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Hojas de Almendro por Maria-sama

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Sudaba profusamente.

Recibía uno, dos mandobles, pero todos débiles. Su antiguo compañero de juegos no era rival para él. Sin embargo la pelea se la tomaba muy en serio. Un remate, dos, tres. En esos escasos movimientos y floretes y ya tenía a su adversario mordiendo el polvo... a la par que maldecía.

Rió levemente mientras ayudaba a que el otro se incorporara.

-Cada día eres más fuerte- declaró el vencido con un tono que pretendía ser amargo, pero sonó burlón.

-O cada día te da por caerte con mayor antelación que la sesión anterior- concedió el otro

-Vamos Katze... digo "majestad" si vuestro augusto trasero no está tan dolorido como el mío justo es que me honre con menos gazmoñería- rezongó teatral el vencido.

-Y en el proceso Daryl, dejas las "gentiles formas" preparándote mejor para una sesión de levantamiento de tarros de la mejor cerveza Iterlinga- volvió a reír el rey.

Mientras el bullicio propio de la cuidad empezaba a despuntar junto con los rayos solares. Los comerciantes empezaban sus trajines de cada día. Los soldados se entrenaban. Uno que otro pastor salía de las puertas de la ciudadela para llevar a sus ovejas a dar cuenta de los verdes pastos de primavera.

Tanto Katze como Daryl saludaban a las personas madrugadoras como ellos.

Todas las mañanas antes de asomar el alba se veía similar cuadro. Ambos amigos enfrentados, hasta que uno de los dos besaba el suelo. Se podía, a bien decir, que todo estaba en su sitio. Que no se trataba sino de dos hombres cualesquiera. Pero nada más lejano de lo real.

Así mismo cada sirviente en el reino del gran pelirrojo, el ganador de ésta y todas las demás amistosas contiendas, sabía que ese era el único momento de esparcimiento que se concedían mutuamente.

Sin embargo aquella mañana estaba todo más movido que de continuo. Dicho sea de paso, por que según se rumoreaba ya llegaba la hora de las bodas sagradas del rey... con un elfo.

No era precisamente que el elfo fuera consorte de Katze... del rey Katze y al mismo tiempo si. Eso solo los sacerdotes del buen Dios Cielo lo entendían con precisión.

La plebe en cambio, solo rumiaba los dimes y diretes. Todo aquello que de cotilleo podían sacar de aquél insólito suceso.

Pero no era insólita la raza, el rito, o el sexo de la pareja del rey, había tanto hombres como mujeres en los harenes reales; ni si quiera aquellos detalles lejos de comprensión popular, ya que, a fin de cuentas los misterios divinos, eran eso, misterios y ellos, como siervos no podían cuestionar lo que el Señor de las lluvias y Amo de los vientos decretase.

No, más bien lo raro, por llamarlo de algún modo era que ellos esperaban la unión de dos reyes y en cambio el elfo Iason Minkaisel mandaba a un primo. Ni si quiera a su hermana Ilean. Eso sonaba a grosería, se lo viera por donde se lo viera, se decían las buenas gentes del reino de Katze. Más sin embargo, a pesar de la supuesta afrenta, Katze estaba de acuerdo, en vez de mandar él también un suplente.

Eso si que hablaba bien de su señor. Del señor de las costumbres renovadas y sonrisas escasas, si, pero de grandes responsabilidades. A fin de cuentas el señor de los cabellos de fuego se lo tomaba con mayor entrega que el supuesto gran elfo.

Fuera como fuese ya todos se aprestaban para la singular ceremonia. Cada uno con esperanzas o recelos, pero igualmente adelantando lo mejor del convite. El señor Katze no se merecía otra cosa, no señor. Así que la mayoría procuraba a bien o mal, dar lo mejor de sí mismos. Pero en algunos sitios el polvo era más pertinaz que en otros. Parecía que las doncellas formaban un férreo ejército en contra de las telarañas y el polvo acumulado en dos que tres tapices. Y mientras se trabajaba también se llegaba a entonar una que otra balada que rememoraba las glorías de antaño.
Sin embargo, mientras se limpiaba o se ponían a reposar los manjares en exquisitas salsas para que adquiriesen el exacto sabor.
Aderezadas esas actividades con los alegres comentarios picantes de más de una mozuela que imaginaba a un hermoso pero delicado elfo entre los fuertes pero suaves brazos del rey. Todas las demás compañeras, ya se tratara de lavanderas, cocineras o costureas, se sonrojaban con profusión y fingían reñir a la osada, pero por dentro dejaban germinar la semilla de la imaginación de tales fantasías, con lo que se cosechaban nuevas y maliciosas risillas cómplices. Por que, a fin de cuentas su señor era sumamente atractivo.

Si, a pesar de lo raro todo seguía igual. O al menos a si lo consideraba Daryl. De cierta forma le hubiese gustado que su señor hubiera contraído nupcias con una humana y ya tuviera a un heredero antes de aquél susodicho rito...

El era un soldado y no podía evitar maldecir a las menos tres saludables veces al día por aquél acontecimiento, aunque también maldecía hasta por el insolente paseo de una mosca ante sus ojos. Cuanto más que al comentarle a su señor, éste reía o dejaba por un lado sus preocupaciones como aminorándolas. Eso redoblaba sus esfuerzos por evidenciar todo su repertorio de malas palabras que conocía, hasta inventar unas de su propia cosecha.

Y a más de una de ellas el rey decía solícitamente tras una risa clara, que solo con el compartía, que se preocupaba de más. Pero ¿y como no hacerlo? Su señor había de formar lazos que no terminaba de entender debido a que los tozudos monjes solo compartía tales asuntos con los sacerdotes y sacerdotisas, además del jefe supremo de todos ellos, el mismo rey.

Posiblemente su pelirrojo señor y amigo poseía toda la razón que se cupiera esperar, sin embargo el asunto no empezaba por ello a ser de su agrado.
Lo que mitigaba sus cada vez más prolíficas rabietas era el saber que, a pesar de todo sus entrenamientos seguían iguales. No importaba que fuera el perdedor de continuo, sabía que si perdía era ante el mejor.

