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'SAINTSEIYA. Entregado por Dios {HadesxSeiya} por amourtenttia

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Notas del capitulo:

¡Hola! Espero les guste este capítulo, una disculpa por posibles errores ortográficos. Aunque le he dado unas dos leídas a este y los próximos capítulos creo que algun error se me escapó. Lo siento jeje.

 

 
 
Hades había aceptado el precio de sus acciones sin apenas pestañear en el momento en que su poder alcanzó aquella alma errante en el Inframundo.
 
Lo que pasara con él, era enteramente su responsabilidad. Le estaba entregando la inmortalidad, al fin y al cabo. Si bien no era tan poderoso como un Dios, Seiya no moriría de manera natural. No volvería a cruzar su reino... Porque esa muerte no era para él.
 
Si el día llegaba, solo Zeus tendría el poder para poner fin con su existencia. Hades no sería capaz de hacerlo.
 
El Dios de los Muertos apenas y había contemplado aquel hecho cuando sus sentimientos hacia el menor cambiaron hasta fundirlos en un amor peligroso. Los Dioses habían decidido dejar de lado los placeres mortales décadas atrás... Pero aquel era un caso especial.
 
Hades no solamente planeaba unir su vida a la de un simple mortal, caballero celestial o no... Había robado su alma en el proceso.
 
Si bien el único Dios que podía reclamarle aquello era sí mismo, Hades debió suponer que su hermano no respetaría sus dominios. Apareció en la discreta ceremonia, luciendo tan imponente como solo el Dios al frente del Olimpo podría hacerlo, y declaró la guerra a aquel muchachito que, desde esa noche, pasaba a formar parte de los Dioses. Inclusive un año antes, desde el instante en que su alma abandonaba su naturaleza mundana, por capricho del Dios de los Muertos.
 
—Escucha mis palabras, hermano... Un mortal no puede mandar sobre los muertos... ¡Mucho menos un alma que sacaste de entre ellos!
 
La discusión hizo temblar el Inframundo, y los Cielos enteros, pero ni siquiera todo el poder de Zeus pudo hacer nada en aquel terreno donde, definitivamente, no mandaba él. Hasta ese momento, Seiya no tenía conocimiento alguno del grave pecado que Hades había cometido al salvarlo... Al menos, era un pecado para Zeus, pues él... Al saberlo...
 
—¿Me habrías dejado ir... aquel día? —cuestionó, luego de que el iracundo Dios del Olimpo desapareciera delante de ellos.
 
La privada ceremonia parecía ser dejada de lado ante el mar de preguntas que el menor se iba formulando a cada minuto. Extrañamente, ni una sola vez se cuestionó el amor que el Dios sentía por él... Pero el hecho de conocerlo incluso antes le recordaba la naturaleza de su personalidad. Caprichoso como él solo. Sabía que su amor era sincero, pero, ¿habría sido realmente libre en ese entonces? Seiya no quería dudar de ello, pero necesitaba saberlo.
 
Con un pie en el altar, y más hermoso de lo que Hades le había visto nunca, Seiya le miró con la duda en sus ojos. Pero no había rastro de rencor en ellos.
 
—Te di la libertad de elegir... Pero no quería pensar en cuánto me odiarías su hubieses sabido entonces la verdad...
 
¿Cómo habría sido capaz él de mirarle a los ojos entonces? ¿De confesar la tristeza que tendría que sufrir por esos pocos años de felicidad que le esperaban al lado de su antigua familia? Hades deseaba pasar su eternidad con él llegados a ese punto, amantes o no, no podía pensar en Seiya fuera de la protección de su Infierno. 
 
—¿No me habrías dicho nada al respecto? ¿Que los vería morir a todos?
 
Hades no desvió la mirada, pero en sus ojos se mostró el arrepentimiento. No. No lo habría hecho. Ni una palabra habría escapado de su boca. Observarle ir con el agradecimiento escrito en sus facciones sonaba más reconfortante que ver el odio en sus ojos... Aunque sabía desde el primer momento que la culpa de los años no la borraría ni el fin de su propia existencia.
 
—No habría soportado tu odio, pequeño... Nunca fue mi intención devolverte... Antes quería encerrarte eternamente... Hacerte mío a la fuerza, sin contemplaciones... Solo por verte sucumbir ante mi fuerza... Después no quería dejarte ir... Ni siquiera yo sé en qué momento exacto dejé de odiarte, Seiya. Fuiste la ruina de mis planes, y, sin embargo, no concibo una existencia sin ti a mi lado...
 
