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Los lazos que nos unen. por Seiken

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—¿El puede darte esto? ¿El te ama como yo lo hago?

 

Le pregunto sosteniendo su cabello con fuerza, mordiendo el cuello de su omega, que gemía en voz alta, arqueando su espalda, sin saber ni siquiera ahora de quién hablaba, su amigo tenía un omega y un huevo, sus celos eran infundados.

 

-¡Maldición! ¡Solo no te detengas!

 

Pronunció, sintiendo como su alfa le volteaba, cambiando su posición para volver a penetrarle con un solo embiste, sosteniendo sus muñecas, con grilletes de hielo atados a su cabecera, lamiendo su pecho de forma lenta, haciéndole gemir en voz alta.

 

-Jamas te entregaré a nadie mi escorpion, antes los matare a todos ellos, los encerrare en un ataúd de hielo y los pondré en la entrada de mi templo, como advertencia, para que sepan lo que le pasara a todos aquellos que quieren apartarte de mi.

 

Camus siguio empujando en su escorpión que no rompia los grilletes, sintiendo de nuevo una mordida de su alfa, esta vez en su hombro, jadeando casi de forma animal en su oído, con una expresión casi salvaje, enloquecida por el deseo y el placer que sentía, sus celos.

 

-¿De quien estas hablando ahora?

 

Milo se retorció, sintiendo como Camus aplicaba un poco de su cosmos helado en su cuerpo, para lamerle después, calentando su piel, un placer culpable que los dos tenían, escuchando un gruñido de su compañero, que no se detenia en su vaivén enloquecido entre sus piernas, cada ocasión golpeando su próstata sin piedad.

 

-De Kanon…

 

Respondió primero, besando sus labios para evitar que lo contradijera, podía tener a ese espectro, esa niña, pero no estaba seguro de sus intenciones con su omega, que era perfecto, fuerte, varonil y ardiente en su lecho, tanto que derritio su corazón desde la primera vez que le vio.

 

-Del gato sarnoso…

 

Susurro, lamiendo su cuello, deteniéndose esta vez para ver como respondía Milo, que solamente comenzó a reírse, negando eso, los celos de Camus siempre habían sido tan extraños, recordando aquella ocasión en la que pensó que Aldebaran lo estaba cortejando, no fue hasta que Mu le dijo que se apartara de su toro, que entendió que no estaban juntos.

 

-Se llama Aioria.

 

Le corrigió con una sonrisa, esperando que Camus respondiera como le gustaba, deteniéndose de pronto, para volver a moverse en el, encajando sus uñas en el pecho de Milo, quien gimió arqueando su espalda, para después lamer un poco de la sangre que brotaba de su cuerpo.

 

-¡No me importa como se llama!

 

Suponía que esos celos no debían parecerle tan sexys, ni ese enojo, pero esa expresión de absoluto deseo, moviéndose en su cuerpo, golpeando su próstata, haciéndole gemir mucho más fuerte, de tal forma que estaba seguro que le doleria la garganta al terminar ese encuentro.

 

-¡Tu eres mio!

 

No de ese mocoso petulante que pensaba podría arrebatarle a su compañero de vida, a su dulce escorpión que se le entregaba desde su adolescencia, que le lloró durante su muerte, que le quería tanto como él a su escorpión.

 

—Ese niño no me quitara a mí omega, eso nunca lo permitiré…

 

Jamás, nunca lo permitiría y estaba seguro de que eso era suficiente para el, esa advertencia, el recuerdo de su amor, porque Milo nunca le dejaría, aunque esos dos intentaran robarle a su compañero.

 

—Nunca me apartaré de mi, paletita, así que no debes tener miedo a eso.

 

Le informo, besando sus labios, rodeando su cintura con sus piernas, sintiendo como Camus se derramaba en su cuerpo, cayendo sobre el, con una respiración entrecortada.

 

—Te amo, te quiero tanto… mucho más que a mí vida.

 

De eso estaba seguro, y sabía que Milo también le amaba demasiado, por eso era que se entregaba a él, sin hacer preguntas, aún quejarse, por eso le dejaba ponerle grilletes u otros adornos, que al final rompía con un delicado movimiento de sus manos.

 

—Y yo a ti paletita, lo sabes…

 

Camus se recargo sobre su cuerpo, suspirando, recordando su sueño, ese de tener un hijo propio, un bebé que alegrará sus vida, el que Milo aún deseaba negarle.

 

—¿Me darás un hijo?

 

Le pregunto entonces, llevando sus manos a su vientre, tratando de imaginarlo lleno de vida, sonriéndole con ternura a su escorpión, quien negó eso, casi poniendo una cara de fastidio.

