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El despertar de la primavera por ItaDei_SasuNaru fan

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Notas del capitulo:

 

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V.

 

Madara e Izuna están creando el infierno sobre la tierra. Quieren tu cabeza. No muevas un músculo hasta que yo te diga.

Kushina lo iba a matar de verdad. Arrugó el pequeño mensaje entre sus manos.

—Tus primos ya saben dónde estás —dijo Minato suavemente, con la cabeza de Fugaku sobre su regazo mientras éste leía un libro.

—Ahí va el próximo siglo.

—¿Siglo de qué?

—De salir al mundo —comentó Fugaku sin nada de humor, pasando la página—. Si se ponen nerviosos cada vez que salgo, no me imagino cómo estarán ahora.

—Deben estar muy preocupados.

—Muchísimo —fue la aclaración—. Entiendo que lo hacen porque me quieren, pero siempre pensé que eran irrazonables, paranoicos. Como si solo por salir de la casa una década por aquí o por allá, terminaría secuestrado o algo así.

Realmente todo lo que Fugaku tocaba se hacía primavera, porque su fachada irónica de inocencia, junto con su sonrisa engreída, hizo que las mejillas de Minato florecieran como rosas. Disimuló su culpabilidad peinando el cabello del otro y rascando perezosamente un costado de su garganta.

—Lamento causarle a tu familia tanta angustia.

—No, está bien —replicó Fugaku, dejando su libro y mirando a Minato con ojos sagaces pero compasivos—. Te sientes muy solo, ¿verdad?

Minato se detuvo en seco. No podía responder eso porque sabía que no podría decir nada que tuviese sentido. No, no me he sentido solo por mucho tiempo. He estado solo, pero puedes estar solo sin sentirse solitario. Y lo sé, porque esa ha sido mi vida, pero de repente fui dolorosamente consciente de que sí, de que era ambas cosas, porque apareciste, estando allí y no conmigo, así que, sí, estaba solo y me sentía solitario, pero ahora ya no es así porque estás recostado sobre mí, dejando que te toque y te acaricie, por lo que ya todo está bien. Todo va a estar bien mientras te tenga aquí.

—Sí —confesó por último, con un poco de pena.

—Eres inepto para estas cosas, ¿lo sabías? —dijo Fugaku en voz baja, con algo que se parecía al cariño. Minato se perdía un poco más en él cuando hablaba como si correspondiera su amor—. Hasta yo sé que se puede invitar a alguien a caminar o acompañarte a una fiesta o a…

—¿Mover las campanillas de mi jardín?

—Sí, cosas que no requieren de rapto.

En cierto modo, tenía sentido cuando lo explicaba así.

—Tal vez estaba un poco apresurado —murmuró el dios, cediendo no más de un centímetro.

—Tal vez.

Decidiendo terminar la conversación allí, el silencio llenó la habitación rápidamente y Minato hizo que la luz de las velas se atenuara hasta quedar en penumbras. Fugaku se movió a un margen de la cama, por lo que él tomó el permiso implícito de ese gesto y se acomodó a su lado.

La respiración del otro se acompasó en pocos minutos, dejando a Minato contento con observar las esquinas al final de sus labios y las ligeras marcas de edad alrededor de sus ojos, revelando el auténtico alcance de los años de su vida.

Fugaku estaba agotado de sus exploraciones y Minato estaba rendido de trabajo. Colocó una sábana sobre ambos y continuó estudiándolo con aprecio, desde las líneas de su cuello hasta el pecho que descubría su túnica echa a un lado. Le acarició la sien y quiso besarlo, pero se contuvo. En cambio, se permitió tomar uno de los brazos de Fugaku y colocarlo sobre su cintura, acercándose un poco más a él para absorber su calor. Todo en aquella escena fue un pequeño milagro que duró hasta el amanecer.

 

 

 

---

 

 

 

Cuando Minato despertó, se encontró en una posición que no había adoptado nunca. Sumergido en cálidas mantas y la bruma del sueño, se dio cuenta que tenía apoyado el rostro contra el pecho de Fugaku, recogido debajo de su barbilla. El brazo de Fugaku lo sostenía contra su cuerpo, manteniéndolo perfectamente alineado junto a toda su longitud, con una mano apoyada con seguridad en la parte baja de su espalda. La otra mano de Fugaku apretaba la de Minato por encima su pecho. Su presencia era firme y relajada sobre la cama y Minato estaba curvado hacia él, rodeándolo como el océano que se extiende sobre la costa que va hacia la montaña.