Seiya desvió la mirada, las manos del otro buscaron las propias y no fue capaz de apartarse.
 
—No he escondido nada más a tus ojos... Fue un error ocultarte esto... Pero, el resto... Todo es cierto. Te he amado profundamente, Seiya... Sigo haciéndolo incluso en ese momento. Y si me permites... Quiero pasar la eternidad haciéndolo.
 
El menor finalmente volvió el rostro a él, con una expresión de sorpresa, luego suavizó ésta, hasta formar una sonrisa ligera. Le miró intensamente, antes de acercarse a besarlo. Hades correspondió con cariño. El corazón de Seiya brincaba de gusto. Intuía los sentimientos profundos de su amante, pero ni saberlo con tanta certeza en su mente se comparaba a las declaraciones tan firmes que el otro decía. No podía culparlo, incluso si hubiese deseado odiarlo por ello... Si él hubiese partido entonces... Aunque al final estuviera solo... Habría vivido el resto de su existencia añorando esos días al lado del Dios que tomó posesión de su alma.
 
—Aunque podría odiarte por esto... Me encuentro amando esa parte de ti... Tus ojos no pueden mentirme... Y es verdad... Me has amado... Y me amas ahora.
 
—Y lo haré siempre —afirmó, seguro
 
—Nunca más ocultes nada de mí, Hades... O no habrá en el mundo rincón donde puedas esconderte de mi furia... —advirtió, con una expresión tranquila en su rostro
 
La sorpresa adornó el rostro del Dios por apenas segundos, antes de soltar una pequeña risa que formó una hermosa sonrisa en sus labios.
 
—Al final... Continuas siendo un guerrero temible... Capaz de herir a un Dios —recordó, divertido
 
Su amante sonrió igualmente, con todo el amor que sentía por él brillando en sus ojos.
 
—No te atrevas a olvidarlo... 
 
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Concebir un hijo a los 17 años, siendo un varón, habría sido impensable para Seiya, de no ser porque ahora vivía en el Inframundo, y se había casado a un Dios.
 
Al principio, el shock le duró horas enteras. Los sanadores del castillo, antiguos todos y reunidos por exigencias del preocupado Dios ante los malestares de su joven consorte, habían tratado de explicar de la mejor manera posible la noticia al castaño, quien no pareció entender nada sino hasta bien entrada la noche.
 
Durante ese día en particular, Hades le obligó —por primera vez en todo ese tiempo— a ir en contra de su voluntad, y le mantuvo en cama el resto del día. Oculto entre elegantes sábanas y finos trajes de seda, Seiya se cuestionó la sanidad mental de los hombres que le atendieran esa misma mañana.
 
Hades entró a la habitación bien entrada la noche, dándole oportunidad de pensar cuanto pudiera de la situación que se venía. Él, por su parte, no cabía en sí de la felicidad, incluso si su expresión no había cambiado demasiado. Sus ojos, en cambio, brillaban intensamente, el futuro creaba la ilusión perfecta delante suyo... Y solo estaba a meses de distancia.
 
Un hijo junto al hombre que amaba. ¡Cuánta dicha no experimentó en ese momento!
 
Seiya volteó al escuchar la puerta cerrarse, Hades entró caminando lentamente hasta la gran cama, donde se sentó delicadamente a un lado suyo, antes de tomar su mano y dejar un beso en el dorso con una expresión de paz y tranquilidad que derritió el corazón del menor.
 
—Amor... ¿Cómo te sientes? —cuestionó con cariño, Seiya no podía evitar sentirse dichoso cada vez que le miraba de esa manera, y le hablaba con ese tono
 
—Estoy... sorprendido... —admitió, con una sonrisa nerviosa en sus labios, luego miró hacia su cuerpo, su vista quedando prendada en su vientre aun plano— ¿Un bebé? ¿Cómo es siquiera posible?
 
—Eres un Dios ahora... —replicó su esposo, y no había mentira alguna en sus palabras
 
Quizá no fuese como él mismo, o alguien que fue ascendido a ello, pero lo era también. En su propia manera.
 
—Nada es imposible ahora—expresó, con sencillez, mientras su mano libre viajaba lentamente hasta posarse sobre su vientre
 
Seiya se sintió extraño, de un modo en que no le resultó incómodo en lo absoluto. Sus propias manos alcanzaron la del otro, bajo de estas, sentía un cosquilleo.
 
