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Trez por Verde Lima

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Sten estaba haciendo todo lo humanamente posible por escaparse de sus colegas en el Congreso, pero parecía misión imposible.

A lo lejos, estaba Trez, en ningún momento se escapa de su campo de visión.

El esfuerzo que había hecho el día anterior por no entrar a su casa, solo lo sabía él mismo. Trez siempre había sido una tentación para él, no estaba dejando de serlo bebiendo de su copa a pequeños y mirándole con anticipación.

No veía a Samuel por ningún lado para que le echara un cable, no podría recurrir a su amigo.

Tampoco se le pasaba cómo Killian también tenía un ojo sobre ellos, y estaba deseando sacar a Trez de allí para evitar una escena como la de la tarde anterior.

No es que le culpara, pero no iba a consentir ningún tipo de desaire, ni a él, ni a Trez.

Hablaba completamente en serio cuando le había dicho a Trez que quería hacer las cosas bien. Reconocía lo egoísta que había sido con el chico, pero también era cierto que él no había cerrado con la etapa anterior de su vida.

Ahora, ahora se sentía ligero, como si el peso que cargaba en el corazón se hubiera evaporado. Pero si el alemán que le estaba contando por enésima vez sus hallazgos en el Valle de Rim no paraba, acabarían mal.

Trez le sonrió viendo cómo Sten se veía atrapado, y no aguantó más.

—Lo siento, tengo que irme—despachó al alemán. Era muy grosero, sí, pero ya no iba a esperar más.

—¿Interesante lo que te estaba contando?—le preguntó Trez cuando llegó hasta él, Sten le miró sonriendo. Ya no se encogía cuando él se acercaba, siempre se había mostrado algo tímido a su alrededor.

Sin embargo, ahora, se le veía un poco más seguro. Y le gustó aquel cambio, aunque debía reconocer que aquella tentadora timidez le había atraído fuertemente en los inicios.

—Vámonos, o volverá a taladrarme el cerebro con no sé que estrato calcinado.

Ambos salieron del congreso, como dos criminales huyendo de la cárcel.

Sten quería hacerlo bien, pero en ese momento pasaría de la cena, y se iría a cualquier habitación con Trez. Pero se había prometido a sí mismo hacer algunos cambios en el modo que tenían de relacionarse.

Y no, tampoco era algo que estuviera haciendo a disgusto, pero no podía negar las ganas que le tenía al chico.

Sten había cogido el coche para poder llevarles rápidamente al restaurante.

Deseaba alejarse velozmente del museo para no dar ningún tipo de opción a que aquello saliera mal.

Cuando su teléfono conectado automáticamente con el manos libre de su coche comenzó a sonar, resopló.

No pensaba atender la llamada, pero cuando vio el teléfono en la pequeña pantalla del coche, descolgó.

—¿Ha pasado algo?—preguntó preocupado.

—No quería molestarte, pero Sigrid no se encuentra bien.

Sten se hizo a un lado de la carretera, estacionando el coche mirando a Trez que obviamente no entendía nada.

—¿Qué le pasa?—preguntó lleno de angustia.

—La fiebre le ha subido mucho, ¿la llevo al hospital o te espero?—Sten miró de nuevo a Trez.

—Espérame, estoy cerca.

Cortó la llamada, puso de nuevo el coche en marcha.

—Es mi hija, la he dejado con la niñera, lo siento.

—No te preocupes, si quieres me puedes dejar aquí.

—Seguramente no sea nada, pero me quedo más tranquilo si la ve un médico—le explicó, lo que le iba a decir podía sonar extraño después de toda la historia que ambos se traían—¿Te importaría venir con nosotros?

—No, no me importa, pero ¿no será un poco extraño?

—Como cita, sí, es un poco extraño, pero si a ti no te importa, para mí estaría bien.

 

 

 

 

Trez asintió, aunque en el fondo ir a un hospital con la hija enferma de su ligue era cuanto menos extraño.

Aún así, no podía negar que que Sten le quisiera a su lado en algo tan íntimo como la salud de su hija le decía que las cosas entre ellos habían cambiado.

Llegó a una casa de dos plantas adosada, una en la que no imaginaría a un hombre como Sten. Encantadora, diría su madre.

De ella salieron una mujer joven y una niña que obviamente era la hija del rubio.

Sten salió corriendo del coche y la tomó en brazos, la niña se vio muy pequeña entre sus brazos.

Trez se bajó, no sabía cómo comportarse. Solo hacía unos días ellos volvían a llevarse medianamente bien. Esto era un poquito demasiado.

—Él es Trez, mi amigo—le presentó—. Gracias por cuidarla—le dijo a la chica que acariciaba la frente a la niña.

No dijeron mucho más y salieron volando hacia el hospital, la niña se veía cansada y febril, y Trez no sabía qué hacer. Al menos, en una ciudad tan pequeña como Dublín, nada estaba realmente lejos y llegaron rápido al hospital.

Se quedó en un segundo plano todo el tiempo, observando como Sten se mostraba preocupado por su hija pero sin perder la calma.

Verle en un aspecto tan íntimo como cuidando de su hija, le hizo entender que quizás la vida de aquel enorme vikingo no fuera tan sencilla.

Trez permaneció en la sala de espera, y Sten pasó con su hija para que le hicieran pruebas.

Como había aventurado no tardaron mucho, le suministraron medicación y les recomendaron volver a casa. Y que la vigilara durante toda la noche.

Trez había entendido desde un principio que su cita se había acabado, por eso le costaba entender por qué Sten le querría allí con él.