Definitivamente esa era una mañana como ninguna otra. Tal vez, solo tal vez, podrían ser así todas las mañanas en el futuro.

Fugaku no se despertó aun cuando Minato se desenredó de él, tratando de hacer un mínimo de ruido y guardando el calor bajo las sábanas.

El dios de la muerte se paró a un lado de la cama y se estiró como un gato, sacudiéndose el sueño.

Decidido a buscar algo para el desayuno y empezar las labores del día, no sin antes lanzar una mirada enamorada al dios dormido sobre la cama, Minato realmente creyó que las cosas solo podían mejorar.

 

 

 

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La aparición de Kushina a las puertas del Inframundo hizo que el alma se le viniera a los pies.

Sarutobi podía viajar con facilidad entre cada reino debido a la gravedad concedida a su presencia física por el mismo paraíso, pero era algo muy diferente que otro dios intentara descender hasta el abismo.

—Abre. Las puertas —dijo Kushina, forzando cada palabra a través del castañeo de sus dientes.

La diosa del amor traía nieve derretida en sus hombros, un poco de hierba muerta en su túnica y hasta hielo en sus sandalias. Estaba temblando mucho y había un tinte azulado en sus labios. Minato se agitó al nomás verla, pero pronto recordó que un dios no podía morir de hipotermia.

Por lo que esperó.

—¿Qué necesitas?

—T-tú. Necesitas… devolverlo.

No fueron necesarias las aclaraciones.

Con su preocupación extinguida por entero, Minato se cruzó de brazos y se irguió en grandilocuencia, ponderando a la diosa detrás de las barras.

—No.

—No seas. N-n-necio, Minato —resopló Kushina, abrazándose y estremeciéndose de frío.

—¿Desde cuándo eres fiel al dios de la cosecha?

—No me ha mandado n-nadie, estoy aquí por mi cuenta.

—Me dijiste que podía tenerlo —espetó el otro, yendo al punto—. Me diste una luz de esperanza y la tomé.

—Fue una equivocación. No-n… No se trata de aplacar a su familia. Las consecuencias fueron… mucho más terribles de lo que imaginé.

—No es mi problema.

—¡Lo es! —insistió ella, con toda la furia que podía manifestar—. No m-me mientas. El número de muertos comenzó a ascender conforme los días. La tierra está… muerta, el sol no se ve en el cielo y el frío es… insoportable.

Minato la odió por tener razón.

Incluso a la entrada del Inframundo, se podía sentir la ventisca helada que entraba desde el exterior, arrebatando la humedad del aire y condensando su aliento.

Kushina se acercó más a las rejas, con los ojos oscuros y serios.

—Dicen que van doce mil personas ya, solo de frío. Pero probablemente y-ya lo sabías. ¿Qué pasará cuando la comida se agote y todos mueran de hambre o congelados? ¿O ambos?

—Si esta es la forma de Sarutobi para convencerme de que haga doble trabajo, dile que le alegrará saber que ya tengo todo en marcha —respondió Minato, tratando de mantenerse firme—. Este lugar se expande mientras hablamos.

—Esto no es sobre ti —gruñó ella—. Mira… Entiendo tu posición. No hay nadie menos codicioso que tú. N-nunca has pedido nada de mí ni de nadie. Y me apena pedirte esto pero… todos tenemos que hacer sacrificios por el bien común.

—¡¿Bien común?! —rugió él, echando el autocontrol al río—. ¡Qué magnánimas son tus palabras! ¿Crees que me puedes hacer sentir culpable?

—¡Sé que tienes derecho hacer feliz, nadie lo niega!

—¡Tú no lo entiendes! ¡Él es todo, Kushina, y me refiero a todo! —exclamó, escogiendo con cuidado lo que diría—. No hay nadie como él. No he amado nada antes que a él. Si me lo quitas…

—Y-yo no quiero quitártelo —replicó Kushina con tristeza y severidad—. Pero si él no regresa, la vida mortal en la tierra terminará y nos quedaremos sin ofrendas. Los dioses… vivimos de la fe de los hombres.

