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Love Affair por MissWriterZK

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Notas del capitulo:

No me responsabilizo de traumas o mayor perversión xD. Reconozco que me he lucido, superado y excedido en este lemon, pero bueno, lo disfrutarán igual. Presencia de sadomasoquismo

—¿Me esperarías en la cama? Tengo que preparar ciertas cosas para tu disfrute. —susurró con una voz sexy la morena, metiendo su mano por el pantalón de su novia y palpando la suavidad de sus glúteos.

—¿Me vas a dejar con el calentón? —preguntó suplicante.

—Oh, cariño, por supuesto que no. Voy a hacer que te sientas realizada después de mucho tiempo. Por curiosidad, ¿alguien te ha dado la sesión de sadomasoquismo que necesitas después de mí?

—Siendo sincera, no he tenido a nadie después de dejarlo… —confesó avergonzada y bajando la mirada.

—Motivo de más para hacerte gozar. ¿Sigues teniendo juguetitos que emplear?

—Por supuesto que sí. ¿Me vas a castigar?

—Ya veré lo que hago… Sé una chica buena y ve al dormitorio. No te quites nada.

Ella obedeció y subió las escaleras, dejando a Marceline en la difícil decisión de qué tomar para hacer algo innovador. De un vistazo pudo ver las copas y la botella a la mitad, junto con una cubitera. Eso podría ser algo muy, pero que muy bueno que incluir en lo que iba a ocurrir esa noche.

Subió las escaleras de dos en dos, sintiéndose poderosa, ella iba a gozar como nunca gracias a su inventiva. Cuando llegó, pudo ver cómo estaba trenzándose el pelo, la forma más segura de disfrutar sin quedarse calva. Se aproximó a ella y dejando la botella, copas y cubitera en la mesita de noche, besó con suavidad su clavícula y terminó de trenzar su pelo.

—¿Realmente quieres hacerlo? Por ti sería capaz de esperar una vida entera. —susurró con calidez, besando su mejilla.

—He sido una niña muy mala últimamente, merezco un castigo, ¿no crees? —provocó con una mirada lasciva, acariciando su rostro con sus uñas.

La volteó y besó con pasión, introduciendo su lengua en su boca y explorándola como si se tratara de una expedición de gran importancia, el ímpetu que tenía por provocarle placer era admirable. La dejó caer con suavidad y sin dejarla de besar a la cama de matrimonio enorme. Se puso a horcajadas sobre ella mientras reía al sentir como acariciaba todo su cuerpo provocándole cosquillas.

De una simple mirada, se encontró todo lo que quería que emplearan en esa noche: un par de esposas, un antifaz, fusta, pinzas para pezones… había sacado la artillería pesada. La miré un poco sorprendida y me sonrió con travesura, era adorablemente pervertida.

En esa situación, comenzó a quitar sus ropas con una lentitud mortífera, desabrochando su camisa de seda blanca, revelando la sensual lencería de encaje negro y rojo que llevaba el broche por delante. No vaciló ni un momento en soltarlo empleando su boca, para así poder saludar a sus dos amores.

—Parece que alguien está contenta, entre otras, cosas por verme. —bromeó pasando un dedo por sus pezones rígidos.

Descendió y quitó sus pantalones sin el más mínimo esfuerzo, al mismo tiempo que besaba cada trozo de piel que era revelado, haciendo que su acompañante comenzara a enloquecer. Ella solo podía susurrar y gemir por sus acciones, llamándola con intensidad cuando sintió cómo recorría desde su pie hasta su zona más íntima con su lengua experta y caliente.

—De acuerdo, mi amor, haremos todo lo que has insinuado. Pero comencemos poco a poco, no quiero que te sientas incómoda. —susurró a escasos milímetros de sus labios para besarla y mientras tanto, esposar sus manos al cabecero y vendar sus ojos.

