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'SAINTSEIYA. Entregado por Dios {HadesxSeiya} por amourtenttia

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Notas del capitulo:

Cabe aclarar desde ya, los capítulos no siguen un orden cronológico muy estricto. Escribí casi 10 capítulos en un mismo día conforme se me iba ocurriendo la historia, y separaba porque se alargaban demasiado para mi promedio personal. En cualquier caso, espero disfruten este capítulo tanto como yo. 

 

Rhadamantys se encontraba fúrico, y, por su expresión, además del iracundo brillo de su cosmos, decir aquello era poco.
 
Las órdenes de su señor habían sido por demás claras incluso en una silenciosa oración. Ni una sola gota de sangre debía ser derramada durante esa misión. Ningún error sería perdonado... Y ellos se las habían arreglado para fallar de la peor manera posible.
 

"Si algo les pasa, tu cabeza caerá primero..."

 
El  Pegaso de las había ingeniado para burlarlos, protegiéndose de todo y todos, y, por lo que parecieron años, su ubicación fue desconocida para los tres jueces, que habían sido los elegidos para ese especial encargo.
 
Proteger al consorte del Señor del Inframundo a toda costa.
 
Las heridas de batalla se notaban en cada centímetro de piel expuesta del rubio caballero. Sus hermanos no estaban en mejores condiciones... Pero ni siquiera eso podía excusarlos de la gravedad de sus actos.
 
A su lado, Minos continuaba callado, sin dar fe a los hechos ocurridos. La jornada de prosperidad que había llegado al bajo mundo había sido destruida en segundos. Por un simple descuido suyo... No... Aquello era injusto. Los tres eran perfectamente conscientes de los riesgos, la emboscada que acabó con el tierno momento no fue precisamente inesperada... Pero ver al Dios de Dioses allí... Delante suyo...
 
Habían caído dentro de una batalla que no podían ganar... Y el Caballero de Bronce había pagado las consecuencias de su ineficacia.
 
Las grandes puertas de la habitación se abrieron de golpe, y una imponente figura caminó fuera de éstas con la expresión más fría que alguno de sus subordinados le hubiese visto nunca.
 
Los tres jueces se arrodillaron inmediatamente, no bien salía él de sus aposentos. Arrepentidos era decir poco... Culpables no era suficiente.
 
—¿Dónde ésta?—exigió saber con una voz tan impasible, que los más fieros de sus hombres temblaron en su sitio sin poder evitarlo
 
Rhadamantys apenas y alzó en rostro para responder:
 
—Le hemos perdido, señor... 
 
Ante la frialdad de la verdosa mirada, el rubio bajó la cabeza de nuevo.
 
—Sabemos quién lo tiene... Pero nuestros hombres han sido incapaces de encontrarlo.
 
El amplio pasillo se sintió mortalmente helado de pronto, y poco o nada se relacionaba con la temperatura del lugar. Era como colocarse junto a la muerte... O, en su caso, tenerla justo delante.
 
Ninguno de los tres se atrevió a levantar la mirada, fue el cambio en su cosmos el que advirtió del peligro inminente. Una vez que alzaba su mano.... Un solo movimiento... Con el deseo en su mente...
 
—Mi señor... 
 
El suave pero insistente llamado fue lo que detuvo las acciones del mismísimo Hades, quien no movió su mano sino hasta que dedicó una simple mirada a la única mujer en la que podía confiar.
 
—Despertó... —fue su simple palabra
 
Pandora abandonó la estancia al mismo tiempo que Hades entraba de regreso, tras ello, las enormes puertas de madera se cerrador a cal y canto, impidiendo que nadie más ingresara.
 
Rhadamantys fue el primero en hablar, sin embargo, los tres miraban expectantes a la dama.
 
—Mi señora... Él... —musitó, sin poder finalizar siquiera la oración
 
Ella dibujó un esbozo de sonrisa en sus labios, pero aquella aparente felicidad no alcanzó sus ojos.
 
—Sobrevivirá... —dijo, pero su tono no denotaba la seguridad que ellos hubiesen querido escuchar
 
No pudieron cuestionarle nada, pues los gritos del consorte del rey del infierno se escucharon por todo el castillo.
 
Así como los intentos de éste por consolarlo.
 
—¡¿DÓNDE ESTÁ MI HIJO?!
 
Los jueces se hundieron en su sitio.
 

¿Con qué cara podrían mirarlo ahora, cuando todos sabían que ninguno de ellos era capaz de recuperarlo?

 
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Ikky observaba al pequeño Seiya desde una distancia prudente. Su retoño continuaba jugando con otros niños en la plaza del parque frente a su departamento. Se trataba de un condominio donde varias parejas rentaban, al igual que el propio fénix, pequeños espacios para vivir. Era un lugar modesto, pero verdaderamente agradable. Los primeros dos años de vida del pequeño, Ikky y él se la habían pasado cambiando de casa a casa hasta que, al cumplir los tres, finalmente se establecieron en aquella pequeña ciudad de Europa.
 