—Yo no soy como ustedes.

—¿Y él, Minato? ¿Q-qué pasará con él? ¿Correrías el riesgo?

—Le daré de mi vida.

—Bien, supongamos que funciona. Escucha esto: si él no regresa pronto, los otros dioses traerán la guerra a tus puertas.

—Podrán morir intentándolo.

—¿Y acaso alguno de nosotros, o de los humanos merece esto? P-por favor, sé razonable. ¿No fue por eso que luchaste hace tanto tiempo? ¿Para que hubiera vida y paz?

Minato guardó silencio y trató de comprender lo que la diosa había dicho. Ante su silencio, Kushina continuó con diplomática suavidad.

—Siempre te hemos admirado, ¿sabías? De todos nosotros, tú eres el que lleva la carga de la divinidad con responsabilidad. Eres amable, sabio y tra-trabajador. Un poco testarudo a veces, pero también eres el mejor guerrero que conozco. Y tal vez no lo dicen, o no lo decimos lo suficiente y por eso fallamos y te d-decepcionamos, y no te culpo. Pero eres demasiado bueno para permitir que esto continúe. Esta crueldad… no eres tú.

Ese era el verdadero punto débil del Señor del Hades; la mera posibilidad de tomar una decisión que lo convirtiese en alguien tan tiránico e inmisericorde que no podría tolerarse a sí mismo, era suficiente.

—La compasión es una debilidad.

—No, Minato. Tú lo sabes mejor que nadie. La elección es tuya y sé… sé, sin dudar, que tomarás la correcta. Sálvanos.

Kushina era la diosa del amor y con justa razón. Le hacía creer que tenía opciones, cuando la realidad era que solo había un corazón roto en una y una condena en la otra. No había forma de que fuera feliz con ninguna.

Cada palabra de su amiga lo destrozó de adentro hacia afuera, atrapándolo en una corriente salvaje de deber y obligación, arrastrándolo al fondo del mar, abandonándolo con poco aire y demasiada soledad.

Eso era todo. El dolor en su corazón. Tragó con esfuerzo y pensó en Fugaku. Cerró los ojos y pensó en el amor.

Fugaku podía perder a Madara e Izuna para siempre si lo mantenía allí. Y eso lo mataría.

—Si se va… ¿volveré a verlo?

La respuesta fue bastante clara.

—Los hermanos han exigido tu juicio, entre otras cosas. Sarutobi los convenció de que separarte de él sería un castigo más que suficiente.

En ese momento exacto, Minato agradeció el haber entrenado su rostro para ser un escudo y un arma cubierta de orgullo, permitiéndole proteger lo que quedaba de sus sentimientos.

—Pero…

—No, Minato, no lo harás.

A pesar del frío y los estremecimientos que poco se habían calmado, la cara de Kushina le transmitió su compasión.

Los hombros del dios se desplomaron y toda la lucha lo abandonó. Volteando la mirada a su reino, Minato se dio cuenta de lo pequeño que se veía él en medio de la desolación.

Parpadeando, echó la cabeza hacia atrás y retuvo las lágrimas al contemplar la bóveda.

No iba a llorar allí, ni por toda la tristeza que bullía en su interior, amenazando con hinchar su corazón y hacerlo estallar en un dolor cegador.

—¿Quién vendrá a recogerlo?

—Tsunade vendrá en unas horas. ¿Confías en que estará bien bajo su cuidado?

Minato se giró para irse, con los pies raspando el azufre del suelo en nubecillas grises y polvorientas. Asintió con la cabeza, una sola vez.

—Gracias, Minato. Te prometo que todos sabrán de tu sacrificio.

A eso, Minato soltó una risa desprovista de toda alegría. Su voz hizo eco en las paredes y, atendiendo sus emociones, la arquitectura a su alrededor se torció en algo irreconocible y amenazador. Negó la cabeza con una foránea sensación de calma y el repiqueteo de sus pasos lo siguió en el camino a casa.

 

 

 

---

 

 

 

—¿Pasó algo malo? —preguntó Fugaku al verlo.

Minato no había derramado ni una lágrima en todo el trayecto y no se iba a romper ahora, aunque podía sentir sus fuerzas flaqueando.

