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BBC. Él, ella y yo {Johnlock} por amourtenttia

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Capítulo 3.

El Doctor John H. Watson no es un hombre estúpido. No señor. Y quien lo crea puede, inmediatamente, ir directo a consulta por que existe algo seriamente mal con él. Puede ser distraído, y quizá poco observador en cuestiones que se alejen de su campo, pero eso, de ningún modo, es excusa para pensar que él es estúpido. No. Para nada.

Sí, quizá no era tan listo como Sherlok, y sí, quizá le faltaban los años de experiencia de Greg, o la velocidad de análisis de Mycroft (aunque en este último seguía siendo mala comparación, cualquier Holmes estaba alejado de sus habilidades, punto) Y sí, definitivamente no tenía los antecedentes de su difunta esposa pero, y aquí viene lo importante, él no era ciego.

No del modo en que todos querían creer.

Fue el primero en notar la tensión sexual entre Mycroft y Greg, por amor de Dios.

Era bueno notando ese tipo de cosas.

Tenía ojo para el romance.

Y sabía, aunque Sherlock continuase diciendo que estaba equivocado, que James Moriarty tenía una vida hecha muy lejos de la fama criminal.

Le quedó clarísimo desde el momento en que lo conoció.

Pero eso era otro cuento.

La cuestión aquí, esa que le impode cerrar los ojos un sábado por la noche, es que hay algo que no está cuadrando en su día a día.

Han pasado algunos meses desde la muerte de Mary, y, aunque continúa viéndola de tanto en tanto, el dolor ha ido disminuyendo al grado de volverse soportable.

Y cuando el dolor deja de nublarte los sentidos, estos comienzan a adaptarse de nuevo, a percibir de nuevo.

Y recientemente ha comenzado a percibir cosas demasiado extrañas.

Escaleras abajo, escucha perfecto como el detective sale de su habitación directo a la cocina y regresa sus pasos luego de algunos minutos.

John no recordaba haber estado tan al pendiente de los movimientos del otro nunca, pero ahora era así.
Sherlock estaba actuando raro.

Sherlocl Holmes, ese mismo que metía cabezas a la nevera, el mismo que montaba un laboratorio potencialmente peligroso en medio de la cocima, y ese que casi lo envenena al cambiar la azúcar por un polvo de dudosa procedencia que tiñó su cafe negro a rojo en segundos.

Cabe decir que se llevó el susto de su vida ante eso último.

Ese mismo hombre, qur facilmente te mandaba a volar con una mirada, que ignoraba sus demandas y hacía oídos sordos ante los reclamos de cualquiera (en especial su hermano) se encontraba ahora mismo preparando un biberón.

¿Cómo lo sabía?

Ese horrible olor.

Desde la comodidad de su cama, John Watson se preguntó seriamente si la charla del día anterior había sido siquiera escuchada.

Sherlock estuvo hablando por horas con Balloon—John sobre la importancia de la alimentación en los niños pequeños, haciendo especial hincapié en que su madre solía preparar una especie de leche casera que, desde su punto de vista, sería ideal para la pequeña Watson.

Evidentemente, John se saltó la mitad del monólogo y llegó justo a tiempo para cuando el moreno se giró a verlo mientras la preguntaba salía de sus labios.

—Entonces, ¿estás de acuerdo?

El doctor no sabía ni lo que estaba pasando, pero pensando en que sería otra de esas preguntas donde el otro realmente no toma en cuenta (ni por un maldito segundo) su opinión, aceptó fervientemente.

Horas más tarde comprendió lo que hacía, luego de que dejara a Rosie en su cuna y el olor a putrefacción (aunque quizá estuviece exagerando un poco) llegó a sus fosas nasales lo entendió.

Sherlock Holmes realmente estaba preparando un brebaje para su pequeña.

No se atrevió a molestarlo, y en cuanto sus ojos hicieron contacto Sherlock le advirtió que, bajo ninguna circunstancia, debía apagar el fuego sin su consentimiento.

Watson ni se molestó en acercarse de nuevo, y se fue directo a su cuarto, a, al menos eso quería, pasar la noche durmiendo con su niña.