Se levantó de ahí, quitándose su parte superior sin incluir el sostén y bebiendo un poco de vino, para besarla y darle de beber esa bebida tan deliciosa que, en mezcla con su lengua, se volvía un afrodisiaco divino. Ella gimió al sentir el contraste de sus temperaturas, su peso contra sí y el líquido dulce que tragaba o se escapaba de sus labios. La pelinegra no permitía que ese líquido manchara las sábanas, sino que ella se encargaba de limpiar todo lo que se escapaba de sus juegos traviesos.

Alcanzó un cubito y lo introdujo en su boca para besarla, sorprendiéndola con esa nueva sensación, descendiendo con tortuosidad, el hielo pasaba por su cuello, senos, pezones, abdomen y fue dejado en su ombligo, haciendo que enloqueciera. Ese elemento gélido se derretía tanto como ella reaccionando a las caricias de la cantante. Dicha mujer masajeaba sus senos, para ayudarse en la tarea del masaje con un gel con sabor a chocolate, dejando caer un poco en todas sus zonas sensibles.

—¡Marcy! ¡Sigue, no pares!

Eso era lo poco que sus labios podían articular entre gemido y quejido, haciendo que se fuera despidiendo de la cordura. Quería que la tocaran como nunca, que la llevaran a sus límites, como nunca habían hecho. Ella ya no estaba asustada y lo demostraba con las formas que intentaba crear su cuerpo esposado a la cama.

La joven de piel pálida lamió y mordió sus labios, reflejo de la lujuria y el deseo que despertaba Bonnie en ella, justo antes de comenzar a saborear todo el chocolate que había dejado caer, haciendo un masaje con su lengua y manos suaves, pero heladas que, curiosamente, podían calentarla.

—¿Te gusta, Bonnie?

—Me encanta…

—Subamos de nivel, tus movimientos me lo están ordenando. Ya sabes, relájate y déjate llevar. ¿Cuál era la palabra de seguridad?

—¿Rojo?

—Exacto.

La besó para compartir el delicioso sabor a chocolate con su chica, antes de coger las pinzas que se encargarían de hacerla enloquecer desde sus botones rosados. Ella tembló de pies a cabeza y gimió con intensidad como respuesta a esa estimulación tan contradictoria y adictiva. Marceline solo pudo mirarla con una expresión extraña, nunca terminaría de comprenderla, pero se encargaría de cumplir sus deseos más oscuros.

Antes de marcharse, regresó a su cuello suave y terso, acariciándolo con sus dedos y lengua, depositando suaves besos a lo largo de él, para morderlo con intensidad cuando llegó al hueco de la clavícula. Volvió a gritar su nombre con tanta sensualidad y erotismo que la hizo entregarse a todo lo que saliera por su boca.

Se levantó de ahí y empezó a recorrer la cama, acariciando a la princesa con la fusta de piel sintética por todos los sitios sensibles y no sensibles, hacía tiempo que había perdido la poca cordura que le quedaba después de haber intercambiado esos besos tan deseados y necesitados. Estaba advirtiendo su presencia antes de golpearla sin demasiada fuerza, no quería hacerle daño, solo quería quedarse en su umbral de difícil comprensión, pero su voz solo podía pedirle más.

—Quieta. —ordenó con voz autoritaria, antes de darle la vuelta sin el más mínimo esfuerzo. Ni después de tanto tiempo había olvidado cómo hacer que la pelirrosa enloqueciera.

Se dirigió de nuevo a la mesita, tomando la botella gélida y recorriendo su espalda con ella. La periodista solo podía temblar de desesperación, se sentía demasiado bien, el haber sido privada del sentido de la vista, hacía que todo lo que experimentara subiera de intensidad.

—Marceline… ¿qué haces? —suspiró algo sorprendida al sentir como el líquido afrutado recorría la piel de su espalda.

