Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Entre Colmillos de León y Cuernos de Carnero por DanyNeko

[Reviews - 1]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Los seis chicos, junto con Oikuto, pasaron algún tiempo en las piscinas termales. Kenta, Madoka y Benkei -este último en menor medida- preguntaban algunas cosas sobre la aldea o la infancia de los dos chicos residentes, aunque era Hyoma quien contestaba en su mayoría, Ginga también agregaba algunos comentarios.
El pelirrojo se sentía mejor en cuanto a su temperatura, pero ahora el cansancio lo estaba abordando con fuerza.

Kyouya solo se relajaba contra la orilla de la pileta, con los ojos cerrados, aunque de vez en cuando le dedicaba miradas a Ginga. Hyoma se dio cuenta de esto después de un rato y frunció el ceño, hasta que se le ocurrió algo.

—Creo que deberíamos salir de aquí pronto, todos necesitamos descansar ¿no? —comentó con cierta gracia, mirando a su amigo de la infancia justo cuando este soltó un bostezo. Hyoma no pudo evitar una risilla y le ofreció la mano al oji-ambar.

Ginga lo miró curioso pero, para molestia de Kyouya, tomó la mano del albino sin dudar y dejó que este lo sacara del agua tibia. El pelirrojo tembló un poco, pero admitió que ya no sentía bruscos los cambios de temperatura.

— ¿Qué pasa? —consultó Madoka, quien estaba bastante entretenida en acariciar a Oikuto.

—No es nada, solo lo ayudaré con su cabello —explicó el de ojos cerúleos.

Los cuatro citadinos vieron como Hyoma llevaba a Ginga frente a una pared a un lado de las piscinas, donde había una serie de tuberías, posiblemente regaderas; abrió un cajón para sacar una botella de color verde claro, mientras Ginga tiró de una cadena que colgaba de la tubería para dejar caer un poco más de agua sobre sí, más concretamente sobre su cabello.
Hyoma vertió un poco del líquido contenido en la botella sobre sus manos mientras Ginga se sentaba en un banquillo que había por ahí, el albino se hincó en una rodilla tras él y empezó a pasear sus manos por el cabello rojo, haciendo espuma con rapidez.

—Esos dos… son muy cercanos ¿no les parece? —murmuró Benkei. Kyouya gruñó internamente ante el atinado comentario.

Kenta asintió —Sí, bastante.

—Han estado juntos desde que eran bebés —‘explicó’ Oikuto distraídamente, víctima de las caricias de la mecánica —después de su padre, Hyoma es quien más ha estado con Ginga —Madoka soltó un murmullo contemplativo.

—Yo… no tengo hermanos pero —empezó la castaña, titubeando —me figuro que así es como cuida un chico de su hermano pequeño, cuando tienen una buena relación ¿no? —ella no pudo evitar sonreír al a Hyoma lavar cuidadosamente el cabello del pelirrojo.

Kyouya relajó los hombros ante el paralelismo de hermandad que propuso la mecánica. No sabía si Hyoma lo veía de esa manera, pero esperaba que Ginga sí… se aseguraría de preguntárselo después, cuando estuvieran solos.
A pesar de estar inconforme con la forma en que el borrego estaba tocando a su Ginga, Kyouya fue capaz de distinguir un sonido muy sutil. Al principio no lo captó bien, porque Benkei y Kenta estaban hablando, pero pronto entendió que era un tarareo y que, de hecho, provenía de Ginga; así que chistó a los demás para que se callaran y pudiera escuchar mejor.

Kenta, Madoka y Benkei lo miraron con extrañeza, pero cuando Hyoma se unió al tarareo de Ginga todos pudieron escucharlo y se los quedaron mirando.

En el jardín hay algo
Que te está esperando
Tal cual lo dejaste
Bocabajo quedó

La cola de Oikuto empezó a moverse de lado a lado con fuerza cuando Hyoma empezó a cantar en voz baja, siguiendo el tarareó de Ginga. Dos de los bladers y la mecánica los escucharon atentos y curiosos, pero a Kyouya le molestó que la voz del pelo de oveja opacara la de Ginga.

Eso se esfumó de golpe cuando fue Ginga quien siguió la canción.