La cosa, el embrollo que giraba en su mente con relación al elfo, parecía algo rayano en los celos... mismos que estaban del todo justificados. No era que deseara estar con su señor de otra forma que no fuese la amistad, ( eso quería afirmarse) sin embargo, temía que, con la llegada del elfo, las actividades, así como las constantes obligaciones de Katze aumentasen, dejando así una brecha infranqueable con aquél a quién desde niño se juró proteger.

No iba a ser nada sencillo y menos aún con esos constantes divagues de las doncellas que se comentaban por los pasillos del palacio y, pensó con amargura, no solo allí, sino también por ancho y alto de toda la cuidad. En cada uno de ellos figuraba su señor atendiendo de forma algo apasionada a un idealizado elfo...

Idealizado por que ninguna de ellas conocía el nombre del desposado. Pero él si que lo conocía, casi en persona y de verdad que todos los epítetos del mundo concordaba con el rubio general, menos el de "delicado". Sus hazañas contra todo tipo de razas eran proverbiales, cuando no fantásticas, más sin embargo la verdad que en ellas se encerraba mostraban a un veterano de más de 700 años.

"Delicado, ¡ja! Si como no, y yo soy una tierna doncella de Azhu" pensó divertido. Quizá era cierto que las preocupaciones estaban de más. Se dijo con amargura que estaba siendo mucho más idiota que de continuo y el motivo ciertamente que empezaba a causarle tensión... quizá si eran celos después de todo.

No, podía ser de ninguna manera posible. De hecho tuvo que restregarse los ojos para asegurarse de eliminar tal fantasía. Sin embargo, luego de hacerlo, notó con horror que la aparición no se desvanecía. Es decir no era ningún efecto de óptica... aunque quizás si que podría ser una maldición.

-No soy un fantasma si eso es lo que piensas, humano- aclaró el desconocido que afirmaba ser el padre de Iason, en un tono que si mal no estaba sonó un poco burlón.

-Eso, ... eso no puede ser verdad. Orferius Minkaisel falleció hace casi mil años- dijo rotundamente Riki, como si con ello consiguiese que el extraño rubio de largos cabellos se desvaneciera.

-Lo que afirmas puede a bien ser verdad. Sin embargo también es verdad que nos encontramos en un punto medio, imperecedero "even'aidar" es su nombre. Aquí convergen los tres puntos cardinales y medibles del tiempo, según los seres de nuestro plano - expuso el extraño, que, al verlo más detenidamente Riki notó que ciertamente se parecía a Iason pero también guardaba diferencias muy notables. No solo los cabellos, también los ojos era diferente al del actual regente, lilas. Iguales a los de Ilean.

-No entiendo eso del "punto medio". - dijo el humano desconfiadamente. Estaba en guardia por si acaso se tratara de otro ser, tomando la forma del antiguo soberano.

-Lo que quiero decir, es que estamos en un sitio en donde tanto el espacio como el tiempo convergen. A tal grado que tu persona del futuro y la mía del pasado se conjunta en este espacio haciendo un presente alterno. Quizá podamos salir, quizá no, eso ni yo lo sé. Este castillo guarda más secretos de los que aparenta- concluyó con extremada calma (para gusto del moreno) el rey elfo.

-Esta tratando de decir que es usted tan real como yo ¿No es así?

-En efecto.

-Bien, sin embargo no sabe como he de salir de aquí. Y aunque estoy algo enojado por ello lo dejaré por ahora y mejor dígame ¿Cómo se llega a las mazmorras?

-Te escapaste y quieres volver- afirmó el rey y de no ser por la seriedad de su semblante el humano habría creído que lo quería embromar.

-No, deseo sacar a mis amigos de allí- dijo Riki con todo el aplomo que pudo. Por que no importaba que tanto se pusiera a conversar con aquél desconocido, aún así todo parecía una tremenda irrealidad.

-Si están allí es por que han cometido un delito en contra de mi reino. O mejor dicho en el reino de mi hijo. Así que no te diré esa información, al menos no gratuitamente- dijo el soberano perdiendo un poco de esa máscara de estoicismo para dejar una mirada lasciva. Allí si que se parecía a su hijo.

Era como Iason... y a la misma vez no. Sus cabellos largos se mostraban como hilos de seda de un amarillo casi blanco, radiantes, esparcidos por el suelo, a pesar de que el antiguo rey sentado estaba. Su anguloso y bello rostro marmóreo se veía un poco más maduro por decirlo de una forma que el del actual soberano, pero la forma cínica al evaluarlo, mostrabase como una calco de la mueca de Iason.
Por si poco fuera semejante descripción, adosado estaba ese lúbrico ser con una túnica algo ceñida, de color negro. Con una franjas azul rey en la parte frontal: donde se ataba la misma prenda. Las anchas mangas no permitían ver los esculturales brazos del monarca, pero la hermosa pieza acentuaba las pálidas facciones, haciendo ver al regio elfo más etéreo, si cabía.

Por fin el humano notó que el mismo era evaluado, de la misma insistente forma que él hiciese, dando cuenta de todos los detalles del cuerpo que delante tenía.
Un extraño mareo le hizo casi perder pie. Fue como si todo temblara, pero tanto el sitio como el regio monarca seguían iguales.

Riki trató de retroceder, pero la voluntad reflejada en esas violetas orbes se lo impidió rotundamente. Hechizado, se dijo Riki, por unos ojos de raro color que dejaban entrever un espíritu de igual rareza y tremenda fuerza.

-Acércate- ordenó el soberano y muy a su pesar Riki sintió su cuerpo obedecer al mandato.

-Vaya, veo que mi hijo te marcó. Debes ser un trofeo interesante- rió el monarca resaltando un poco de esa exótica belleza.

Por otro lado Riki estaba entre confuso, enojado y temeroso. ¡¿En qué momento las cosas dieron ese giro tan... carnal?! Si tan solo hacía unos momentos que estaba hablando con el rey y ahora se dirigía a... no mejor era no saberlo. Al menos a sí se lo confirmaba la mirada salaz del rubio.