—¡Qué torpe por mi parte! Tendré que limpiar este estropicio…

Su lengua comenzó a caminar por las sendas húmedas del vino blanco, disfrutando de la mezcla tan exquisita de su piel y esa bebida. Se tomaba su tiempo para torturarla, descendía cada vez con mayor lentitud, volviéndola loca con su cálido aliento, lengua y caricias. La sumisa se tensó cuando llegó a la parte baja, intuyendo lo que iba a hacer y acertando.

La morena acabó esa expedición erótica y suave, para reír contra su oído al mismo tiempo que labraba la piel de esa zona tan sensible con sus uñas de forma vertical. En ese momento supo que había tomado la decisión correcta, acababa de llegar al clímax sin haber tenido que estimular sus partes íntimas.

Esperó unos momentos mientras se recuperaba, bebiendo de nuevo para darle de beber. El alcohol ayudaba a realizar todo aquello, sobria sería incapaz de hacerle algo así. Volvió a voltearla, posando su espalda con delicadeza en las sábanas de seda blanca con arrugas fruto de la desesperación que formaban una obra de arte abstracto.

—¿Estás cómoda? ¿Quieres que lo dejemos ya?

—Cariño, no he dicho la palabra de seguridad y no estoy satisfecha aún.

—¿Me estás desafiando?

—Eso es. Quiero que me vuelvas loca.

Ahora llegaba su parte favorita, bajar la única barrera que la separaba de la desnudez, descubriendo cuánto amaba todo eso. No era solo una afición, más bien era una necesidad para mantener la mente fría y liberar tensiones, llevaba tanto tiempo sin nada de eso que esa noche debería ser intensa.

—Vaya princesa tan poco ejemplar. ¿Qué pensarían tus súbditos? —bromeó besando la parte interna de sus muslos antes de despojarla de esa molestia, totalmente húmeda.

—Dirían que soy muy mala y perversa. ¡Castígame!

Tragó saliva y abrió sus ojos con sorpresa ante esa orden tan directa. Descendió y hundió su rostro en su intimidad, recordando a la perfección todos sus puntos débiles que tan bien conocía. Si bien era cierto que después de tanta estimulación sería capaz de hacerla llegar solo con su lengua hábil (y con la presencia de un piercing), pero ya que lo hacía, lo haría para recordar. Con ese objetivo introdujo un dedo, explorando el territorio, húmedo, caliente y muy estrecho, seguido de un segundo y un tercero con un ritmo frenético, acorde a los gemidos lascivos de su amante.

Siguió así durante varios minutos, llevándola a un orgasmo tan intenso como deseado. No se movió hasta que sus convulsiones terminaron, liberándola de todo eso y descubriendo sus pupilas dilatadas y su rostro totalmente sonrojado. Besó su frente sudorosa con ternura.

—Vaya, su majestad, parece haberlo disfrutado. ¿Me cedes el turno ahora? Eso de ser dominatrix es agotador…

—¡Qué maleducado por tu parte ordenar a la reina de un país! —bromeó con dramatismo, antes de fundirse en un tierno beso.

—Creía que eso te conquistó, cariño.

—Eres una bocazas, ¿lo sabías?

—Creo que me hago una sencilla idea.

—Pues cierra esa boquita, ahora es mi turno. —ordenó tirándola a la cama y separándose un poco para contemplar semejante obra de arte.

Su cabello estaba revuelto, sus pupilas dilatadas, sus labios enrojecidos y su respiración, agitada. Desde aquella distancia y posición podía admirar la perfección de su rostro y cuerpo esculpido por los mejores escultores clásicos o renacentistas, su perfección era tal que rivalizaría con las esculturas de Miguel Ángel Buonarroti.

Se veía tan sensual con esa falda de tubo negro y esas medias de rejilla junto con esos taconazos de aguja, quería levantar su falda para saber si eran simples medias o llevaban liguero. Si se había puesto liguero para ella, moriría de excitación y deseo. Su mirada estaba fija en el corsé negro y rojo de encaje que resaltaba más sus pechos, si es que eso era posible.