Y cuando lo encuentres
Se habrá descolorado
Más claro es el reverso
Si lo haces girar

Tategami se sintió tentado a cerrar los ojos y dejarse llevar por el fragmento de canción que su compañero había entonado.
Era lindo oír a Ginga cantar.

Todo está, tal cual lo dejaste
Todo está, siempre cambiando
Ligeramente, de día y de noche
Un poco más, pero todo está…

Fue bonito, de hecho, que los dos entonaran juntos… hasta que Ginga soltó un bostezo.

Hyoma se rio —anda, aclárate el pelo para que podamos irnos —apresuró, levantándose.

El menor asintió y tiró de la cadena para que el agua cayera nuevamente, se aclaró el pelo y Hyoma se lavó las manos para luego buscar una toalla que el pelirrojo pudiera usar para secarse el cabello.

—Bueno ¿nos vamos? —ofreció Hyoma con su habitual sonrisa.

Todos afirmaron y se regresaron a la zona de lokers a secarse y vestirse. Disimuladamente, Kyouya volvió a colocar su abrigo sobre el pelirrojo, solo por si acaso. Ginga se ruborizó pero se acurrucó en la prenda, feliz de estar rodeado por el aroma de su dueño.

Una vez fuera de las termas, Hyoma y Ginga los condujeron hasta la casa del pelirrojo, quien por poco no se quedaba dormido en el trayecto.

—Si quieres ven a dormir conmigo, así todos tus amigos pueden acomodarse en tu casa —ofreció el albino.

Ginga ni siquiera lo consideró —lo siento Hyoma, realmente quiero dormir en mi casa —se disculpó con su dulce sonrisa —pero si le dejas la habitación de invitados a Madoka, yo puedo acomodar a los chicos conmigo.

El albino no ocultó su mohín ante esa respuesta, pero respetó la decisión de su mejor amigo —de acuerdo —el pequeño grupo se detuvo frente a una bonita casa. Estaba pintada de color hueso, tres escalinatas de piedra conducían a la puerta que tenía dos ventanas a cada lado, el tejado triangular era verde y dejaba ver el escape de una chimenea.

Ginga suspiró con nostalgia.

—Bueno, supongo que los veré después —se despidió Hyoma —vamos Oikuto —el perrito saltó de los brazos de Madoka -quien lo había cargado todo el trayecto- para irse con el niño mayor, lo cual valió un sonido de queja por parte de la mecánica —Madoka, puedes venir con nosotros, tengo una habitación extra para ti. Todos no caben en casa de Gin —ofreció amablemente.

—Oh, bueno, pues —Madoka se miró, dudosa, con Kenta y Ginga, pero el pelirrojo asintió —muchas gracias por la oferta —y se encaminó tras el par, hacia la derecha, a una casa similar pero de tejado rojo que estaba a varios metros de la casa de Ginga.

Mientras, el oji-ámbar subió los pequeños escalones hasta su puerta, tomó aire y la abrió —Adelante, chicos.

Kenta, Benkei y Kyouya se adentraron en la casa, mirando todo con curiosidad, mientras Ginga abría las ventanas para que el aire circulara. Todo se veía en buen estado, a pesar de que el pelirrojo llevaba tiempo fuera; Ginga sabía que Hyoma seguramente venía de vez  en cuando para mantener bien el sitio e hizo una nota mental de agradecérselo más tarde.

—Es una casa muy bonita, Ginga —aduló Kenta, de pie a su lado, mientras se frotaba un ojo con cansancio.

Ginga le colocó una mano sobre el pelo verde del niño —gracias amigo —soltó un suspiró y luego se encaminó por un pasillo, pasando de la cocina y el comedor —vengan por aquí —se acercó a una de las tres puertas que habían en la parte posterior de la casa y la abrió, revelando una habitación con dos camas —adelante, Kenta y Benkei. Siéntanse como en casa —ofreció.

Cansados como estaban, los dos chicos se fueron directo a la cama —que descansen todos —deseó Kenta, antes de caer rendido.

Benkei, luchando contra el sueño que lo embargó rápidamente, le dirigió una mirada a su líder antes de murmurar su nombre — ¿Kyouya?