 

—No arruines un momento perfecto como este con esa necedad.

 

Camus le veía con tristeza, como si fuera a hacerle un puchero, para besar sus labios de nuevo, relamiendo sus labios poco después.

 

—Pero sólo piénsalo, un pequeño de cabello verde y ojos azules, un bebé con nuestras características…

 

Milo frunció el ceño, molestandose con Camus, quien de nuevo le besó con delicadeza, tratando de convencer a su compañero de darle lo que más deseaba en ese mundo después de pasar el resto de su vida en compañía de su escorpión.

 

—El fruto de nuestro amor y nuestro legado, además, le estaríamos haciendo un favor al santuario, dejando un santo dorado en nuestro lugar…

 

Eso era absurdo pensó Milo, que negó esa petición de nuevo, tratando de marcharse, pero Camus se recargo en su pecho suspirando.

 

—Porque no quieres un hijo mío, es como si no me amarás lo suficiente… y eso me hace sentir muy triste.

 

Trataba de hacerle sentir culpable, una técnica que siempre funcionaba con su escorpión, que pudo ver, cuando Kanon les llevó a su hija, que no era ni siquiera la mitad de hermosa de lo que sería su bebé imaginario, si deseaba un pequeño, pero pensaba que perdería su libertad.

 

—Yo lo cuidare, me encargare de levantarme temprano, de darle de comer, de sacarlo a pasear, seré un buen padre.

 

Milo de nuevo negó eso, no era si su paletita fuera a ser un mal padre, pero el si lo sería, no tenía la paciencia ni la actitud para cuidar a un niño, además, creía que Camus no entendía el esfuerzo que implicaba cuidar a un niño.

 

—Hablas como si fuera una mascota…

 

Se quejó, besando los labios de Camus, deseoso de cambiar el tema, pero su compañero se resistió, apartándose un poco.

 

—Dime porque no quieres un hijo mío, convénceme de que no es una buena idea y te dejare de pedir esto.

 

Le prometió, claro que era una mentira, porque no se detendría hasta que su compañero le diera un hijo y después de ese, le diera otro.

 

—No soy maternal, no sería un buen omega…

 

Susurro, avergonzado, haciendo que Camus se riera, porque pensaba que eso no era cierto, además, el podía ser maternal por los dos, ya que le gustaba cuidar niños, recordaba a Hyoga, a Issac, fue muy feliz cuidando de esos dos, lo sería más, si esos pequeños tuvieran su sangre.

 

—Eso es una mentira, tú me ayudaste a criar a Hyoga y a Isaac… y lo hiciste muy bien.

 

Milo de nuevo se negó a eso, empujando a Camus, cansadose de esa discusión, no deseaba tener niños, así que esperaba que su paleta lo aceptara, sino, no sabía que haría, pero por el momento se marcharia de ese templo.

 

—Estoy cansado de hablar de lo mismo Camus, no es no, y eso es todo, pero si no puedes aceptarlo, me regreso a mi templo hasta que lo aceptes.

 

Camus negó eso, rodeando la cintura de Milo con sus brazos, para que no se marchara, no quería estar solo.

 

—No… quédate, prometo hablar de algo diferente, pero quédate conmigo…

 

Milo negó eso, levantándose de la cama, dejando solo a Camus, que se levantó de la cama y tomo un poco de agua, cerrando los ojos, para abrirlos de nuevo, dispuesto a seguir a su escorpión a donde fuera.

 

—Milo…

 

Susurro, sus ojos con un extraño brillo en ellos, con una resolución en su mirada, tendrían un hijo, sin importar lo que pasara, tendrían un bebé, su escorpión se lo agradecería después.

 

—Milo, Milo…

 

*****

 

Aldebaran intentaba soltarse de las manos de Mu, quien seguía besándolo con desesperación, como si la vida de le fuera en ello, sin atender a sus quejas o sus deseos.

 

—No seas cruel mi toro…

 

Le era muy difícil rechazar a Mu, porque le deseaba como a nadie, porque sus besos siempre lo habían desarmado y porque era por mucho más fuerte que él, ni siquiera había comparación en su cosmos.

 

—No me niegues tu compañía, cómo no se la niegas a él…

 

Seguía hablando del anciano maestro, como si tuvieran un romance, como si fuera capaz de engañar a su alfa con alguien más, aunque Mu no fuera claro con él, no lo hubiera presentado como suyo en el santuario.

