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El despertar de la primavera por ItaDei_SasuNaru fan

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Notas del capitulo:

 

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III.

 

De camino a Eleusis, el lugar donde vivía su ensoñación según Kushina, Minato tuvo que guardar las manos en los bolsillos de su túnica para disimular los temblores que lo atacaban.

A pesar de tener la ventaja de poder aparecer casi en cualquier parte de la superficie terrestre y regresar al Inframundo con igual facilidad, no tenía el conocimiento exacto del lugar en que vivían los dioses de la vegetación. Además, sabía que necesitaba la caminata para calmar sus nervios y repasar su plan. Lo cual era un eufemismo a estas alturas, porque pasó los últimos días tan preocupado pensando en cómo iba a localizar al dios de la primavera, que se percató de que no tenía ni la menor idea de cómo hablarle o de qué ofrecerle hasta el día de poner en marcha aquella locura.

En el trayecto, recogió distintas flores que juzgó como un simpático conjunto. Contento con su ramo, perseveró sobre el camino hasta su destino. No obstante, el bosque, la maleza y el terreno inclinado que rodeaba la ciudad eran tan diferentes a la segura horizontalidad de su reino, que al moverse entre los arbustos, concentró su trabajo en no tropezar a cada instante, en no perder su calzado en las partes empantanadas, mientras intentaba no perder el rumbo.

Para cuando llegó a la frontera de Eleusis, estaba exhausto hasta la esencia y había destruido su ramo de flores. Después de lo que pareció una hora de batallar contra una hectárea entera de hiedra venenosa, estaba sudando a mares y le picaba todo el cuerpo. Lucía como un completo desastre con hojas en el pelo, no quería ni imaginar qué impresión daría y estaba tan frustrado consigo mismo por haber descuidado su resistencia como guerrero, considerando que esa era la única explicación de por qué estaba tan cansado, que empujó con demasiada fuerza a través de un rosal y las mismas ramas cedieron por su inercia, enviándolo hacia adelante con más velocidad, haciendo que perdiera el equilibrio y rodara por la pendiente que no estaba allí hacía unos instantes.

Cuando su quijada impactó contra una roca al final de la ladera, el dolor cegó su visión y le sacó las lágrimas.

Iba a empezar a maldecir en lenguas prohibidas cuando escuchó un sonido tenue pero preocupado. De súbito, alguien estaba ayudando a Minato a ponerse de pie con cuidado.

—¿Estás bien?

—Umm… —murmuró Minato, todavía con los ojos cerrados por la conmoción del impacto.

Trató de sacudir la cabeza, con el propósito de despejarse. Parpadeó con fuerza para recuperar el enfoque y apretó los dientes ligeramente para que el mismo dolor lo trajera de vuelta a una plena conciencia.

—No creo que estés bien, nada de ti parece estar bien —dictaminó la otra voz, con una sonrisa solo presente en el sonido.

Minato iba a decirle que estaba en perfectas condiciones, muchas gracias, cuando su vista por fin volvió a obedecerle y quedó boquiabierto ante el dios de la primavera.

Fugaku lo tomó del rostro con ligera aspereza y lo acercó a sí mismo para palpar sus heridas, con expresión exasperada.

—Creo que vas a necesitar algo para el dolor después. Vi todo, fue una fea caída y apostaría a que tienes un diente roto.

Inmovilizado de nervios, todo lo que Minato pudo hacer fue asentir sin decir palabra y dejar que Fugaku prosiguiera con su inspección. Y por todas las maravillas, tenía unas manos rudas por el trabajo en la tierra pero tan cálidas que se sentían como si el sol reposara sobre su piel. La sombra fugaz de sus pestañas, solo visible cuando entrecerró los ojos en reflexión, era lo más fascinante que Minato había visto. Quería acortar la distancia y respirar el aroma rural que desprendía desde el pulso de su cuello, que estaba justo frente a su cara. Definitivamente tenía la altura ideal.

Fugaku hubiera podido desvestirlo para examinarlo por completo y Minato no lo habría detenido aunque quisiera.

Lastimosamente, eso no sucedió.

—¿Te conozco de algo? Me resultas familiar.

—No —jadeó Minato—. Al menos, no oficialmente.

—¿Entonces esta es nuestra primera reunión? —dijo el otro sonriendo de medio lado, arqueando una ceja y casi burlándose de él.

Minato se derritió otro poquito.

—Supongo que sí…

—Bueno, yo soy Fugaku, el dios de la primavera. ¿Y tú?

En el instante en que Fugaku retiró sus manos, Minato se sintió petrificado otra vez, aunque ahora era debido a la falta de ese contacto que recién conocía pero que ya sabía que necesitaba.

—Minato, solo Minato.

—Es un placer —respondió Fugaku.

—El placer es mío.

Por no decir otra cosa, dijo el dios de la muerte para sí.