El peliverde lo miró, y luego a Ginga, entendiendo lo que preguntaba —no te preocupes, la otra habitación también tiene mucho espacio —se apresuró Ginga, tratando de que el nerviosismo no se le filtrara por la voz y quitándose la toalla -que aún llevaba en el pelo- para evitar contacto visual —bueno, muero de sueño. Descansen bien —y dicho eso, salió de la habitación.

Kyouya simplemente le dedicó a Benkei un encogimiento de hombros y un movimiento de mano antes de ir tras su pelirrojo, cerrando la puerta de la habitación. El blader de Bull cayó dormido a los poco momentos.

Todos estaban realmente agotados después de su travesía por la montaña y de pasar la noche en vela por rencontrarse con Ginga.

Kyouya alcanzó al de ojos dorados cuando este estaba entrando en otra habitación y no pudo evitar una sonrisa ladina cuando se percató de que en esta había una sola cama -de doble plaza- en lugar de dos.

Ginga deslizó una mano por las sábanas bien tendidas del lecho antes de dirigirse a la ventana y entreabrirla lo suficiente como para colgar la toalla, estremeciéndose muy sutilmente ante la brisa que se coló. La aguda vista de Kyouya no lo pasó por alto, así que el peliverde se encaminó detrás del lugareño y pasó el brazo izquierdo alrededor de su cintura para atraerlo de un tirón contra su cuerpo; Ginga solo dejó escapar un pequeño quejido de sorpresa mientras la mano derecha de Tategami empezaba a frotar a lo largo de su brazo derecho. La tela del guante sin dedos dando calor a su piel blanca.

—Kyouya —Ginga tarareó suavemente, dejando caer su cabeza contra el hombro de su rival, con una suave sonrisa en sus labios y los ojos cerrados en plena confianza.

Este movimiento dejó expuesto su cuello en un arco tentador que, a los colmillos de Kyouya, fue imposible resistirse. Ginga tuvo que morderse los labios para poder contener el jadeo que quiso escapar de su garganta al sentir como los dientes del oji-azul marcaban el lugar entre su cuello y hombro izquierdo, provocando un corrientazo de electricidad placentero que le hizo pegar un bote y erizó cada parte de su piel.

En especial los dos puntos que más le provocaban  escalofríos eran los caninos, presionando justo sobre su pulso acelerado. Tembló irremediablemente, sintiendo las uñas de la mano izquierda ajena clavarse sutilmente en su cintura, por sobre la tela.

 

Kyouya se sintió capaz de perder la cabeza en ese momento.

El olor a manzana verde que emanaba el pelo de Ginga inundaba su nariz con fuerza, bloqueando cualquier otro aroma; el sabor de su piel, aún húmeda, presa bajo sus dientes, y el pulso constante de su sangre corriendo directamente bajo sus colmillos era una combinación arrolladora que lo orillaba a perderse en sus más bajos impulsos e instintos.

 

Quería tan mal empujar a Ginga en la cama, arrinconarlo bajo su cuerpo y proceder a morder, lamer y besar cada parte de su piel. Había tantas cosas que deseaba hacer que ni él mismo era consciente de todas las ideas que se aglomeraban en su cabeza.

 

—Estás frío de nuevo, aunque solo caminamos unos minutos hasta aquí —fue capaz de decir el peliverde, cuando el silencio empezó a ser irritante. Pasó luego su lengua por sus labios, relamiéndose el gusto que había dejado su mordida.

 

Ginga no supo qué contestar a eso. Se acurrucó más contra el cuerpo a sus espaldas —en cambio tú… estás tan cálido —suspiró suavemente, cabeceando contra el hombro ajeno.

 

—Estás a punto de caerte de sueño —bufó Kyouya —anda, métete en la cama —mandó, soltándolo lentamente de su posesivo agarre.

 

Ginga se dio la vuelta para sonreírle y colocar un fugaz beso en su mejilla, luego se dirigió a un armario de madera, empotrado en una de las paredes y deslizó un cajón para sacar de allí un edredón verde con blanco, que simulaba un bosque en pleno invierno. Lo sacudió y extendió sobre la cama, recogiéndolo hasta la mitad para dejar a la vista los dos de almohadones blancos y un par de cojines extra.

 

Ginga le dedicó un gesto a su compañero, como diciéndole que se acomodara, para luego retirar sus cinturones, guantes y el abrigo verde, pues su bufanda ya había sido abandonada en algún lugar de la sala, nada más llegar.