Aunque esa fuerza misteriosa de la diosa empezaba a ejercer su efecto. Obviamente no quería someterse. Pero también por su cuerpo empezaba a bullir la sangre y con solo una llamada, un pensamiento del extraño monarca y ya estaba sintiendo que su miembro respondía. Pero... ¡Por todos los dioses! No debía ceder. ¿es que ese iba a ser el cuento de nunca acabar?

A donde fuese iba a ser tratado como una prostituta ¿o era simplemente otra charada del destino?

Y lo peor de todo el que el enemigo (porque no podía verlo de otra manera) veía con insistencia su vientre. Eso claro cuando no se perdía entre los ojos del humano.

-Veo que mi hijo te marcó con el sello completo. Tarde o temprano sabrás lo que eso significa

-Se lo que significa... una maldición.

-Para ti quizás. Pero para todos aquellos que seamos hijos de la diosa...

El monarca dejó las palabras al aire. Más aún al notar que el humano estaba a unos escasos pasos de su trono.

-Siéntate aquí- pidió con algo de deseo el hermoso elfo.

Riki se tuvo que morder el labio al ver el espacio que le cedía el augusto personaje: entre sus piernas. Ciertamente había que admitir que el elfo era bellísimo y sobre todo muy atractivo. Además el deseo que la Diosa implantaba en su ser le hacía desear con locura las caricias de alguno de sus hijos y que mejor que el gran Orferius, pero aún estaba algo de su orgullo y... por otro lado Iason.

No había mucho tiempo para perderse en querellas morales o éticas. A fin de cuentas ya estaba en las piernas del otro aunque quisiera safarse de las mismas, estaba como plantado allí.

-Eres muy lindo para ser un humano- reconoció el rey mientras acariciaba las largas piernas del humano, casi con casualidad.

-Eres demasiado bello para no ser mujer- atacó el humano, sonrojado con el cumplido del otro, pero más aún por sus manos tan... largas.

Orferius rió de buena gana, luego entornó los ojos y de elegante forma echó sus cabellos atrás.
La sutil risa escalofrió a Riki: era idéntica a la de Iason.

-Ahora entiendo por que mi hijo te puso el máximo sello.

-Me parece excelente que comprenda, pero más excelente sería si me soltara.

-No lo haré humano.

- Mi nombre es Riki- espetó el moreno tratando de safarse de los regios brazos, pero como siempre que era sometido por el poder del sello, no tenía las fuerzas suficientes para la empresa.

-Eso lo sé- murmuró el otro seductor al oído del humano

Una oleada de escalofríos invadió al humano. La voz del rey sonaba exquisitamente sensual, un poco más grave que la de Iason... y sobre todo más segura. Monarca o no sabía a bien como repartir caricias en los ajenos cuerpos y arrancar sensaciones como aquella, aunque no se tratara de zonas erógenas.

Como si se tratara de una pieza de delicada porcelana el monarca dedicó sus atenciones con ambas manos a tomar por asalto el cuerpo extraño, mientras su miembro reaccionaba por la cercanía del moreno. Además le gustaba la antítesis que representaba el joven. Brioso, pero al tiempo mismo sumiso, como ninguno. Celebró secretamente la elección de su hijo ante semejante espécimen.

Ahora Riki se urgió en degustar uno de sus labios, al sentir los del monarca marcando su pulso. El cálido y arrobador aliento regio comiéndole la poca cordura que le quedaba. Echó sin pensarlo más el cuello hacía atrás. Entregándose y recargándose en ese bello ser.

El monarca sonrió satisfecho. El humano era puro fuego. Arcilla que se dejaba hacer en sus finos dedos élficos. Y lo mejor del carnal asunto, era que el moreno se debatía por no gemir y, al hacerlo, profería unos pequeños gruñidos, francamente adorables y bastante, húmedos. Tanto que con cada nuevo gruñido sentía su erección crecer más y más.

-Basta- pidió el humano con escasa convicción... o mejor dicho muy pero que muy nula convicción.

El sentir la tremenda erección del elfo no ayudaba para bien sino todo lo contrario. Comenzaba a sentir mareo de tanta excitación y su respiración sofocada le obligaba a gruñir, muy a su pesar. Con tan poco el bello ser lo tenía en jaque. Sudando, y ya gimiendo, en busca de un mayor contacto con sus partes erógenas. Se restregaba impúdicamente contra aquella nutrida erección que amenazaba con seguir en su crecer.

Ahora si, Orferius rió con mayor gana. El humano se negaba pero a la vez se le entregaba ¡Y de qué manera! Ese frotamiento le estaba gustando bastante. Sin embargo no todo eran besos y caricias subidas de tono. Llevó su mano bajo la túnica del humano y tomó el miembro que ella guardaba.

-¡Ah!

-¿Te gusta que te toque, no es así Riki?

-...si... no... ¡ah!

-Aunque lo niegues, te gusta lo que te hago. No sabes ni quien soy y ya te estas entregando a mi- murmuró con malicia, en un tono muy sensual que amenazaba con derretir las ultimas barreras del rejego humano.

-Eso no es verdad- espetó enojado Riki, tratando de safarse, pero en su intento lo único que consiguió fue que su captor gozara más de aquella deliciosa fricción.

El miembro de Riki seguía atrapado en aquellas manos que no cesaban de masturbarle. Es más hasta lo estaban tratando con mayor fuerza. Hasta podría decirse que medía cada milímetro de la sensible piel, hasta lograr que esta sacara su húmeda esencia.

-¿Lo ves?... ¿lo sientes?. Tu cuerpo responde a mis caricias y traiciona tus principios.

Riki estaba mucho muy afectado. El otro tenía razón. Por que con tan poco se había dejado ir, sin embargo tampoco se podía argüir que el encuentro fuera nada. Los dedos expertos se mostraron que con solo tocar ciertas zonas de su masculinidad lo hicieron llegar al clímax, con espasmódicos jadeos entrecortados...

Y quizás lo que fuera peor o mejor del caso, fue la reacción siguiente del soberano... llevarse la mano impregnada de semen a la boca y degustarlo. ¿era ese un fetiche de familia?