No había explicación razonable para ello, pero de alguna forma sabía que Fugaku olía a trabajo en un jardín, al sol sobre la grama, a tierra seca, a las rocas salpicadas por una cascada y a tantas cosas diferentes que debería haber sido imposible, o por lo menos desagradable, pero no lo era. De algún modo, olía como el pan de cada día y Minato tenía que hacer algo pronto o se volvería loco.

—Entonces… ¿de qué me dijiste que eras dios?

—¿P-perdón?

—No es por ser entrometido, pero vivo con dioses infumables y son muy… —y si un poco de carmín coloreó las mejillas de Fugaku ante la vergüenza de saberse tan sobreprotegido, solo Minato tenía que saber.

—¿Estrictos?

—Ridículos. No hay ningún dios que a esta fecha no haya cumplido su primer milenio. Casi no… salgo, así que no conozco a muchos de los nuestros.

—Bueno… yo… Verás, es una historia muy graciosa-

—¿Eres el dios de los mares?

—¿Cómo?

—Llevas puesto suficiente azul como para serlo.

Minato observó el estado lamentable de sus ropas, casi esperando ver esqueletos y fémures incrustados en la tela, a punto de entrar en pánico por un segundo hasta que vio cómo la idea resultaba conveniente, por el momento.

—Me confunden con el dios de la muerte, a veces —dijo como quien no quiere la cosa.

—¿A ti, en serio?

—… Suenas incrédulo.

Fugaku estuvo a punto de rodar los ojos pero se contuvo a tiempo. En lugar de eso, volvió a elevar una ceja delgada con aire soberbio.

—Él es más… imponente.

Eso era nuevo.

—¿Imponente?

—Sí.

—¿No te parece macabro, ni intimidante?

—No —respondió Fugaku, con mucho aplomo—. Solo muy seguro de saber lo que está haciendo. Lo cual es impresionante, considerando la labor que ha asumido durante todo este tiempo.

—Pero todos detestan la idea de la muerte y por su peso, al dios que la gobierna, ¿o acaso tú no?

Fugaku se encogió de hombros y su voz adquirió un timbre de casual irritación.

—Eso es lamentable. Esa será una de las razones por las que los humanos dejarán de ofrecernos sacrificios; todavía somos débiles en las cosas que importan. Todo desaparecerá algún día y me conforta saber que tal vez quedemos al cuidado de sus capaces manos.

Minato tragó alrededor del nudo en su garganta.

—Eso es muy amable de tu parte.

—No me lo agradezcas. No lo conozco personalmente, solo lo he visto de lejos con su máscara puesta y sé lo que dicen de él.

—Igual. Es… agradable oír eso.

Fugaku lo observó con ligera sospecha, pero decidió dejarlo pasar.

—¿Por qué no esperas aquí mientras busco medicina que te ayude? Seguro que Madara tiene algo.

Ay no.

—¿Madara?

—Sí, de seguro que pronto aparece por aquí. Quedé de ayudarle con unas cosas y de pasar recogiendo flores para Izuna. No tarda más de cinco minutos.

—¿Cinco minutos?

No, el tiempo que le quedaba disponible era menos que eso. Se había distraído demasiado.

—Creo que este no es el mejor momento.

—¿A qué te refieres? ¿Te tienes que ir?

Al darse cuenta de lo que estaba a punto de hacer, Minato odió a Kushina por haberle dado la idea para actuar en consecuencia a sus impulsos.

—Fugaku, lo siento.

Y chasqueando los dedos, se materializaron unas gruesas cadenas que cubrieron al dios de la primavera en un instante, sujetándole desde los hombros hasta los pies.

La mirada de Fugaku se colmó de tanta ira al percatarse de que no era capaz de librarse de la trampa, lo que lo convertía en un prisionero, que de pronto Minato comprendió por qué los verdaderos dioses clamaban sangre. Y Fugaku era un auténtico dios, con primavera o sin ella.

—Suéltame —exigió el otro con voz ronca.

Sin embargo, las ataduras no cedieron ni un poco. Minato, como pudo, respiró hondo y dijo:

—Tú vendrás conmigo.

—¡Libérame en este instante! Te lo advierto.

Minato estaba desquiciado, ahora lo sabía, porque la fortaleza implícita en aquella amenaza solo le inspiró un deseo ridículo por comer de esa boca y morderla como una almendra.

—Serás mi invitado.

La respuesta de Fugaku fue un resoplido grosero.

—Las cadenas hablan de incoherencia.

—Yo… —comenzó el dios de la muerte, pero pronto cerró los labios.

Habría un tiempo y lugar para todo, pero si no se daba prisa, pronto tendría frente a él dos deidades ansiosas por derramar sangre. Y veterano de guerra o no, no se veía saliendo victorioso de eso.

Teniendo en cuenta la diferencia de tamaño entre Fugaku y él, le sujetó con una sola mano por un costado para que no perdiera el equilibrio, manteniendo una prudente distancia y abrió una cicatriz sobre la tierra con un gesto rápido y con una palabra secreta.

Fugaku miró el abismo con un poco de temor traicionando su semblante.

—¿Quién eres?

Minato pronto se lo explicaría.

 


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