Kyouya sonrió de lado mientras removía sus propios guantes y cinturones, además de su cadena plateada; esperó a tener los ojos ámbar sobre sí para tomar el cuello de su playera y tirar de esta, hasta sacársela por el cuello.

 

Confundido, y con un sutil rubor naciendo en sus mejillas, Ginga parpadeó un par de veces hacia él, inmóvil bajo la penetrante mirada zafiro que parecía clavarlo en su lugar.

El mayor abrió lentamente su cinturón y dejó la cintura de sus pantalones caer flojamente a la altura de sus caderas, al límite de la decencia.

 

Ginga no era consciente del calor que crecía en su rostro, aun así desvió la mirada y acabó por retirarse la pequeña chamarra azul antes de sentarse en la cama, en pantalón y playera.

Kyouya fue rápidamente a su encuentro, desde el otro lado de la cama. Apoyó ambas manos, luego una rodilla y finalmente se dirigió a gatas hacia el otro cuerpo, tal como un depredador.

 

El pelirrojo, instintivamente, se fue recostando a medida que su compañero avanzaba hacia su cuerpo, todo tan lentamente, cuidadosamente calculado, saturando el aire de ansias y expectativas.

 

Tategami lo tomó del mentón de un movimiento, presionó la uña de su dedo pulgar contra la piel sutilmente dorada de Ginga, raspando ligeramente la piel hasta que obtuvo un tono enrojecido y Ginga entreabrió los labios. Entonces se abalanzó contra esos labios rosados que le pertenecían y lo llamaban a gritos para que los probara, y eso hizo.

Los mordisqueó y los lamió, bebió de ellos con deleite incomparable.

 

Lentamente dejó el peso de su cuerpo apoyarse en sus rodillas y, parcialmente, en el cuerpo de Ginga, permitiendo que su calor abrigara al frío pelirrojo. Cuando tuvo su otra mano libre, la misma hizo su camino por un costado del estilizado cuerpo bajo él; sus uñas se arrastraron lentamente, a través de piel y tela por igual, hasta que dio con el borde del cuello, entonces siguió subiendo, apreciando la piel erizada de su cuello y su nuca, hasta que dio con el cabello rojo fuego.

 

De un movimiento agresivo, que tomó a Ginga por sorpresa, Kyouya hizo puño la mano en su pelo, aferrando un puñado de sus cabellos, y tiró hacia abajo, no lo suficientemente brusco para hacerle doler la cabeza pero sí para lanzar su cabeza hacia atrás, presentando su garganta al joven león.

 

— ¿Kyouya? —susurró suavemente mientras el mayor se relamía los labios, antes de lanzarse contra la fina columna de carne. Ginga jadeó ligeramente al sentir las succiones que la boca ajena plantó a lo largo de su garganta; la otra mano de Kyouya había abandonado su mentón en favor de internarse dentro de la playera salmón para poder sentir la suave piel tersa del oji-dorado.

 

Una vez Kyouya terminó su recorrido en la mandíbula ajena, bajó de regreso al nacimiento de su cuello y volvió a clavar allí sus colmillos, justo en la misma marca que había hecho minutos antes. Ginga se estremeció y esta vez un gemido acarició los oídos del peliverde.

 

—Parece que a alguien le gusta ser mordido —mencionó en su oreja, su aliento haciéndole cosquillas a Ginga antes de que su lengua jugueteara con el lóbulo. El pelirrojo se sonrojó, avergonzado, y sintiendo cuatro uñas raspar su cintura— ¿Eh, Ginga? ¿Te gusta que te marque de esta manera? —cuando no recibió una respuesta que no fuera un quejido avergonzado, Kyouya volvió a morderlo en el cuello —respóndeme.

 

—Y-yo, ahh —balbuceó el oji-dorado unos segundos, antes de rendirse ante sus compañero —puede… que me guste un poco, ah… se-sentir tus colmillos —logró decir, cerrando los ojos cuando sintió la sangre quemar sus mejillas.

 

Kyouya se rio suavemente ante esa respuesta y decidió recompensarlo con un camino ascendente de suaves mordidas a lo largo de su cuello, que terminó en el lóbulo de su oreja, el cual mordió con un poco más de fuerza. Ginga se quejó ligeramente, pero sin poder apartarse, aún con la cabeza inmovilizada ante el agarre del peliverde.