Estuvo a punto de lograrlo, cuando la revelación le golpeó tan fuerte que inclusive dejó de respirar por unos minutos.

Los últimos meses pasaron a cámara lenta ante sus ojos y gimió para si mismo percibiendo señales tan repentinamente que sintió que se mareaba.

En segundo plano, se cuestionó si era de ese modo en que Sherlocl vivía el día a día, y sintió algo de pena por ello.

Poco le duró el malestar, porque en cuanto su cerebro comenzó a conectar los hechos y darles forma coherente la satisfacción fue demasiada.

Entendió entonces por qué el detective dedicaba su vida a ello.

Pero más importante, descubrió un hecho que le dejó más desconcertado que cualquier otra cosa en los últimos años.

Sherlock Soy-Demasiado-Bueno-Como-Para-Necesitar-A-Alguien-Más-Que-A-Mí-Mismo Holmes estaba, sorprendentemente, cuidando a alguien más.

Y no era a John Watson.

Como hemos dicho ya, John no es estúpido, así que es plenamente consciente de que puede poner su vida en manos de Sherlock. Lo han vivido ya. Por su seguridad, lo abandonó por años (hecho que le recriminaría hasta su verdadera muerte, pero de nuevo, ese es otro tema) y regresó cuando consideró que era seguro para ambos.

Sin embargo, salvo por pocas muestras, Watson sabía igualmente que Sherlock difícilmente dejaría morir a alguien.

La cuestión no era le hecho de que Sherlock no pudiese preocuparse sinceramente por la seguridad de alguien (que lo hacía) sin embargo, el verdadero detalle...

Sherlock Holmes era incapaz de cuidarse a sí mismo.

Y qué decir de cualquier otro ser humano.

O animal.

O lo que sea que fuera.

Si él hubiese sido un erizo al cuidado del detective está 100% seguro de que había muerto ni bien terminado el primer mes con él.

En resumen.

Cuidar no se le daba bien. Punto.

Y, aún así, Sherlock Holmes se desvivía cuidando a la pequeña Rosemund Watson.

No, no era estúpido, pero vaya que esa noche se sintió como uno.

Porque desde el primer día en que Rosie y él llegaron a casa, Sherlock hacía lo que podía por ayudarle.

¡Inclusive le cambiaba los pañales!

Habilidad que, cabe aclarar, nadie más que el doctor le conocía.

No se atrevió a preguntarle cuándo o dónde aprendió a hacerlo.

Sherlock actúaba como todo un padre, y uno bastante celoso, debe agregar.

Sabía, por boca del propio Mycroft, que él no tenía una buena relación con los niños.

Pero Lestrade era otra historia.

Amaba pasar tiempo con la niña.

Y Sherlock odiaba cada minuto que pasaba lejos de ella.

Fuera un caso o no, el detective procuraba dejar siempre alguna cámara.

¡Inclusive le sacó al mayor de los hermanos un dron! ¡Un maldito dron del gobierno para vigilar a una niña!

El gesto le pareció adecuado en el momento, pero entre más lo pensaba Watson caía en cuenta.

Y le causaba una gracia indescriptible.

Sherlock Holmes, el hombre peleado con la idea de la reproducción...

Había adoptado a Rosie Watson como su cría.

Por supuesto, John no era un hombre estúpido, pero quizá era algo demasiado inocente.

Le tomaría días más exponer su descubrimiento ante el moreno, solo para descubrir que sí, Rosie era, oficialmente, la cría de Holmes.

—Por supuesto que la veo como mi hija, John. Sería imposible no verla de ese modo...

El doctor ha alzado la ceja ante esto. Da un sorbo a su té mientras el otro juega con Rosie en su regazo.

—Es como una pequeña versión de ti—menciona en un susurro el otro, sonriéndole a la niña.

John niega para sí mismo. ¿Qué puede responder a eso? Incluso si respondiera... No cree estar preparado para la respuesta.

Cuando esté verdaderamente listo para lo que viene, lo que sea que vaya a darse entre el detective y él, se promete a sí mismo será él quien dé el primer paso.
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