolo por detrás. Tensó todo su cuerpo al sentir las yemas de sus dedos contra su piel, pero sólo un roce fue suficiente para hacerlo estremecer, el moreno lo soltó en ese mismo instante. Si el rubio se habría girado a observar su rostro, quizá y sólo quizá, hubiera entendido muchas cosas reflejadas en su expresión. Mas no fue así. La posibilidad que pasó por su mente, causando un nudo en su estómago, era simplemente que había perdido el interés. Que si había una mísera razón por lacual seguía allí, era por culpabilidad. Porque esperaba a que todo estuviera bien para irse.




 

—Sécate el cabello, vas a resfriarte —se acercó a su oído, pero sin tocarlo. Las puntas de las hebras azabache le rozaron la oreja. Tyler tembló.




—Ya voy. No eres mi padre, idiota —a paso rápido se dirigió a la habitación.




Paul masculló al ver su espalda alejarse, apretando sus dientes. Lo maldijo en todos los idiomas posibles, mientras prendía un cigarrillo.

 

Notas finales:

Perdón si hay algún error de tipeo :( Tengo que ir a la facultad como YA. Y llego tarde pero quería subirlo antes. ¡Besitos y espero que lo disfruten! 


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