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Trez por Verde Lima

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Los grupos de trabajo habían sido asignados por Baardsson, Trez trabajaría con restos arqueológicos alojados en el Museo. Sus compañeros serían Mary Taylor, arqueóloga y Olivier Brigot, filólogo.

Apenas se habían conocido pero congeniaron rápidamente, imaginaba que los grupos ya habían sido ideados en relación a las propuestas de cada uno.

Trez había meditado sobre sus opciones a partir de ese momento, y decidió hacer como si no conociera a Baardsson más allá del día anterior. Dudaba que él fuera a decirle nada más si ya no lo había hecho, y en el caso de que lo hiciera intentaría ser profesional y dejarlo en lo que fue, algo puntual.

Eso pensaba hasta que el rubio apareció en el museo seguido del hombre que lo acompañaba el día anterior, le resultaba familiar de haberlo visto por la Universidad.

La profesionalidad se le escapó cuando Baardsson le miró, a pesar de querer solo verle como lo que era, su director, no podía evitar recordar. Y los recuerdos eran tan buenos que se odió a sí mismo.

Tenía la oportunidad de aprender de alguien a quien admiraba y solo sabía mirarse la punta de sus zapatillas, que no eran para nada interesantes.

—¿Qué tal chicos?—preguntó con aquella voz tan ronca suya. Trez le miró, era estúpido no hacerlo, no iba a ser la última vez que coincidieran,¿verdad?

Mary contestó rápidamente, y Trez agradeció que la chica fuera toda una habladora y evidentemente quisiera impresionar. Aprovechó para mirarlo a gusto, pero nuevamente fue cazado por esos ojos azules profundos.

—Trez—interrumpió la conversación con Mary—, quiero discutir un asunto contigo, ¿me acompañas?—Aunque hubiera sido formulado como una pregunta, no lo era. Así que le siguió cuando este se apartó del grupo.

Definitivamente no iban a hacer como si no se conocieran.

Caminaron uno junto al otro mientras miraban las piezas expuestas y se alejaban de sus compañeros.

—Esta pieza es una de mis favoritas.—Sten se había parado delante de un torque sencillo pero hermoso, una tira gruesa de oro terminada en dos pequeñas cabezas de caballos bellamente tallados. Era una pieza que él ya había admirado anteriormente, sencilla pero de una fuerza innegable.

Trez tan solo asintió, la falta de elocuencia, aquella que solía tener con un tema que era totalmente su especialidad, le hacía sentir totalmente estúpido.

—Te pido disculpas por no haber hablado contigo ayer—continuó dejando de mirar el torque para centrarse en él—. Es obvio que ambos nos reconocimos, ¿cierto?

—No pasa nada.—Las palabras salían, pero pasaba, vaya que sí pasaba. Trez se sentía demasiado vulnerable a la presencia de Sten, y no era por que le admirara, que también. Sino por la cercanía de su cuerpo.

—Eso era lo que quería preguntarte, ¿podrás trabajar normalmente?

—Sí—dijo rápidamente, pero fue incapaz de sostener la mirada del otro, contrarrestando sus palabras.

—No quiero que te lleves a confusión, entre tú y yo no habrá nada más, no volverá a repetirse—dijo completamente serio y Trez se sintió agredido por sus palabras, ¿quién se creía que era? Vale que fuera un sueño hecho hombre, pero no hacía falta ser tan desagradable.

—Lo entiendo perfectamente—confirmó lo más serio que pudo—. Solo fue un polvo de una noche.

No esperaba que el otro sonriera, pues había tratado de sonar desagradable.

—Exactamente, Trez—le dijo sonriéndole, pero de un modo casi predador—. Un polvo de una noche.

Trez estaba entre sorprendido e irritado, ¿el tipo al que admiraba era un cretino? ¿A qué estaba jugando diciéndole que no habría nada entre ellos para luego comérselo con la mirada?

—¿Hemos acabado con esto?—preguntó irritado, era alguien tímido sí, pero no era un idiota que fuera a jugar al juego que Sten quería.

 

 

o0o

 

 

La intención de Sten era comportarse como la persona responsable y civilizada que sabía ser, quería dejar las cosas claras con Trez pues le quedaba mucho tiempo con ese chico en su equipo.

Pero no pudo evitar picarle cuando este dejó claro lo que Sten había expuesto, un polvo de una noche. Su gesto irritado le había gustado demasiado y se descubrió sonriendo cuando se marchó de nuevo con sus compañeros de equipo.

