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A través del tiempo. por Ulala

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Paul miró a Katherine parada a su lado. Era una mujer bellísima y fina, desde que la conocía, siempre se había mostrado frente a los demás bien vestida y arreglada. Con tacones altos, peinada y maquillada. Se preguntó cómo hacía para llevar esos zapatos todo el día sin cansarse. Tenía el cabello rubio y ondulado como Tyler, supuso; que quizá él lo tendría tan sedoso como ella. Hacía dos semanas se había dormido en su hombro. Y hacía dos semanas, comenzó a evitarlo. Específicamente porque en su cabeza no existían los apegos emocionales y aún estaba buscando su dignidad, que según su perspectiva, se había perdido en el momento en que comenzó a babear dormido. Le caía bien, era un tipo interesante; pero no quería que sobrepase ese límite. Al fin y al cabo, no era necesario. Pero una parte de él, muy adentro suyo, le había dicho que fue divertido.




—¿Crees que deberíamos servir salmón de plato principal o de entrada, querido? —preguntó ella. El moreno salió rápidamente de sus pensamientos.




—Lo que a ti te parezca mejor —sonrió amablemente, mientras pasaba un brazo por su cintura. No tenía ni la menor idea de lo que había dicho y dio su mejor respuesta robótica.




—Hacer una cena es tan complicado —suspiró—, aunque ni siquiera voy a cocinar —Paul no lo sabía, pero en aquel momento, tenía suerte de aún no haber probado nada cocinado por su prometida.




Su futura esposa había decidido organizar una cena en celebración a su compromiso, en un principio, su idea había sido alquilar un gran salón e invitar a toda la gente para hacer despliegue de todos los lujos que podía adquirir, pero Paul le insistió en que no era necesario. Habían decidido que la harían en su casa, siendo así un poco más privada, sin embargo, se veía más que emocionada al respecto. No era una casualidad que lo estuviera. Ella sabía perfectamente con el tipo de persona que Paul se relacionaba laboralmente y que debía invitar por puro compromiso, que sin que lo supiera, era prácticamente a todos los que finalmente asistieron.





—Tendré que hablar con Tyler para que se comporte —suspiró con cansancio, Paul la observó en silencio—, aunque veo que ustedes se llevan bien, quizá debas decirle tú —clavó sus ojos miel en los celestes. Estaba prácticamente interrogándolo de manera indirecta.





—No diría bien. Creo que es más bien una guerra fría —le estaba diciendo lo que quería escuchar—. Es simplemente un crío que le gusta que lo noten —hablaba con desprecio. No era su intención que Katherine pensara, por más mínima posibilidad que había; de que él podía estar de alguna forma del lado de su hijo. Debía ser imparcial sin importar qué. Ella le sonrió conforme con su respuesta y siguieron caminando.



___



Hacía frío. Su espalda se estremeció cuando dejó salir el humo por su boca. Miró el cielo escaso de estrellas, como si realmente hubiera algo que mirar. La luna desde aquel balcón se observaba gigante. Había hablado vía mensaje con su mejor amigo Tom y llegó a la conclusión de que le pasaba algo. No sabía qué, pero se notaba deprimido. Él nunca había sido un tipo de persona que escondiera sus problemas. Sin embargo, jamás le había contado sobre ningún problema amoroso. Supuso que era eso. Que algo lo estaba molestando, pero era lo suficientemente privado para guardarlo para él.




Sintió el bullicio de adentro. No soportaba a ninguno de los que estaban ahí adentro. Con sus copas de champagne, su hipocresía y sus malditas expresiones finas. Para Tyler, una manera de ser amable era simplemente no hablarles porque sabía que no podría contenerse. Y no es que odiaba a la burocracia en sí, pero se sentía incómodo. Lo hacían sentir observado, como si cualquier paso en falso, sería analizado y criticado por ellos. Quiso desajustar su corbata, pero se rindió al segundo intento. La puerta del balcón se abrió y salió Paul, cerrando la puerta tras él.