 

—Ginga, Ginga —ronroneó contra su oreja, en un tono ligeramente más ronco —estoy molesto contigo ¿sabes? —Kyouya chasqueó la lengua cuando el aludido simplemente se mordió los labios y no lo miró, así que tiró de su cabello un poco más abajo y lo miró desde arriba — ¿tienes idea de por qué estoy molesto?

 

Ginga reprimió el impulso de agachar la cabeza y no tuvo otro remedio que mirar fijamente a los electrizantes ojos azules que parecían arder a pocos centímetros de los suyos —po-porque me fui… sin decirle a nadie —contestó el pelirrojo.

 

—Porque te escabulliste de mí, sin decirme nada —aclaró Tategami, su tono cada vez más oscuro —fuiste muy hábil para salirte sin despertarme, te concedo eso. Pero no estoy nada contento, Ginga.

 

—Lo sé —las cejas del pelirrojo se arquearon hacia abajo y sus ojos cayeron también ante el reclamo de su querido león. Sabía a lo que se arriesgaba cuando tomó su decisión hace un par de días, pero tenía que hacerlo y ahora, afrontaría las consecuencias —lo siento, no quise preocuparte ni molestarte.

 

Kyouya gruñó — ¿oh? ¿Y cómo esperabas que fuera a reaccionar cuando despertara, sólo, donde Madoka y con una carta de despedida para tus amigos? —esta vez clavó sus uñas en la cintura de Ginga, viendo la ligera mueca en sus labios aún rojizos — ¿simplemente ibas a desaparecer?

 

Los ojos dorados se abrieron ante el reclamo — ¿Qué? ¡No! —renegó de inmediato, volviendo a buscar los furiosos ojos azules con cierta desesperación —pensaba regresar apenas terminara de buscar lo que necesitaba aquí en Koma. Debes saberlo Kyouya, no importa dónde vaya, siempre volveré a ti —expresó decidido.

 

Las mejillas del peli-verde se sonrojaron ligeramente ante esta afirmación, sin embargo, volvió a gruñirle — ¿Cómo podría saberlo? Apareciste un día, de la nada, y pusiste de cabeza mi vida, y la de tus amigos —a la corta distancia que estaban, Ginga fue capaz de apreciar la tensión en la mandíbula de Kyouya, casi podría afirmar que temblaba —en cualquier momento podrías irte y hacer lo mismo en otra ciudad —casi escupió ese último comentario, asqueado hasta la médula con la simple idea de Ginga, cautivando a otro poderoso blader, como lo había hecho con él.

 

El pelirrojo pudo ver el dolor y la incertidumbre en los hermosos ojos zafiro de su felino, y decidió que tenía que hacer algo al respecto. Sus manos, que hasta entonces habían estado apretando y soltando la ropa de cama, subieron a tomar cariñosamente el atractivo rostro de ​Kyouya; sus pulgares acariciaron sutilmente las cicatrices y, cuando notó que el agarre en su cabello se aflojaba, subió su cabeza para poder besar  profundamente a su querido rey de las bestias.

 

Los ojos azules casi parecía que saldrían de sus cuencas ante el inesperado beso. Una parte de él, la que seguía molesta, reclamó si acaso Ginga planeaba zafarse con simples mimos y atenciones; otra parte, más instintiva y emocional, estaba más que complacida con la afirmación previa y la boca del pelirrojo, reconociendo que su lugar estaba a su lado.

 

Kyouya no pudo no jadear cuando sintió la lengua de Ginga trazar sus labios, casi tímidamente, como si pudiera que por favor le diera acceso.

Su cuerpo actuó por él, y separó los labios, a la espera de lo que su hermoso cabello alado haría a continuación.

 

El pelirrojo, una vez se le concedió el paso, deslizó su lengua tímidamente dentro de la boca ajena. Trazó sus labios y rozó la punta de sus colmillos antes de encontrarse con su compañera. Las juntó gentilmente y retrocedió, dos, tres y cuatro veces, hasta que fue capaz de guiarla al interior de su propia boca.