Pero con todo y su orgasmo instantáneo su pene permaneció en las mismas duras condiciones.

-Veo que nos la pasaremos bien..- soltó el soberano al notar la tiesa hombría del joven.

Riki no podía más que aceptar que no había estado tan mal aquél encuentro y por otro lado que el mismo debía de continuar.

La mayoría se apresuraba para seguir con los últimos detalles de la caravana. Tan así era que ya solo faltaba que los peregrinos se fueran en ella.

Ya bastantes veces se había especulado sobre si Raoul llevaría un grueso de sus fuerzas para que lo llevaran ante "su esposo de 3 días" pero el se negó a lo rotundo. Más que nada iban como oficiantes de la diosa, como aliados. Si llegaban con tropas sería una tremenda afrenta para los humanos y ciertamente que, con todos los conflictos que ya había en el reino no podían añadir uno con el reino humano más fuerte.

La litera en la que iba a ir el rubio general era de madera de sándalo, espaciosa, en ella cabrían con holgura 4 personas. El interior estaba primorosamente decorado con cojines de brocados delicados. Remataba el conjunto un par de ventanas a cada lado.

Iba a ser llevada en hombros por sacerdotes enormes 5 de cada brazo de la misma, formando así un grupo de 20 fortachones. Además de las sacerdotisas que cantaban en la secreta lengua de la diosa para alejar a los depredadores así como bendecir a la compañía.

Si, todo estaba casi a punto.

Por ello muy pocos reparaban en los problemas más acuciantes que tenía el reino. La inminente batalla con los landarians o el extraño caso de los negruts.
Podía sonar descortés con estos últimos el empleo de la palabra batalla, por que, a fin de cuentas habían sido diezmados a conciencia. Sin embargo, contra toda lógica, varios pares de estos inmundos seres deambulaban por las llanuras del sur. Atraídos supuestamente por los enormes yacimientos de cristales opalescentes que pululaban en los lujuriantes oasis subterráneos, recién liberados. Pero, con unas criaturas tan poco inteligentes y tan sanguinarias no se podía estar del todo seguro. Así lo creían los pocos generales y jefes que no habían sucumbido ante el efervescente ambiente festivo. Chasqueando la lengua y, en cada vez mayores veces, maldiciendo, los más ancianos, a los que de los Dioses solo importaban los favores diarios como respirar y comer, debían poner un poco de cordura en el lugar.

Las patrullas expedicionarias, traían más y más informes desconcertantes, sobre todo en lo referente a las barreras protectoras de los límites del sur del reino. Alva, un malhumorado viejo de regio porte se encargaba de todo en ausencia de su señor Raoul y la verdad es que cada vez las cosas iban a peores derroteros. No había descanso para sus cansados huesos, ni tampoco piedad en tanto a ese irritante asunto de las bodas. A veces no entendía que le molestaba más. Quizá no la algarabía, porque, a pesar de ser un viejo medio amargado (algunos decían que amargado y medio), también sabía que de vez en cuando una buena fiesta era un aliciente para las cansadas tropas. No es que esperase que los soldados fueran célibes, pues, eso equivalía a creer que los dioses no son vengativos, pero ¡No era éste el momento y que la Diosa lo perdone por pensar así!

Las vituallas estaban bien. La impedimenta en su sitio. Lo que no cuadraba eran los alarmantes informes. Algunos seres, y no solo los landarians, los negruts o los loearnvicnadaths, sino las sombras creadas por las almas dejadas a medio devorar por éstos últimos hacían los delirios del veterano. Los hechiceros debían valerse de los curanderos, alquimistas y brujos, para poder contener la amenaza, dado que el jefe hechicero Goran se hallaba... indispuesto.

Bufó molesto.

Un sutil rasgueo en su tienda le indicaba visitas. La novena esa mañana.

-adelante- rugió.

-Señor Alva, la procesión casi esta lista, pero, el señor Raoul aún no vuelve y las sacerdotisas afirman que sacaran los ojos a cualquiera que interrumpa los oficios en terreno sacro- enunció sin miedo en la voz, más con monocordidad, como quien a tenido que aprenderse un mensaje complicado y de memoria.

Alva lo despachó con un asentimiento y un movimiento de su mano. Sabía muy bien que las quisquillosas pupilas de la Señora de las Cosechas, eran capaces de transmitir un mensaje semejante y de tener la suficiente presencia para llevarlo a término.

Bien, no podía consultar con su señor. Con otro bufido de exasperación admitió que ni falta hacía. Todo estaba dispuesto y Goran no podría ayudar...

Respiraba entrecortadamente

Hasta que la agitación se volvió poderosa

¿Cómo podía ser?

Algo lo apresaba... rubio, si pero a pesar de que quería huir no podía. Caliente todo el aire estaba caldeado, el mismo gemía y sin notarlo hasta ahora había estado. El lo tomaba, lo atrapaba, lo mecía entre sus fuertes brazos, hasta que se olvidaba de todo... menos de ese sofocante calor.

Súbitamente notó que no podía moverse... y dicha inmovilidad lo llevó a reconocer que soñaba y por ende a despertar.

Cada noche igual, aunque en su haber apenas si fuesen dos. Cada una más ardiente que la anterior y los sueños igual de... inquietantes.

Aún respiraba desaforado. Cada noche soñaba con él... hasta despertar con las sábanas impregnadas de su esencia como si fuese un chiquillo de 15 años.

Maldijo por lo bajo, por que a fe suya que jamás llegó a imaginar que el rubio maquinara de esa manera sus venganzas y mucho menos esperaba que su parte sensible se rebelara ante el calor, levantando osadamente la cabeza por el recuerdo.

¡Y como no soñar con él! Con sus ardientes lisonjas... ¡ ¿como impedirle a su cuerpo que gritase ordenes inconscientes las cuales clamaban por el cuerpo del rubio general?!

No eso jamás lo pensó, nunca, El, el mejor hechicero de la comarca... ¡no! ¡De los 7 reinos elfos!