Fénix había comprobado que los climas cálidos no eran lo mejor para su pequeño, y, a regañadientes, se encontró a sí mismo escondiéndose más cerca del Santuario de lo que le gustaría admitir.
 
Esconder las cosas delante de sus narices resultaba lo mejor, a su parecer. Entre más se había alejado de su Diosa, más se había dado cuenta de lo próximo que estaban a ser descubiertos.
 
Hasta donde él sabía, Saori había regresado a establecerse en Japón de manera permanente. Claro que aun viajaba por el mundo, cumpliendo sus obligaciones laborares en su vida mundana como en su vida sagrada. La Diosa no descuidaba a sus caballeros, ni las responsabilidades que tenía para con la humanidad, sin embargo, sí había decidido volver a su hogar finalmente, estableciendo sus base de operaciones en la reconstruida mansión que le miró crecer.
 
Luego de la batalla contra Hades, muchas cosas habían pasado. Un gran número de santos habían sido regresados a la vida, incluyendo a los Santos Dorados, quienes representaban ahora el mayor de los riesgos para el Santo de Bronce, e, irónicamente, la menor de sus preocupaciones.
 
Los 12 hombres no abandonaban Grecia a menos que se tratase de asuntos que verdaderamente requirieran su presencia. En pocas ocasiones, Ikky les había mirado en TV, por diferentes zonas del mundo, acompañando a la empresaria Kido en cuestiones que, intuía, nada tenían que ver con el lado empresarial.
 
Durante 4 años, Ikky había demostrado nuevamente que, de entre todos los caballeros conocidos, era el único capaz de desaparecer realmente, sin contar con un poder para ello. Su hermano era plenamente consciente de que si él no quería ser encontrado, nadie en el mundo podría dar con él.
 
Ikky extrañaba al pequeño peliverde, lo hacía con gran intensidad. Luego de las grandes batallas libradas a su lado, el sentimiento de hermandad creció todavía más, y alcanzó a afianzar más los lazos que tenía con el resto de los de bronce, especialmente luego de la muerte de pegaso.
 
Para nadie había sido secreto el terrible estado en el cual el Caballero de Pegaso había sido encarcelado luego de la caída de Hades. La visión de su rostro inexpresivo y la mirada vacía acompañaría a sus camaradas por el resto de sus vidas. La sensación de impotencia iría ligada a ello también. Finalmente le observaron morir tras pocas semanas, en un sueño tranquilo que, aunque cruel, parecía un final casi poético para el enérgico jovencito.
 
Seiya falleció a los tiernos 16 años de edad. Llevándose consigo toda la paz y gloria que alguna vez sintieran todos dentro de la mansión.
 
A partir de entonces, cada uno tomó su propio camino. Y, no fue para mal. Hyoga, de 18, se decidó a viajar por el mundo, al principio financiado por Saori, luego arreglándoselas por sí mismo. Shyriu, a los 19, había decidido regresar a su hogar, en compañía de la mujer que amaba, y había comenzado a formar su familia. Continuaba entrenando, física y mentalmente, pero se retiró tan pacíficamente como lo habría hecho su maestro, décadas atrás. Shun, a los 16, por su parte, decidió que quería estudiar. Al principio, le tomó tiempo encontrar su vocación. Terminó sus estudios de nivel medio, y, al entrar en la universidad, decidió que convertirse en maestro era su mejor opción. 
 
Y luego estaba Ikky. Él era en realidad un caso especial.
 
Tras la muerte inminente de Seiya, el Santo de Fénix se permitió analizar los sentimientos que mantenía por éste antes e incluso después de su fallecer. La depresión que sobrevino no fue sorpresa cuando el amor saltó en sus pensamientos.
 
Estuvo enamorado de Seiya por tanto tiempo que no había tenido siquiera oportunidad de ponerle nombre al calor que sentía su pecho de solo pensarlo.
 
Con 20 años, Ikky decidió que quería seguir estudiando. No porque estuviera particularmente interesado, sino porque estaba seguro de que eso habría sido lo que Seiya hubiera hecho, de tener oportunidad.
 
Le tomó tiempo finalizar los estudios medios y básicos, pero había logrado alcanzar sus objetivos volviéndose uno de los mejores en su clase, y obteniendo una beca con la cual se apoyaba, además de su trabajo, para mantenerse por sí mismo.
 
Se negó rotundamente a aceptar el apoyo de su Diosa, contrario a sus compañeros, para costear sus estudios. Nunca desde el orgullo prepotente, más bien por un sentimiento de culpa que nadie podía reconocer... Salvo su hermano menor.
 
Solo Shun comprendía lo profundo del dolor en él. Solo Shun vio el verdadero impacto que tuvo la pérdida de Seiya en su vida. Tan claro fue que, dos años después de su muerte, no se sorprendió en lo absoluto cuando Ikky simplemente desapareció.
 
El incendio de su hogar alertó al grupo entero, sin embargo, Shun cubrió aquello con un simple comentario.
 
"Él se levanta desde las cenizas..."
 
No creía que hubiese sido tan temerario como para incendiar su hogar, pero la duda razonable le hacía mantener prudencia con sus pensamientos.
 
