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Los lazos que nos unen. por Seiken

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-Aioros.

 

Cuando escucho su voz supo inmediatamente que tendría problemas, su hermano menor, que lo trataba como si fuera un niño, despreciaba a Saga y siempre trataba de interponerse en su relación con el que sabía era su alfa.

 

Le había hecho prometer que no dejaría que nadie lo mordiera hasta que no cumpliera cinco años más, alegando que había muerto cuando tenía catorce años, seguía siendo un niño y tal vez, en cierta forma tenía razón.

 

Pero, si podía matar, si podía pelear, tambien podia amar y eso hacía con Saga, le amaba con toda la fuerza e ímpetu de su edad, era su primer amor, su último amor, su único amor, lo era todo para él.

 

Además, su cuerpo era el de un joven de veintisiete años, solo un año menor que Saga, a quien ya amaba y no estaba dispuesto a esperar hasta los treinta y dos para ser uno con él, para tener su mordida en su cuello.

 

Su hermano tenía que aceptarlo, porque si no lo hacia, tendria que elegir entre los dos y Aioria debia comprender, que elegiria a Saga, porque aunque eran familia, hermanos de sangre, estaban destinados a separarse, en cambio, con su amado, ellos estaban destinados a estar juntos, sin importar los obstáculos.

 

-Aioria.

 

Pronunció algo lejano, esperando que no quisiera exigirle una explicación por aquella mordida en su cuello, porque no estaba dispuesto a darle alguna excusa para que siguiera reclamando su actitud, su amor por Saga, que seguía firme, como aquel primer dia.

 

Su hermano vio la marca con una expresión casi desencajada, tratando de tocarla, pero Aioros no lo permitió, apartándose al notar el tinte rojizo de sus ojos, sintiéndose vulnerable, pero culpando a ese dios repugnante por ello.

 

Por hacerle pensar que podía llevárselo consigo, por esa horrible cantidad de pesadillas que sufría, sintiendolas en carne propia, malos sueños que solo se detenían con la presencia de Saga a su lado.

 

-¿Eso que tienes es una mordida?

 

La temida pregunta, pero no le mentiría, se notaba que era la marca de Saga y lo más importante era que el siempre le habia deseado, le habia esperado, tal vez. de no intentar asesinar a su joven diosa, le habría obtenido mucho antes.

 

Aioria lo sabía, por lo que se preguntaba, que ganaba haciendo esa rabieta, era un hombre adulto, era mayor que su hermano, pero aun asi le trataba como un mocoso inútil, un niño que no sabía lo que deseaba.

 

-Así es…

 

Aioros se apartó unos cuantos pasos más, frunciendo el ceño, esperando que su hermano menor se comportara como en su batalla contra el dios de la mentira, no como un maldito desconocido que no confiaba en sus decisiones.

 

Pero, al ver la mirada de odio casi absoluto de su hermano, supo que seguiría comportándose como ese alfa berrinchudo y posesivo, que decía no deseaba a su alfa cerca suyo, porque Aioros no era más que un mocoso sin una idea clara de lo que deseaba en un compañero.

 

-Saga me mordió en mi celo.

 

La expresión de Aioria fue indescriptible, inmediatamente convocó su cosmos, elevandolo, apretando los puños a su costado, furioso como nunca antes lo había estado, casi tan enojado como cuando Milo le dijo que aceptaba a Camus como su alfa, a ese ser sin sentimientos, un alfa que era casi tan malo como el propio Saga.

 

-¡Ese bastardo te mordió!

 

Estaba furioso y lo sabía, no había forma de negar que su hermano despreciaba su selección de pareja, porque lo veía como un muchacho, porque Saga no le agradaba, porque era un omega.

 

Menospreciando sus decisiones de esa forma, cuando el era el segundo guerrero más fuerte, porque nadie sabía si Saga o Kanon era el más poderoso de los dos, al ser gemelos, eran idénticos en todos los sentidos.

 

-Si, yo se lo pedí… la deseaba como nunca he deseado nada en mi vida.

 

Fue su respuesta, elevando también su cosmos, pero manteniendo la calma, sintiendo la energía de su alfa responder a la suya, no se tardaria en llegar a su lado, porque de eso se trataba de ser un vínculo, un alfa y un omega, de protegerse mutuamente, de cuidarse, de amarse sin reparos.

