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A través del tiempo. por Ulala

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Tyler suspiró. Estaba enojado. Más que nada porque no entendía cómo todo había sucedido tan rápido. Hacía dos semanas conoció al prometido de su madre. Hacía dos semanas también, se enteró de que iban a mudarse con él. Su madre se lo dijo cuando volvió de cenar esa noche. Se lo comentó muy brevemente, como si fuera un detalle mínimo, como si en realidad no tenía mucha importancia que lo supiera. Le preguntó, por qué no podía quedarse en su casa y ella le contestó que porque iban a venderla, simplemente porque guardaba muchos recuerdos que le resultaban desagradables.




No supo cómo reaccionar. Si lo hubiera sabido, probablemente habría gritado, pero no dijo nada. Estaba preocupado respecto a qué hacer, a cómo diablos podía escapar de una situación como esa sin molestar a otras personas. Su resolución más rápida, fue que debía aguantar hasta por lo menos poder juntar dinero e irse de allí lo más pronto posible. Lo aceptó, de mala gana. Porque no podía ir a vivir con ninguno de sus amigos y realmente no quería molestar a su padre. Y era estúpido, porque según la perspectiva de él, lo que menos haría es molestarlo. Pero Tyler era un hombre orgulloso.




Sin embargo, ahí estaba el rubio, irritado, ordenando los libros que había terminado de colocar en su nueva estantería. Los había clasificado alfabéticamente y por género, por placer al orden. Hacía dos días estaba intentando instalarse allí. No se sentía su hogar, se sentía un intruso en una gran casa llena de lujos, llena de habitaciones sin gente. Le habían otorgado la habitación más lejana. No sabía si era por castigo o para que no escuchara los gemidos provenientes del cuarto. No estaba errado, era por eso y porque en aquel momento el moreno supo que Tyler iba a ser un compañero de casa bastante ruidoso y desconsiderado.




Desde el momento en que lo conoció, desde el momento en que vio aquellos ojos celestes, llenos de altanería, llenos de desprecio hacia los demás, supo que ese tipo era simplemente asqueroso. Apareció con aquel auto caro, con aquel rostro sin una mínima imperfección y con un maldito traje de Hugo Boss. Su curiosidad había ganado y buscó su nombre en internet cuando subió a su habitación. Había varios artículos que hablaban sobre él. Ahora, Tyler sabía que ese tipo tenía 24 años, que se llamaba Paul Yoshikawa y que fue adoptado a los seis años por la familia Yoshikawa. Que había estudiado en el extranjero, que hablaba tres idiomas. Algunos sitios divagaban más, respecto a que le gustaba la ropa de diseñador, otros, imaginaban incluso la clase de mujer sería capaz de enamorarlo. Era según la gloriosa internet, el soltero de ensueño. ¿Y cómo diablos podía haber sido, que alguien así, estuviera con su madre? Realmente no entendía. No entendía si ese tipo, era simplemente idiota o por algunas extrañas razones del destino querría casarse con ella por sentimientos.





El rubio todavía no podía comprender, si es que él era falso o no. Probablemente, lo era sólo con las personas que le convenía, porque realmente no importaba si Tyler pensaba que era un maldito, un idiota. Pero sí importaba, si su madre lo creía así. Y desde los primeros minutos que lo conoció, pudo observar ese cambio drástico que hacía al hablar. Cómo cambiaba su mirada, cómo cambiaban sus palabras, su voz. Cuando lo observó a él, lo hizo como si sólo fuera un obstáculo en su camino, como si no fuera más que un mero peón dentro de una situación que no sabía comprender.



Desde los dos días que llevaba en esa casa, había visto a Paul varias veces. Ambos, como un pacto silencioso, sólo asentían para saludarse cuando se veían. Si eran más veces, simplemente se ignoraban. Lo preferían así. Y es que realmente, la existencia o no del otro, les resultaba totalmente indiferente.



Aún no había comido con ellos. Era una mezcla de incomodidad, era una mezcla de que según Tyler, Paul lo observaba como si quisiera que se vaya en todo momento. Cuando terminaban, comía aparte o en su habitación. Y de eso, había transcurrido una semana, con la misma rutina de todos los días. Su madre, por otro lado, parecía un vampiro sediento de sangre. Cada vez que se cruzaba con él, en algún pasillo, en algún recoveco de aquella casa, buscaba alguna razón para discutirle. No sabía si era que ahora, tenía a alguien a su lado que simplemente le daba la razón o si porque ella también lo consideraba un estorbo. En realidad, tampoco importaba. Las discusiones eran algo común en ellos, pero se habían incrementado.