La muerte de su mejor amigo le hizo madurar muchísimo más que la guerra misma.
 
Él tenía 18 años, Ikky cumpliría los 22. Ambos eran adultos ahora... Confiaba en que su hermano regresaría antes de lo que esperaba...
 
Hasta que no lo hizo.
 
Cuatro años.
 
Apenas una fracción de suspiro para un Dios y que, para ellos, mortales, representaba tanto tiempo... 
 
Shun había terminado su carrera un año atrás, su rápido ritmo le había valido recuperar el tiempo perdido y en cambio resultó en graduarse más joven de lo que cualquiera esperaba. Había comenzado a trabajar en una primera de Japón, cerca de los edificios donde Ikky había vivido antes. No negaría que la esperanza de verlo regresar allí era lo que lo amarró a aquel sitio. Sin embargo, nada pasó.
 
Los meses fueron largos, los días interminables, y los minutos parecían no tener fin.
 
Extrañaba a su hermano. Y temía por él.
 
Siempre fue propenso a desaparecer de ese modo, pero nunca antes le había cortado de ese modo las comunicaciones. Ni una llamada, carta, nota o mensaje. En todo ese tiempo, ningún tipo de intercambio se dio.
 
Tan profunda fue la preocupación ante ese mutismo que Shun pensó seriamente en acudir a su Diosa por apoyo. Si ella lo intentaba... Quizá finalmente podría verlo de nuevo.
 
Ese deseo murió en cuanto comenzó a prestar más atención a sus alrededores, debido al malestar que le acompañaba desde que la tranquilidad por su ausencia murió.
 
Estaba siendo vigilado por espectros.
 
¿Acaso otra guerra se avecinaba?
 
Shun no pudo continuar con suposiones, cuando una sombra se apareció delante suyo. Aquello le descolocó por apenas segundos, antes de que tomara un pose defensiva.
 
Abordarlo allí, justo a las afueras de donde trabajaba...
 
—Puedes estar tranquilo... Caballero de Andrómeda, no busco pelear contigo —declaró con voz calma uno de los jueces del inframundo, y en su voz había un tinte que el menor no supo distinguir
 
—¿Qué quieres aquí?—demandó saber
 
No podía confiar en él de ninguna manera. No podían confiar en ninguno de ellos.
 
El rubio hombre ahogó un suspiro. Aquella era la peor idea de su vida, pero era una idea al fin y al cabo.
 
—No te quiero para nada... Pero necesito encontrar a tu hermano... El infierno entero lo busca.
 
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La noticia corrió como pólvora entre el resto de los caballeros de bronce. La conversación entre el juez y el peliverde, aunque corta, le había dejado una sensación de intranquilidad lo suficientemente fuerte como para reunir a los demás sin meditarlo dos veces. Y todos acudieron al llamado.
 
Se encontraban entonces los tres reunidos en el departamento del menor, en las zonas residenciales de Tokyo. Shun platicaba tan detalladamente como podía los hechos ocurridos, desde el momento en que comenzó a sospechar de lo que pasaba realmente con su hermano, hasta la aparición del Caballero Oscuro.
 
—Por lo poco que dijo, mi hermano se llevó algo sin permiso... Hades está vuelto loco buscándolo, y no ha podido encontrarlo...
 
Hyoga, quien se encontraba sentado frente a él, frunció el ceño. Shyriu, apoyado contra la pared más alejada, solo les escuchaba.
 
—¿Qué pudo haber robado ese pollo del Inframundo? ¿Y en qué momento?
 
—No lo sé... Pero suena grave. Rhadamantys dijo que acudió a mí porque se había quedado sin ideas... Mi hermano sabe esconderse, pero que sea capaz de burlarlos así... 
 
—Esto es grave, Shun... Si Hades realmente quiere la cabeza de tu hermano...
 
El Santo del Dragón cortó su oración antes de que pudiese continuar, acercándose al par. Se colocó delante del menor, y le miró con paciencia.
 
—Todo estará bien, Shun... Lo que sea que Ikky tenga... Sigue dándonos ventaja. Mientras seamos capaces de hallarlo primero... Devolveremos lo que sea que tomara, y dejaremos este asunto enterrado
 
Hyoga le miró con sorpresa.
 
—¿Qué pasará con Saori-san? Si nos vamos así...
 
—Apenas tenemos contacto con ella, de cualquier manera... Notificarla de esto no hará más que mortificarla... Y no podemos meter a nadie más.
 
—Pero Shiryu... —intentó decir el peliverde, inquieto
 
El Dragón sonrió tranquilizador.
 

—Es nuestra familia también... Nosotros te ayudaremos a salvarlo.

 
Notas finales:

Aclaraciones. Cuando escribí la historia, realmente tenía muchas dudas de la forma de escribir nombres de algunos personajes. Tiene mucho que no veo el anime LOL, así que me disculpo enormemente por posibles horrores en eso. Ahora mismo prefiero que queden así, para acordarme de ese curioso detalle de "Oh. bueno, la idea se entiende... Espero" JAAJAJAJ. Gracias por leer :D


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