—¿Tomándote un descanso? —preguntó. El rubio asintió. Estaba apoyado en la baranda, con un cigarro en la mano—, ¿me das uno? —el rubio le ofreció el paquete y un encendedor—, No te he visto hablando con nadie —comentó, observando la espalda del rubio. Una vez le había dado un cigarrillo, volvió a su posición original. Parecía que a Paul le incomodaba el silencio, Tyler, por otro lado, estaba disfrutándolo hasta el maldito segundo en que Paul había llegado.




—No, no me cae bien la gente como ellos —volvió a tirar el humo—, sus modales me ponen nervioso.





—Ya veo —sonrió, pero no pudo verlo. Estaba oscuro a excepción de la luz de la luna y los cigarrillos que ardían—, ¿hace mucho fumas? —quería sacar conversación a toda costa. Tyler refunfuñó, pero Paul no escuchó por el bullicio. ¿Qué le pasaba que hablaba tanto?




—El tiempo suficiente —dijo cortante. Se colocó a su lado, pero no se apoyó. Estaba parado, mirando la ciudad a lo lejos, debajo de ellos, eran pequeñas luces a lo lejos.




—Qué cortante —lo observó de perfil. Tyler ni siquiera se inmutó. Tiró la ceniza del cigarrillo al abismo.




El estudiante de medicina, estaba realmente confundido respecto a él. Su manera de relacionarse, parecía un tren de idas y vueltas. Un día era amable, un día ni siquiera le dirigía la palabra. Le molestaba que fuera así. Lo frustraba hasta tal punto, que ver su rostro le producía molestia. Quería que se vaya y lo dejara en paz, como todas aquellas veces que había pasado a su lado por el pasillo sin dirigirle la mirada.




—Qué hablador estás. Deberías estar adentro festejando tu compromiso —dijo con sarcasmo. Lo miró fijamente—. Dime, Paul, ¿por qué estás con mi madre? ¿La amas o simplemente decidiste que cualquiera estaba bien?





Hubo silencio, intentó mantener su rostro estoico. Miraba al abismo, buscó en aquel paisaje alguna respuesta que lo dejara conforme. En ese momento, podría haberle mentido; podría haberle jurado amor eterno por su madre; podría haberle dicho; que la amaba lo suficiente como para imaginar el resto de su vida con ella, pero cuando abrió su boca para pronunciar esas palabras, simplemente no salieron. Paul no volvió a mirarlo, simplemente observaba hacia adelante. Habían pasado sólo dos segundos, pero parecieron eternos.




—Eso es una pregunta muy personal, Tyler —respondió sonriendo falsamente de perfil.

 

 

—¿Eso crees? —miró hacia el moreno. 



—Hay cosas que es mejor no saber —tiró la colilla al vacío. Le dio una palmada suave en el hombro al rubio y se dio la vuelta. El rubio lo miró de perfil irse. Sonrió. Lo había incomodado. Se alivió en el mismo instante en que se fue. 

 


Aquel hombre inquebrantable, estoico y que parecía casi indiferente, al parecer tenía sus secretos. Se alegró de que no fuera tan aburrido como parecía.



___





Paul se había puesto de mal humor. Tenía una sensación extraña en la boca del estómago, parecido a la acidez después de aquella conversación. Algo le había llevado a hablarle, después de dos semanas ignorándolo. Cuando lo vio parado solo en una esquina hacía un rato, con una copa en la mano, su cabello rubio hacia atrás, vistiendo un traje color negro que Katherine le había obligado a usar  y aquellos ojos color pradera perdidos en la nada, quiso preguntarle cómo estaba; quiso preguntarle qué tan extraño se sentía vistiendo formal; quiso decirle que le quedaba endemoniadamente bien. Lo había estado observando a la distancia y agradeció que él era lo suficientemente estúpido como para no darse cuenta. Tyler tenía la finura y delicadeza del rostro de su madre, sus pestañas eran largas, su nariz era pequeña y sus ojos destacaban entre sus facciones siendo grandes y expresivos. En contraste con su apariencia, era altanero y supuso que aquello lo hacía de cierta forma interesante. El moreno salió de sus pensamientos cuando su prometida lo tomó del brazo y lo llevó hacia una de las personas de las tantas, que había invitado por puros negocios.