¡Había caído bajo el hechizo del general!

Su sensual persona lo había aprisionado de tal guisa que no podía dejar de pensar en él... de añorarlo. Nuevamente debía masturbarse como un doncel desde que lo dejara dos noches atrás. Tuvo que contenerse más de una vez para no salir disparado, medio desnudo, a buscar al general y rogarle que lo apresara entre sus ardientes y potentes brazos... que lo poseyera con la misma pasión que le dejó dolorida la espalda. Al igual que el orgullo. Pero ¿Cuál orgullo? A fin de cuentas fue él el que gemía como desesperado (y es que lo estaba) por más atenciones... por más de sus certeras caricias.
Y ahora se veía presa de los efectos que el rubio tenía en su ser.

Si alguien le hubiese predicho tales síntomas se habría reído a mandíbula batiente dejando por imposible al pobre bellaco mentiroso que profiriera tales disparates. Jamás se habría imaginado que el abrazo de Raoul fuera tan apasionado y que dejase semejante huella en el ánimo de un veterano como él.

Pero si después de vivir tamaña sesión de sexo, conciliase el olvido ¡que bruto sería! Definitivamente los movimientos de Raoul fueron los de un experto entre expertos.

¡Diosa, Si lo había echo con él al menos unas 7 veces! Y la verdad es que había olvidado cuantas veces se corrió en el proceso; perdió la cuenta en la novena. Goran se sonrojó al recordar como después del refrendo Raoul lo poseyó otras 6 veces más. ¡El rubio era sencillamente insaciable! Tanto así que, para su vergüenza se desmayó más de dos veces y la última cuando por fin terminó todo, fue llevado en brazos hasta su lecho...

¡Que humillación!

Sabía que más de uno cotilleaba a en el campamento su derrota. Después de todo no había podido recobrarse en esos dos días. Mejor ni hablar sobre sentarse...
De hecho y haciendo justicia a su mellado cuerpo al pobre Goran le dolía hasta el cabello.
Pero, pasara lo que pasara se prometió levantarse a la mañana siguiente, aunque para ello necesitase de un hechizo de levitación.

Había mucho por hacer antes de atrapar a Raoul y matarlo... o hacerlo de nuevo con él.

Ese pensamiento causó otro furioso sonrojo, pero también atrajo con más fuerza ciertas imágenes del musculoso cuerpo desnudo del rubio general, enfatizando así el éxtasis de su masturbación.

-Maldito Raoul- murmuró terco mientras trataba de organizar sus pensamientos para venganzas y obligaciones.

De no ser por que era de su conocimiento que el general estaba en esos momentos en busca de su purificación para atender sus obligaciones "matrimoniales" iría a buscarle para partirle algo de esa linda y cínica cara.
¡Serio, ja, si como no! Cuantas veces se había engañado pensando semejante arbitrio. Hasta que se topó con ese fogoso "otro yo" de Raoul. Pero, se dijo ya habría el tiempo suficiente para pensar en revanchas y demás propósitos a seguir.

Ahora debía supervisar la barrera protectora. Ya de todos era conocido que los novatos hechiceros mandados por Iason apenas si recordaban como se llamaban. La verdad es que resultaba engorroso dar cuenta de ellos.

Por un instante pensó con miedo que quizá Raoul no llegaría verlo de nuevo... que sus carnales tratos se habían acabado. Miedo, si por dos razones férreas, la primera, que no podría vengarse y la segunda... sería una lástima no volver a gozar de la experiencia del rubio general.

Con una media sonrisa se levantó. Debía asearse.

Estaba del todo sereno. Aunque muchas veces una sonrisilla maligna pugnaba por aflorar sus suaves labios al recordar a cierto hechicero tozudo. Pero desechó el delicioso recuerdo.

Se encontraba en las inmediaciones de la secreta cascada, tratando de vivir en soledad para desasirse de las mundanales circunstancias cotidianas. Así que debía estar sereno... ya habría tiempo para rememorar y hasta volver a sentir dos que tres actividades con Goran.

De su conocimiento era que la caravana estaba más que lista. Pero su cuerpo, mente y sobre todo, su espíritu aún estaban por ser alistados. Por fin, llegó una sacerdotisa y luego de un tímido pero audible carraspeo, lo llamó.

-Es hora- dijo la dulce voz

Raoul quien hasta ese momento había estado postrado en un redondel de hierba verde, se levantó y siguió a la joven. Las rojas franjas en un cielo cada vez más oscuro mostraban por fin la agonizante tarde, dando paso a la noche.

La esperada noche.

Llegó a un claro conducido por la doncella en donde se veían a otras más como ella, vestidas solo con una especie de falta larga abierta por los costados. Los senos de algunas brillaban bajo la luz de unas trémulas antorchas que estaban a buen recaudo en anillos en árboles específicos. Tres de aquellas mujeres llevaban collares de plata aunque no con ello se cubrían sus generosos encantos. Abrieron paso delante de Raoul, formando dos filas por las cuales había de pasar. Raoul franqueó el paseo de las mujeres. Cada una de ellas iba armada con un abanico de más de 5 palmos de largo, el cual movían hasta dejar flotando en el aire las notas de una canción extraña, pero hechizadora.

Mientras ellas ocupadas estaban con los sacros abanicos de sílfides, la misma sacerdotisa lo presidía para llevarlo al lugar Mítico. Llegó un momento en el que ambos se habían alejado de aquella susurrante muchedumbre de sacerdotisas. Sin embargo la chica parecía afirmar más su confianza con cada paso y, según creyó ver Raoul, hasta una fugaz sonrisa le dedicó cuando estaban por llegar.

Debía someterse al ritual de purificación en la cascada primera, que estaba un poco más allá de la otra... aquella en la que conoció mejor a Goran. Desechó las ganas de sonreír, ya habían llegado ambos a la cueva de la cascada Ulan' an 'iiet (la cuna del misterio) en donde, se decía que el primer pariente (Minkaisel primero) el fundador del imperio, había recibido de manos de la Diosa (Luna) la Piedra de La Fundación , con la que se levantó el inmemorial castillo-fuerte del reino del Almendro.