Las divagaciones cesaron cuando llegó a su trabajo. Había conseguido uno en una tienda de comestibles. Podía quejarse y decir que su jefe era una persona desagradable, pero no habría cambiado nada. Olvidó su nombre desde el momento en que se lo dijo, ya que era un hombre muy poco respetable según su punto de vista. Tenía una mirada lasciva todo el tiempo sobre cualquier mujer que venía, lo cual le resultaba asqueroso. Lo saludó de mala gana. Su jefe, levantó la vista y lo miró enojado.




—Llegas tarde —señaló el reloj. Cinco minutos—, ¿pretendes que te regale cinco minutos de tu paga del mes? —no sabía si era una pregunta retórica o no. Sólo supo que en aquel momento, quería golpear a ese tipo.



—Lo siento —dijo, simplemente. Era lo suficientemente inteligente como para saber, que no podía perder aquel maldito sueldo. Específicamente, porque era su única salida.



—Voy a descontarlo, así que asegúrate que no vuelva a pasar, mocoso —refunfuñaba. Estaba de peor humor que otros días.




Lo ignoró. Cargó cajas toda la tarde, atendió gente, ordenó el lugar y fue explotado de mil maneras. Y es que, lo habían contratado para atender, pero al tipo poco le importaba. Olía la desesperación y es como si pudiera ver que no tenía ninguna otra opción mejor. Cuando llegó su hora de irse, no pudo hacerlo, ya que aún tenía cosas que hacer. Salió veinte minutos después. Podría haberle dicho a aquella peste que le pagara horas extra y eso hubiera terminado en un despido. De todas formas, como él, habría muchos más que necesitaban el trabajo.




Tyler llegó a su casa de noche. Estaba cansado, quería ducharse y dormir, pero debía estudiar. Su rutina era prácticamente despertarse, ir a la universidad, volver, ducharse, ir al trabajo, volver, estudiar y dormir. No había tenido tiempo para otra cosa y poco a poco, a través del paso de la semana, fue desgastándolo mentalmente. Era lo más parecido a un zombie. Dejó su mochila al costado de la puerta de su habitación. Se duchó rápidamente. No tenía hambre, así que, pasaría directamente a estudiar.



Se sentó frente el escritorio y prendió un cigarrillo. Eran las ocho. Debía despertarse a las seis. Estaba leyendo, cuando de repente golpearon la puerta. Sin siquiera esperar a una respuesta, se abrió y pasó Paul. Tenía una camisa suelta y un pantalón negro. El rubio se preguntó, si es que ese tipo sólo tenía camisas.




—No había entrado aquí —dijo observando alrededor. Cerró la puerta detrás de él—, veo que te has instalado bien —lo observó. Tyler ni siquiera se giró a verlo.



—¿Qué quieres? —estaba cansado y no tenía ganas de verle la cara a ese tipo.



—Si bien, a mí también me resulta molesto tener que hacer esto, tengo qué —hablaba despacio, mientras sacaba un libro de la estantería y lo ojeaba—. Creo que eres lo suficientemente grande como para comprender, que si haces enojar a tu madre, el que debe escucharla soy yo —el rubio no pudo verlo, pero aquellos ojos celestes lo miraban de reojo—, y créeme que es bastante molesto, específicamente; porque no es mi problema que tú hayas decidido aislarte en este cuarto —Tyler se giró y lo miró con indiferencia.




—¿Tendría que responder algo a las incoherencias que estás diciendo? —fumó el cigarrillo y tiró el humo hacia un costado—, mi madre ha estado de bastante mal humor últimamente. No puedo hacer nada respecto a que esté todo el tiempo buscando discutir. Quizá notó que no eres más que una peste con dinero en el bolsillo—dijo lentamente, pronunciando cada palabra con asco. Paul sonrió sarcásticamente.




—Te recuerdo que vives aquí —dejó el libro en la estantería, sus movimientos eran suaves. Sentía aquellos ojos verdes en su nuca desde el momento en que se giró—, no muerdas la mano del que te da de comer, mocoso insolente —hizo una pausa—. Es hasta gracioso que te muestres tan altanero, cuando evidentemente, no tienes otro lugar a donde ir —el rubio apretó los puños—. Hoy cenarás con nosotros, Tyler. Y evita decir cualquier mierda de las que sueles decir normalmente para iniciar problemas. No me jodas y yo tampoco te joderé a ti. Porque créeme, que puedo hacerlo hasta que simplemente te canses y entiendas que mientras estés aquí, estás en mi poder —cada palabra que pronunciaba era con desprecio. No supo cuándo, pero Tyler se levantó.