—Te irás esta noche.

—¿Irme? —y todo el semblante de Fugaku se tornó en uno de desconcierto—. Ha sido antes de lo que imaginé.

—¿… Sorpresa?

—Creí que habíamos acordado que podía quedarme un tiempo y que íbamos a discutirlo.

—Sí, yo… lamento no haber cumplido esa parte —dijo Minato, moderando cada palabra que salía de su boca—. Sin embargo, ya está decidido. La diosa mensajera estará aquí dentro de poco para llevarte a la superficie. Serás libre, ¿no es genial?

Fugaku lo inspeccionó con recelo.

—Será agradable recibir un poco de sol —admitió el dios, sin marcada euforia—. Me sorprende que no lo hayamos discutido.

—Lo siento.

Minato no recordaba haberse disculpado tantas veces con anterioridad, con nadie. Lo hacía temer en quién se convertiría en el futuro. Frío e insular, existiendo permanentemente en el vacío, con el despecho justo para encarnar el villano que todos habían estado esperando.

Quién sabía.

—Entonces, ¿cuándo podré volver aquí?

En ese momento, Minato necesitó sentarse en algún lugar. Trató con todas fuerzas de no caerse hecho pedazos. Fugaku, notando su aflicción, fue hasta él y lo apretó contra sí, con una mano bajo su barbilla persuadiéndolo de que lo mirara a los ojos y otra sosteniéndolo por la cintura.

—¿Qué es lo que sucede?

Minato tenía las palabras en la mente, amenazando con consumirlo por completo.

 —Quiero que sepas que prefería pasar el resto de mi inmortalidad en el abismo, que causarte sufrimiento.

—¿Qué significa eso?

—No volverás al Inframundo —salió al fin en un susurro y Minato pasó largos segundos tratando de convencerse de que no había dicho nada, pero Fugaku ya había levantado las cejas de sorpresa.

—¿Por qué?

—No puedes hacer nada al respecto.

—¿Serás como Madara e Izuna y me quitarás el derecho de decidir?

Con la dignidad por los suelos, Minato empezó a llorar en silencio. Ni siquiera podía hacer que Fugaku creyera en sí mismo.

—Minato —dijo, llamándolo con dulzura.

—Lo siento —respondió él, aguantando la respiración para tratar detener el río de lágrimas—. Solo estoy siendo ridículo.

—Dime por qué no puedo volver.

Si la verdad había funcionado una vez, lo volvería a hacer.

—Hay hambre en todo el mundo. Es terrible. Esa es la razón por la que te irás esta misma noche. La primavera puede acabar con el hambre; le dará paso a la comida, a la cosecha y a la caza. Tu familia te necesita más que nunca. El mundo te necesita.

—Con la condición de que nunca regrese.

El asentimiento le salió apresurado y monótono, medio oculto entre los pliegues de la túnica del dios de la primavera, donde Minato descansaba. Los brazos de Fugaku lo terminaron de envolver en un abrazo, moviendo los dedos lentamente por sus hombros. Besaba su cabello con ternura.

—Esto de que todos decidan por mí está acabando conmigo. Imagina que no pude diferenciarte del dios de los mares. Tengo casi la misma edad que tú y conozco muy poco del mundo. Es momento de que cometa mis propios errores, será mi decisión si quiero volver aquí y deberán respetarla.

—No podrás. Sarutobi tiene el poder para impedírtelo.

—Minato, mírame… Volveré, te lo prometo.

Abriendo los ojos y levantando su mirada para conectar con la otra, Minato se permitió apreciarlo como si fuera la primera vez y no la última. No había parado de mirarlo desde que lo tuvo consigo. Podía cerrar los ojos y continuarlo viendo, como una obra maestra que se queda grabada en la memoria, detrás de los párpados.

—Este no es lugar para ti. No hay nada aquí, nada más que fantasmas, frío y muerte. Es mejor que nunca regreses.

—No es tan malo.

Y si no era una total ironía el que Minato se hubiera dicho eso mismo tantas veces.

—No conoces ni una cuarta parte todavía.

—Puedes seguir hablando acerca de cómo nadie en su sano juicio querría vivir aquí, pero creo que estás sacando las cosas de proporción. Eres muy dramático. Tal vez me gustaría quedarme aquí, independientemente de todos los males que quieras arrojarme.