Cuando llegaron de nuevo a aquella bonita casa, y Sten le invitó a pasar. Empezó a sentirse de verdad incómodo irrumpiendo en la vivienda de ambos.

Era una casa familiar, como sería la de sus padres, un hogar.

—Voy a acostar a Sigrid—le anunció—. Dile adiós a Trez.

La niña le había estado mirando todo el tiempo, parecía algo mejor que cuando fueron a recogerla.

—Adiós, Trez—dijo con la voz cantarina de los niños—Papi, Trez es muy bonito.

—Sí, es muy, muy bonito.

Trez sentía que no podría enrojecer más, de carácter básicamente tímido, los cumplidos eran algo que le hacían subir siete tonos en la piel. Que este hubiera llegado de padre e hija, lo aumentarían a diez.

Sten le señaló el sofá y Trez esperó, desde luego no era así como había esperado que acabara su noche.

Sobre una media hora después el anfitrión apareció con una amplia sonrisa en el rostro.

—Tienes que disculparme, no esperaba que nuestra primera cita fuera así.

Se dejó caer en el sofá, y Trez tuvo plena conciencia del cuerpo del hombre a su lado y que estaban en su casa. Juntos.

—Supongo que esto la hace más especial.—Se encogió de hombros Trez. Sten le miraba, y aunque no era la primera vez que estaban juntos, incluso mucho más “juntos” empezó a sentirse inquieto. Sintió pequeño calorcito ascendiendo desde su vientre al verle así.

—¿Tienes hambre?—Parecía que Sten había cortado antes que Trez con aquella conexión que acababan de tener.

Por un momento, había pensado que iba a besarle, y tirarle en el sofá. Quizás fuera lo que él deseaba.

¿Comida?

—Sí, claro.

—¿Me acompañas?—le propuso el rubio, y ambos fueron a la cocina, pero poco tiempo después Trez estaba sentado en una banqueta alta en un mostrador viendo como Sten cocinaba.

Él no lo sabía, pero aquel gesto era tan similar al que hacía cada noche con su hija, que tener a Trez en su casa no se sentía para nada extraño.

Ambos cenaron, y hablaron de temas comunes, de temas que en realidad a ambos les apasionaba.

De la próxima excavación, de Noruega, de los hallazgos de los años anteriores, del congreso. Temas fáciles, apasionantes.

Pasaron a tomar una copa en el sofá, el ambiente tan relajado que Trez empezaba a agradecer a la niña haber interrumpido su cita.

Estaba muy a gusto así, a pesar de que en el pasado había deseado eso mismo con Sten, dudaba que se hubiera dado de ese modo. No sabía qué era, pero Sten era mucho más Sten de lo que él había podido conocer. Como si se hubiera estado ocultando, mostrando solo lo imprescindible.

Sten le acarició el cabello en un momento al que ambos habían querido llegar.

Era complicado pensar que aquello no era lo correcto, que no habían llegado a un punto, después de muchas vueltas, donde ambos querían estar.

A punto de besarse, una voz cantarina les interrumpió.

—¿Papi?—Sten reaccionó tan rápido que Trez casi no había podido relacionar una cosa con la otra.

Se había levantado del sofá y en cuatro zancadas ya estaba en la habitación de su hija.

Tiempo después, Trez se había recompuesto lo suficiente.

—Lo siento—se excusó Sten.

—Es mejor que me vaya ya a casa.—Trez se levantó, miró la hora.

Sten después de mirarle detenidamente, asintió.

Ambos fueron hasta la puerta, volvería andando, le vendría bien el paseo para despejarse.

—Gracias—le dijo Sten.

—¿Por?—dijo Trez sorprendido.

—Por estar esta noche conmigo, esta es mi vida, y quería que la conocieras.

—No es fácil, ¿verdad?—dijo sonriendo.

—No siempre.

Este era realmente el hombre que le había traído loco durante meses, que aún le hacía rodar la cabeza.

Trez se alzó levemente y le besó, las primeras citas debían tener un beso, ¿cierto?

No eran el primero que se daban, ni siquiera el más fogoso, pero sentir las manos de Sten sobre su espalda atrayéndolo más a él, se sintió muy bien, muy correcto.

Se separó, porque lo que el cuerpo le empezaba a pedir era mucho más de lo que ambos iban a poder hacer esa noche.

—Te llamo mañana—le dijo Sten.

Cuando Trez llegó a su casa, la sonrisa no se le borraba.

Chris estaba en el salón, miró su reloj, eso era un poco extraño, su compañero tenía unas rutinas bastantes extremistas, y a esas horas ya estaba en la cama.

Asomó la cabeza, y lo que vio fue lo que menos podría haber esperado.

—¿Patrick?—exclamó.

Una maraña pelirroja se le lanzó a abrazarlo.

—Primito.

Detrás de ellos estaba Chris con cara de no entender por qué había un O’Brien nuevo en su salón a esas horas de la noche.

—¿Qué haces aquí?—le preguntó.

La mueca en su cara no le gustó, era esa que ponía cuando había hecho una de las suyas, y las de Patrick solían ser un montón de problemas para todos.

 

 

 

 

Notas finales:

Este capítulo se me había quedado un poco atravesado y he tardado muchos días en darle la forma, más o menos, que quería.

 

Sten cada vez es más humano y menos un dios vikingo.

 

Patrick "problemas" O'Brien viene a poner a uno en más de un aprieto.

 

Espero que estéis bien.

 

Besos.

 

Sara.

 


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