 

—Estaba contándole a tu futura esposa que ella sería la imagen perfecta para la imagen de nuestro nuevo producto de cosmética, incluso en algún futuro, podríamos hacer negocios juntos  y crear una colección en conjunto —era un viejo desagradable, según Paul, pero lastimosamente, era conocido de su padre. Le sonreía a Katherine encantado, ella, lógicamente hacía lo mismo.




No había invitado a ningún familiar. Le había mentido a Katherine diciéndole que por razones varias, no habían podido venir. Quería ahorrarse la molestia de tener que aguantar a su estúpido hermano. Su padre, estaba internado en su casa desde hacía dos meses y su madre, lo odiaba. Sus hermanas, por otro lado; estaban simplemente fuera de discusión. No les habría importado, pero invitarlas sería sinónimo de que viniera Kazumi. No se lo había preguntado nunca, pero sus ojos siempre lo miraron con desprecio.




—Eres tan amable, Edward —chocaron sus copas con un brindis—, me encantaría aceptar. Debo consultarlo con Paul, por supuesto —lo miró a su lado a su prometido. Estaba impecable, como siempre, debajo de su traje negro, vestía un chaleco azul marino.  




—En el caso de que aceptes, podrás volver a New York por algún tiempo. He oído que vivías allí hace un tiempo —hablaba, pero el moreno sólo veía sus labios moverse. Odiaba su maldito bigote blanco.




—Sí, así es. De hecho, nací ahí —estaba aburrido. Pero su cara no lo demostraba.



Se preguntó si alguno de los que estaban allí había visto Star Wars. Katherine pasó el brazo por su espalda cariñosamente. Paul le sonrió y tomó lo que sobraba de la copa de champagne.




____




Habían pasado algunas horas, era la madrugada. El moreno agradeció por dentro que llegó el final de aquella seudo celebración. Katherine estaba en la puerta, despidiendo a los últimos invitados con una agradable y cordial sonrisa, mientras ellos; agradecían la hospitalidad y la diversión. Cuando terminó, cerró la puerta detrás de ella y se quitó los tacones altos. Paul, observaba la escena sentado en el sillón. Los camareros que ella había contratado iban y venían cargando la vajilla para lavarla. No había tocado un plato, tampoco los había cocinado. Le había dicho que si tenían dinero, ¿por qué simplemente no utilizarlo? Y supuso que tenía razón, ya que así le habían enseñado. Dejó la copa de vino encima de la mesa ratona frente a él. Ella lo abrazó por detrás, recargando su cuerpo contra su espalda.




—¿Qué te ha parecido lo que dijo Edward? —susurró en su oído de manera sensual. Deslizó sus pequeñas manos hacia el pecho del moreno, acariciándolo despacio.




—Por mí, está bien —sonrió con placer—. Me parece excelente que seas una mujer de negocios —acarició su brazo con la punta de sus dedos. Ella se estremeció.




—¿Qué quieres hacer respecto a Tyler? ¿quieres que lo lleve conmigo o no te molesta que esté aquí? —estaba intentando seducirlo para que hiciera lo que ella quería. Paul sabía muy bien que no querría llevarlo. Y no sólo eso, si no que además; tampoco el mocoso ir y sólo harían una batalla campal de gritos.




—No me molesta —dijo tranquilamente—, además, tiene universidad. No creo que lo vea mucho, va a pasarse los días encerrado en su cuarto —tironeó de su brazo con cuidado, para indicarle que se sentara con él.