—¿Eso es...?
 
—Un hijo de los Dioses posee un cosmos superior a los mortales.. —respondió con tranquilidad su esposo, y la forma en que sus ojos brillaron hicieron algo en el menor
 
Su propia despreocupación le sorprendió.
 
Con una de sus manos, alcanzó la túnica del mayor, y le jaló hasta que su rostro estuvo lo suficientemente cerca como para besarlo con cariño.
 
—No me importa cómo... Lo único que importa es que es nuestro... Y lo cuidaremos mucho. 
 
—Y lo amaremos más —afirmó Hades, regresando en beso
 
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El embarazo del consorte había pasado relativamente sin inconvenientes... Salvo por un pequeño incidente, que se repetía una y otra vez.
 
—¡Estoy perfectamente, Hades! ¡No me quedaré acostado de nuevo!
 
Seguido de los gritos del castaño, varios sonidos le seguían, cosas volando hasta chocar para luego hacerse pedazos. El palacio entero se había acostumbrado ya... Tenían 6 meses viviendo la misma situación, semana tras semana.
 
—Amor, por favor... Escuchaste a los sanadores... Debes descansar más... La energía de su cosmos...
 
—Su cosmos nada, cariño. Yo soy perfectamente capaz de tenerlo a raya. ¡Soy su padre!
 
—Seiya... —intentaba calmarlo el pelinegro, sin éxito alguno
 
Se suponía que no debía alterarse demasiado tampoco, y él siempre...
 
—¡Suficiente, Hades! —bramó histérico el joven— Iremos por eso ahora mismo, o te juro que no volverás a verme en este cuarto en un mes...
 
Aquello heló la sangre del Dios de un modo inimaginable. Ni una sola noche habían pasado separados desde su primer encuentro en entre esas cuatro paredes. ¡Ni una sola! Amenazarlo así... ¿Dónde había quedado la dulzura que amaba?
 
Negó ligeramente, resignándose.
 
"Es el embarazo... Sus cambios de humor son fruto de ello" se recordó, con paciencia
 
—De acuerdo... Iremos a la tierra —aceptó, rendido
 
No podía ganarle una a su adorado consorte, por mucho que lo intentase. Especialmente cuando se trataba del bebé. Desde que Seiya se hiciese a la idea, había aflorado en él un lado caprichoso que ningún habitante del Infierno le hubiese creído antes.
 
Pero lejos de haber llegado a colmar con la paciencia de todos, solo aumentó el cariño  y respeto colectivo que el reino entero tenía para con el consorte del Señor del Averno.
 
Hades recordaba claramente en que aquella faceta había despertado...
 
—Cariño... —había murmurado Seiya quedito, mientras se encontraba recostado en el pecho  desnudo de su esposo
 
Se habían entregado a la pasión una vez más, con todo el cuidado posible, para frustración del gestante.
 
—¿Sí, pequeño?—respondió Hades, con tranquilidad, su brazo rodeando el cuerpo del menor con recelo
 
Nadie se atrevía siquiera a interrumpirlos, pero él siempre actúa de esa manera tan posesiva. Estuvieran donde estuviesen...
 
—Yo estaba pensando... Si podríamos...
 
Hades esperó pacientemente, expectante. Su esposo nunca antes había hablado directamente sobre ningún tipo de petición. Nunca pedía nada, en realidad. Hasta esa noche, Hades no recordaba ni un solo capricho de su niño.
 
—¿Podríamos preparar una habitación... para el bebé?—cuestionó en un murmullo tan bajo, que falto poco para que el mayor no pudiese oírlo
 
Le tomó segundos procesar lo dicho, una vez comprendió una estruendosa carcajada abandonó sus labios. Se ganó un tremendo golpe y un fuerte empujón, pero eso no lo detuvo cuando buscó el pequeño cuerpo de nuevo, acunándolo en sus brazos de manera protectora, mientras reía aun pero con más suavidad. El orgullo agrupándose en su pecho se mezcló peligrosamente con la ternura que le provocó su primer deseo. Sin saber que detrás de este, miles se irían manifestando en los próximos tiempos.
 
—Claro que sí, mi amor... Lo haremos mañana mismo...
 
¿En qué momento prometió algo así? Ni bien había salido el sol —o lo poco que había de éste allí, para estar claros— cuando su bello esposo le despertó a besos. No es que le molestara, claro. No necesitaban ni la mitad de descanso que los humanos comunes, pero desaprovechar aquel tiempo en silencio a su lado le parecía un sacrilegio.
 