 

-Saga viene en camino y no voy a detenerlo, si decide defenderse de cualquier ataque tuyo…

 

*****

 

Dohko abandonó su templo con un paso lento, con una botella nueva en su mano, la última que tenía, esperando emborracharse, pero eso nunca duraba, porque al ser portadores de cosmos, su cuerpo les curaba de cualquier mal, cualquier veneno, en especial, un guerrero antiguo como él, que sabía exactamente quienes eran los que estaban causando esa locura y donde se encontraban.

 

-¿De todos los omegas que podían elegir fue a los de Kanon y Saga?

 

Dohko sonreía con esa expresión tan característica suya, observando a los dioses como si fueran simples mortales, sin mostrarles nada de respeto, pensando que deseaban suicidarse, porque de qué otra forma, un soldado como ese, se atrevería a burlarse de ellos.

 

Tratandolos como si fueran dioses muertos, pensando que unos simples mortales eran mucho más fuertes que ellos, que podrían ser derrotados con tanta facilidad, sin embargo, eran ellos quienes se darían cuenta que no podían entrometerse en asuntos de dioses.

 

-Son esos guerreros quienes eligieron a nuestros omegas, nosotros somos dioses, nuestra voluntad son designios, mortal.

 

Dohko se encogió de hombros, borrando su sonrisa, recordando que le dijo a su aliado, a su hermano de armas, que debían matar a esos dos niños, que eran una mala semilla, una de pura oscuridad, pero Shion no le hizo caso, en vez de eso los crió como si fueran suyos, pero, uno de ellos era malo, el otro peor.

 

-No importa lo que sean, si los vieron primero o no, esos gemelos son invencibles juntos, no podrán detener su venganza, si optan por continuar esta tontería.

 

Dohko siempre hablaba con simpleza, siempre iba al grano, diciendo lo que pensaba, lo que sabía que ocurriría, porque no se iría por las ramas cuando comprendía lo que nadie más, lo que por primera vez pensaba que le serviria para obtener lo que deseaba, si se volvía aliado de quienes tenían el verdadero poder en ese santuario y tal vez, en la atlántida.

 

-Tu probaste mi vino hace doscientos años, deberías ayudarme, no reirte de tu dios.

 

Lo había hecho, se había divertido al beber de esa forma, pero, se divertía mucho más en compañía del toro dorado, que en ocasiones le miraba con incredulidad, después reía de sus palabras y en otras ocasiones, estaba seguro, logró hacerle sonrojar.

 

Y tal vez, de no existir Mu, ni Kiki, él podría obtener lo que más deseaba en ese momento, compañia, el amor de un omega, el cariño sincero de su amado, lo que un guerrero como él ansiaba, porque el paraíso siempre estaba en las pequeñas cosas, aquellas que se extrañan más en la soledad o en el campo de batalla.

 

-No eres mi Dios, tú no eres nada…

 

No era su dios, su dios seguía siendo la diosa Athena, que se había marchado, dándoles la espalda, como era su costumbre y sabía que Dionisio era un dios sin creyentes, apenas se mantenía vivo, Pan, no sabía lo que era esa criatura, pero sí, que vivía de las migajas que le regalaba el dios del vino y como todo sátiro, no era un estratega, no era mesurado, jamás podría lograr su propósito, sin alguien que lo encaminara en la dirección correcta.

 

-Y ellos son el dios de la guerra, Ares, y su hermano, no se que sea, pero es poderoso, muy poderoso.

 

-Entre los dos destruirán sus cuerpos, sus vidas, solo porque han decidido robar a sus omegas.

 

Era una advertencia y una premonición, lo que pasaría en el futuro si esos dos seres no cambiaban de víctimas, si no dejaban en paz a esos dos omegas, en especial  a ese que tenía un bebe de brazos, al pequeño Leviatán de Kanon.

 

Aunque, no deseaba imaginar lo que dejaría Arles de Pan, si se atrevía a lastimar a su amado arquero, al que Aioria creia que podia proteger, pero, era el amado de un dios, no había forma de evitar que estos hicieran su voluntad, lo que los protegía de cierta forma, porque el dios de la guerra y lo que fuera Kanon, los deseaban para ellos.

 

Era como si dos demonios menores, desearan a los consortes de Satanás, no tenían oportunidad de sobrevivir a su venganza, de tocar a sus amados, a sus omegas.

 

-Al arquero y al espectro, habiendo tantos omegas en el santuario, deciden tomar aquellos de dioses.

 

Había muchos omegas, demasiados, porque Shion pensaba que todos debían tener una oportunidad de utilizar su cosmos, si existía la fuerza de voluntad, la esperanza, y en algunos casos había sido cierto, ellos tenían el poder para derrotar a sus enemigos, pero otros, apenas eran guardias o santos de bronce.