—¿Qué pasa? ¿Te gusta lo que ves? —preguntó con una sensualidad inaudita en su voz.

—Demasiado…

—Vamos a aumentar esa excitación, pequeña fetichista.

—¡No es mi culpa que te siente tan bien el corsé!

—Pienso regalarte uno para navidades y verás cómo te sienta. Pero veamos todo lo que me sienta bien. —susurró con travesura, antes de descender la cremallera de su falda y hacerla caer hasta sus tobillos con un golpe de cadera.

La pelirrosa creyó estar en el paraíso, o en el infierno, siendo tentada por la sensualidad y erotismo hecho carne, Marceline Abadeer, quien llevaba un corsé negro y rojo de encaje, unido a unas medias con liguero de rejilla y unos enormes tacones de aguja. Solo pudo tragar saliva y contemplarla de arriba abajo sin ningún disimulo ni vergüenza.

Sus orbes violetas reflejaban las llamas de la pasión y sus manos temblorosas se dirigieron a tocar el cuerpo con el que tanto había soñado. Su primer objetivo fueron esos exuberantes pechos resaltados por el efecto del corsé, seguían siendo tan suaves como siempre, aunque debía reconocer que habían crecido en ese tiempo. Marceline suspiró al sentir como ella experimentaba con su cuerpo, se sentía bien y no podía negarlo. Elevó su mentón y depositó un beso dulce en sus labios de caramelo que reflejaba todo el amor puro y apasionado que despertaba en su interior.

—¿Qué opinas de mi conjunto? Podrías incluir esto en la portada de la revista, ¿no crees? —provocó con una sonrisa ladeada.

—¡Ni de coña! ¡No pienso compartirte con el resto de pervertidos!

—¿Mi masoquista favorita no se considera pervertida?

—No, solo te pide que te des la vuelta. Necesito comprobar algo de máxima importancia.

—Como desees.

Y con esas palabras comenzó a bailar de forma sensual mientras volteaba poco a poco, sonriendo cada vez con más intensidad. Su objetivo había sido cumplido con honores, había logrado excitarla solo con su vestimenta.

—¡También llevas tanga!

—Cariño, ya que me pongo a seducirte, prefiero sacar la artillería pesada para tu disfrute.

—Me vuelves loca…

Dijo esa oración tan morbosa antes de comenzar a quitar toda esa ropa que impedía contemplarla en su máximo esplendor, la desnudez total.

—¡Qué aburrida! Antes te gustaba hacerlo así…

—Ha pasado mucho tiempo, quiero verte en totalidad. Además, cómo pretendes que te lleve a tocar el cielo con todo esto.

—Bueno, digamos que el tanga facilita mucho la tarea. —provocó con un guiño caliente, acariciando sus labios con sus uñas largas y perfectamente limadas, provocando un escalofrío y el erizamiento de cada poro de su piel.

—No conseguirás hacerme cambiar de opinión, así como así. —susurró lentamente mientras bajaba la cremallera del corsé y la despojaba de aquella prenda tan excitante como innecesaria en esa situación.

Se maravilló con su piel nívea y su espalda arañada por ella misma momentos atrás. Besó cada herida para curarla, descendiendo cada vez más y recorriendo con sus besos tiernos y amorosos todo el cuerpo de la Abadeer, quien comenzaba a gruñir. Al llegar a sus pies, quitó sus tacones, quitó el liguero y bajó las medias con una rapidez nunca vista.

Normalmente le gustaba tomarse las cosas con calma, pero en esos instantes, su mente era incapaz de pensar en otra cosa que no fuera volver a hacerla suya, hacerla gritar y marcar su cuerpo con las llamas del amor.

La morena estaba dispuesta a articular palabras, pero fue hechizada con una mirada. Prefirió guardar silencio y dejar el misticismo y erotismo de la circunstancia. Siguió su mirada y se tumbó en la cama, relajando su cuerpo, tal y como ordenaba la mirada ardiente de su amante.