—Vamos, vamos... El bebé llegará pronto, Hades... Tenemos que prepararnos...
 
Y esa mañana fue solo el comienzo de cinco largos meses de remodelaciones y reparaciones. Ambos eligieron absolutamente todos y cada uno de los elementos de la habitación de su heredero. Ningún otro espectro había osado siquiera poner un pie dentro. Sin palabra alguna, todos sabían lo íntimo de aquel sitio. La prohibición no dicha fue clara para todos. Sin embargo, cada uno de los espectros aportó su granito de arena para aquel bello recinto.
 
Los tres jueces construyeron un hermoso armario de madera antigua, que decoraron al gusto del consorte.
 
Pandora preparó y bordó las más finas prendas para el no nato, desde ropa hasta juegos de cama. Un sin fin de almohadas distintas y distintos accesorios.
 
Cada uno de los sirvientes del castillo entregó a su vez distintos juegos de paños que, según explicaron, serían útiles para el joven amo mientras crecía.
 
Los más arriesgados se atrevieron a viajar a la tierra en búsqueda de artículos diversos. Algunos de ellos peluches, otros pañales y varios biberones. 
 
Seiya quedó tan fascinado que insistió a su esposo hasta el cansancio lo mucho que deseaba visitar esas tiendas él mismo, y con él a su lado.
 
Hades, al principio, se negó rotundamente. Seiya no le insitió por el resto de ese día, para su sorpresa. Desde que estuviese en estado, no pasaba una discusión sin que el pegaso saliera victorioso, por lo tanto, aquella sumisa reacción le descolocó. La dulce victoria le duró apenas una tarde entera, pues al regresar a su habitación, su esposo se negó a besarlo, y se apartó de su lado en el lecho con tal frialdad que Hades no tuvo más opción que prometer que irían juntos a la tierra.
 
—Solo veremos algunas cosas. amor... No podemos pasar mucho tiempo allí, lo entiendes...
 
Tan contento como estaba, Seiya ni se molestó en responder más que con una gran cantidad de "Sí", "Gracias" y varios besos que sacaron una sonrisa en el Dios.
 
Una vez en el mundo mortal, Hades reconoció lo irremediablemente controlado que era por el joven cuando, sin interesarse por su opinión siquiera, le llevó por cada tienda para bebés que se encontraron en su camino.
 
Radamanthys, quien fue llamado para escoltar a la pareja, pronto se vio a si mismo corriendo detrás de ellos, especialmente del joven gestante que se distraía con tremenda facilidad al encontrar tantas cosas distintas. Se sorprendió gratamente ante las expresiones de su señor, quien se notaba cansado, pero indescriptiblemente feliz.
 
Lo notaba sonreír, pese a que el joven pegaso le tiraba del brazo cada dos minutos de un lado a otro sin descanso. Él mismo tuvo que correr igual, cuando lo perdían de vista por apenas segundos.
 
Esa fue la primera de numerosas tardes similares.
 
Seiya, quien hasta esos meses, nunca había aceptado una sola moneda de su esposo —dado que no tenía necesidad estando en el castillo, y no tenía ningún deseo en particular— se encontró a sí mismo exprimiendo hasta el último centavo de cada billete que su esposo cargaba encima. Pronto, Hades se vio en la necesidad de aumentar la cantidad de éstos luego de que, en una nefasta ocasión, se quedara sin efectivo suficiente como para comprar un peluche que su adorado pequeño deseaba para su retoño.
 
Sobra decir que en esa oportunidad, Radamanthys fue enviado a conseguir más efectivo mientras que su señor mantenía contento al pequeño castaño a base de besos despreocupados bajo miradas curiosas y unas pocas despectivas.
 
Esa misma tarde, mientras que Radamanthys venía tras el par cargando un sinfín de bolsas de distintos tamaños y colores, además de un gran peluche de oso blanco, Seiya cayó dormido de manera tan profunda y súbita que, de no ser por los rápidos reflejos de su esposo, habría caído indudablemente contra el suelo en un duro golpe seco.
 
Hades se había preocupado profundamente, y aunque apuraron el paso, aquello no resultó más que en una adorable escena donde el más alto levantó el cuerpo de su embarazado esposo, lo cargó entre sus brazos, y desapareció apenas unos pasos más adelante, seguido inmediatamente por el rubio, quien debió regresar apenas un minuto después, por haber dejado caer el oso de peluche.
 
 
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