La cueva era de un blanco alabastro, tallada solo por los vientos. No era muy profunda y desde afuera a penas se notaba el sutil tintineo del agua. Al llegar a dentro Raoul reparó en el maravilloso fenómeno que allí imperaba. Un lujurioso oasis se mostraba ante sus verdes ojos. Era tremendamente semejante al paraje que acabara de abandonar, pero mucho más bello. Había una sutil luz azul que todo lo dominaba, reflejándose en las finas paredes blancas. Pero, quizás lo más fantástico del cuadro era sin duda, la abertura que la caverna tenía en su techo cual ojo vigilante, circular y por el cual la luna comenzaba a desfilar.

La cascada a penas si barboteaba. La suave voz del agua dejaba bien claro que la Diosa había estado allí. La rizada superficie espumosa del agua lo invitaba a entrar... lo atraía como nada en el mundo: como si sumergirse en ellas fuese de lo más imperioso del universo.
Apenas si cuenta se dio de las palabras de la chica que lo instaban a sumergirse y una vez que el agua de Ulan (la cascada) lo tocase, había de volver a salir.

Avanzó como si estuviese en un brumoso sueño. Su cuerpo se adelantaba como por su propia voluntad. Dejó caer sus ropas para por fin atender al apremiante llamado. Era como una canción, una que solo el podía oír, que se componía solo para él. A cada paso dado notaba que la sensación de que nada más importaba se hizo apabullante. Una maravillosa pero a la vez aterradora fuerza le impelía a ir al centro de la cascada... que, contraría a la hora tibia estaba. Siguió hasta que sintió que estaba donde debía. Fue una rara sensación en si, como una espada que por fin encuentra la funda adecuada. El roce del agua en su testuz era una tierna caricia nada más. El agua se deslizó por toda su anatomía como reconociéndolo, según sintió el rubio, sin dejar ningún sitio del mismo sin tocar.

La luz azul resplandeció entonces con apremiadora fuerza cual si de día fuese. Fue preciso salir en ese momento. Nadó de regreso hasta que llegó al centro de aquél extraño orificio en la bóveda y al sentir la luz de la Diosa (luna) un súbito temblor le recorrió.

"Mira abajo" declaró entonces una voz en su mente. Una voz atemporal y desconcertantemente asexual. Así lo hizo sin saber por qué. Un pequeño resplandor brilló en el fondo del lago. Hasta que se sumergió no supo que lo hacía. Otro breve impulso que lo obligó a ir donde aquello. El destello era trémulo, pero sumamente exquisito... diferente. No sabría como decirlo, pero el debía tomarlo. Sin embargo ¿cómo se toma un resplandor con las manos?

Justo cuando la respuesta vaga se abría en su mente, sus dedos rozaron aquella luz... que sólida era. No tuvo tiempo de pensar, apresó el objeto y subió de nuevo. Al salir del agua su cuerpo de alabastro y sus cabellos de miel brillaban de exquisita forma por los infinitos riachuelos de fina agua.

Inconsciente de ello, el general vivamente turbado, abrió la mano, con el temor de que quizá el destello se escapara. Lo cual no ocurrió. Ante sus ojos se mostraba una joya amarilla como el sol o sus propios cabellos. La gema redondeada ovalmente estaba y pulida con una fineza insuperable.

-Es el Ámbar del Dios Sol. Cuando veáis a su amado hijo deberéis devolvérsela.

Raoul supo a medias lo que aquella mujer decía. Lo único realmente importante podía ser el calorcillo que no dejaba de despedir la piedra, aun cuando su resplandor se hubo apagado un poco. Aceptó la fina bata de seda blanca que la sacerdotisa le tendió y no necesitó palabras para saber que una vez más debía seguirla.

Salieron. La noche estaba en su punto cúspide. Todo a su alrededor parecía rezumar energía. Más de la normal.
El ambiente estaba expectante. Todo a su alrededor. La naturaleza respondiendo a las salmodias ininterrumpidas de las sacerdotisas.

La que parecía ser la oficiante de mayor rango se acercó a Raoul y lo bendijo en la secreta lengua de la Diosa.

Raoul simplemente inclinó la cabeza, reconociendo el saludo. Y dejó que ella le colocara un collar.

-La fertilidad de la diosa estará contigo- musitó la mujer de cara a Raoul.

El rubio general casi no podía dar crédito a lo que por su mente pasaba. Era como si el ambiente se hubiese caldeado demasiado y una fiebre necia intentase privarlo de la razón.

La salmodia que, al principio resultara reconfortante a bien decirse que hasta relajante, subió de tono.

Él permaneció de pie escuchándolas. La luz de luna seguía bañándolo mientras el viento saludaba su semi desnudo cuerpo. Las notas cambiaron y la sacerdotisa primera, junto con otras dos llevó a Raoul hasta un altar de blanco y deslumbrante mármol que no había visto antes el rubio.

Todo se tornaba brumoso para él. Como en un sueño se sentía otra vez.

Dejó que lo recostaran en la piedra mientras el canto se tornaba más y más vertiginoso y con ello el implacable mareo. La fría piedra le calmó un poco.

Sin embargo tuvo que cerrar los ojos. Todo le daba vueltas. Pero antes de saber que ocurría varias imágenes empezaron a desfilar por su mente. Imágenes de las mujeres a su alrededor, danzando, con sus atributos contoneándose a lo impúdico en una febril danza casi orgiástica. Todo al amparo de la luz lunar y marcada con los extraños ensalmos de los abanicos.

Tragó saliva. Estaba excitándose. Lo sentía. Su piel ardía. Y su miembro comenzaba a reaccionar.
Mientras tanto las tres sacerdotisas mayores pidieron a voces unos cuencos de mármol negro y llenos a rebosar de un líquido plateado y brumoso.

"Licor de luna" pensó Raoul al ver entre sueños la sustancia.