—Eres tan maravillosa…

—No tanto como tú, su alteza. —se sinceró con una mirada socarrona que provocó un beso descarado y de alta tensión.

Marceline reaccionó a las caricias y besos de Bonnie como si se tratara de gasolina y ella era el mismísimo fuego personificado. De sus labios rojizos y carnosos se escapaban suaves gemidos que ordenaban o suplicaban lo que quería que la pelirrosa hiciera con ella.

Esa noche de luna llena y cielo estrellado, una de las primeras heladas tempranas del fin de otoño, era el testigo de todo el amor que se profesaban aquellas mujeres tan contradictorias como complementarias. A la vista de la luz anaranjada del fuego de la chimenea, se veían dignas de diosas de la sensualidad, irreales, totalmente hipnotizantes.

La mujer de la realeza acariciaba todo su cuerpo, jugaba con él con su lengua y se vengaba de ella, empleando los cubitos para hacerla enloquecer y gritar. Después de tanta estimulación y de tanto reprimirse, estaba a punto de perder su cordura. Con su mirada cargada de deseo, sus mejillas enrojecidas y sus labios de terciopelo, suplicó que acabara con esa tortura, quería llegar ya, lo necesitaba tanto como el aire para respirar.

—Qué impaciente, creía que aguantarías más.

—Mi amor, llevo aguantando desde que te desnudaste delante de mí en el baño. No me dejes así y hazme tuya una vez más. —rogaba con una voz entrecortada, debido a que su clítoris estaba siendo estimulado sobre la tela fina de su ropa interior.

Allí estaban ambas, delirantes, cegadas por el placer y con el deseo a flor de piel. Se tomaban su tiempo, no había porqué apresurarse, no tenían nada mejor que hacer. Querían volver a recordar todo lo que habían aprendido la una de la otra.

Sus cuerpos eran un montón de brasas incandescentes que se avivaban con el roce de sus pieles. Habían extrañado tanto la suavidad y textura de sus pieles, su calidad… su presencia.

—¿Sabes cuántas veces han aparecido estos tatuajes en mis sueños? —cuestionó la princesa abriendo su corazón.

—¿Sabes cuántas veces he despertado esperando encontrarte junto a mí? Todos los días de mi vida desde que te fuiste. —confesó con una voz suave y amorosa, mirándola a sus ojos preciosos y besándola con fugacidad y ternura.

Esas palabras provocaron que comenzara a llorar unas lágrimas amargas, pero dulces. Decidió darle todo lo que pedía para poder abrazarse a ella y sumirse en el mundo onírico.

La memoria muscular no desaparecía, ella sabía con exactitud dónde se encontraban todos sus puntos débiles que la harían llegar de un momento a otro. Ella comenzaba a temblar y a arquear su espalda, aferrándose a las sábanas con desesperación, estaba tan cerca. Al fin llegó y pudo gritar su nombre, nombre que se perdió en la infinitud de la noche. Esa habitación sería el testigo de todo su amor.

Totalmente temblorosas, se abrazaron la una a la otra y permanecieron varios minutos así, hasta que la roquera abrió la boca para calentar la situación que ya estaba bastante sumida en las llamas del placer prohibido, ardiendo en las mismísimas llamas del infierno.

—Princesa, ¿preparada para otra ronda?

—¿Me vas a dar amor otra vez?

—Voy a darte amor del bueno, tanto que mañana no sabrás caminar. —provocó con una voz lasciva, antes de besarla con voracidad.

—¿A qué esperas? Sabes que lo deseo tanto como tú. —devolvió la jugada con una maestría digna de la soberana que era.

—Lamento decirte que esta vez será sin juguetitos. Me apetece probar nuevas técnicas…

Y así siguieron por gran parte de la noche, perdiendo la cuenta y la cordura.

Notas finales:

¡No me juzguen! Lamento ser tan pervertida... Necesito expresar y canalizar toda esa perversión por algún sitio.


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