Ginga sabía cuánto disfrutaba Kyouya de dominarlo en un beso rudo y dejarlo sin aliento, y aunque probablemente no lo dijera en voz alta, a él también le  fascinaba, a eso precisamente lo estaba invitando.

 

Kyouya gruñó, cuando se dio cuenta de que había cedido. Se separó un momento para tomar aire y disfrutó del rostro confundido de Ginga cuando, a pesar de separar un poco sus bocas, no dejó que sus lenguas hicieran lo mismo.

Fue gratificante ver como el sonrojo se acumulaba en las mejillas del oji-dorado a medida que sus lenguas danzaban fuera de sus labios. Cuando el menor estuvo distraído, Kyouya presionó y chupó su labio inferior, raspándolo con sus colmillos antes de volver a invadir la boca de Ginga.

 

Cuando finalmente se pararon a respirar correctamente, viendo como el otro jadeaba por aire, Ginga habló —Kyouya, he estado en varios pueblos y ciudades antes de llegar a BeyCity*, y he enfrentado a muchos bladers —empezó el pelirrojo —y seguiré haciéndolo, yendo a más lugares y conociendo más personas, porque necesito ser más fuerte para derrotar a L Drago y Dark Nebula —Kyouya resopló, y estuvo a punto de inclinarse para callarlo con más besos, pero Ginga se adelantó —sin embargo quiero que sepas esto. Nunca antes hubo un lugar donde me quedara tanto tiempo, ni mucho menos una persona como tú, que me hiciera querer quedarme —confesó, sincero —y no los habrá. Me iré un día Kyouya, pero siempre pensaré en ti y volveré a ti… porque quiero estar contigo.

 

En los ojos dorados, no había nada más que honestidad. Kyouya lo sabía, atrapado como estaba en la mirada ámbar de su compañero y rival.

 

"Mío" rugió algo dentro de él. Sus manos se aferraron a la cintura de Ginga en cuestión de segundos, para tirar del pelirrojo y que ambos cuerpos estuvieran lo más cerca posible.

"Ginga es mío" volvió a rugir, más fuerte, cuando las manos del lugareño se deslizaron desde su rostro, por su cuello y hombros, hasta afianzarse en su espalda desnuda, correspondiendo al desesperado abrazo.

 

Se sintió tan bien, los dedos de Ginga corriendo por su piel expuesta, que Kyouya tembló de gusto, deseando más. Más caricias, más de piel con piel, más besos y mordidas.

 

"Más. Mío" realmente era una parte muy primaria de él la que estaba gritando todo aquello, la misma que le hacía presionar su cuerpo contra el más pequeño, deseando que su calor y olor se mezclaran.

 

— ¿Lo entiendes Kyouya? —volvió a decir Ginga, en tono más suave, aferrado al abrazo de su compañero —esta es mi promesa para ti… siempre volveré a ti —repitió dulcemente, hociqueando su rostro contra el cuello del moreno.

 

Kyouya solo asintió, inclinando su cabeza para acercar su nariz a los mechones rojos e inhalar profundamente el dulce aroma a manzanas verdes —mío —ronroneó, sin darse cuenta de que esta vez lo decía en voz alta.

 

Ginga se tensó al oírlo, pero simplemente asintió, acariciando la espalda ajena con sus dedos y dejando que el valor de Kyouya lo reconfortara.

El pelirrojo lo entendía, Kyouya también lo quería a su lado. No era un reclamo egoísta y posesivo sobre su persona, era un reclamo a su compañía.

 

Ahora, ambos sabían que tenían un lugar al cual pertenecer.

Uno al lado del otro.

 

Juntos para descubrir lo que era querer y quizás amar a otra persona.

Juntos para avivar mutuamente sus espíritus Bey.

Juntos para hacerse mejores personas y Balders más fuertes.

Juntos para hacer su propio camino en el mundo.

 

 

 

 

Notas finales:

*No estoy segura de que así se llame la ciudad donde viven Madoka, Kenta, Kyouya y Benkei… pero o me suena o lo he leído antes en otros fics. Intenté buscarlo en internet pero en ninguna parte me dicen el nombre de la ciudad :'v

Pd: si alguien se quedó con las ganas de ver a Kyouya molesto y nalgueando a Ginga..  solo esperé de al sgt capítulo ;) con un poco de suerte, tardará menos que esté.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).