Había estado pensando cómo actuar ante la situación, lo mejor era que pudieran hablarlo y dejar claro que debían dejar de lado la noche que compartieron.

Y eso había hecho.

Aprovechando la visita iría a solucionar la entrega de los restos encontrados en la última excavación. Reconocía que era de las tareas más tediosas de su profesión. Toda esa burocracia le aburría y solía dejársela a su amigo. El problema era que el conservador y Samuel habían tenido varias peleas en el pasado.

Lo mejor era llevarse bien con Hugh, aunque lo pusiera a veces realmente complicado.

Cuando llegó a su oficina lo encontró sumergido entre libros, papeles, ánforas y estatuas descabezadas.

Hugh era un antiguo compañero de clase, y a decir verdad nunca habían tenido una relación muy cordial. Desde los inicios los tres habían generado cierta rivalidad, de ello dependía en gran medida estar o no en una investigación más o menos importante.

Samuel y él habían rápidamente congeniado, ambos eran por aquel entonces unos soberanos juerguistas, pero que a la hora de la verdad podían rendir perfectamente. Por el contrario, Hugh era el típico empollón repelente, en las excavaciones no se relacionaba con nadie.

Cuando sus carreras habían empezado a tener relevancia, Hugh se había retirado sin dar explicaciones y debía reconocer que no era lo mismo si no tenía a alguien de verdad contra quien competir.

Su cabello moreno, y su piel siempre con un ligero bronceado, hacía suponer que lo habría heredado de alguno de sus padres, pero lo que más llamaban la atención en él eran sus ojos, de un color marrón oscuro que le daban a su rostro una profundidad constante. Como si con ellos te pudiera taladrar y juzgar.

Entre todos aquellos restos parecía estar en paz, su problema eran las personas como siempre le decía Samuel.

Cuando carraspeó, el moreno alzó el rostro, era atractivo, de un modo peculiar quizás. Pero su rostro mutó a uno de desagrado, ese que tan bien conocía.

—No tengo tus papeles—le dijo volviendo a su tarea.

—Tan simpático como siempre.—Sí, era atractivo pero tenía un carácter de mierda, mucho peor que el suyo.

 

 

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Samuel había acompañado a Sten al museo, ellos solían dividirse el trabajo normalmente de manera equitativa, aunque él solía encargase más de temas burocráticos y Sten más de los campo.

El trato con personas era la especialidad del castaño, su encanto le abría muchas puertas, al menos casi siempre.

Hugh era la piedra en su zapato, no había vez en que ellos se encontraran en la que pudieran ser profesionales y llegar a buen puerto.

Samuel ya lo había tratado todo, Hugh le profería un profundo odio.

Podía llegar a sentir sus ojos como dos puñales, y no entendía qué había ocurrido para que este le odiara tanto.

¿Qué se suponía que le había hecho?

No era como si a Sten le regalara sonrisas, pareciera que cuando nació le habían arrancado la capacidad de producirlas.

Pero tener que tratar con Hugh era un mal recurrente, al ser el conservador encargado de emitir los informes de todas las excavaciones locales.

Había sido un gran arqueólogo, pueda ser que ellos no se llevaran bien, pero Samuel no era tan cretino como para no reconocer el talento de los demás.

Cuando decidió dejar el trabajo de campo, para esconderse en ese despacho lleno de restos sin tratar casi con nadie hasta a él le costó trabajo entenderlo.

Incluso fue a hablar con él para hacerle cambiar de idea. Lo que se encontró fue un muro de puro desprecio que le costaba entender.

—Hola, Sam—escuchó a su espalda.

Era Tommy, un bombón en prácticas con el que él ya había estado alguna vez.

Por aquel joven, pensó Samuel, no iba a ser tan mala aquella visita al Museo.

Pero no se le escapó la mirada recriminatoria de Hugh, sin poder contenerse a los efectos que aquella absurda rivalidad le hacía, siempre llegaba a sacar lo más estúpido de él. Y cuando Samuel se marchó de allí, le apretó una nalga a Tommy sabiendo que Hugh iba a poder verlo perfectamente.

Por alguna extraña razón verlo interactuar de ese modo con otros siempre le sacaba de quicio.

Pero Samuel ya se estaba olvidando de Hugh para centrarse en las risitas de Tommy en su cuello, el chico conocía lugares realmente tranquilos dentro del Museo que estaba prometiendo mostrarle.

 


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