—¿Y por qué te harías eso?

—Volvería por ti.

Y enredados como estaban, con los brazos de Minato tras el cuello de Fugaku, la voz del dios primaveral era como un permanente eco en el valle de su existencia. Fugaku hablaba y Minato se oía hablar a sí mismo.

Fugaku lo besó por fin y Minato se encontró con la forma de sus labios hecha a imagen y semejanza de los otros. Cada curva y cada ángulo se superpuso y encajó contra su cuerpo.

Se iría.

Fugaku se iría. Y no era que pudiera encontrarlo nuevamente solo por el aroma de su sudor en una multitud. Era que podría oler su ausencia de ahora en adelante. El aire, en ese momento, era una explosión de perfumes y lo seguiría siendo siempre que lo buscara en su memoria.

En todos estos años, no había respirado realmente. Respirar de verdad, era robarle el aliento directamente de su boca. Un abrazo de verdad, era sentir el peso de su cuerpo en brazos que nunca había usado antes correctamente. No era que supiera a vainilla o a miel, pero Minato sería adicto al sabor de Fugaku hasta el último de sus días. A su piel, a sus labios, a su respiración y a su sangre. Besarlo era lamer y morder como dos lobos que querían devorarse.

Ya no gravitaría nunca bajo la tierra. Gravitaría bajo la suela de sus pies. Su cuerpo contaría las horas por el número de latidos que daría su corazón cuando se despidieran.

Y entonces, solo con ese pensamiento, tal vez Minato podría vivir.

 

 

 

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Puntual como ninguna, Tsunade esperaba impaciente por Fugaku.

—Ya viene. Me dijo que recogería una cosa antes de irse.

—No hay problema —replicó Tsunade, escrutándolo con simpatía—. Oye… lamento que las cosas sucedieran así.

Minato contempló el suelo un instante.

—Yo también lo siento.

Permanecieron en un incómodo silencio, que se prolongó en minutos y cada uno se hacía más agonizante que el anterior.

Tsunade hizo un amago de ir a buscar a Fugaku ella misma, cuando el dios de la primavera apareció con paso ligero. Sin decir nada, abrazó a Minato con mucha fuerza y éste cerro los ojos, con la barbilla apoyada en su hombro y los cabellos castaños entre sus dedos.

Se repetía sin cesar que la vida no se desmoronaría cuando él se fuera. Que iba a despertar mañana en su cama y el suelo no se habría abierto bajo sus pies. Iba a extrañar las peticiones de Fugaku por despertar los fantasmas de Homero y Virgilio, simplemente porque quería escuchar de primera mano sus narraciones tan famosas acerca de la historia. Iba a extrañarlo con locura cada vez que contemplara la diversidad de flores en su jardín. Iba a extrañarlo cuando Orochimaru le preguntara qué había hecho mal, qué estupidez había dicho para alejar a su nuevo amigo.

Dioses, iba a extrañarlo.

Demasiado pronto, Fugaku se apartó.

—Deberíamos irnos —dijo Tsunade, muy a su pesar.

—Solo un momento —dijo Fugaku sin el menor atisbo de soltar a Minato—. Quiero agradecerte, por todo. Fuiste muy hospitalario y me diste todo lo que era posible pedir.

—Fue un place-

—En especial la comida. Las frutas aquí son muy jugosas.

¿Qué había dicho?

—¿Frutas? —inquirió Minato en un susurro, ensanchando sus ojos en el instante en que la comprensión llegó a su mente.

Una gota roja, del color de la granada, asomaba en la comisura de la boca de Fugaku.

—¿Frutas? —repitió Tsunade, nerviosamente.

Fugaku metió la mano en uno de los pliegues de su túnica y sacó una granada partida a la mitad.

Mareado, Minato se sostuvo del otro e hizo una estimación aproximada de lo que Fugaku había comido. Solo faltaban seis semillas de color rojo rubí.

Volteó a verle, incrédulo y a punto de perder la compostura. El dios de la primavera aún se relamía el dedo índice y el pulgar con una inconfundible sonrisa.

—Tenías razón —ronroneó Fugaku contra su boca—. Las granadas aquí son especialmente dulces.

 


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