Ellas se fueron acercando al tiempo que bendecían la tierra con el amado elíxir de la Diosa. Una quedó cerca de la derecha de Raoul, otra a la izquierda y la última a sus pies. No dieron tiempo al rubio de nada. Sumergieron el dedo índice en la sustancia y comenzaron a repartirla por el cuerpo masculino. Escribiendo un fiel conjuro imborrable en la elfa piel que solo la luna podría revelar.

Raoul sintió el frío de la sustancia y como le empezaba a cosquillear los dedos de las mujeres de eso pringados. Sentía como sus brazos y piernas eran invadidos por los secretos tatuajes de la madre Tierra.

Luego de eso el calor se volvió sofocante. Hasta que el delirio fue casi inaguantable. Sudaba con profusión pero ni aun con ello se libraba del calor de su cuerpo ni de la reciente erección.

Las imágenes seguían sucediéndose una tras otra y de pronto como si el silencio se hiciera, las imágenes empezaron a cambiar... ya no eran pálidas elfas las que danzaban tan eróticamente... ahora veía una mata de cabellos más rojos que el fuego o el vino y después unos ojos amarillos como los de un león. Era inquietante, ese personaje y lo más inquietante sin duda, fue que él no hacía nada del otro mundo, más que bañarse... solo eso. Dejar que su cuerpo, de hombre fuese bañado por el agua, casi igual que él mismo hacía unos instantes en la cascada, para luego correr tras una presa que no alcanzaba a ver, en medio del bosque borroso.

Para lo único que tenía un rincón en su delirante mente era para la imagen de aquél sujeto corriendo con los cabellos de fuego al viento y las fuertes piernas flexionándose una tras otra. Corría con él, sudaba con él, jadeaba con él...

Y con solo pensar en el cálido aliento de aquél desconocido, llegó al éxtasis, derramando su caliente semilla rugiendo extasiado.

Por fin la imagen se desvaneció y pudo abrir los ojos. Las tres mujeres limpiaban su orgasmo con un paño de lino blanco, sin decir nada. Una vez terminado el frugal aseo, dedicaron la ofrenda de Raoul a la diosa al tiempo que enterraban el paño al pie del altar.

Raoul se levantó confuso. No sabía muy bien que le había sucedido y ciertamente estaba algo débil.
Como pudo se puso en pie. Una doncella le tendió una copa de vino mezclada con licor de luna.

Las últimas estrofas de la rara canción hacía rato que se habían perdido en la oscuridad del bosque.

Ya solo quedaba ir a ver a la vieja pitonisa... pero eso lo haría al alba. Ahora debía descansar.

La súbita sensación de peligro le atravesó cual saeta envenenada. Bien sentía en su cuerpo que su señor conocía sus correrías y más aún... su enojo.

Pero al estar en el cálido pecho del príncipe lombardano, poco pensó en las posibles represalias. Se mordió el labio admitiéndose desvalido. Lo que en un principio fue una medida prudente, lo había sumido en un éxtasis de pasión que sin duda debía pagar y pronto.

La fiesta había llegado a su fin o al menos la mayor parte de los grandes señores encontraron a bien el retirarse a sus habitaciones a dar cuenta de un merecido descanso. Cada uno llevaba una excelente impresión de la exquisita mesa del rey elfo y en más de una ocasión Forferían llegó a escucharlos ensalzar a su señor más de lo merecido o esperado.

Su señor...

Ese mismo que sin duda iba a castigarle.

Una oleada de coraje le hizo temblar hasta casi perder pie. Era indignante ¡Y mucho! A fin de cuentas él, no hizo nada malo... o bueno no tan malo. Finalmente Iason tenía al humano para sus desfogues ¡Que se olvidara de él!

Con una amarga sonrisa tuvo que recordarse que eso sería difícil. Pero ¡Maldición! Lo que hizo en aras de la administración de un bien de su amo, ahora se volvería en su contra.

No es que fuese precisamente un sacrificio el haber estado en el lecho de Tiyagar, sin embargo cierto era también el hecho de qué el jamás buscó semejante atención.

Quizá, se dijo, él, un simple elfo gris a los ojos de muchos, era el único de la velada que conocía a fondo las manías del lombardano y gatuno príncipe, al menos de oídas. Y verdad sea dicha, no deseaba en absoluto el saber que Riki sufría las extrañas torturas por parte del desconocido y que él lo dejase en manos de ese cambiante cazador, sin hacer nada más que ver.

Finalmente, Tiyagar se separó de él, reiterándole su sincero afecto y esperando que la sesión erótica tuviese eco muy pronto.

El simple recuerdo de la promesa que en ello se veía implicado le hizo sonrojarse y más por unos instantes olvidarse de la amenaza de su señor Iason.

Si, engañarse no podría. Esperaba que eso se repitiera.

Anduvo largo rato deambulando de aquí a allá esperando que su amo no lo convocase sino hasta otro día, aunque quizá esperar eso demostraría una candidez que no se podía permitir. Con un mohín de disgusto tuvo que aceptar que conocía bastante al Señor de la Morada de los Almendros, como para permitirse tal pensamiento.

No, las esperanzas constituían un bien negado para él.

Así que, por tanto, armado de un suspiro, dedicó su atención a las cuestiones más apremiantes que él, como jefe de los esclavos debía cuidar.

Finalizado el convite en honor a la realeza lombardana, iniciaban las labores de limpieza de la gran y augusta sala del trono, así como la purificación de la misma por parte de los sacerdotes de Shem. Y por ello, antes de encontrarse con el viejo recalcitrante de Shem Enerlande, quejándose de su mal trabajo con la limpieza, dispuso todo para que a su arribo lo encontrara todo apunto y de ser muy posible, no tuviese que cruzar con él ni medio saludo.

Con solo verlo llegar, abandonó el lugar sin prestar atención a la constante verborrea estúpida del anciano, ni le prestó más atención de la que la cortesía exigía de él. Total, por muy místico que fuese, no tenía poder con aquellos que eran amantes de Iason, aunque el quisiera que no fuese de esa manera, claro está.

Forferían se marchó con elegante paso. Al fin y al cabo sus obligaciones le mantenían protegido de pendencieros como aquél. Y ya por eso eran un buen motivo para llevarlas a buen término. Sin embargo el recuerdo de ciertas de estas "obligaciones" le instó a ponerse de mal humor, a pesar de su batalla ganada con el fanfarrón Shem.