 

—No dejaré que me dejes por ese anciano, no lo harás…

 

Mu comenzaba a enojarse, por lo que usando su cosmos, le cargó y llevó a la cama que habían compartido demasiadas veces, recostandolo en ella a una velocidad parecida a la que usaba en el combate.

 

—Y para que eso no pase, te haré recordar lo que sentías por mi, lo mucho que amas mi cuerpo, a tu alfa.

 

Aldebaran retrocedió, mirándole sin entender de qué hablaba, porque iba quitándose la ropa, cuando ya le había dicho que no deseaba hacerlo.

 

—Ni siquiera te estás escuchando Mu, me acusas de serte infiel, de no amarte más, cuando tú eres quien me ha dado la espalda, me ha ignorado…

 

Mu se detuvo en seco, ya se había quitado la camisa, dejando al descubierto su pecho marcado, de músculos delineados en un torso delgado, porque ninguno de los guerreros de Athena era débil, todos estaban preparados para una batalla cuerpo a cuerpo, para derrotar a sus enemigos.

 

—Eso es lo que Dohko te ha dicho, que ya no te amo, que ya no te deseo tal vez, y tú se lo creíste en tu inocencia…

 

Aldebaran intento salir de la cama, pero Mu le sostuvo de los hombros, con una sonrisa que era puro deseo, que me hizo sonrojar inmediatamente, relamiendo sus labios, gesto que no pasó desapercibido por el lemuriano, que imitó esa caricia con la punta de su dedo.

 

—Pero te demostraré cuanto te amo y cuánto te deseo…



Mu beso los labios de Aldebarán, sosteniendo su cabello, tirando de el cuando su toro trato de negarse a sus caricias, pero era inútil, era mucho más débil que su alfa, quien se apartó de sus labios, para posar su vista en su cuello, carente de mordida.

 

—Dohko no podrá marcarte para él, eso nunca…

 

Y tras decir aquellas palabras, sin darle oportunidad de nada más, quiso morder su cuello, dejando una marca profunda en su piel, sin embargo, un cosmos lo detuvo, de alguien que no sabía lo que estaba pasando, pero pensaba que era malo, que su maestro deseaba lastimar a su amigo especial.

 

—¡No maestro!

 

Le ordenó, tratando de apartar a Mu de su omega, quien al ver a Kiki se horrorizo, golpeando a Mu, para correr a lado del pequeño que había dado a luz, rodeándolo con sus brazos.

 

—¡No hagas esto con el aquí!

 

Le suplico a Mu, quien llevó una de sus manos a su mejilla, sintiendo el fuerte golpe de su omega, que trataba de proteger a su hijo, su alumno y su legado de él, como si eso fuera necesario.

 

—No cometas una locura…

 

Mu negó eso, un poco más tranquilo, sentándose en la cama, con una expresión que Aldebaran no supo cómo interpretar.

 

—¿Sabes lo que son los omegas Kiki?

 

Le pregunto, porque ya no iba a guardar silencio, no iba a esconder su amor, ni mucho menos, porque deseaba gritarle al mundo que el toro del santuario le pertenecía, era su omega y su alumno era su hijo.

 

—Responde…

 

Aldebaran negó eso, sin entender muy bien que estaba pasando, solo que Mu estaba actuando como si estuviera loco de celos, hubiera perdido la razón y actuará como un alfa enloquecido.

 

—Hombres o mujeres que pueden dar a luz, que tienen feromonas… son las parejas de los alfas y usted es uno de ellos.

 

Susurro, sintiendo como Aldebaran trataba de protegerlo de su propio maestro, rodeando sus hombros con sus brazos, y como Mu, su maestro, utilizaba su cosmos, como si estuviera listo para pelear con él.

 

—Como tu, Kiki…

 

Aldebaran pensaba comprender hacia dónde iba esa conversación y no le gustaba, porque no deseaba que el niño que había dado a luz, se diera cuenta de quienes eran, de esa forma.

 

—Mu, a donde quieres llegar con eso…

 

Mu arqueo una ceja, porque Aldebaran sabía a donde quería llegar con eso, así que suspirando, negó eso, esa conversación no debía suceder de esa forma.

 

—No le digas nada más, al menos, no así…

 

Mu jamás le había negado nada y esperaba que ese no fuera la primera vez.

 

—Prometo comportarme… ya no salir a beber con el anciano maestro, pero por favor, no sigas con esto.

 

Kiki no entendía de que estaban hablando, pero Mu aceptó esa propuesta, porque su hijo estaba en esa habitación y porque Aldebaran nunca hacía promesas que no fuera a cumplir.

 

—Está bien, tú dile la verdad…


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