—Antes de irme y cuando vuelva, te recompensaré —se sentó encima y le susurró en el oído, pasando la lengua lentamente por el cartílago de la oreja. El moreno sonrió, tomó entre sus manos la pequeña cintura, acariciando sus pechos encima de su vestido—, pero deberás esperar un rato hasta que se vayan todos —murmuró en su oído, cuando sintió el miembro de Paul endurecerse debajo de ella.





Ese día, Tyler comprendió que hasta ese día, no había entendido verdaderamente lo que era la incomodidad. Porque nadie podría definirla correctamente hasta vivir una escena lo suficientemente traumática y molesta como escuchar a su madre gemir. Había sucedido en la madrugada, momentos después de haberse ido los camareros. En aquel momento, a las cuatro de la mañana, creyó que sería una buena idea comer algo ya que no había podido hacerlo como le hubiese gustado. Caminó por los pasillos oscuros de aquella casa, que tenía calefacción pero que se sentía fría. Los ventanales grandes dejaban pasar la luz de la luna  y a lo lejos, escuchaba el canto de algunos grillos. Cuando estuvo a punto de bajar las escaleras tranquilamente, en aquel silencio espectral, lo escuchó. Claramente, como si estuvieran en la habitación de al lado, algo que no era así. La habitación de ellos, estaba al final del pasillo.

 

 

 

—Tan profundo —su madre, estaba prácticamente gritando entre gemidos—, me encanta así de fuerte.




Los ojos del rubio se abrieron como si fueran a salir de sus cuencas. Quiso tapar sus oídos, pero era tarde. Escuchó el respaldar de la cama golpear rápidamente contra la pared. Pensó en ir a golpearles la maldita puerta para que se callara, pero eso implicaría escuchar aún más de eso. Corrió nuevamente a su habitación. Le molestaba. Esa mierda le había puesto los pelos y los nervios de punta. ¿Se creían que estaban solos o qué mierda?




Quería quitarse la imagen que se había hecho en su cabeza, pero le resultaba casi imposible. Y los odió. En aquel momento, fue uno de los que creyó que incluso debajo de algún puente, estaría mejor.




No durmió en toda la noche. Lo intentó, pero cuando estaba enojado, no podía hacerlo. Y eso generaba un ciclo vicioso, donde  cada cosa lo hacía entrar en cólera. Contuvo sus ganas de romper algo. Se enteró que había amanecido cuando sintió el sol pegarle directamente en los ojos. Supuso que ese iba a ser un día de mierda. Sin embargo, horas más tardes Paul le avisó que su madre se iría por dos semanas a New York y todo parecía haberse arreglado. Faltaban dos semanas a solas con él y no sentía que su incomodidad fuera a reducirse. Su madre se había ido el viernes en la noche. Él no estaba en casa, ya que planeaba ir a una fiesta, donde todo valía, justamente lo que Tyler necesitaba.




Cuando entró, la música sonaba fuerte, retumbando en el tímpano. A ese tipo de lugares no iba ninguno de sus amigos cercanos y agradeció aquello, ya que de haber sido así; se escandalizarían. La casa era grande, los padres de su amiga, habían salido de vacaciones por un mes. Ese iba a ser un largo mes de festejos en aquella morada. Se adentró saludando a varios conocidos, la gran mayoría, niños ricos, algunos con fetiches extraños, algunos más normales. Al llegar a la sala, el aire completamente viciado lo golpeó en la cara. Las luces estaban apagadas y en su lugar, habían puesto unas especies de aparatos que parpadeaban. En el sillón había varias personas sentadas, una de las que estaba aspirando cocaína, había salido por algún tiempo con él. Lo saludó asintiendo, antes de entrar en el éxtasis que le produjo el químico. Al costado, había dos mujeres besándose, entrelazadas apasionadamente. Tyler sonrió. Supo que esa noche realmente iba a ser buena.

 


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