De mala gana se dirigió a sus aposentos... muy cerca de los de Iason.

En el camino una pequeña hornacina llamó su atención en la pared a su izquierda.

Tal parecía que Yirregal, la moza encargada de la limpieza de ese sitio encontró una mejor forma de ocupar su tiempo, dejando para después su obligación.
Se fijó en la figurilla de barro cocido que allí estaba en representación de los genios buenos que cuidan del palacio. No era de extrañar que la suerte anduviese por otros lares, si se le propiciaba semejante trato. Admiró la factura nuevamente, mientras alguien se recreaba en la suya...
Sopló la fina capa de polvo del ídolo y ese momento de ligera inclinación fue bien aprovechado por su observador.

-Nos volvemos a encontrar- anunció una voz al tiempo que unos brazos apresaban al elfo gris.

Forferían se estremeció de pies a cabeza. No esperaba volver a encontrarse con él.

-Señor Tiyagar...- musitó inseguro y temeroso, más por el íntimo contacto que aquél mantenía-... en ¿en qué puedo servirle?- se obligó a terminar la cortés frase.

-¿Acaso no lo imaginas?- murmuró el príncipe muy cerca de su oído.

El elfo gris tragó duro. Debía negarse. Ahora si debía hacerlo, ya que sino el castigo iba a ser horrendo pero... ¡Como costaba hacerlo! Más al sentirlo así cerca, de tortuosa e impúdicamente cerca.

¡No! No esta vez... debía ser fuerte y negarse, aunque el otro lo considerase una afrenta. Con toda la delicadeza que los nervios le permitieron reunir en ese precario momento, trató de poner espacio entre su cuerpo y el ajeno.

-Mandaré a Yirregal a sus aposentos, señor, para que lo atienda como se debe. Si me disculpa debo ir a las cocinas a atender los preparativos para... ¡ah!- gritó al sentirse súbitamente apresado y con mayor fuerza esta vez- ¡Señor, por favor... suélteme!- increpó tratando de dar a su voz un tono ofendido.

-Te acompaño. Yo también tengo algo que hacer en las cocinas- adujo juguetonamente el hombre leopardo.

Viendo que de nada servía fingirse airado, Forferían todo rojo, lo dejó hacer. Ambos fueron juntos (demasiado juntos para tensión y gusto de Forferían) hasta las mentadas cocinas. En lo que deshacían el camino para llegar a dicho lugar, el naguirian trataba por todos los medios de dar con la forma de deshacerse del sensual lombardano. Sin embargo, el príncipe dio muestras de ser un adversario digno a tener en cuenta y un poco más que eso.

No bien habían tenido una tarde bastante movida y ya el ronroneante sujeto esperaba estar con él de nueva cuenta. Al llegar al lugar ya no había excusas para ofrecer en prenda y menos con la mala fortuna que dejaba el sitio libre de ojos avizores. Vacío... para ellos dos nada más.

-Bien, ya estamos aquí- dijo burlón Tiyagar, en vista de tener acorralado al atractivo elfo.

-Señor... no quiero ser grosero, pero haga lo que vino a hacer y déjeme solo por favor- musitó el naguirian apartándose del insistente híbrido.

Al momento el gatuno sujeto pareció erguirse en toda su estatura.

-¿Estás rechazándome?- preguntó con peligroso tono mientras sus orbes mostraban toda la furia que empezaba a bullir en él.

-Lo... lo... que pasa es que... - ni siquiera tuvo oportunidad de seguir inventando una excusa, cuando se vio apresado contra la pared.

Acorralado.

-Veo que deseas que sea un poco... rudo- aseveró Tiyagar con un dejo metálico en la voz, antes de atacar a placer el desvalido cuello del elfo.

-¡Ah! Por favor...señor... ¡No!- suplicó con verdadero temor al sentir los afilados colmillos del otro rozando su piel, pero sin lastimarla...

Era extraño. Era sofocante, pero sobre todo, era muy sensual a pesar del miedo y ya sentía que empezaba a dejarse llevar por las expertas manos del mitad felino.

-De ti depende que sea rudo o...

Dejó la frase en el aire sabedor de que así causaba más tensión.

-Haré... ¡ah! Haré lo que me pida, señor- aceptó el elfo viendo las pocas probabilidades que tenía de huir, y, para que negarlo, también por que empezaba a excitarse con el fuerte y apremiante ronroneo del otro.

Sin separarse mucho de él, Tiyagar tomó una botella de vino.

-Toma un trago- ordenó más que invitó el príncipe lombardano.

Con suma timidez el naguirian hizo lo que el otro quería, tomando un trago pequeño. No quería terminar borracho en manos de aquél cazador. Sin embargo los planes del gran señor eran otros, ya que tomó por asalto los finos labios del elfo y entre ambos quedó la sustancia.

El gatuno sujeto sonrió traviesamente. Y Forferían no pudo evitar ponerse rojo como una fresa. Le había gustado probar el vino... o mejor dicho servir de vaso para el extraño.

Viendo el efecto causado en el de los cabellos grises Tiyagar supo que lo tenía donde quería. El elfo estaba muy excitado... ¡por solo un beso! Y un poco de vino.

Forferían notó como tenía los labios entreabiertos pero no le importó- deseaba otro trago... lo necesitaba.

-Quieres más- dijo el príncipe afirmando, más que preguntando. Entonces Forferían asintió con esa exquisita timidez que incendiaba las más locas pasiones en el mitad animal. Con otro movimiento inesperado y raudo, el lombardano llevó la botella encima de su cabeza y sin más vertió su contenido.

Forferían no podía creerlo. Justo cuando pensaba que el mayor no podía estar más sensual... venia a echarse encima el rojo vino. Ese vino que sin pudor le corría a raudales por todo el fornido cuerpo, mojándole, dejándole terriblemente irresistible.

-Ven a probarlo- ordenó sensualmente el hombre leopardo, señalándose.

Continuara...


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