 

-¿Como el toro?

 

Esa pregunta hizo que Dohko se molestara, el toro estaba fuera del alcance de cualquiera, especialmente dioses oscuros como estos, porque el era su amigo, pero mucho mas importante aun, el se había enamorado del amable guerrero, el único que comprendía el significado de la soledad, justo como él hacía.

 

-Si tocan a ese muchacho, están muertos, no será un toro de sacrificio, ni para ustedes ni para el santuario.

 

Dohko respondió con una actitud mucho más seria, porque ahora tenía quien le protegiera, quien le amará, y él no dejaría que lo entregaran a esos dioses, o a un Lemuriano sin corazón, a Mu, que era tan frío como su amigo, tan distante, quien había abandonado a su omega a su suerte, sin morderlo, sin aceptar al hijo que tuvieron, sin lograr que se sintiera deseable.

 

Uno de los principales deberes de un alfa con su pareja, hacerle ver que era hermoso a su manera, que le deseaba y que nada en ese mundo se le comparaba, porque él era su compañero, porque él estaba enamorado de su toro, y eso era lo que le haría ver, una vez que tuviera lo que deseaba, con ayuda de Shion, o con la bendición de Saga, en este caso, Arles, el buen dios de la guerra que sabría pagar sus favores.

 

-¿A qué vienes entonces?

 

El dios del vino quiso saber porque se presentaba, si no deseaba pelear a su lado, o bajo su mando, pero la respuesta para Dohko era sencilla, ya que ese dios le había salvado de la locura por algunos momentos, hasta que conoció al buen Aldebaran.

 

-Me divertí mucho bebiendo contigo, pero llegado el momento, no me enfrentare con esos gemelos, así que solo por esa diversión que tuve gracias a tu vino, es que te advierto lo que pasara.

 

Era un favor, pagado por otro favor, una advertencia en este caso, porque los gemelos serian brutales en su venganza, aun en ese momento se imaginaba a los dos hermanos planificando su ofensiva, contra todos aquellos que se atrevieran a levantar sus manos en contra de sus omegas.

 

-Además, gracias a ti, el vino ya no me sabe, el licor no afecta mi cuerpo, no puedo encontrar el olvido en esa bebida.

 

Y como le había buscado, por tantas noches, que por poco pierde la vida, pero no la consciencia, quitándole lo divertido al vino, a cualquier licor, que no fuera el que Dionisio producía.

 

-Solo mi vino saciará tu sed y lo sabes.

 

Pero algo había logrado que se sintiera bien, que se sintiera joven de nuevo, algo que le llenó de vida, de fuerza, de salud, le regreso las ganas de vivir, de ser uno con otro ser y tal vez por eso, por primera vez desde la aparición de los gemelos en el santuario, sentia simpatia por ellos.

 

-O los brazos de un omega, el toro, curará mis males, mis tormentos, como solo ellos pueden lograrlo.

 

Y como lo había logrado y lo seguiría haciendo, si Mu no se interpusiera en su camino, ese alfa que no amaba lo suficiente al toro, que le abandonó en el peligro, además, le arrancó la posibilidad de tener a su pequeño entre sus brazos, algo que él no haría.

 

-Ese toro no te ama.

 

No, porque pensaba que Mu lo hacia, pero cuando se diera cuenta de que ese supuesto amor era únicamente una ilusión, le aceptaría a su lado.

 

-Después de la boda viene el amor.

 

Un lema de su tierra, que en ese momento tenía demasiado sentido para el.

 

-Puedo ofrecerte un vino que enamorara a ese toro, si me ayudas a derrotar a los gemelos.

 

Eso era una mentira, y lo sabía bien, porque de existir eso, los omegas les amarían.

 

-¿Si?... Pues tú no puedes cumplir esa promesa.

 

Lo sabía mucho mejor que nadie y también comprendía quien le daria lo que deseaba.

 

-Eres un traidor.

 

No lo era, porque no había lealtad que le uniera a ellos.

 

-Soy un hombre con una meta y un propósito.

 

Solo era un alfa enamorado.

 

-Solo eso.

 

*****

 

-Alejate de Aioros o lo pagarás muy caro…

 

Fueron las palabras de Saga, cuyos ojos por momentos tenían un tinte rojizo, como aquellos que tuvo Arles.

 

-No te dejare lastimar a mi hermano…


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