—¿Quién diablos te crees que eres, maldito bastardo? —lo empujó con rudeza y si bien, Paul era más alto que él, no se lo esperaba. Golpeó fuertemente su espalda contra la estantería, haciendo que esta se tambaleara. Algunos libros se cayeron. Desde el momento en que hizo eso, se arrepintió y quedó estático viendo cómo los libros caían. Había tenido un día de mierda y si bien ese tipo le producía náuseas, no era más que un desahogo. Sin embargo, no iba a pedirle disculpas. Sonrió con ira, pero el rubio no pudo verlo ya que sus cabellos cubrían su rostro. No se esperaba que el mocoso fuera fuerte. Se reincorporó, tuvo una punzada en los músculos dorsales y en su hombro, pero no lo demostró. Tomó al rubio del cuello de su camiseta. Sintió entre la presión de sus dedos, cómo se estiraba la tela hasta casi romperse. Tragó saliva. Lo empujó contra la pared sin soltarlo.




—No empieces algo que no puede terminar bien, mocoso —estaba furioso. No sabía si él le había dicho bastardo simplemente como insulto personal o porque sí. Pero había enfurecido cada parte de su ser. Tyler pudo ver en aquel brillo de sus ojos que lo había molestado, intentó zafarse, pero no pudo. Lo tenía agarrado con fuerza. Sentía que su ropa se rompía y que sus pies se separaban cada vez más del suelo.Por un segundo, tuvo miedo y cerró los ojos. Paul en aquel momento sintió cómo toda su rabia se disipaba al notar que se veía indefenso, que realmente estaba esperando que le devolviera el golpe—, no voy a golpearte, idiota —disminuyó la fuerza del agarre, pero no lo soltó. Abrió sus ojos verdes con sorpresa, para encontrarse con aquellos orbes celestes que lo observaban fijamente—, ¿sabes cuál es la diferencia entre los anteriores y yo? —se acercó a su oído y le susurró. Sintió su cálido aliento en la oreja, el rubio estaba estático—, ellos sí te habrían devuelto el golpe —lo soltó y se alejó, pero Tyler no movió ni un músculo. Caminó hacia la puerta—, cenaremos a las nueve —y la cerró.





Esa noche, bajó a cenar. El moreno lo interpretó como una disculpa. Jamás se dijeron nada, jamás se disculparon, jamás volvieron a hablar sobre el tema. Así era cómo lo habían solucionado. El rubio no sabía cómo tratarlo e intentaba, con todas sus fuerzas que aquel odio que tenía dentro suyo siguiera creciendo. Pero no fue así, había hecho algo que le pareció de un hombre respetable y su desprecio se quedó estancado, desde ese día.




Durante ese mes, el rubio notó que ambos tenían gustos similares en la comida. Por otro lado, Paul notó, que vivir con un tipo que era hijo único, era difícil. Específicamente, porque no comprendía bien el concepto de compartir. No eran pocas las veces en las que compraba algo y desaparecía de la nevera o de las alacenas. Cuando quería darse cuenta de esto, el mocoso que vivía en su casa, las había comido.  E intentó esconderlas, pero el intento fue en vano.



—Dámelo —la puerta del cuarto del rubio se abrió de repente. Saltó de la silla. El moreno estaba con una camiseta -y en ese momento Tyler supo que no sólo tenía camisas- con el cuello abierto. Lo miraba irritado, extendiendo su mano.



—No sé de qué me hablas —dijo sonriendo. En realidad, le divertía tanto el hecho de que se enojara—, ¿te refieres a esto? —y extendió su mano derecha. Eran papas fritas con sabor barbacoa. Lo miró con frustración. Lo que más le molestaba, era su maldita actitud. Estaba orgulloso de ella.



—¿Traes la comida que he comprado para mí como una rata a tu habitación?



—Me gusta comer comida chatarra mientras estudio —se encogió de hombros.



—Dame eso.



—Yo las vi primero.



—Yo las compré, idiota —se adentró en la habitación y quiso tomarlas, pero en ese momento Tyler, metió todas en su boca. Se corrió el cabello para atrás, frustrado. No sabía si matar a ese mocoso o compadecerse de lo estúpido que podía ser. Intentó hablar con la boca llena de comida, pero no lo entendió. Cerró la puerta de un portazo.



 

Durante ese largo mes, Paul intentó buscar una solución respecto a que Tyler se comiera su comida. Aún en la actualidad, no la ha encontrado.


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